Dos cartas, dos mundos

1 septiembre 2000

Querido primo Andrés:
Ya ves que en casa nos hemos conectado a Internet y puedo escribirte desde el orde­nador. Aquí nos ha llegado el frío. Ayer ya tuvimos que encender la calefacción de casa y en la televisión de mi cuarto vi que por tu tierra llovía con fuerza.
Este mi primer curso de bachillerato es un palo. Voy ogobiadísimo de trabajo: por las mañanas hay tres días que tenemos cinco ho­ras de clases (aunque esos días no vamos por la tarde) y, además, tengo que echarle casi una hora diaria a hacer deberes y estudiar. Apenas tengo tiempo de jugar con el ordeno­ta y, las tardes que voy a la piscina a entre­nar, me quedo sin poder ir al bar a tomar la birra y echar unos videojuegos. Suerte ten­go de que, este año, toda la panda salimos los viernes y los sábados de marcha. Quedamos en una tasca guapa, llena de pantallas gigan­tes con video-clips de música rocketa. Toma­mos unos bocatas y hacemos unos dardos y, a las 12, cogemos las motos y nos vamos a una discoteca nueva que mola un mazo. Allí esta­mos hasta las 6, así que, al día siguiente, me levanto para comer, ducharme y volver a la tosca y enganchar de nuevo. Los lunes estoy que no me tengo.
¡Ah!, ya tengo a los viejos casi convencidos y, seguramente, el mes que viene me darán pasta para comprarme el equipo nuevo de música como el tuyo. Ya estoy impaciente por oírlo retumbar en mi habitación. También he conseguido que me dejen ir de vacaciones a tu casa en Navidades, o sea, que podremos volver a montar las motos y los caballos co­mo hicimos este verano. Esperando que tu curso no sea tan agobiante como el mío, te saludo y me despido hasta la próxima.
 
Querido primo Nerhu:
Desde hace ya una semana, tanto tú como yo tenemos ya 15 años y podemos tomar las riendas de nuestras familias.
Yo he cambiado de trabajo. Ahora tengo a mi cargo una máquina de coser en un taller de camisas. Hago dos horas más que cuando cosía zapatillas deportivas o mano, pero también gano algo más.
Ahora empiezo a trabajar a las siete de la mañana y, como nos pagan por camisas cosi­das, si a las siete de la tarde, cuando algu­nos se van, quiero quedarme otra hora, me dejan seguir trabajando. Estoy muy conten­to porque puedo ganar hasta 25 rupias al día. El capataz nos chilla mucho, pero pega menos que el anterior. Le pediré que deje trabajar en alguna cosa a mi hermana Yashi, que ya tiene siete años: así iremos y volve­remos del taller juntos y no notaremos tan­to la media hora de camino. Con lo que gane­mos los dos, nuestra madre podrá ir pagan­do las deudas del alquiler de la casa y no nos echarán. Como los domingos por la tarde cie­rra el taller, mi hermana mayor y yo aprove­chamos para ir a buscar leña al llano y lavar­nos la ropa en el río.
Tengo mucha suerte porque cerca de casa vive un anciano que cada atardecer enciende velas en su casa y ayuda a todos los chicos que quieren aprender a leer y a escribir. Yo voy cuando no acabo muy cansado. Yo creo que deberías devolver el trozo de tierra o su amo y venirte con tu familia aquí. Si quieres le puedo preguntar al capataz si tiene traba­jo para ti. Las rupias que dan aquí dependen de tu trabajo y no del tiempo o de la suerte como allí. Piénsatelo y dime algo. (1 Rupia = 5 Pesetas).
 

PARA HACER:
 
Seguir el proceso de trabajo señalado en la ficha de Educación sin Fronteras (Yo trabajo, tú trabajas), co­mo se indica en este mismo número de Misión joven (cf. pp. 55-60).

 

También te puede interesar…