Yo soy vida que quiere vivir, en medio de vida que quiere vivir
(A. Schweitzer)
A los jóvenes les interesa la ecología; y la ecología debe interesar a la educación. Hoy resulta, sin duda, un valor primordial y constituye un camino sumamente importante para la praxis cristiana entre los jóvenes.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, celebrada en Estocolmo (1972), destacaba en sus conclusiones que era indispensable una labor de educación en cuestiones ambientales dirigida a todos los sectores de la población. Desde entonces, en todos los foros y congresos sobre medio ambiente, se ha insistido en el papel destacado de la educación para alcanzar un desarrollo sostenible en las relaciones hombre-medio.
La dimensión social y ética de la ecología postula la promoción de una conciencia ecológica. La educación resulta así la condición básica para curar el mal ecológico, ya que para crear una nueva sociedad se necesita una nueva humanidad, cambiada interiormente. En este sentido abogan muchos por una conciencia ecológica amplia, que forme parte integrante de la formación social y política. Nuestra convicción es que sólo la educación puede lograr un cambio de conductas y de actitudes respetuosas en relación al medio ambiente y a la naturaleza. Y sólo mediante cambios significativos en las actitudes personales y sociales se puede conseguir mejorar las conductas negativas de explotación, degradación y deterioro. La educación ecológica y medioambiental pretende precisamente aportar conocimientos, valores, actitudes y compromisos para llevar a los seres humanos a cuidar y proteger su propio planeta.
En esta perspectiva educativa se sitúan los “Estudios” de este número deMisión Joven. Quizás, tenemos que empezar por reconocer que, real y concretamente, la ecología es una cuestión que forma parte de nuestra vida diaria (Natalio Saludes) para tomar una conciencia más viva del deterioro que estamos causando con el uso que hacemos de las cosas, con nuestros demoledores consumos o nuestras modernas tecnologías, y para plantear entonces un nuevo modo de relacionarnos entre los seres humanos y también con la naturaleza. No podemos olvidar que nuestro ser cristiano nos sitúa en el mundo como parte de un todo creado por el mismo Creador, con un único proyecto, en el cual el ser humano tiene una vocación y una responsabilidad especial.
Ante la situación actual son muchas las señales de alarma. Alcanza en nuestro tiempo un relieve muy especial el cambio climático (Inés Vázquez). En todas partes se habla y debate sobre el cambio climático. Parece que se ha convertido incluso en una moda. Sin embargo, no es una moda; es un hecho, una tremenda consecuencia de las agresiones que indiscriminadamente el hombre está realizando en la naturaleza, generadora a su vez de otras consecuencias más perniciosas. Especialmente ante un problema de tal magnitud es necesaria no sólo una movilización política, sino una verdadera movilización e implicación educativa.
Nos atreveríamos a plantearnos la pregunta radical: ¿Cómo vivir sin acabar con el planeta?, que formula en su artículo Mercedes Más. Y, sobre todo, ¿somos capaces de llegar a una propuesta educativa que revolucione de verdad el estilo de vida y el paso del consumismo a la esencialidad? Se trata realmente de proyectar un estilo de vida, capaz de distinguir entre las necesidades reales y las inducidas, capaz de llegar a garantizar a todos la satisfacción de las necesidades fundamentales con el menor gasto de energía. Entre las muchas pistas y sugerencias didácticas que sugiere la autora, me parece que es bueno resaltar los verdaderos imperativos en que se apoya la necesaria sobriedad:reducir (elegir lo esencial), recuperar (reutilizar y reciclar todo lo que pueda ser regenerado, reparar (no tirar, no desechar, aprender a arreglar) y, sobre todo,respetar y cuidar.
Suscitar la responsabilidad ecológica es una tarea cristiana; y es hoy, sin duda, quehacer urgente de la praxis pastoral entre los jóvenes llegar a sus raíces y promover caminos y propuestas que lleven a nuevas actitudes y compromisos. No podemos estar de acuerdo con tantos vicios que son caldo de cultivo en nuestra sociedad (codicia, envidia, competitividad…). No son valores del Reino, y conducen inexorablemente al colapso del verdadero progreso y desarrollo humano. La opción contra la destrucción del medio ambiente es, en definitiva, la opción por el ser humano, por una vida más humana, por una mayor calidad de vida.
EUGENIO ALBURQUERQUE
directormj@mision joven.org