Ecología, una cuestión que forma parte de nuestra vida diaria

1 marzo 2008

Natalio Saludes, arquitecto, es franciscano de la provincia religiosa de Santiago.
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Situándose en la actual crisis ecológica, el artículo hace una breve aproximación histórica al tratamiento ecológico desde los años sesenta hasta la década actual, señalando las principales aportaciones de las más importantes Declaraciones sobre la ecología, para destacar especialmente la importancia de llegar a una ética ecológica, que considere el problema global, se preocupe de la común responsabilidad moral y oriente a la armonía entre la ecología, el desarrollo y el bienestar social.
 
Hablar de Ecología es cuestionar el deterioro ecológico que estamos causando con el uso que hacemos de las cosas –desde nuestro consumo y desde nuestra tecnología- y es plantear un nuevo modo de relacionarnos entre los seres humanos –desde nuestros sistemas sociales y económicos-; pero afrontar este tema desde un punto de visto cristiano nos lleva a replantear nuestro modo de estar en este mundo, en nuestro hábitat global, como parte de él y no como dioses superiores al resto del mundo capaces de decidir sobre su creación o su destrucción. Nuestro ser cristiano nos sitúa en el mundo como parte de un todo creado por el mismo Creador con un único proyecto, en el cual el hombre tiene una vocación personal por razón de sus facultades, pero siempre dentro de la creación que le sustenta.
La preocupación por un medio ambiente sano o por los derechos de los animales, o por el exceso de basura que producimos debe enmarcarse en la preocupación por la relación del hombre con el medio del que forma parte y con la sociedad global que es la humanidad entera.
Dice el libro del Génesis: Tomó Yahveh Dios al hombre y le dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase (2,15).      La misión de labrar la tierra es una misión de dominio y de cuidado, no de dominio y exterminio, pues desde el principio de la humanidad el hombre sabe que una tierra sobreexplotada se convierte en estéril. El hombre recibe un encargo creador, no un dominio demoledor; ha sido creado en comunión con todo lo creado, con la tarea de ganarse su propio pan por medio del trabajo, esto es, su propio desarrollo y a la vez que para el desarrollo de sus herederos y del proyecto mismo de Dios.
La visión actual de la ecología nos sitúa en su implicación en las relaciones sociales. Se ha discutido mucho si el respeto de la naturaleza es un fin en sí mismo o si tiene su razón de ser en relación con el ser humano, el que vive hoy y el que vivirá en próximas generaciones. El desarrollo de la técnica que mejore nuestro modo de vivir ha de contar con las necesidades que tienen el conjunto de todos los pueblos, de todos los que componen cada pueblo y las que tendrán nuestros nietos para su propio desarrollo. El planteamiento ecológico es un cuestionamiento de nuestros sistemas socioeconómicos y productivos.
 

  1. Aproximación histórica

 
El problema ecológico radica en la imposición de una cultura humana depredadora de sus propios recursos y su propio hábitat común para beneficio individual, sin conciencia colectiva ni visión de futuro.
Nuestro desarrollo humano y tecnólógico, el consumo de recursos y la generación de residuos ha de tomar más en serio las limitaciones que exige el desafío ecológico, los ritmos de los ecosistemas en que habitamos, y de unificar el ritmo entre los distintos países.
Una visión cristiana de la ecología va en la misma línea que el sentido común, más allá del debate habido en décadas pasadas entre biologismo y antropocentrismo, debe ayudar a superar la visión de los elementos y de las especies como meros recursos y la visión de las personas como competidoras en la carrera del progreso, pero sin quedarnos en el respeto a los animales -todo lo que vive merece vivir- o en la sóla preocupación por asegurar la supervivencia humana. Nuestro objetivo ha de ser el lograr un modo de vida en el que nos sintamos continuadores del poder Creador de Dios, que puso al hombre a la cabeza de un proyecto creador y le dotó de unas facultades para continuar la creación de un mundo en constante evolución. La visión del mundo como obra de Dios en constante creación es lo que dará unidad a las visiones parciales de la ecología. El hombre tiene una misión específica en ese proyecto pero no puede adueñarse de él.
La ecología ha estado ausente durante siglos de la economía y de la política, hasta que han ocurrido hechos ya inevitables. En la década de los 60 comenzó un debate sobre los problemas ecológicos que ocasionaba el desarrollo humano. Desde que en 1949  se celebró la reunión sobre problemas medioambientales en Lake Success (Nueva York), o los primeros trabajos auspiciados por el Club de Roma y, más tarde, el Informe Brundtland,  los temas ecológicos han estado siempre presentes en el seno de la UNESCO. Tras las numerosas cumbres de Naciones Unidas y una amplísima literatura científica, hasta el reciente Premio Principe de Asturias 2007 por su estudio sobre el cambio climático se ha ido logrando una progresiva conciencia de que nuestro sistema económico se asienta sobre un mundo físico, que funciona en base a unas leyes propias de la naturaleza.
 
1.1. Surge la conciencia crítica
 
En 1966, Boulding pregunta por el lugar del hombre en el gran sistema ecológico que es el mundo, el cual dispone de unos recursos limitados para nuestro desarrollo y de espacios también limitados para nuestros desperdicios. El problema ecológico es visto como una consecuencia del modo de vida de los países desarrollados, que conlleva unas estructuras de dominación neocolonial y de explotación abusiva de nuestros recursos que implican al mismo tiempo un problema social. Se inicia un debate sobre la responsabilidad del hombre para con lasgeneraciones futuras. Se comienza a divulgar la conciencia de que si continúan sin cambios las tendencias actuales de crecimiento de la población mundial, de la industrialización, contaminación, producción de alimentos y agotamiento de recursos, los límites al crecimiento del planeta se alcanzarán dentro de los próximos cien años. Pero también la conciencia de que es posible modificar estas tendencias de crecimiento y establecer unas normas de estabilidad ecológica y económica que puedan ser mantenidas por mucho tiempo de cara al futuro.
En la década de los setenta se generaliza una conciencia crítica e internacional y se generan estudios e informes en torno a los problemas medioambientales. El mismo año 1970 fue declarado Año Europeo para la Conservación de la Naturaleza, y la Conferencia de los Gobiernos de Europa, reunida en Estrasburgo del 9 al 12 de febrero, hizo pública una declaración en la que se solicita que La política nacional de todos los países tengancomo absoluta prioridad la administración racional del medio ambiente.
En 1972 tiene lugar la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano en Estocolmo, de la que sale la famosa Declaración de Estocolmo y sus 26 principios y más de un centenar de recomendaciones que obligan a unos deberes urgentes. En esta Conferencia se crea el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente), cuya sede se fijó desde entonces en Nairobi, la capital de Kenia, institucionalizando e internacionalizando así la preocupación por la ecología.
La reflexión teológica conoció un considerable impulso después de la Conferencia de Estocolmo, en 1972, debido, seguramente, a la intervención de Pablo VI con el mensaje que dirigió a los 1.200 delegados allí reunidos.
Son numerosas las Conferencias habidas en esta década, que aún teniendo otros temas en su orden del día plantean problemas ecológicos al preguntarse por las causas del hambre en el mundo, o por el derecho a la vivienda, o por las reservas de agua.  En La Haya (1974), aún reconociendo que la ciencia de la Ecología todavía no está en situación de dar reglas exactas para cada problema de gestión, sí se obliga a los países a:
– Tener una política  que englobe unas reglas ecológicas que privilegien el mantenimiento de recursos naturales sobre los beneficios industriales”.
– Concienciar a sus ciudadanos sobre los problemas ecológicos para una colaboración de todos y para posibilitar su presión sobre las decisiones de los  políticos.

  1. Componer, biólogo, y N. Georgescu-Roegen, ecónomista, definen en 1978 unas “leyes de la Ecología” desde las que el hombre debería re-plantearse la ciencia, la técnica, la economía, la política y toda su acción en el mundo para vivir de una manera ecológica, social, económica y políticamente sostenible:

– Todo está relacionado con todo lo demás. La Tierra es una compleja red de interrelaciones entre seres vivos individuales, comunidades y ecosistemas.
– Todas las cosas han de ir a parar a alguna parte. Debemos conocer el  ciclo de la materia y de la energía para adaptarnos a sus características, ventajas y limitaciones.
– La naturaleza es la más sabia. La evolución ha generado organismos y ecosistemas resistentes interrelacionados para posibilitar y mejorar la vida.
– En todos los procesos dentro de la biosfera, al final tendremos un déficit en términos de materia y energía. La energía que la tecnología humana consume para su desarrollo supone unos cambios irreversibles. Materia v/s energía son necesarias y escasas para el hombre.
 
1.2. De Estocolmo a la Cumbre de la Tierra
 
Entre los avances de la década de los 80 destaco el Informe presentado por el Carter al Council for Environmental Quality  según el cual, si no se estabilizan las tasas de natalidad, en el año 2030 se llegará a la desbordante cifra de los 10 mil millones de habitantes. Paul Feyerabend planteó en 1984 que la cuestión de la supervivencia de la humanidad es “el problema más difícil y urgente que existe”; y esta supervivencia se ve amenaza por la guerra entre los pueblos y por la destrucción del hábitat natural. Y la solución pasa por establecer unas prioridades.
En una reunión internacional en Nairobi se emite una conclusión que alude al fracaso de la esperanza en las políticas y en las instituciones, por lo que se reclama una ética ecológica , esto es, se desplaza la solución al terreno de la conciencia moral y de la búsqueda de fundamentación de unos “deberes ecológicos” reconocidos por todos.
Estocolmo (1972) había puesto el centro de atención en los aspectos técnicos de la contaminación provocada por una industrialización acelerada y por la intensificación del proceso de crecimiento urbano sumado a una explosión demográfica; Preocupaciones, todas ellas, propias del primer mundo, por lo que el representante del gobierno de la India afirma que «Los ricos se preocupan del humo que sale de sus autos; a nosotros nos preocupa el hambre»
En cambio, la preocupación en la Conferencia de Río, en continuidad con el debate habido los años anteriores, es vincular los problemas del medio ambiente con los problemas del desarrollo humano. El debate se centró en los estilos de desarrollo y sus repercusiones para el funcionamiento de los sistemas naturales. La ecología se enfoca hacia la sostenibilidad del desarrollo, lo cual pasa por una solución a los problemas de pobreza y carencia de alimentos, salud y vivienda; por una búsqueda de fuentes de energía renovables que garanticen la misma energía a futuras generaciones, y de una innovación tecnológica que llegue a todos los pueblos.
La Cumbre de la Tierra puso en relieve el agotamiento de un estilo de desarrollo que ha resultado ser ‘ecológicamente depredador, socialmente perverso y políticamente injusto’, reivindicando la necesidad de cambios profundos en nuestro modelo de civilización.
Casi simultáneamente a la Conferencia de Río se redactó en Europa el V Programa Comunitario de política y actuación en materia de medio ambiente y desarrollo sostenible cuya principal novedad es el reconocimiento de que los objetivos medioambientales afectan directamente al modelo de desarrollo social y económico que es necesario modificar hacia un desarrollo sostenible.
En esta Cumbre se define y se extiende el concepto de desarrollo sostenible que ya había introducido elInforme Brundlandt: «Es el desarrollo que satisface las necesidades actuales de las personas sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas». Si en Estocolmo se buscó soluciones técnicas para los problemas de contaminación, a partir de Río se buscarán estrategias de desarrollo. Los 27 principios de la Declaración de Río se presentaron como la base de un Derecho Ambiental que generase una actitud consecuente por parte de los gobiernos, especialmente los del Norte, que obligase a éstos y a las organizaciones intergubernamentales a llegar a unos acuerdos y compromisos específicos.
A partir de Río de Janeiro, el desarrollo sostenible pasa a ser objetivo prioritario aunando sus vertienteseconómica, social y ambiental; Y es preocupación prioritaria en posteriores Encuentros y Conferencias.
En Diciembre de 1997, la ciudad de Kyoto da su nombre a un camino recorrido por 166 países que han ratificado al día de hoy el Protocolo de Kyoto, por ser en esta ciudad donde se acuerda un Convenio Marco sobre Cambio Climático, que ha entrado en vigor el pasado 16 de febrero de 2005, cuando 55 naciones que suman el 55% de las emisiones de gases de efecto invernadero lo han ratificado.
Entre sus principales objetivos está la reducción de emisiones en un 5,2 % para el período 2008-2012 respecto a los niveles de 1990. Para ello contiene objetivos legalmente obligatorios para que los países industrializados reducan las emisiones de los 6 gases de efecto invernadero de origen humano como dióxido de carbono (CO2), metano (CH4) y óxido nitroso (N2O), además de tres gases industriales fluorados: hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6). España firmó este protocolo en 1998, pero según información de Greenpeace, en 2005 España emitió un 53% más de gases invernadero que en 1990, lo cual indica que ha de cambiarse la política energética. Estados Unidos aún no lo ha firmado, amparándose en que es injusto exigir más a EEUU que a países en crecimiento como India o China.
 
1.3. El camino hacia la sostenibilidad
 
En la década del 2000 la preocupación ecológica y la búsqueda de logros concretos ya es algo establecido, pero está muy lejos de conseguirse los objetivos deseados. En su evaluación del V Programa (1998), el Consejo de la U.E. elabora una Estrategia Europea que recoge los siguientes objetivos a largo plazo:
– Necesidad de que las políticas comunitarias contribuyan a los objetivos comunes de la U.E.
Limitar el cambio climático e incrementar el uso de energías limpias, reduciendo las emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero en una media del 1% anual de los niveles de 1990, hasta el año 2020.
– Responder a las amenazas a la salud pública, garantizando la calidad de los alimentos, y limitando los productos químicos y garantizando una calidad sanitaria.
– Gestión más responsable de los recursos naturales, y hábitats naturales, gestionar mejor los residuos, Detener la pérdida de biodiversidad, garantizar la sostenibilidad de la pesca.
Mejorar el sistema de transporte y la ordenación territorial.
Se suceden Cumbres y Conferencias donde los representantes de los pueblos del mundo reafirman su compromiso a favor del desarrollo sostenible. En Aalborg -Dinamarca, 2004- la IV Conferencia de Ciudades y Pueblos Sostenibles más de 1000 cargos electos, expertos y representantes locales de más de 45 países redactan los Compromisos de Aalborg, 10 retos para caminar hacia la sostenibilidad, que abarcan desde las Formas de Gobierno a la Planificación y Diseño Urbanístico, pasando por áreas como los Recursos Naturales Comunes o el Consumo y las Formas de Vida Responsables.
El camino hacia la sostenibilidad y hacia un modo de vida con criterios ecológicos está iniciado, su consecución llevará el tiempo que los países ricos necesiten para acomodar sus economías y ritmos de crecimiento al ritmo de los hábitats y sistemas naturales; la presión ciudadana y la concienciación pública serán claves para que ese tiempo llegue a tiempo.
Aunque actualmente puedan tener más protagonismo las reuniones del G8, esto es, de los países más influyentes económica y militarmente –Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido yRusia– y los países emergentes más fuertes que forman el G5: China, India, México, Brasil y Sudáfrica; no viene de estas reuniones los mayores logros en temas medioambientales, pues más bien les preocupa de mantener su influencia en los grandes organismos del poder mundial . En reunión de estos países tenida este verano de 2007 aún se concluye sobre la necesidad de respuestas globales frente al cambio climático, o de poner límite a las emisiones de gases, y ahora se pone como límite el 2050. Tan sólo parece haber un tema urgente que les preocupe a todos: el cambio climático, para éste asunto sí se han fijado la meta de conseguir para 2009 un acuerdo global contra el cambio climático que pueda sustituir al Protocolo de Kyoto, que expira en 2012.
El pasado 24 de septiembre del 2007 el Secretario General de la ONU, Ban Kimoon, manifestó ante representantes de más de 150 países, entre los que no estaba EEUU, que «ya no hay lugar para las dudas; hay una advertencia sobre el cambio climático vinculado directamente a la actividad humana (…) Sabemos suficiente para actuar y tenemos tecnologías para tratar el problema. Lo que no tenemos es tiempo».
Está de actualidad por haber recibido el Premio Príncipe de Asturias, el trabajo del candidato a la presidencia de EEUU, Al Gore, en el que evidencia el deterioro tan rápido que está sufriendo nuestro planeta en al actualidad, el aumento de las temperaturas, del nivel de los mares, el descenso de la masa de hielo. Los daños causados son irreversibles y el ser humano ha de adaptarse a una nueva situación en el planeta.
 

  1. Hacia una ética ecológica

 
Pérdida sistemática y considerable de la biodiversidad hasta una cifra de casi dos millones de especies animales en peligro de extinción, alarmante deforestación que asola el planeta, hasta un 50% en bosques tropicales, contaminación generalizada del medio físico, destrucción progresiva de la capa de ozono, aumento en la atmósfera de la concentración de gases, especialmente del dióxido de carbono, y el consiguiente calentamiento del planeta o efecto ‘invernadero», contaminación ambiental global progresiva en mares y aguas dulces, «lluvias ácidas», desertización que causa modificaciones climáticas preocupantes, contaminación sonora, pueblos sometidos a sequías caprichosas o desastres naturales apocalípticos, ¿es cierto que nos queda reserva de gas natural para sólo 35 años, y de petróleo para 70 años?
Si a los datos referidos añadimos el elevado índice de crecimiento demográfico que se ha producido en el último siglo o el intenso grado de concentración de población que se sigue dando en las grandes ciudades, con las repercusiones que esto tiene para el deterioro ecológico, fácilmente comprendemos que tenemos serios motivos para sentirse preocupados. Todo ello trae como consecuencia que aquel “mecanismo adaptativo esencial” propio de cada comunidad, grupo, especie…  se desequilibra cuando el hombre pone en marcha una idea de progreso ilimitado en un medio que no lo es.
 
2.1. Un problema global
 
No cabe duda de que el origen del movimiento ecologista hay que buscarlo en las denuncias que no pocos científicos, sobre todo biólogos, han ido haciendo públicas sobre el rápido agravamiento de la situación planetaria, sobre todo a partir de los años 60.  Pero la crisis ecológica no se reduce a una suma de todos estos pequeños grandes problemas que al acumularse nos producen una terrible sensación de destrucción. Es un problema global del desarrollo humano que en favor de su progreso descuida el equilibrio ecológico de su propio hábitat, el cual tiene un ritmo de desarrollo y regeneración mucho más lento de lo que el hombre de hoy está requiriendo y está dispuesto a respetar, hasta el punto de poner en peligro la existencia misma de la humanidad. El hombre comienza a preguntarse por la validez de esta dinámica de crecimiento y desarrollo a costa de unos recursos incapaces de regenerarse a la misma velocidad que son consumidos. En definición de Terradas: ‘el hombre es mucho más faber que sapiens en su interacción con los ecosistemas de los que depende”.
Más allá de algunos fundamentalismos conservacionistas, lo que está en juego es la posibilidad de que los humanos, incluyendo las futuras generaciones, puedan vivir con un razonable grado de bienestar, que no de despilfarro, sobre este planeta. R. Scorer, calificó al hombre de “idiota espabilado” por enorgullecerse tanto de su propia habilidad provocando un impacto agresivo en todos los ecosistemas y sin pararse a evaluar sus consecuencias destructivas.
Hoy ya es universal la conciencia de que la Naturaleza está a nuestra disposición pero no a nuestro capricho, a nuestro servicio pero no a nuestra voluntad de destrucción, pues se rige por unas reglas cuyo conocimiento es imprescindible para predecir los resultados de las acciones humanas. La Ecología debe ser la ciencia que establezca y concilie las complejas relaciones de los organismos vivos con su medio de cara a posibilitar el bien común de todas las criaturas y el mantenimiento de nuestros recursos para generaciones futuras.
Ecología es un término acuñado en 1868 por Ernst Haeckel, partiendo de la raíz griega «oikos» (casa, lugar habitable), para definir la interrelación entre las poblaciones y su medio. Por ecología entendemos la reconsideración, por parte del hombre, del lugar que ocupa en la naturaleza, la revisión de sus actitudes hacia el medio ambiente en general y el desarrollo de una nueva ética de comportamiento con la tierra y cuanto ésta contiene.  La tierra no es ya aquel adversario contra el cual el hombre ha de trabajar, como si de una maldición bíblica se tratara, para sacar de ella su sustento, sino que debe ver en ella su mejor aliada, la que le proporciona todo lo que el hombre le pide, aunque a un ritmo más lento del que el hombre desearía. La Tierra es una madre a la que el hombre debe amar y agradecer, pues ella ‘nos sustenta, y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas’.
El ser humano, a diferencia del resto de las criaturas que viven en este planeta, puede controlar hasta cierto punto su propio desarrollo, modificar a voluntad su medio natural, controlar o no su población, e incluso modificar su herencia  genética, su evolución y su ética de comportamientos. El ejercicio de esta facultad ha olvidado durante mucho tiempo el valor ecológico de los recursos de que dispone y el tratamiento de sus desechos. Y cuando se ha dado cuenta de este despiste se ha encontrado en una dinámica de desarrollo económico y político imposible de frenar sin perder el ritmo logrado de desarrollo.  Los mismos autores que hicieron aquella advertencia en 1972 desde el Club de Roma,  llegaron, veinte años después, a la conclusión de que «la utilización humana de muchos recursos esenciales y la generación de muchos tipos de contaminantes han sobrepasado ya las tasas que son físicamente sostenibles para mantener  el ritmo actual de producción de alimentos, de uso energético y de producción industrial».
El hombre ha de asegurar una ética común a todos los pueblos y poderes públicos que asegure la supervivencia de la especie humana, con calidad, dignidad e integridad, si no quiere anticipar su propio final. Desde el momento en que nos acercamos a planteamientos más globales, que se preguntan por el lugar y papel del hombre en el mundo, que introducen conceptos morales como el de solidaridad y que hablan de replanteamientos que superan las dicotomías políticas tradicionales, se entra en consideraciones que no tardan en ser calificadas de “utópicas”.
 
2.2. El principio responsabilidad
 
Frente a todo instinto explotador del ser humano, cuya ambición le hace olvidarse de las consecuencias a largo plazo, Francisco de Asís nos enseña a ver a la hermana Madre Tierra como el medio a través del cual Dios cuida de nosotros, por ello debemos alabar al Creador y reconciliarnos con la tierra. Una conciliación que debe marcar el desarrollo tecnológico, pues no podemos dominar ni respetar la naturaleza más que obedeciéndola.
La ecología tiene como misión el procurarnos una  progresiva responsabilidad moral común, En palabras de Philippe Dreux la ecología debe conducirnos a pensar nuestra existencia como humanidad que habita el planeta tierra en lugar de como tribu que habita nuestro territorio. Hasta que esta cordura llegue a imponerse que lo hará por imposición de los acontecimientos –aunque pasen aún muchos años y muchos gobiernos- la ecología tiene la tarea de ganar tiempo para la humanidad y adelantar esa conciencia de responsabilidad común.
La imposibilidad práctica de que los gobiernos y las instituciones mundiales pongan solución inmediata a los problemas ecológicos, obliga a centrar la fuerza de las acciones ecológicas en la opción de los individuos, lo cual nos lleve a la formación de una ética ecológica que generalice unos criterios ecológicos.
El caso de las generaciones futuras ha sido menos tratado, en extensión, que el de los animales. Sin embargo, para el tema de la ética ecológica tal vez tenga mucha más relevancia, por cuanto las hipotéticas obligaciones que los seres humanos actuales tengamos respecto a los seres humanos por venir afectan a todo el trato y el uso que las generaciones presentes demos y hagamos de nuestro entorno global.
 

  1. Ecología y desarrollo

 
No hay incompatibilidad entre Ecología y desarrollo y bienestar; En cierto modo un planteamiento ecológico de nuestra existencia puede resultar opuesto al principio de productividad, pero en realidad lo único que está exigiendo es un replanteamiento, además de las relaciones del hombre con el medio natural y físico, también con el medio humano, esto es,  del hombre con el hombre.
La repercusión de nuestro “ecosistema social” es el ecosistema natural es consecuencia de la falta de un ecosistema global –La suma de todos los ecosistemas parciales (geológicos, climáticos, vegetales, animales, humanos, sociales, económicos, tecnológicos, políticos) en constante interacción- donde todos vayamos al mismo ritmo, cual hermanos de una misma Fraternidad, frente a la situación actual en la que el progreso de unos necesita la miseria de otros.
¿Podemos continuar nuestro desarrollo económico y social respetando nuestro hábitat y los diferentes compromisos a los que han llegado las diferentes Conferencias y Cumbres planetarias?  ¿Se puede desarrollar economía y ciencia al mismo tiempo que mantenemos proporcionados nuestros consumos y controlados nuestros residuos? Es necesario lograr que nuestro desarrollo tecnológico y económico se subordine a las urgencias ecológicas con unos valores muy distintos a los que postula la mentalidad científico-técnica regida por una razón meramente instrumental.
Cada problema ecológico daría para un apartado propio sobre acciones concretas, pero para todas ellas tendríamos que partir de establecer un nuevo conjunto de relaciones del mundo moderno con la creación; Elementos culturales, filosóficos, cientíticos económicos, políticos filosóficos, éticos y religiosos están implicados en este cambio de actitud.
Se trata de propugnar una nueva «revolución» -tras la agraria y la industrial-, la «revolución de la sostenibilidad» priorizando las necesidades de los pueblos más débiles, donde todos los hombres son algo más que recursos humanos, son hermanos. Una sociedad sostenible es aún técnica y económicamente posible. Podría ser mucho más deseable que una sociedad que intenta resolver sus problemas por la constante expansión. La transición hacia una sociedad sostenible requiere un cuidadoso equilibrio entre objetivos a largo y corto plazo, y un énfasis mayor en la suficiencia, equidad y calidad de vida, que en la cantidad de la producción. “No se trata de volver a etapas anteriores de civilización, sino de reconducir la nuestra” (Hernández del Águila)
En palabras de Schumacher (1978) el problema radica en que el hombre no se siente parte de la naturaleza, sino una fuerza externa destinada a dominarla y conquistarla; por lo que la solución se plantea ya desde décadas atrás en la clarificación de nuestras convicciones y prioridades. ¿Se podría plantear un nuevo estilo de vida y de consumo priorizando la sostenibilidad frente al progreso rápido y cambiando los parámetros actuales del bienestar? ¿se podría vivir franciscanamente más preocupados por el ser que por el tener?
El cristiano tiene, más allá del mero respeto o tolerancia, el compromiso de construir un mundo más sano y limpio, una economía más solidaria, un desarrollo más equilibrado, y para ello ha de inmiscuirse en las instituciones y en los sistemas de gobierno que posibiliten una globalización de la dignidad humana y de la técnica a la que hemos llegado en algunas partes del mundo, al mismo tiempo que una convivencia fraterna con los ecosistemas que nos sustentan. Nuestro modo de vida, que por ser cristianos nos sabemos creados a la vez que creadores, nos mueve a respetar la creación como nos mueve a respetar a nuestros semejantes.

NATALIO SALUDES