[vc_row][vc_column][vc_column_text]Schopenhauer decía que todos nosotros somos madereros. El maderero pasa por el bosque más bello y variado, y no piensa más que en de qué le podría servir cada árbol. ¿Cuántos tablones rectos saldrían de aquel pino? ¿Qué mueble es el que encajaría mejor en ese roble? Cada árbol es un mueble, y cada bosque un presupuesto. El maderero hace sus cálculos pero no disfruta del bosque. Ni siquiera ve el árbol. Ve sólo la madera que puede rendir. La utilidad de las cosas no nos deja ver su belleza.
Queremos sacar partido de todo. Y con eso dejamos de verlo todo. ¿De qué me va a servir?, es la pregunta fatal que abre cuentas y cierra visiones. Ante cualquier cosa -y, peor; ante cualquier persona- nuestra mente calculadora se alza y comienza a medir los metros cúbicos de madera que puedo sacar de ella.
Hay que proyectar fines, medir resultados, enfocar metas.
¿Qué quiero obtener yo con esto? ¿Adónde me llevará esta empresa? ¿Qué beneficios me reportará esta amistad? Mente negociadora que de todo quiere sacar provecho. Y que se olvida que el mejor provecho es no esperar ninguno y disfrutar del bosque en su belleza agreste sin cálculos medios. La vida es un bosque, y el bosque está ahí para mucho más que para sacar madera.
Disfruto más con un libro cuando lo leo por leerlo, no por citarlo; disfruto un viaje cuando lo hago por hacerlo, no por llegar a ningún sitio; disfruto una conversación cuando hablo y escucho por hablar y escuchar, no por cumplir o agradar o aprender. Disfruto de la música cuando la oigo por oír.
Disfruto de la vida cuando la vivo por vivir. Por una vez, dejadme que disfrute del bosque.
Todo esto lo decía recientemente Carlos García Vallés en «Vida Nueva» (21.7.97). Además de aplicarlo a nuestra vida como educadores, ¿cómo podemos referirlo a los jóvenes para que disfruten de la vida y crezcan como personas? He aquí una meta y una tarea.
Cuaderno Joven
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