¿Dónde están los valores? Ofrecer un sentido para la vida

1 junio 2007

Luis Fernando Vilchez es Profesor de la Facultad de Educación de la Universidad  Complutense de Madrid
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Hablar de educación es hablar de valores. A ellos se refiere el autor desde una perspectiva eminentemente educativa, pero para proponer métodos concretos que ayuden a inculcarlos o asimilarlos, sino para poner el acento en el entramado que debe sustentar cualquier propuesta axiológica con la finalidad de llegar a comprender las claves para hacer la propia vida y ofrecerle sentido. De manera concreta se refiere a la necesidad de incluir la propia historia en la Historia, a las claves de la gratuidad y la síntesis, a las estrategias para hacer de la vida una lectura positiva, a las lecturas que otros nos han ofrecido y al valor de la esperanza.
 

  1. El contexto social como reto

 
El objetivo global de la educación se resume en ayudar al educando a desarrollarse y crecer como persona. La educación contribuye a rebajar los niveles de incertidumbre ante la existencia humana, ofreciendo un sentido para vivirla. No se trata de ignorar las dificultades a las que aquella se enfrenta, pero estas han de verse no bajo el signo de la amenaza, sino del desafío. Esta perspectiva, cuando de educación en valores se trata, ayuda a situar nuestra reflexión. Porque al hablar de educación, necesariamente hay que hablar de valores. Y queremos hacerlo no para proponer métodos concretos para inculcarlos, ni para incidir en cuestiones de sobra conocidas por los interesados en el tema, sino para poner el acento en el entramado que ha de sustentar cualquier propuesta axiológica digna de tal nombre: ofrecer al educando una ayuda que dé sentido a su vida. Nos situamos, debe aclararse honestamente, en la perspectiva de un humanismo cristiano y desde convicciones que nacen de experiencias de fe, pero con una amplitud de miras asumible también por otras perspectivas no explícitamente cristianas.
Coincidimos con V. Verdú (El estilo del mundo, 2003) cuando afirma que el mundo occidental está lleno de medios y falto de fines y que asistimos a una teatralización de la realidad, cuyo reflejo es tan claro en medios como la televisión o internet, por el influjo que esos medios tienen entre los adolescentes y los jóvenes. El reto de educar pasa hoy por ayudar al educando a que no se refugie en realidades virtuales, sino a que afronte la realidad objetiva con distanciamiento o cercanía, según los casos, pero siempre con espíritu crítico, empeño y compromiso, tratando de interpretarla y de darle un sentido. La actual época hipermoderna, de la que habla G. Lipovetsky (Los tiempos hipermodernos, 2006), se caracteriza por el movimiento, la fluidez, y la flexibilidad, por la orientación hacia el hedonismo, según sus propias palabras. En este contexto así descrito, es fácil concluir la necesidad que tiene el adolescente de fundamentos, de anclajes, de fondo, de propuestas con sentido. Es lo que, de otra manera pero coincidiendo en lo fundamental, dice Javier Elzo (Los jóvenes y la felicidad, 2006) cuando afirma que “la sensación personal de felicidad, de sentirse bien, está más correlacionada con la virtud y con cierto desprendimiento que con la mera búsqueda de satisfacción inmediata” (p. 7).
Por otro lado, se puede constatar cómo en los ámbitos educativos se reproducen con frecuencia episodios de la “patética moral”, cuyos cultivadores aportan muy poco a la cuestión del valor, abusan de la expresión “crisis de valores” como una especie de condena apriorística de los modos de vida actuales, sus recursos y posibilidades, y pocas veces profundizan en el sentido moral de la persona, en el fundamento ético de las acciones y hábitos de los sujetos. Y esto, sin embargo, es cada vez más necesario en un mundo que plantea frecuentes dilemas morales.
Ha de reconocerse, no obstante, la especial dificultad que hoy entraña la educación en valores y, consiguientemente, el proceso de asimilación de estos por parte del educando, cuando en los ámbitos en los que se desenvuelve su vida hay una gran heterogeneidad de propuestas axiológicas, contrapuestas entre sí muchas veces y provenientes de fuentes de información e influencias cada vez más diversas.
 

  1. La cuestión del valor

 
La cuestión del valor está presente en los discursos educativos, pero se trata generalmente de una apelación al valor de manera objetivista, como si hubiese un “lugar de los valores” donde buscarlos Los valores no existen en ausencia de acciones con valor y estas no se dan si no hay personas que los encarnen. Hablar de valores de manera convincente es hablar de acciones impregnadas de valor. En la transmisión del sentido moral a los educandos ha de cuidarse preferentemente el conocimiento del valor, las llamadas de atención sobre la existencia de determinados valores y su jerarquía, pero insistiendo en que lo principal es vivir experiencias llenas de valor, abriendo y señalando espacios humanos en los que eso se hace realidad.
En la educación en valores, hay tendencia muchas veces a primar lo que se transmite, lo que se narra e incluso al transmisor, pero se olvida al receptor con sus características y circunstancias. Así, en buena lógica, no se produce comunicación, hay transmisión de datos pero no asimilación de una experiencia. En la educación en valores se propugna frecuentemente más el aprendizaje de mensajes y conceptos “teóricos” sobre el valor y menos los aprendizajes significativos que nacen de la experiencia. Y no debemos olvidar que un aprendizaje no significativo es el primer paso para el des-aprendizaje y el olvido.
La transmisión e inculcación de valores se estructuran a partir de un yo y un tú que se interpelan mutuamente. El papel del transmisor es fundamental, sobre todo como narrador de una experiencia que termina en una invitación, como hace Jesús en el Evangelio: “Si quieres, haz tú lo mismo…” Es necesario llevar a cabo lo que bien podría denominarse reconstrucción comunicativa de los valores. A ello puede ayudar la recuperación de una verdadera sabiduría narrativa del valor, encarnada principalmente por los educadores. Hará falta encontrar el tono y la palabra oportuna para hablar a los jóvenes con lenguajes que entiendan, sin refugiarse en estrategias sistemáticamente a la defensiva, o con planteamientos maniqueos y simplistas.
 

  1. Hacer de la vida una lectura con sentido

 
La novela de U. Eco titulada La misteriosa llama de la reina Loana tiene el siguiente argumento: Un hombre se despierta en la cama de un hospital incapaz de reconocer a su mujer y a sus hijos, de recordar cuál es su profesión, dónde vive, sus gustos y aficiones. El protagonista, Giambattista Bodoni, ha perdido la memoria ligada a las emociones y ve su propia vida como si acabara de empezarla. Para ayudarle en el proceso de recuperación, su esposa decide pasar una temporada en el pueblo donde el protagonista de la historia vivió en su infancia. En el desván de la casa están guardados los libros, los tebeos, los discos, los recortes de periódicos y los carteles de las películas que le acompañaron en los primeros años de su vida. Nuestro hombre inicia entonces una labor esforzada para volver a dibujar su pasado y entenderlo. Descifrando, leyendo esos signos, termina por entenderlo todo, por recuperar la memoria, el sentido del presente y, en definitiva, el sentido de sí mismo.
Hay anuncios de academias que enseñan a hacer un buen curriculum vitae. En una época como la nuestra, en la que tener un trabajo es por sí mismo un don inapreciable, esos anuncios son toda una metáfora. Educar en valores es algo así como ayudar a alguien a hacer un buen currículum, no para “saber venderse” laboral o comercialmente, sino para comprenderse a si mismo. La educación en valores, así entendida, es un conjunto de estrategias para hacer de la vida una lectura y de la lectura un sentido, una vida con sentido. Leer la vida, leer de la vida… Ayudar a ello, es acompañar al educando en el proceso de asunción de unos valores que den sentido a su existencia. Hoy se habla de aprender a aprender, apelando así a un aprendizaje significativo. Aprender a leer es encontrar sentido a unos signos, y estos pueden ser letras, pero también cosas y acontecimientos. Como hace el protagonista de la novela de U. Eco.
La vida entera es un conjunto de signos a los cuales hay que dar sentido. Para eso hay que saber leerlos y en esta tarea no fácil hay que proporcionar al educando claves de interpretación. En la vida podemos distinguir muchas capas, unas incluidas en otras, como pasa con esas matruscas que nos traen los amigos cuando viajan a Rusia, una muñeca que se encierra en otra, esta en otra y así sucesivamente hasta llegar a la más pequeña. Esas capas o dimensiones de nuestra vida son la familia, el colegio, los amigos, los compañeros, lo que hemos aprendido, lo que hemos gozado y sufrido, las experiencias pasadas, los errores y los aciertos, las influencias del medio, la cultura, el lenguaje, imágenes y vivencias, tantas y tantas cosas que sería interminable su enumeración.
 

  1. Claves para leer la propia vida

 
4.1. La clave de la historia personal
 
Para leer nuestra vida, nuestra pequeña historia, tenemos que incluirla dentro del cuadro de esa Historia global, la de esa gran corriente movida en el espacio y el tiempo que llega hasta nosotros. Y, si queremos ser buenos historiadores de la propia vida, tenemos que recurrir a las fuentes de nuestra historia para ser rigurosos. ¿Cuales son las fuentes de nuestro vivir?. Igual que en un palinsesto, ¿qué hay escrito debajo de nuestros pensamientos, sentimientos y conductas, debajo de lo que  no se aprecia a simple vista?
La concepción del tiempo y del espacio, de la historia en definitiva, forman parte de la dinámica de nuestra vida. De ahí brota la necesidad de entender la historia, la general y la particular como historias de salvación, para hacer una lectura de la realidad, del mundo y de nosotros mismos, en lo cual ha de basarse una escala de valores y una responsabilidad ante los retos de la nueva cultura, la que toca vivir a los jóvenes.
Educar en valores es repasar los matices de ese palinsesto que encierra la vida de un educando, lo que tiene escrito detrás de lo que aparece a simple vista, ayudarle a que ponga nombre a sus experiencias, a lo que le ha pasado y ha vivido, a las personas que le han acompañado en esas experiencias, a sus referentes vitales.
 
4.2. La clave de la gratuidad
 
Lo mejor de nosotros mismos lo hemos recibido. La categoría cristiana de la gratuidad, de la gracia, es también profundamente humana. Nacemos con una herencia genética, recibimos el cariño, los cuidados y atención de unos padres, la influencia de unos maestros, la amistad de la gente que nos ha querido, las palabras y los libros de quienes han escrito para nosotros, las ayudas que hemos encontrado en una mano amiga y oportuna, tantas cosas…, y todo eso gratuitamente.
Ser agradecidos no es simplemente una norma de buena educación que inculcamos los padres a los hijos. Agradecer lleva implícito ser humilde y saber valorar lo mucho y bueno que todos hemos recibido. Agradecer esuna manera de entender nuestra vida y darle sentido…, desde la gratuidad, desde el agradecimiento.
 
4.3. La clave de la síntesis
 
Los psicólogos solemos decir que a los adolescentes y jóvenes, especialmente de nuestro tiempo, les cuesta trabajo hacer síntesis vitales. La vida se les ofrece hoy en mil pantallas y datos, y con tanto dato fragmentado no es fácil componer coherentemente el puzzle. Síntesis es unión y relación, es distinguir lo fundamental de lo accidental, síntesis es asumir lo que en principio parece contradictorio, pero que también puede ser complementario, sintetizar es “poner cada cosa en su sitio”. Por esto es importante ayudar al adolescente a hacer buenas síntesis. Y para hacerlas, será necesario jerarquizar y preguntarse: qué es lo importante para mi vida, en este momento y para el futuro, qué es en definitiva lo que merece la pena. Paradójicamente, vivimos en un mundo cada vez más globalizado y al mismo tiempo cada vez más fragmentado. Por eso a todos nos cuestan trabajo las síntesis.
¿Cómo aclararse, pues, en medio de este mundo?, ¿cómo hacer esa síntesis que ayude a dar un sentido a la vida?. El reto que merece la pena enfrentar y superar es hacer la síntesis entre lo común y lo particular, la pertenencia a la aldea global sin ausentarse de la propia, enfocar los problemas con el gran angular sin olvidar los matices cercanos, tener compasión del nigeriano que viene en patera huyendo de una terrible miseria y no cerrarse a que encuentre entre nosotros un acomodo para su vida, al  tiempo que somos sensibles al cercano igualmente necesitado, aceptar lo bueno que otros pueden aportarnos sin renunciar a los propios valores. Ese esfuerzo es necesario si queremos leer hoy nuestra vida, unir lo particular con lo general, dejando pasillos abiertos para que se pueda transitar del yo al nosotros, y del nosotros al yo.
 
4.4. La clave psicológica
 
Esta clave podría titularse así: estrategia para hacer de la vida una lectura positiva. El ser humano necesita leer-releer su pasado, su vida en definitiva, para contarla, interpretarla y “sacar lecciones” de ella.
Las metáforas de la vida, que a lo largo del tiempo y entre las diversas culturas se han ido ofreciendo, son en el fondo lecturas psicológicas de la existencia humana. Así, la vida como éxtasis (el “vivo sin vivir en mí” de Santa, Teresa), la vida como valle de lágrimas y simple lugar de paso (Edad Media, la salve…), la vida como muerte lenta (filosofías nihilistas… y pesimistas según el tópico “vivir es morir un poco”), la vida como  añoranza del pasado (“cualquier tiempo pasado fue mejor”, del poeta español Jorge Manrique), la vida como placer puntual o conjunto de placeres (carpe diem de los romanos y de muchos nuevos romanos de nuestros días), la vida como angustia y  “sin vivir” (algunas corrientes existencialistas y la ansiedad del hombre y mujer contemporáneos…), la vida como trabajo (ética calvinista, vivir para trabajar, esos que están todo el día ocupados…), como esencia de las cosas (los vitalistas, Dilthey y Ortega), la vida como desesperanza (“esto no es vida”), la vida como  envidia mirando siempre de reojo a los demás (“cómo vive ése”, “así ya se puede vivir”, “qué bien vives”), la vida como afirmación del sujeto (élan vital de Bergson, Nietzsche), o la vida en fin como individualismo (“es mi vida”), etc., etc.
Estrategias para una lectura psicológica de la propia vida podrían ser estas:
– La estrategia de la positividad, como forma de encarar las cosas de manera constructiva, reconociendo y partiendo de lo bueno que tenemos, asumiendo los errores propios para transformarlos en vías de acierto o, al menos, para no repetirlos, tolerando los errores ajenos con comprensión, buscando siempre puntos de encuentro, aferrándose a los rayos de luz que cada día brotan alrededor y no levantándose con el ánimo dispuesto a encontrar algún pretexto para sentirse mal consigo mismo y con los demás, tratando de aprender siempre.
– La estrategia de la persona, que nos lleva a entendernos como sujetos llenos de posibilidades y a tener fe en nosotros mismos. La personalidad es un conjunto de factores mentales y emocionales, es un proceso que se va construyendo día a día. Para eso hace falta aceptarse y saber sacar los registros oportunos, como un buen organista, para que la obra final suene hermosa, rica en matices y armónica.
– La estrategia del  acompañamiento. El yo y el tú se exigen y suponen mutuamente. La persona es radicalmente comunicación. La lectura de nuestra vida, si bien lo miramos, es una lectura en común. Nuestra vida cobra sentido en la medida en que nos sentimos acompañados y en la medida en que podemos acompañar a otros. Ese acompañamiento adopta muchas formas y se llama amor, amistad, familia, grupo, comunidad, complicidad, compartir, comunión, comunicación, encuentro. Nuestra vida es el conjunto de nuestros encuentros personales y su calidad viene marcada por la densidad que damos a los encuentros con otras personas que a lo largo de ella hemos tenido.
 
4.5. La clave de las lecturas que otros nos han ofrecido
 
¿Nos hemos parado a pensar cómo sería nuestra vida de no haber leído lo que hemos leído y a quines hemos? Leer es mucho más que articular, mental y oralmente, unos signos y unos sonidos. Leer es abrirse a un mundo de significados, es abrirse a la experiencia propia a partir de las experiencias que otros nos han narrado, es soñar, crear, idear, interpretando y prolongando las ensoñaciones que otros han hecho y nos ofrecen en los libros. Por eso hasta podría decirse que una persona “es” también, sus libros, sus lecturas. Así lo reconocía Antonio Machado cuando recordaba a “sus” poetas (“El primero es Gonzalo de Berceo …”), o Alberti cuando dice que “siGarcilaso viviera” …, él sería su agradecido escudero.
Y de la palabra podríamos pasar a lo que no es palabra, a los silencios, porque nuestra vida está también hecha de silencios. El mismo leer requiere silencio, por dentro y por fuera. Si hay ruido interior o exterior, no leemos bien, “no nos enteramos”. Muchas veces no nos enteramos de lo que pasa, ni de lo que nos pasa porque no sabemos hacer silencio. Un silencio en música es fundamental, recordemos esos segundos anteriores a que el director de orquesta acabe su gesto tras un pianísimo de los instrumentos y el público pueda aplaudir. Como en la música, en la vida son fundamentales los silencios para saber interpretarla bien.
 
4.6. La clave de la esperanza
 
Si, finalmente, tuviéramos que resumir en un concepto, palabra, o estrategia, el recurso más adecuado para hacer de la vida una lectura, habríamos de hablar de la virtud y del valor de la esperanza. Vale la pena leer y releer los acontecimientos propios y ajenos desde la perspectiva de la esperanza. La esperanza no es simple espera, la diferencia sutil entre esas dos palabras es interesantísima, como hizo notar acertadamente ya hace muchos años Laín Entralgo (La espera y la esperanza). Esperanza es lucha, coraje, esfuerzo, empeño y trabajo, para que las cosas, propias y comunes, caminen en la buena dirección. Esta es una clave que habríamos de aplicar al mundo en general y al pequeño mundo de nuestra vida. Desde la perspectiva creyente, esperar es confiar en que nuestra vida está en las manos de Dios, que nadie está excluido de su amor. Desde una perspectiva, en fin, puramente humana, esperar es no quedarse de brazos cruzados ante la vida, es construirse honestamente a sí mismo como persona, con unos valores como meta, guía y acción, es ayudar a que los demás se construyan igualmente, contribuyendo así a que nuestro mundo sea cada día un poco mejor.
El ideal de un educador, cuando unos adolescentes y jóvenes terminan sus etapas formativas, sería poder decirles esto: A vosotros os toca ahora tomar la voz de la palabra, de los hechos y compromisos, de las acciones con valor. Termináis una etapa y os quedan aún muchas otras por recorrer. Como los buenos actores, al terminar un acto, hacéis mutis por el foro, pero un mutis momentáneo. Tenéis por delante tiempo para seguir vuestra vida en otros escenarios, los que hayáis elegido, los que queráis escoger. Tenéis por delante la oportunidad de hacer de vuestra vida una lectura constructiva, una lectura con sentido. Una vida, con el agradecimiento de fondo y la asimilación de todo lo bueno que habéis recibido, con un presente y un futuro impregnados de acciones con valores, como los que otras personas (padres, educadores) os han transmitido y vosotros habéis compartido, es una vida con sentido. Ése es el lugar de los valores.
 

LUIS FERNANDO VILCHEZ