EDUCACIÓN PREVENTIVA PARA EVITAR SITUACIONES DE MARGINALIDAD Y DELINCUENCIA ENTRE INMIGRANTES

1 abril 2003

Enrique Alía Padilla, Miguel Ángel Blanco Blanco, Baltasar Gómez Nadal, Alfonso Muñoz Sanjuán
 
Enrique Alía Padilla es licenciado en filología inglesa profesor del Colegio María Inmaculada y colaborador de distintas ONG´s en el ámbito preventivo. Miguel Ángel Blanco Blanco es profesor del CES Don Bosco y orientador del Colegio María Inmaculada. Baltasar Gómez Nadal es psicólogo orientador del Colegio María Inmaculada. Alfonso Muñoz Sanjuán es psicoterapeuta orientador del Colegio María Inmaculada.
 
Resumen del artículo: Los autores examinan la relación entre inmigración y delincuencia, procurando desmontar tópicos sin ingenuidad, y abordan –desde la experiencias positivas que ya están llevando a cabo- la única solución verdaderamente convincente a largo plazo: la educación preventiva, marcando caminos básicos y ofreciendo diversas propuestas.
Desde el inicio de la década de los noventa hasta la actualidad, España ha experimentado un notable aumento de la población inmigrante, al ser uno de los destinos prioritarios que canalizan los flujos migratorios de final del siglo XX y principios del XXI.
 
Este hecho nos invita a la reflexión sobre la relevancia del fenómeno de la migración, no sólo como hecho político, sino como hecho social. De este modo, Europa, y con ella España, desde el punto de vista político y económico solicita “mano de obra” y recibe, desde el punto de vista social, “seres humanos” con un marco de fondo, a veces difícil de perfilar, determinado por la situación y condición de inmigrantes. La dimensión humana será, pues, protagonista a la hora de abordar cualquier aspecto relacionado con el tema que nos ocupa.
1. EL ESTADO DE LA CUESTIÓN
 
Con frecuencia, oímos declaraciones políticas, leemos artículos de prensa o estadísticas oficiales, que atribuyen a la inmigración el aumento de la delincuencia, y todos los males que ella conlleva, en nuestro país. En relación a esta realidad, cabe argumentar que la cantidad de información que se produce en torno a este fenómeno se trata, muy a menudo, de un modo simplista y sesgado que conduce a la confusión desde que es emitida por la fuente hasta que llega a los receptores, quienes llegan a hacer verdaderos análisis de la cuestión con la superficial lectura de un titular de prensa o de un informativo televisivo o radiofónico. Por este motivo, es importante reflexionar sobre la emisión de juicios de valor de un modo tan superficial sobre un tema tan complejo.
 
A menudo guillotinamos conceptos básicos del método científico y de la estadística, propiciando relaciones causa-efecto de dos variables que tan sólo correlacionan. ¿Podríamos decir que el crecimiento del número de cabezas de ganado de Argentina es causa de la crisis? ¿Los náufragos de pateras son causa del deterioro de fabricación de la embarcación? ¿Podemos afirmar que la delincuencia es el efecto lógico del fenómeno migratorio? En cualquiera de las cuestiones planteadas se debería hacer una completa analítica del fenómeno que, a veces, puede llegar a ser de gran complejidad.
 
Entre otras, recibimos informaciones como esta: “El Ministerio del Interior atribuye a la inmigración el aumento de la criminalidad en más de un 9,8%” (El País 3/1/02). Según el Programa Estadístico del Ministerio del Interior (2001), a principios de los noventa, eran extranjeros un 10% de los detenidos y en el año 2000 este porcentaje se incrementó en un 12%.
 
Con el fin de tener una visión más objetiva, proponemos algunas cuestiones que contemplan diferentes puntos de vista:
 
El incremento de la población inmigrante en España en la última década fue de un 10% anual. Es lógico esperar un aumento de actos delictivos en cualquier población que aumenta en número de sujetos.
 
El primero, en cuanto a detenciones por país de procedencia, es Marruecos; hecho, en parte, explicable al ser tan importante la población marroquí en España y el alto número de ellos que tienen su residencia en el país de origen y cruzan una frontera para delinquir –Melilla-.
 
El perfil del inmigrante pertenece primordialmente a la población activa (Avilés Ferré, 2001), factor que eleva la tasa de delincuencia, puesto que se compara con la población española total -bebés, ancianos, niños…- y que tienen un perfil menos susceptible de delinquir.
 
Algunos extranjeros, sobre todo en sociedades fronterizas y turistas, cometen delitos no residiendo en España, viven en su país de origen y con su detención aumenta la tasa de delincuencia en inmigrantes. El 22% de los extranjeros encarcelados no residían en España (García España, 2001).
 
Aspectos como estos nos deben guiar en las afirmaciones para, de este modo, poder dar luz a esta cuestión desde la cercanía y a través del análisis exhaustivo de la información, porque en este tema, como en otros que tienen en la base las relaciones humanas, no sirven frivolidades. La falta de conocimiento de las personas y de sus circunstancias, unido a la falta de información objetiva, hace aflorar los prejuicios y, con ellos, los límites de las interacciones individuales y sociales.
 
2. EL PORQUÉ DE LA DELINCUENCIA EN INMIGRANTES
 
Con lo anteriormente expuesto no queremos decir que no existan variables o factores de riesgo que influyan en la conducta delictiva de la población inmigrante, es más, podemos afirmar que determinadas situaciones la facilitan o que algunas de ellas, estando presentes en la población autóctona, se dan con mayor frecuencia e intensidad en inmigrantes. Eliminando las inconsistentes y superadas teorías criminológicas del delincuente nato -que vienen a decir que nace y no se hace-, dependiendo de su raza, etnia o país de origen, podemos decir que existen tres aproximaciones que intentan dar respuesta a este asunto:
 
La Teoría de conflictos de culturas (Thorsten Sellin), que apoya la idea de que los conflictos aparecen cuando entran en contacto poblaciones cuyas culturas poseen un sistema distinto de valores y normas.
La Teoría de la privación relativa (Adolphe Quetelet) considera que un sujeto inmigrante puede dirigirse a la delincuencia cuando se produce un contraste entre sus condiciones de vida y sus aspiraciones derivadas de la migración.
La Teoría del control social (Triver Hirschi) gira en torno a la importancia de la integración para no caer en conductas inadecuadas penadas por la ley.
 
Actualmente, se considera que los motivos que relacionan delincuencia con inmigración tienen una etiología multidimensional sin ceñirse exclusivamente a ninguna de las teorías anteriores. Así, haciendo un escaneo de las variables que influyen en la conducta delictiva de los extranjeros en condición de inmigrantes, detectamos tres pilares vitales -familia, factores socioeconómicos y escuela- que, a menudo, se componen de matices fácilmente solapables entre sí y que intentaremos desgranar.
 
En cuanto a los aspectos socioeconómicos, García España, en base a la Teoría del Arraigo Social (T. Hirschi), según la cual el sujeto inhibe conductas ilegales por miedo al desvanecimiento de los logros sociales obtenidos a lo largo de su vida de convivencia con otros ciudadanos, apunta la situación de ilegalidad en los inmigrantes como el factor más determinante que facilitará el acto delictivo. He aquí una pincelada de por qué es importante la regularización y el control de la ilegalidad en los inmigrantes.
 
Aún podemos profundizar un poco más apoyándonos en esta teoría del arraigo, que también se puede aplicar a la población autóctona. Observamos frecuentemente que la estabilidad laboral de estos sujetos está especialmente amenazada por el desempleo, a veces agravado por la situación de ilegalidad. Cuando esto ocurre, acarrea situación de pobreza, baja autoestima personal y cultural… llegando a desencadenar un estatus de exclusión social, apartándoles de la participación activa en la vida comunitaria y de la relación con el resto de los conciudadanos.
 
La pobreza del arraigo social también se observa en situaciones de privación relacional intercultural con la creación de “ghettos” en barrios con un marcado clima monocultural, con la consecuente escasez de modelos interculturales, que son fuente de aprendizaje de habilidades sociales de autoafirmación e interacción, habilidades verbales y no verbales, justicia social, deberes para con los demás…
 
Otro factor influyente es el de la subcultura en la que se desenvuelven determinados grupos. En algunas, encontramos contradicciones entre sus valores y los de la cultura de acogida que, a veces, se acercan al límite de lo permitido. De esto es representativo el caso de los Rumanos de etnia Romaní, que no contemplan como delito condenable la apropiación indebida de bienes pertenecientes a sujetos ajenos a su etnia.
En relación con la opinión recabada a través de encuestas, se puede decir que el 51% de los españoles concibe la inmigración como elemento favorecedor de la delincuencia en España, frente al 35% que opina lo contrario (CIS 2383). Estos datos son fruto de la elaboración y transmisión de estereotipos con los que se intenta justificar la actitud de acogida o bien de rechazo del grupo estereotipado. Así mismo, estos estereotipos son usados, en una especie de lucha de poder encubierta, para proteger los intereses de algunos grupos. La estereotipia que tengamos sobre determinados grupos de inmigrantes será proyectada sobre ellos hasta el punto de provocar reacciones contingentes con los esquemas predeterminados a la luz del conocido Efecto Pigmalión.
 
En lo que se refiere a la familia, cabe decir que es la educadora natural y tiene la misión de socializar desde la más temprana infancia. Es fuente de modelos y aprendizajes; por este motivo es fundamental la reagrupación en caso de inmigración escalonada. El niño necesita estos modelos familiares para comprender estilos comunicativos, habilidades sociales… que le van a brindar la oportunidad de arbitrar una serie de competencias facilitadoras de un buen arraigo social.
 
También es importante la reagrupación familiar si consideramos que los inmigrantes sin familia delinquen más que los que la tienen en el país de acogida. Esto se explica por ser la familia un vínculo social inhibitorio de la conducta criminal.
 
Es destacable la adaptación de los padres, que influirá en una adaptación mejor o peor en sus hijos por simple mecanismo de aprendizaje. Atxotegui usa el concepto de “duelo” -de la familia, la lengua, la cultura, la tierra, el estatus, el contacto con el grupo étnico y los riesgos físicos de la inmigración-, como un proceso de reorganización de la personalidad que tiene lugar cuando se pierde algo significativo para el sujeto, es decir una estructura de vínculos que van a influir en el deseado arraigo social.
 
Por su parte, la escuela es un contexto comunitario catalizador de elementos básicos para un futuro arraigo social. Así se intenta garantizar una adecuada acogida y adaptación al centro, intentando prevenir el absentismo en la población inmigrante -uno de los principales objetivos de la Educación Compensatoria en la Educación Secundaria Obligatoria-, que pudiera desembocar en conductas inadaptadas en la sociedad. El conjunto de elementos que se coordinan en el ámbito educativo deben reforzarse para evitar la marginalidad y, con ello, posibilitar la participación activa de estos sujetos en los diferentes foros sociales.
 
Ante la posibilidad del desarraigo y de la aparición de conductas marginales, se hace necesario el establecimiento de nuevos vínculos que favorezcan el necesario equilibrio personal en favor de una adecuada integración sociocultural.
 
3. A LA BÚSQUEDA DE UN NUEVO VÍNCULO
 
Todo ser humano, por el hecho de ser un organismo con proyección social necesita saberse vivo y anclado para crecer creyendo en un futuro por hacer. Pero, para creer, creciendo en sociedad, hace falta establecer vínculos; lazos con uno mismo y con los otros para no vivir permanentemente en la incertidumbre y la “nube del no saber”.
 
Todos hemos llegado a algún lugar en el que nunca estuvimos y que quizá nos hizo sentir diferentes… Desde esta ética universalista, todos hemos sido alguna vez extranjeros en tierra extraña y, por tanto, sin vínculos que nos hicieran sentir de dentro. Como inmigrantes potenciales en un mundo cambiante, tratamos de encontrar personas y lugares en los que sentirnos cómodos y acogidos tal como somos, espacios humanos que nos devuelvan estima y no ciudadanía virtual. ¿Inmigrantes? todos hemos sido alguna vez inmigrantes y quizá, a veces, sin movernos del lugar donde nacimos o, tal vez, se pudiera decir que alguno de esos lugares todavía permanece en nosotros…
Cuando nos sentimos extraños a un mundo social que no va con nosotros, ya somos extranjeros y, aún así, tratamos de vincularnos, aunque sea precariamente, con este mundo que nos extraña, que se impone ante nuestros ojos como inevitable. Todo lo extraño nos asusta y la violencia no deja de ser, en muchos casos, una salida de tono a-social para poder vincularse. Como si algo dentro de nosotros se dijera: “Al menos hago algo…, luego soy alguien…, aunque sea contra esta sociedad que no me reconoce como igual o me recuerda que soy de fuera…, que soy inmigrante”
 
Para poder organizar nuestro mundo sensitivo interno y de relaciones interpersonales es preciso saberse escuchado –no sólo oído-, querido desde la propia identidad o forma de ser. Así, vincularse a un nuevo entorno social con valores diferentes y con diferencias notables como el idioma, el clima o los valores sociales, supone buscar una forma coherente de unir un mundo interno que está hecho de necesidades, deseos, carencias, miedos y expectativas a contrastar con la realidad.
 
El vínculo se puede establecer o no, y dentro de ello, establecerse precaria o engañosamente o, simplemente, morir por frustración. Podemos decir que el joven inmigrante sabe, desde muy pronto, qué son los duelos y despedidas de acogida a regañadientes en un viejo mundo que se mueve entre la aceptación utilitarista e interesada y el rechazo claro de todo lo diferente. Necesitará des-vincularse de un mundo emotivo y afectivo “de allí” para intentar la aventura de la re-vinculación en un universo ambiguo como es “el de aquí”; y eso no es tarea fácil.
 
Pero, no nos engañemos, un vínculo que parece morir no desaparece del todo, alimenta la añoranza, cuando no la tristeza que genera agresividad por la pérdida y que quizá explique la violencia de algunos grupos des-vinculados de cualquier alternativa social. El vínculo de allí -lo mío, mi aldea, la tierra que me vio nacer, mi lengua…- no se marcha, se mantiene en estado de latencia en los recuerdos o en el inconsciente, donde ha dejado su marca; es como una trama hecha de resonancias y sueños… Todos necesitamos, por tanto, algo o alguien que nos proporcione otros tantos cimientos y anclajes para la aventura de la vida, sea aquí o allí; ahí puede estar el quid de la cuestión en cuanto a prevención de conductas delictivas en todo joven, incluido el joven inmigrante.
 
La revinculación afectiva -amor, amistad, relación, grupo- se establece entre otros y yo, y me ayuda a verme como no-distinto, como un ciudadano del mundo más; como un organismo vivo a cuidar, una estructura sutil que necesita energía e información continua para ayudarme en el largo camino de la integración social y la huída de los prejuicios culturales. Una sutil química de compuestos mezclados -y no revueltos- que nos hablan de escucha atenta, de saber dar y recibir, pedir y rechazar…
 
A partir esta necesidad vital, surge la educación como perfeccionamiento del ser humano, como encuentro personal que favorece el crecimiento y, con él, la identidad y la proyección.
 
4. LA EDUCACIÓN COMO RELACIÓN DE AYUDA
 
Cuando los alumnos de familias inmigrantes llegan a las escuelas de las sociedades que los acogen, lo hacen de una manera claramente perceptible: sus rasgos físicos, el color de su piel, el propio lenguaje y su vocabulario, por ejemplo, revelan que su procedencia no es autóctona. Tan sólo hay que pasar unos minutos en el patio de la mayoría de los centros educativos para apercibirse de esta realidad.
 
Y estos jóvenes no sólo cargan con las mochilas llenas de libros, sino con una serie de bultos añadidos: prejuicios, duelos, cambios, desenfoques culturales; una carga tal que, a veces, sólo entendiendo que no son conscientes de ella se puede comprender que puedan soportar todo su peso.
 
En esta sociedad globalizadora y cambiante, la escuela no puede pasar por alto este nuevo desafío de conseguir la normal convivencia entre personas que han estado expuestas a parámetros culturales y sociales tan diversos. Ya empieza a ser habitual ver en los colegios un censo de estudiantes y familias con multitud de nacionalidades. Y esta realidad irreversible e imparable de llegada de alumnos inmigrantes a la escuela se puede contemplar como un problema o como una verdadera posibilidad de enriquecimiento cultural y personal, por una parte, y de una “verdadera escuela para la vida”, por otra, donde, una vez acabado el proceso formativo escolar, o simplemente fuera de las aulas, la presencia de múltiples culturas en su entorno más cercano se presenta incuestionable.
 
Es una obviedad que la escuela no es una isla y que sus objetivos educativos están muy condicionados por el “rodillo social” y por los medios de comunicación. Los alumnos, tanto inmigrantes como autóctonos, no son una tabla rasa sobre la que podemos escribir, sin más, nuestros mensajes. Cuando se incorporan cada día a sus aulas ya han sido expuestos a refuerzos positivos y negativos, por lo que la escuela tiene la ardua tarea de reforzar los hábitos, actitudes y conductas que contribuyen a la formación integral de la persona y, en segundo lugar, neutralizar las influencias negativas y despersonalizantes de los gigantes mediáticos y sociales. En el tema de la inmigración y de la integración de este colectivo, la sociedad y los medios de comunicación no van de la mano de una escuela comprometida en la lucha por una educación intercultural con talante comprensivo.
 
Tanto los medios de comunicación como la cultura que se nos impone desde distintos ámbitos sociales promueven la uniformidad frente a la diversidad. Es lo que se ha denominado “pensamiento único”; y si bien es cierto que la gran mayoría hemos sucumbido ante una cultura homogénea donde la música que oímos, las ropas que llevamos, los ocios que disfrutamos, la vida social que elegimos… se ajustan a unos patrones uniformes, casi idénticos, cuando hablamos de culturas, adoptar la uniformidad -o eufemísticamente la asimilación- supone la “aniquilación” de la identidad cultural de la población inmigrante.
 
Un educador y una escuela valientes tratarán de no desaprovechar la riqueza que la interculturalidad puede aportar a los miembros de la Comunidad Educativa en toda su dimensión social, personal y cultural. Y, aun constatándose el poder y el impacto de los medios de comunicación y de la sociedad sobre el acto educativo, el educador debe ser consciente de las virtualidades que posee casi en exclusividad para desarrollar el acto didáctico: la cotidianeidad, el testimonio y la creatividad.
 
1.- La cotidianeidad de tener a los alumnos todos lo días en las aulas, de una manera completamente normalizada, sin grandes aspavientos; es la fuerza del día a día, sin necesidad de grandes actuaciones espectaculares que irrumpan puntualmente sin dejar poso duradero. Es en este goteo del quehacer y de la convivencia diaria donde se puede hacer verdadera incidencia en los alumnos.
 
2.- Testimonio, porque no hay mayor fuente de credibilidad que la coherencia entre una actitud y una conducta adecuada, sobre todo cuando se trata de educación , ámbito donde normalmente el profesor es considerado por el alumno como referente imprescindible. Cuando todavía no tenemos nuestra personalidad conformada, incluso teniéndola, aprendemos por modelaje y los educadores, es un hecho constatado, son agentes y referentes ineludibles, buenos o malos, para aquellos a los que deben ayudar en su crecimiento personal: sus alumnos.
 
3.- Creatividad educativa, donde el profesor goza de un espacio privilegiado en el que puede asumir el rol de puro instructor y limitarse a impartir los contenidos establecidos por el currículo, o el papel de educador que idea e implementa estrategias educativas de prevención para la integración eficaz del grupo de alumnos inmigrantes.
 
Son muchas las estrategias que el educador puede emprender, por las mismas razones que hay un número considerable de necesidades que cubrir. A continuación mencionamos las que consideramos más importantes:
 
a) Destrucción de estereotipos, porque cuando se tratan dimensiones tan importantes de la persona como la identidad , la libertad y los mínimos derechos naturales, se hace necesario un esfuerzo de rigor y de racionalidad. Es de todos conocida la tetralogía de Le Pen que todavía padecen millones de inmigrantes:
 
INMIGRACIÓN = PARO – DELINCUENCIA – INSEGURIDAD CIUDADANA
 
Insistimos en la observación de cómo los medios de comunicación ofrecen una visión sesgada del fenómeno de la inmigración: son constantes los incidentes delictivos en las noticias y los titulares de prensa en los que los inmigrantes están implicados, o fotografías de pateras, o barrios atestados de grupos de extranjeros “ociosos” que amenazan la seguridad y el paisaje tradicional de la zona; sin embargo, no es noticiable la realidad contrastada de que la población inmigrante también crea riqueza económica, paga impuestos, contribuye al bienestar del país, ocupa los puestos de trabajo que no quieren los trabajadores autóctonos y, además, enriquece culturalmente a una sociedad que tiene una tendencia peligrosa hacia el etnocentrismo.
 
b) Informar del fenómeno de la Inmigración: sus causas y sus consecuencias; dar a conocer a toda la Comunidad Educativa -alumnos, padres , profesores, etc- las razones por las que se produce la emigración a otros países y todas las consecuencias, en muchas casos traumáticas, de los duelos de la inmigración.
 
De la misma manera, la escuela debe promover el conocimiento de la cultura de los países de sus alumnos. En muchas ocasiones, las tradiciones y hábitos culturales configuran determinadas actitudes y comportamientos que nos pueden resultar extraños o incluso nos pueden parecer inaceptables.
 
El iceberg de la naturaleza de la cultura manifiesta claramente que sólo llegamos a conocer, en el mejor de los casos, una parte muy reducida de los aspectos culturales que han conformado la identidad de los inmigrantes que conviven con nosotros; entre ellos están la música, los bailes típicos, la vestimenta, la religión, la comida, etc. Sin embargo, hay muchos aspectos de la “cultura profunda” o inconsciente que desconocemos, por ejemplo, el concepto de belleza, de amistad, la relación familiar, el papel del padre y de la madre, la organización del tiempo, el lenguaje corporal y un largo etcétera. La información objetiva nos permite entender mejor el fenómeno de la interculturalidad y nos pone en la pista de los aspectos a potenciar en aras de un verdadero encuentro de culturas. No obstante, no todo se soluciona con la información, pues esta no siempre genera un cambio de actitud; y aun así, un cambio de actitud no siempre genera un cambio de conducta; por tanto, la información es relevante, pero no es el único baluarte para prevenir conductas de marginación con y entre inmigrantes.
c) Una política educativa integradora, frente a una política paternalista, que centre todos sus esfuerzos no tanto en crear recursos específicos y exclusivos para la población inmigrante, sino para todos aquellos alumnos que manifiesten necesidades educativas o convivenciales. En favor de actos educativos eficazmente integradores se precisa de estrategias donde todas las partes afectadas participen, y no crear “necesidades de ghetto” que pueden activar:
 
mecanismos de rechazo por parte de la población autóctona hacia los receptores beneficiarios de la intervención educativa, sintiéndose discriminados y desplazados con respecto a esta atención.
actitudes paternalistas por parte de los agentes educativos -administraciones públicas, educadores sociales, escuela, profesores, etc- hacia el colectivo inmigrante, lo cual conlleva riesgos que hay que sopesar con rigor para evitar intervenciones contraproducentes o contrapreventivas; y es que la intervención “paternalista” suele generar una predisposición de autodefensa en la que el “atendido” se sienta en una posición de inferioridad, y por tanto de baja autoestima, pudiendo a su vez originar el “efecto de las tres Rs” -resentimiento, rebeldía y represalia- hacia una situación que catalogan de injusta. Se da a menudo la paradoja de que desde el paternalismo de las instituciones o de la escuela se incluye al ciudadano inmigrante en unos servicios sociales que jamás solicitó y que le privan del derecho a organizarse la vida, de tomar sus propias decisiones y de cumplir sus deberes como ciudadano, situándole en una posición paralela a la de la marginación.
 
Por tanto, una educación que actúa en la prevención de conductas inadaptativas entre y para con los inmigrantes es la que apuesta claramente por la empatía -capacidad para ponernos en la piel del otro- como medio impulsor de conductas de acogida y afecto, elemento indispensable en el encuentro entre culturas.
 
Sin embargo, una vez realizados estos pasos, el inmigrante debe lanzarse a la aventura valiente y necesaria de crecer por si mismo de manera autónoma. Al igual que una empenta apuntala las ramas de los árboles para evitar que se tuerzan o rompan mientras adquieren vigor, así la sociedad y su escuela deben acoger al inmigrante hasta que posea los recursos mínimos para emprender su propio camino en tan nuevo y diferente paisaje.
 
d) Interdependencias positivas que propicien el enriquecimiento cultural y personal mediante el intercambio de experiencias que les permitan entender y apreciar los valores y tradiciones que configuran la identidad de otros pueblos, aportando y dando a conocer los elementos positivos que las propias culturas han desarrollado, así como estrategias de aprendizaje de enriquecimiento mutuo. Todo ello, contribuirá a contrarrestar los gérmenes de intolerancia que las posturas etnocentristas producen.
 
5. LA PREVENCIÓN COMO MARCO DE INTERVENCIÓN
 
Sin duda que, como en la inmensa mayoría de las situaciones que tienen que ver con la marginalidad, en el caso de la delincuencia entre inmigrantes, la prevención se convierte en el mecanismo más eficaz para adelantarse a la aparición de conductas contrarias a la adecuada dinámica social y al óptimo desarrollo de las potencialidades humanas.
 
Frente a la posibilidad de reprimir las conductas marginales y con ello actuar sobre los síntomas, se presenta la alternativa de apostar por el modelo preventivo que sitúa, en la base de su filosofía, la promoción de las personas. Este modelo nos lleva a intervenciones que inciden en la raíz de los problemas; intervenciones que, desarrolladas de forma adecuada, pueden suponer la disminución de los riesgos en el conjunto de las interacciones personales enmarcadas en las dinámicas sociales.
 
La acción preventiva se puede   llevar a cabo desde la comunidad –prevención comunitaria-, o desde intervenciones en función de la problemática y su evolución, en tres posibles fases: primaria, secundaria y terciaria.
 
La prevención comunitaria requiere la intervención desde los diferentes elementos que configuran el entorno social como sistema –enfoque sistémico-. Se trata de que cada uno de ellos desarrolle adecuadamente el papel que le corresponde para incidir positivamente en el entorno, de manera que se minimice la posibilidad de aparición de conductas no deseadas. En medio de esta realidad, existe un potente agente diseñador de cultura que influye poderosamente en las personas condicionando sus voluntades, sus intereses y sus posibilidades de crecimiento personal: los medios de comunicación social que, con frecuencia, se mueven por rentabilidades económicas de dudosa ética. Qué interesante sería utilizar su potencia para influir positivamente en la sociedad o, mejor, en las personas. A ellos, como al resto de agentes generadores de sociocultura, corresponde una alta cuota de responsabilidad en lo que a la dinamización social se refiere y, con ella, a la aparición de conductas marginales.
 
La prevención primaria incide sobre la población en general, dada la compleja realidad humana susceptible de desarrollar conductas antisociales. La intervención en esta fase supone la organización de los estímulos suficientes que faciliten al ser humano las condiciones idóneas para su crecimiento personal, para el desarrollo de lo específicamente humano, para la conquista de su propia libertad y de los valores que la hacen posible. Especialmente importante resulta el papel de los agentes socializadores por excelencia: la familia y la escuela. Es en estos ámbitos donde cada individuo puede iniciar y consolidar el desarrollo de sus potencialidades, la adquisición de las habilidades sociales, los pilares de la autoestima, la adquisición de valores que le permitan desarrollar el sentido crítico… Se trata de convertir a cada persona en sujeto agente, en lugar de sujeto paciente, de su propio proyecto de vida desde la conquista progresiva de la madurez.
 
La prevención secundaria supone la posibilidad de incidir en personas o colectivos en situación de riesgo evidente al presentar síntomas de desviación social. Como objetivo fundamental se encuentra la idea de evitar la consolidación de las conductas no deseadas. La intervención, en el ámbito de esta fase, supone salir al encuentro de quien necesita la ayuda para analizar la realidad que genera la problemática. Es necesario incidir sobre la persona y sobre sus circunstancias; analizar la situación en su justa medida e influir sobre los elementos que determinan la situación de riesgo. Se trata de reconducir, desde la toma de conciencia del propio sujeto, las opciones personales, de ayudarle a rediseñar su posición existencial.
 
La prevención terciaria implica trabajar con personas o colectivos que presentan conductas claramente desviadas, asociadas a cambios significativos de su personalidad al haber interiorizado e integrado en sus esquemas personales las conductas. Las intervenciones en el ámbito de esta fase implican la desestructuración de los comportamientos desviados, la reorganización de las motivaciones que mueven las conductas, la normalización vital, la reflexión sobre alternativas…, en definitiva, se trata de reeducar. Todo ello precisa intervenciones especializadas a cargo de profesionales del ámbito de la medicina, la psicología, la psiquiatría…
 
Para finalizar, se puede apuntar la necesidad de la reflexión continúa sobre: la realidad sociocultural y sus dinámicas; los valores sociales y sus influencias, tratando de aportar estrategias para integrarlos a la vez que plantear alternativas de mejora; la identidad de los agentes de diseño sociocultural; las actitudes de aceptación de la diversidad; el establecimiento de dinámicas de participación y comunicación sociocultural; la posibilidad de orientar los procesos educativos a que la persona sea más y no a que posea más; la necesidad de ayudar a la persona a que sea protagonista de su propia vida; para que viva, para que viva consigo misma y para que viva con los demás…, en suma, se trata de educar para la convivencia. La meta, bien merece el intento.
 
 
AVILÉS,J. (2001) Inmigración y seguridad ciudadana en España. Comunicación presentada a la Conferencia Internacional La seguridad europea en el siglo XXI celebrada en Granada el 8 de noviembre de 2001.
GARCÍA ESPAÑA (2001) Inmigración y Delincuencia en España: Análisis Criminológico. Valencia: Tirant lo Blanch.