José Joaquín Gomez Palacios pertenece al consejo de Redacción de Misión Joven y es Delegado de Escuelas de la Provincia Salesiana de Valencia
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El artículo sitúa la controvertida cuestión actual de la “educación para la ciudadanía” en un contexto histórico, desde los primeros siglos de la vida cristiana hasta la importancia que adquiere en los nuevos Institutos fundados en el siglo XIX el “honrados ciudadanos y buenos cristianos”. Analiza también de forma crítica y ponderada los factores que confluyen en la propuesta de la nueva asignatura, así como las diferentes circunstancias que están influyendo en el debate actual.
La implantación de la asignatura “Educación para la ciudadanía y los derechos humanos” ha abierto un debate en la sociedad española. Opiniones y comentarios afloran en los medios de comunicación. Multitud de cristianos se han sumado al debate. Sus reflexiones sobre la nueva asignatura han chocado en ocasiones, formando una amalgama ideológica que todavía no se ha serenado.
Pareciera que educar a niños y jóvenes a ser buenos y honrados ciudadanos fuera una novedad instaurada en los últimos años. La realidad es distinta. El presente estudio pretende situar el tema en su contexto histórico, analizar los factores que confluyen en la citada asignatura y contribuir a una toma de postura sosegada y crítica al mismo tiempo.
- Cristianos y ciudadanos, una larga tradición
Los cristianos no han sido indiferentes al fenómeno “ciudadano”. Desde los primeros tiempos, y en multitud de ocasiones, han subrayado la importancia de la “ciudad terrena”. La salvación que anuncia y vive la comunidad cristiana no es una abstracción ajena al devenir histórico. Los valores evangélicos se concretan mediante el compromiso por mejorar la tierra y la sociedad. Así lo muestran diversas tendencias de las que tan sólo apuntamos algunas.
1.1. La carta a Diogneto
La Carta a Diogneto es un antiguo documento cristiano fechado hacia el año 180. Está dirigida a un tal Diogneto de Atenas que estaba interesado en conocer aspectos sobre las creencias y modo de vida de los cristianos.
El anónimo autor del tratado responde a estas cuestiones en forma de exhortación espiritual y apologética. A pesar de ello aparecen elementos que definen cuál era la postura de las comunidades cristianas ante el fenómeno de la “ciudadanía”. Sus formulaciones, sobre la postura de los cristianos en el mundo, son admirables por su equilibrio y profundidad.
«Los cristianos no se distinguen del resto de ciudadanos, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Los cristianos no tienen ciudades propias, ni utilizan un lenguaje extraño, ni llevan un género de vida distinto. (…) Los cristianos habitan en ciudades griegas o bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable. Habitan en su propia patria, pero como forasteros, porque su ciudadanía está en el Cielo. Toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos. Se casan y engendran hijos igual que todos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Obedecen las leyes establecidas, pero con su modo de vivir superan las leyes”[1]
El texto se hace eco de la práctica que las comunidades cristianas habían consolidado en su primer siglo de existencia. El cristianismo, nacido en el ambiente agrícola de la Palestina del siglo I, prontamente echó raíces en las grandes ciudades Asia Menor y Grecia, impulsado por San Pablo y otros misioneros de la primera hora
Para comprender la evolución del cristianismo hay que imaginar a aquellas primeras comunidades establecidas en Éfeso, Antioquia de Orontes, Corinto… ricas ciudades que contaban con más de 200.000 habitantes cada una de ellas. Estaban dotadas de teatro, anfiteatro, ágora, mercado, baños públicos, letrinas, acueductos… y poseían un código de leyes tan estructurado que su influencia ha llegado hasta nuestros días.
Los cristianos, al integrarse en estas grandes ciudades de la cuenca del Mediterráneo, inician su vocación “ciudadana”. Nada de lo que ocurre en la ciudad les es ajeno. Entienden que el Evangelio predicado por Jesús de Nazareth puede inculturarse también en la ciudad y ser vivido por cristianos que son también responsables ciudadanos.
1.2 La cruz, el arado y el libro
Transcurren los siglos. El Imperio Romano se desmorona. Aquella enorme estructura, que parecía destinada a perdurar para siempre, inicia un proceso de descomposición. En poco más de 50 años se suceden 25 emperadores. El poder imperial termina por identificarse con el poder militar. Es el ejército quien pone y quita emperadores a su antojo.
Los historiadores marcan el año 476 como el momento de inflexión y caída del Imperio Romano. Desaparece un centro de poder y aparecen multitud de ellos. Los nuevos dueños de Europa son diferentes a los romanos. Las antiguas instituciones quedan obsoletas. Las urbes grecorromanas se tambalean y la cultura ciudadana entra en crisis.
En estos siglos críticos, la Iglesia toma conciencia de ser la única institución capaz de conservar una rica civilización fraguada a lo largo de siglos. En el año 529 San Benito de Nursia funda la abadía de Montecasino. Los monjes cristianos recorrerán la nueva Europa con un lema: “la cruz, el arado y el libro”. Orientarán la nueva sociedad en su configuración social, económica, cultural, ciudadana y religiosa.
Los instrumentos de esa obra fueron la cruz y el arado; la oración y el trabajo; la Biblia y el Derecho Romano; la estética litúrgica y el libro… Junto a cada realidad espiritual pusieron una concreción ciudadana: El arado, el trabajo, el derecho romano y el libro. Los monasterios guardan en su memoria las raíces de una Europa orientada hacia los derechos y libertades de los ciudadanos. Siglos antes de que los ciudadanos europeos ganaran el derecho al sufragio universal, aquellos monjes ya nombraban a su Abad por elección directa.
“Cuando hay que ordenar un abad, téngase siempre como norma que ha de establecerse a aquel a quien toda la comunidad, guiada por el temor de Dios, esté de acuerdo en elegir ( ) El que ha de ser ordenado, debe ser elegido por el mérito de su vida y la doctrina de su sabiduría, aun cuando fuera el último de la comunidad” (Regla de San Benito. 64,1-2).
Antes de que existieran parlamentos y juntas, los monjes de una abadía eran convocados a Consejo para manifestar su opinión y orientar la vida del monasterio de común acuerdo, gozando todos de iguales derechos.
“Siempre que en el monasterio se haya que tratar asuntos de importancia, convoque el abad a toda la comunidad, y exponga él mismo de qué se ha de tratar. Oiga el consejo de los hermanos, reflexione consigo mismo, y haga lo que juzgue más útil. Hemos dicho que todos sean llamados a consejo porque muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor” (Regla de San Benito. 3, 1).
En una sociedad en la que el pueblo y los señores feudales eran iletrados, los monjes practicaban diariamente la lectura y se turnaban semanalmente en la tarea de leer libros en voz alta durante las comidas para formación humana y espiritual. (Regla de San Benito, 38)
1.3. De la civis al burgo y a los gremios
Se denominaba “burgo” a un castillo construido para la vigilancia fronteriza. Fueron ampliamente usados durante la baja Edad Media. Por extensión, se aplicó este nombre a las poblaciones nacidas en torno a estas construcciones. Con el paso de los años “burgo” pasó a ser sinónimo de ciudad, y la palabra burgués a significar: habitante de un burgo o ciudadano. Florecieron nuevos e importantes núcleos de población para albergar a burgueses, artesanos, comerciantes y clérigos.
Los gremios nacieron en esta nueva realidad para defender derechos ciudadanos y consolidar la estructura social. El origen gremial echas sus raíces en el suelo de una fe cristiana que reconoce el valor del trabajo y los derechos de los artesanos, convertidos ya en ciudadanos.
Artesanos y comerciantes se agrupan para defender sus derechos, establecer el método de transmisión de los saberes artesanos y crear obras sociales para atender a sus enfermos, huérfanos y viudas.
1.4. Post-concilio de Trento
El concepto “educación para la ciudadanía” nace con Silvio Antoniano (1540-1603). Este eclesiástico escribió, a petición del arzobispo de Milán, San Carlos Borromeo, una importante obra pedagógica en tres tomos: “De la educación cristiana y política de los hijos”.
La preocupación por este tema se debe al impulso que dio el Concilio de Trento a las realidades terrenas. Este concilio afirmó la necesidad de practicar “buenas obras” para alcanzar la salvación, en contraposición a las tesis de Lutero que ponían el acento en la preeminencia de la fe sobre las acción.
Para Silvio Antoniano, el perfil del buen cristiano está íntimamente asociado al de ciudadano honrado, responsable con sus deberes, virtuoso y útil para la patria. Este autor hace aportaciones interesantes en su obra:
– Es deber fundamental de los padres el educar cristiana y socialmente a los hijos: buenos ciudadanos en esta tierra para llegar a ser, en el futuro, ciudadanos del Cielo.
– Une el concepto de cristiano al de ciudadano honrado y responsable con sus deberes para con la patria.
– La educación social y política corresponde al padre y a la madre, que deben actuar de común acuerdo.
– La madre es la primera protagonista de esta educación, ya que es preventiva por naturaleza y se encarga de educar al niño en su primera infancia. El buen padre debe imprimir en el niño un respeto por la ley de Dios que se concreta en acciones útiles para la sociedad civil.
Algunos textos de “De la educación cristiana y política de los hijos”[2]
«Es propio de los padres cristianos educar a sus hijos según la ley de Dios. Deben enseñarles a ser en esta tierra instrumentos de Dios para beneficio y ayuda de la sociedad humana. De esta forma llegarán a ser futuros ciudadanos del Reino de Dios en el Cielo” (Volumen I, 4)
“Un buen padre es aquel que educa a sus hijos con interés e intensidad. Si no lo hace así, no sólo ofende a Dios, sino que también causa una grave injuria a la patria y a la República, a la cual está obligado a dar buenos y honrados ciudadanos.
El buen padre de familia no repara en esfuerzos para educar a sus hijos, teniendo siempre presente cuán bella, provechosa y digna de alabanza es la tarea de preparar a un hombre para gloria de Dios, utilidad de la patria y ayuda para todo el género humano” (Volumen I, 4)
“El buen padre debe educar a su hijo para que en el futuro tome un honrado estado de vida que le permita sustentarse y vivir. Procurará que su hijo llegue a ser en el futuro un hombre de bien y un buen cristiano para sostener a la patria, a la cual todos, como una madre común, debemos ayudar” (Volumen III, 60)
1.5. Las escuelas populares de Austria
Johann Ignaz Felbiger (1724-1788) fue el encargado de dar cuerpo a una reforma educativa promovida por la emperatriz María Teresa I y por su hijo, el emperador José II de Austria. Ambos impulsaron el “josefinismo”; teoría política que propugna la separación de Iglesia y Estado. Al estado le competen los asuntos seculares y políticos; a la Iglesia los aspectos religiosos y morales. La educación es considerada como una competencia del Estado, aunque éste deberá actuar siempre en consonancia con la Iglesia.
Felbiger, sacerdote y abad, estableció en 1774 las Escuelas Populares, para niños y niñas de 6 a 12 años. Creó también escuelas profesionales, escuelas para la formación de los maestros, escuelas textiles, de comercio…
Para hacer realidad un perfil de ciudadano instruido y útil, Iglesia y Estado deben unir esfuerzos en el objetivo común. Felbiger solicita la colaboración de los párrocos para la formación de “honrados ciudadanos y buenos cristianos” Anhela un nuevo tipo de sacerdotes que sean al mismo tiempo: pastores en lo religioso y educadores del pueblo… según las directrices de la emperatriz o del emperador.
La Iglesia y el estado son dos miembros que tienen vida propia. Si se desea que los buenos cristianos sean los mejores ciudadanos, se debe procurar que los dos poderes nunca se hallen enfrentados. Los dos poderes no deben entrar en conflicto. El cristianismo mejora al ciudadano, y la felicidad eterna y temporal se promueve con el crecimiento de la religión. Los buenos cristianos ayudan al estado, porque todo buen cristiano debe tener un corazón de buen ciudadano. Cristiano y ciudadano radican en una misma persona que ha de cumplir simultáneamente con distintos deberes. La paz y el bienestar más grandes se obtienen cuando en un estado hay buenos cristianos y honrados ciudadanos. “La escuela debe trabajar para educar a los jóvenes de tal modo que lleguen a ser buenos cristianos y honrados ciudadanos. Dicho de otra forma: que secomporten como súbditos fieles y obedientes a la autoridad, y como personas útiles para la vida social (Johann I. Felbiger. Reglamento de las escuelas populares).
Esta reforma educativa no sólo tuvo repercusiones en el mundo de la escuela, sino también en el ámbito de la educación religiosa parroquial. Multitud de sacerdotes desarrollaron una educación religiosa atenta a los deberes del ciudadano para con la patria. El sacerdote Tomás Campastri, autor de un Catecismo de la Lombardía para uso parroquial, subraya en la introducción:
El buen sacerdote y pastor de los fieles debe llenarse de celo por el bien de la patria, hablando de la sociedad a aquellas personas que le escuchan y han depositado su confianza en él. ¿Acaso no debe un sacerdote explicar cuáles son los deberes para con la sociedad civil? Un buen pastor, y un sacerdote que sea buen ciudadano, educa a las personas a comportarse también como buenos ciudadanos. Un párroco puede hacer mucho para mejorar la felicidad del pueblo, no sólo en los aspectos religiosos sino también en los asuntos civiles y temporales. ¿No deberá, al tiempo que forma y procura buenos cristianos para la Iglesia, formar buenos ciudadanos para la república?[3].
1.6. Honrados ciudadanos y buenos cristianos
La Revolución Francesa subrayó la dimensión ciudadana del ser humano. El nuevo ideal propugnaba una persona libre en su autonomía, respetuosa con sus semejantes y fiel cumplidora de las leyes que son la expresión del “contrato social” que garantiza la convivencia en igualdad, libertad y fraternidad.
Pasados los primeros años de la Revolución Francesa, los ejércitos de Napoleón difunden este ideal por todos los rincones de Europa. La aventura napoleónica concluye con una Europa agotada y ensangrentada tras largas y duras batallas. Con la Restauración se pretende “restaurar” los valores anteriores a la Revolución Francesa, pero las semillas de los derechos y libertades del ciudadano están sembradas por doquier.
Los educadores cristianos del siglo XIX orientan sus afanes a la formación de “honrados ciudadanos y buenos cristianos”. Este binomio educativo, hijo del postconcilio de Trento, y alentado por la nueva mentalidad civil, se repite en los objetivos de los más grandes educadores cristianos. Entre los muchos que desarrollaron su labor, se citan tan sólo algunos.
ü Ludovico Pavoni (1784-1849, Brescia, Italia)
Este ejemplar sacerdote de Brescia llevó adelante una obra similar a la de Don Bosco. Creó escuelas populares para acoger a los chicos pobres y talleres para su formación profesional, destacando la imprenta. Se le considera el precursor de Don Bosco. En 1816 escribía.
¿Que mejor trabajo puede realizar la Iglesia, tantas veces obligada a llorar amargamente por la ruina de las almas abandonadas, que atender a los muchachos necesitados? ¿Y qué mejor servicio a la patria y al estado que hacer disminuir el número de los jóvenes abandonados que tan sólo generan problemas?En esta tarea social es muy importante el influjo positivo de la religión. Porque la educación cristiana, aunque pone el acento en lo espiritual, debe unir indisolublemente: “religión y sociedad civil”. Es necesario tener presente la fórmula «buen cristiano y honrado ciudadano» y a otras similares. Debe ser empeño de los educadores emplear talento y fatigas en formar, para la patria y el estado, personas responsables, súbditos fieles y útiles ciudadanos. El director de la escuela procurará que los jóvenes sean sólidamente instruidos y educados en la religión y en una conducta social positiva para que lleguen a ser óptimos cristianos, buenos padres de familia, ciudadanos responsables, hombres fervorosos en lo religioso y útiles a la sociedad (Ludovico Pavoni. Reglamento del Pío Instituto de Brescia para la educación de chicos pobres y abandonados).
Juan Bautista de la Salle (1651-1719)
Fue un precursor de la formación cristiana y ciudadana en Francia. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas difunden sus ideas en los años posteriores. De sus intuiciones y carisma nace un nuevo estilo de ser maestro, comprometido con la cercanía personal, la acogida, la instrucción religiosa y la formación para la vida civil.
Marcelino Champagnat (1789-1840, Loire, Francia)
El fundador de los Hermanos Maristas es una de las figuras más representativas de una educación cristiana comprometida en la tarea de formar simultáneamente cristianos y ciudadanos útiles a la Patria. Para ello propone una excelente síntesis entre educación cristiana, humana y cultural. La educación debe ser integral y “extenderse a todas las dimensiones de la vida del alumno: inteligencia, corazón, conciencia, voluntad, carácter…”
El educador hace el bien a todos: a los niños que educa y hace mejores mediante la instrucción y la enseñanza cristiana; a las familias a las que suple; a las parroquias a las que edifica, conserva y mejora; al país entero para quien prepara ciudadanos virtuosos y honrados; a la Iglesia, para quien forja nuevas generaciones de cristianos instruidos, convencidos y fieles.El buen educador se consagra enteramente al servicio de la religión y de la patria[4]
Juan Bosco (1815-1888, Turín, Italia)
Don Bosco, sacerdote, educador del siglo XIX y fundador de los salesianos, hace de la expresión “honrados ciudadanos y buenos cristianos” uno de los lemas de su acción educativa. Sumergido en la modernidad, e influido por las ideas religiosas y sociales de la época, realiza una síntesis entre educación cristiana y ciudadana. Propugna un estilo de vida cristiana sustentado en el cumplimiento de los deberes sociales y civiles del ciudadano.
Los jóvenes deben ser educados en la vivencia de una triple ciudadanía: ciudadanos de la sociedad civil, ciudadanos de la Iglesia y futuros ciudadanos del Cielo.
La conocida expresión “honrados ciudadanos y buenos cristianos” fue usada con gran profusión por el santo turinés. Fue su gran difusor, y gracias a él mantiene su vigor actualmente. La articuló con gran variedad de formas. En los escritos de Don Bosco, aparece este binomio educativo enunciado con casi setenta formulaciones distintas[5]. El mismo Don Bosco variaba la expresión según los destinatarios de sus cartas. Es frecuente encontrar una “versión laica” (en la que tan sólo se menciona “honrados ciudadanos”) en textos dirigidos a algunos ministros y políticos de gobiernos anticlericales; frecuentes en el Piamonte a partir del año 1848.
– Hacerlos honestos ciudadanos y buenos cristianos (1857)
– Hacerlos buenos cristianos y honestos artesanos (1857)
– Podemos llegar a ser todos buenos ciudadanos y buenos cristianos (1862)
– Educar la juventud en el honor de ser cristiano y en el deber del buen ciudadano (1873)
– Haré el bien que pueda a los jóvenes abandonados esforzándome con todas las fuerzas para que lleguen a ser buenos cristianos ante la religión y honestos ciudadanos en medio de la sociedad civil. (1874)
– Entrando un joven en este Oratorio debe persuadirse que esto es un lugar de religión en el cual se procura hacer buenos cristianos y honestos ciudadanos. (1877)
– Educar en las virtudes cristianas y civiles, hacer buenos cristianos y honestos ciudadanos (1878)
Y en su versión “laica”:
– Los resultados son satisfactorios. En muchos chicos, que se hallaban en peligro de caer en una mala vida, late ahora el sentir del honrado ciudadano, con gran ventaja para ellos y para la sociedad civil. (1875)
– Una educación que sirva para hacerles buenos ciudadanos y les ayude a ganarse honradamente el pan de la vida. (1878)
– Huérfanos en peligro que necesitan una mano amiga y una voz caritativa que les ponga en el camino del honor y del honesto ciudadano. (1878)
– Muchos muchachos salidos de las cárceles con facilidad aprenden un trabajo con el que ganarse honradamente el pan de la vida. Así se apartan del peligro y se ponen en camino de llegar a ser honrados ciudadanos. (1878)
- La educación para la ciudadanía y los derechos humanos
2.1. Unos orígenes prometedores
El Consejo de Europa proclamó el año 2005 como Año Europeo de la Ciudadanía a través de la educación. Con ello intentaba fomentar en los Estados y ciudadanos la participación, el respeto y la inter.-culturalidad; valores propios de una civilización avanzada. La Comunidad Europea postula que la educación es el mejor instrumento para fomentar hábitos democráticos entre los ciudadanos. Esta celebración aspiraba a prolongarse en políticas educativas durante los años siguientes para hacer frente a algunas conductas preocupantes: violencia y xenofobia, apatía política y civil, falta de confianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas, etc.
España se hace eco de tales propuestas. En el preámbulo de la Ley Orgánica de Educación (LOE) (BOE, 4 mayo 2006) ven la luz las primeras disposiciones relativas a una nueva asignatura denominada: “Educación para la ciudadanía y los derechos humanos”.
Una de las novedades de la Ley consiste en situar la preocupación por la educación para la ciudadanía en un lugar muy destacado del conjunto de las actividades educativas, y en la introducción de nuevos contenidos referidos a esta educación…
Esta educación, cuyos contenidos no deben considerarse en ningún caso alternativos o sustitutorios de la enseñanza religiosa, no entra en contradicción con la práctica democrática que debe inspirar el conjunto de la vida escolar y que ha de desarrollarse como parte de la educación en valores con carácter transversal a todas las actividades escolares. La nueva materia permitirá profundizar en algunos aspectos relativos a nuestra vida en común, contribuyendo a formar a los nuevos ciudadanos.
Tal empeño no era nuevo en las ordenaciones educativas españolas. Ya en 1976, cuando se suprimió una antigua asignatura predemocrática, “Formación del Espíritu Nacional”, se intentó proponer una materia con el nombre de “Lecciones para la convivencia”. Posteriormente se postuló una nueva disciplina: “Educación en Valores”. La transversalidad de varias actitudes ciudadanas, fue otra tentativa para dar respuesta esta demanda largamente sentida.
2.2. La mala suerte de nacer en un tiempo difícil.
Siguiendo las orientaciones europeas, los contenidos mínimos de la asignatura tomaban cuerpo mediante el Real Decreto 1513/2006 de 7 diciembre 2006 para la Educación Primaria; y por el 1631/2006 de 29 diciembre 2006 para Enseñanza Secundaria Obligatoria.
A pesar del vestido primoroso y de la cuna nueva que los legisladores pusieron a la recién nacida, su presencia en este mundo ha estado marcada por factores que han ensombrecido su figura.
- Un tiempo de desencuentros políticos
La legislatura que acogió su nacimiento fue un permanente desencuentro entre el partido gobernante y el principal partido de la oposición. No corrieron mejor suerte las relaciones entre la Iglesia Católica y el Gobierno. La pobre asignatura vio la luz primera en un ambiente de desacuerdo. Antes de ser conocida, ya era celebrada por unos y recriminada por otros.
- La sombra alargada de un sospechoso laicismo
Un mes antes que naciera la asignatura, se hizo público el Manifiesto del PSOE con motivo del XXVIII aniversario de la Constitución. Llevaba por título: Constitución, laicidad y educación para la ciudadanía[6]. El citado manifiesto se congratula por la nueva asignatura. Pero previamente ensalza la laicidad como el único espacio para los derechos, el respeto, y la convivencia… La visión religiosa de la vida es considerada como un factor que imposibilita las libertades y los derechos. Confunde religión monoteísta con fundamentalismo.
En un tiempo de desencuentros fue fácil asociar algunos párrafos del Manifiesto, nada respetuosos con el hecho religioso, con la nueva asignatura. Y la recién nacida halló aquí una nueva dificultad.
- Una identidad incierta y confusa
Los contenidos mínimos que presenta el BOE son tan sólo la parte común de la asignatura. A partir de ellos, cada comunidad autónoma elabora su propio currículum y legisla. Ello quiere decir que, dependiendo de la visión política de cada autonomía, la asignatura se metamorfosea, ofreciendo diversas caras e identidades.
A esta variedad autonómica hay que añadir la adaptación realizada por las editoriales al elaborar los libros de texto. Aquellos “contenidos mínimos” comunes se ramifican hasta límites insospechados. Según un reciente análisis de libros de texto de la signatura, realizado por la revista Cuadernos de Pedagogía[7], los resultados son excesivamente variados y hasta contradictorios.
Hay libros de texto eminentemente jurídicos, adaptaciones donde el acento recae en la ética social, visiones donde prima la didáctica y las formas amables de presentar los contenidos… Lamentablemente también hay algunas editoriales que han elaborado burdos panfletos en lugar de libros de texto. Si la asignatura nació rodeada de polémica, el entorno en el que le ha cabido en suerte iniciar su andadura por esta vida, no ha facilitado sus primeros pasos.
2.3. Algunas dificultades congénitas
La criatura llegó al mundo con algún que otro defecto que ha sido aireado a los cuatro vientos, como si de un adefesio se tratara. Las manchas han terminado por ensombrecer los muchos aspectos positivos que tiene la nueva materia. La mayoría de objeciones que pueden hacerse a la asignatura, no provienen tanto de sus contenidos, cuanto de sus omisiones. Un análisis detenido de los contenidos mínimos detecta varias lagunas preocupantes.
- El olvido de que los ciudadanos son ante todo, personas
Falta una referencia clara a la “conciencia personal”. Se busca educar al ciudadano. Las leyes aparecen como el último referente para orientar la conducta ciudadana, sustituyendo a la conciencia personal. Ello conduce a un intervencionismo del estado, que debe regular por ley hasta los más mínimos detalles.
- Ausencia de la dimensión religiosa como referente ético
Nunca se menciona que la religión pueda orientar positivamente la conducta. La dimensión religiosa queda relegada a la esfera privada. La religión tan sólo hace acto de presencia en el apartado del respeto a los diferentes.
- Relativismo ético
La ética personal no se construye a partir de realidades objetivas. Todo depende del consenso, de la situación del momento o de la aprobación de la mayoría. Los Derechos Humanos y la Constitución son elementos revisables; sujetos a cambios que pueden consensuarse en función de las circunstancias.
- La autoridad
No se contempla la «autoridad moral» de padres y profesores. La autoridad la detenta el Estado como ente global que une y representa a los ciudadanos. Poseen autoridad quienes han sido elegidos democráticamente. Al profesor se le debe obediencia legal por ser un funcionario representante del Estado, no por su sabiduría, preparación o prestigio personal.
2.4. La ingenuidad pedagógica
Muchos educadores consideran de gran ingenuidad presuponer que una sólida educación en valores pueda impartirse en las escasas horas que el currículo adjudica a la asignatura: una hora semanal en algunas etapas. Si se desea formar a ciudadanos responsables y comprometidos con los valores ciudadanos, será necesario el concurso de la comunidad educativa en particular, y de la sociedad en general. “Para educar a un niño, hace falta la tribu entera”
Tan importantes valores democráticos como los propugnados no se asumen con unos contenidos sesgados y desarrollados en breves espacios temporales. Conocer, integrar y asimilar valores no es tarea que pueda realizarse desde una visión conductista y menos aún, adoctrinadora.
2.5. Una gran oportunidad, a pesar de las limitaciones.
La cultura cristiana posee una larga tradición “ciudadana”, a pesar de fallos y limitaciones. Los cristianos han tenido siempre presente el compromiso con la “ciudad terrena”. Formar “honrados ciudadanos y buenos cristianos” ha sido un binomio conjugado con profusión por los educadores cristianos de todos los tiempos.
Sin embargo “la educación para la ciudadanía” ha sido diseccionada y analizada hasta el extremo como si se tratara de una novedad radical. Frente a ella se han tomado posturas y enarbolado banderas. A ninguna asignatura escolar se le ha mirado con tanto detenimiento en los últimos años.
A pesar del debate y las reticencias que ha generado, su finalidad responde a una necesidad largamente presentida en nuestro país. Para muchos pensadores cristianos, la asignatura es necesaria desde el punto de vista ético, sociológico y escolar. Para su adecuada puesta en práctica conviene tener en cuenta varios matices.
- Búsqueda del modelo de persona
La escuela educa moralmente en su labor cotidiana, aunque no exista asignatura específica para ello. Y debe seguir siendo así: La transmisión de valores éticos es el mejor legado que una sociedad puede depositar en las futuras generaciones. El profesorado y las familias, a través del “currículum oculto”, impregnan la vida escolar y familiar con un conjunto actitudes que calan profundamente en niños y jóvenes. Habitualmente esta tarea se realiza sin planificación o sistematización. Suele ser un ejercicio espontáneo.
Sin embargo, debe ser la comunidad educativa y las familias quienes clarifiquen qué tipo de persona proponen y qué valores forman parte de su modo de ver y vivir la vida. Y esta tarea no puede ni debe delegarse. En una sociedad plural, donde mensajes de distinto signo se entrecruzan a diario, es urgente hacer un ejercicio de clarificación de valores por parte de colegios y familias. Y tal vez no haya sido ésta una práctica muy extendida.
Toda la comunidad educativa debe unirse para forjar ciudadanos justos y personas felices según un ideario propio. El horario destinado a la Educación para la ciudadanía puede ser útil para sistematizar y concretar el amplio caudal de valores aportados por el entorno escolar y familiar.
- Libertad para adaptar la asignatura
Las grandes líneas de la asignatura deben ser adaptadas con libertad al proyecto educativo de cada escuela y colegio, a fin de responder a los matices que la materia no concreta en sus contenidos mínimos, y para respetar el carácter propio de cada centro educativo. La escuela católica española trabaja actualmente por adaptar los presupuestos de la asignatura a la antropología cristiana.
- Terapia para una sociedad del bienestar individualista
En nuestra sociedad occidental prima el individualismo como telón de fondo y el bienestar como valor supremo; los valores “proxémicos” (de las realidades próximas y afectivas) gozan de mayor predicamento que los sociales. La educación para la ciudadanía debe actuar como terapia para que alumnos y alumnas lleguen a ser personas autónomas, responsables y solidarias. El educador procurará que los contenidos y la metodología de la nueva asignatura no refuercen los hábitos de una sociedad hedonista, de consumo y de satisfacción inmediata de deseos, sino que abran horizontes a un estilo más solidario de ser persona.
- A modo de conclusiones
– La asignatura “Educación para la ciudadanía y los derechos humanos”, a pesar de su inoportunidad política y de sus muchas debilidades, debe ser tenida en cuenta. No en vano el cristianismo, desde sus orígenes, ha tenido presente el compromiso solidario por construir “la ciudad terrena”. Grande ha sido el empeño de multitud de educadores cristianos por formar “honrados ciudadanos y buenos cristianos”
– Es urgente que los centros educativos y las familias clarifiquen el tipo de persona que desean educar. Tal vez la aparición de esta asignatura, que propone en sus contenidos mínimos un determinado tipo de persona, ha cogido a contrapié a muchas instituciones educativas y familias que todavía no han reflexionado sobre los fines últimos del hecho educativo y el modelo de persona que desean proponer. En una sociedad plural urge una reflexión profunda sobre nuestra axiología educativa y sobre una antropología contemplada a la luz del humanismo cristiano.
– Los colegios y escuelas deberán optar por los recursos humanos y materiales (profesorado y libros de texto) más adecuados para el desarrollo de esta materia en el marco del carácter propio del centro educativo.
– Para quienes se hallan comprometidos con la tarea de formar “honrados ciudadanos y buenos cristianos”, esta materia puede ser un instrumento más, -entre otros muchos-, para proseguir la larga tradición educativa cristiana que supera los límites de esta asignatura escueta, controvertida y coyuntural.
JOSÉ JOAQUÍN GÓMEZ PALACIOS
[1] Carta a Diogneto. BAC nº 65, p. 850-851.
[2] Silvio Antoniano. Dell’educazione cristiana dei figlioli, GB Paravía. Torino 1926
[3] T. CAMPASTRI, L’odierno catecismo sacro e civile, cit: P. VISMARA, Ed. La nuova Italia, Firenze 1984.
[4] M. CHAMPAGNAT, Avis, leçons, sentences et instructions du Vén, Vitte, Lyon 1914, 19.
[5] P. BRAIDO, “Buon cristiano e honesto cittadino”, Ricerche Storiche Salesiane 24 (1994)7-75.
[6] “Constitución, laicidad y educación para la ciudadanía”. Manifiesto del PSOE con motivo del XXVIII aniversario de la Constitución Española.
[7] Cuadernos de Pedagogía 380 (2008) 54-69.