Existo en la medida en que existo para otro; ser es amar
(E. Mounier)
Dicen los expertos que, respecto al sexo y la sexualidad, nunca antes han estado los adolescentes tan informados. Pero, ¿están educados? Conocer, lo conocen casi todo. Sin embargo, todo hace pensar que la educación sexual sigue siendo asignatura pendiente. Y lo peor es que no parece existir mucha preocupación porque la situación cambie. No parece, en efecto, preocupar excesivamente la propuesta de la calidad en este ámbito concreto de la realización de la persona, que es la integración y vivencia armoniosa de la propia sexualidad. Por ello es sumamente importante que todos los educadores, especialmente los educadores en la fe, tomemos conciencia de la importancia de este compromiso de una auténtica educación sexual que prepare a acoger el sexo como don y tarea de humanización, y a desarrollar la capacidad de amar.
La sexualidad ha de ser educada
Es necesaria una verdadera formación, no simple información. Una educación integral, respetuosa de los procesos de crecimiento y desarrollo humano, que preste atención al conocimiento y la voluntad, a los sentimientos y emociones, a la genitalidad y la afectividad, al dominio de sí y al respeto del otro, a la ternura y al placer, a la intimidad y a la apertura, a la comunicación y al amor. Esta educación hace captar la sexualidad como valor que madura a la persona y, al mismo tiempo, como un don que se ha de intercambiar y donar en una relación de amor. Educación y catequesis, familia y escuela, animación y acción pastoral, están comprometidos en este empeño.
En particular, desde una perspectiva pastoral, es necesario comprender y anunciar que la vivencia evangélica de la sexualidad sitúa al cristiano ante la necesidad de superar un doble reto: la acomodación y el conformismo con el ambiente socio-cultural, y el moralismo rigorista. No se puede olvidar que la cultura dominante tiende a trivializar la sexualidad. Crece una comprensión superficial y trivial, muy poco humana, de la sexualidad; y, ciertamente, la frívola trivialización de lo sexual es trivialización de la misma persona. Pero las dificultades del actual contexto social no han de llevar a la radicalización o la represión, al rechazo o al moralismo. El anuncio cristiano, en definitiva, ha de fundarse en la dignidad de la persona y en el valor humano de la sexualidad. Desde este horizonte puede responder, sin ambigüedades, a los actuales intentos de manipulación y deshumanización.
Educar en y para el amor
Para muchos, la clave de la educación sexual está en la búsqueda de la integración entre la genitalidad y la afectividad. Por ello, necesariamente la educación sexual es educación en el amor y para el amor. Realmente, el amor, lo mismo que hace descubrir el verdadero sentido de la persona, descubre también el auténtico significado de la sexualidad humana. Hoy es urgente que la educación sexual enfile realmente los caminos del amor, superando la manipulación que desvirtúa, simplifica y banaliza su mismo significado, y proponiendo diáfanamente su rostro y sus exigencias humanas. Amor es cuidado y preocupación activa por el otro, es conocimiento y respeto, es vinculación y responsabilidad (capacidad de responder) y es, sobre todo, dar, darse uno mismo en una actitud oblativa.
También en esta perspectiva los agentes de pastoral podremos llegar a proponer en anuncio evangélico de la castidad, como valor del Reino, capaz de desarrollar la auténtica madurez de la persona y de hacerla capaz de promover el significado esponsal del cuerpo. Será necesario también aquí superar esa concepción negativa de la virtud cristiana que la identificó simplemente con continencia y represión de todo lo que es sexualidad, para llegar a proponer su verdadero significado. No es otro que la capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor, de integrarlo y armonizarlo en el desarrollo de la persona.
EUGENIO ALBURQUERQUE