Koldo Gutiérrez y Juan Crespo pertenecen al Centro Nacional Salesiano de Pastoral Juvenil
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Dios usa un lenguaje, tiene una forma de relacionarse con nosotros. Poco a poco vamos aprendiendo algo de este lenguaje. Nos ayudan los educadores y maestros de espíritu. La propuesta, que hacen los autores, es recuperar un talante paterno en nuestra acción pastoral. Hablan de una dialéctica continua entre el educador y el maestro de espíritu.
“Escalar una montaña desconocida sin guía, es un riesgo, que puede costarnos la vida” (Thomas Merton)
Es posible que te sientes inquieto o inquieta por las cosas espirituales. Sabemos que Dios, sobre todo, es un misterio. Su amor nos habita. Llega un momento en el que uno descubre que Dios no es una cosa más en la vida, sino el fundamento que le ayuda a vivir y a dar sentido a tantas experiencias y situaciones. Se trata de un fundamento que hace bien a la persona porque acerca a los demás y a la realidad. Llegar a ese punto no es fácil. Algunas personas están más abiertas a este proceso y otras, en cambio, parecen nunca estar preparadas.
El libro del Génesis, en el relato de la creación, nos cuenta con una bonita historia que somos seres también espirituales. El texto dice que Dios se había esmerado al modelar del barro al ser humano. Al finalizar ese trabajo insufló su espíritu en aquel barro y tomó vida[1]. Dios nos ha llenado de vida. En nuestro barro hay un soplo divino. Muchas veces nos decimos a nosotros mismos que somos un desastre. Tendríamos que decirnos que somos también seres espirituales, llenos de vida, la vida de Dios.
Es experiencia de todos que con el discurrir de los años vamos entendiendo un poco mejor el lenguaje humano. Dios también tiene su lenguaje, su manera de decir. Ese lenguaje también podemos ir entendiéndolo progresivamente, a veces de manera costosa. Entender las cosas de Dios requiere una cierta pedagogía, un proceso. Necesitamos maestros, como en cualquier proceso pedagógico. Quien tiene un maestro, camina más rápido y seguro. El maestro-educador tiene experiencia, conocimientos, sabiduría y habilidades que le hacen apto para ayudar y acompañar a su discípulo.
Recordemos al pequeño Samuel que no sabía de las cosas de Dios porque nadie se las había enseñado. El Señor le llama una y otra vez, pero él no sabe quién llama a pesar de su buena voluntad. Sólo Elí cae en la cuenta de que es Dios quien llama al muchacho y le dice: “Ve a acostarte, y si alguien te llama, tú dirás: Habla, Señor, que tu siervo escucha»[2]. En la oscuridad, Elí se da cuenta que en aquel joven hay una llamada; que Dios está haciendo en Samuel su obra, y le pone en camino.
En los primeros siglos de la Iglesia a los catequistas les llamaban “mistagogos”. Mistagogía es un término griego que, literalmente, significa “iniciación en los misterios”. Mistagogo sería aquél que, de una forma pedagógica, introduce en la experiencia del misterio de Dios. El proceso pedagógico de orientar y ayudar a crecer requiere de mediadores humildes que sean expertos en humanidad y en lo que acontece en el mundo interior entre Dios y la persona, “maestros de espíritu”.
Queremos compartir contigo nuestra intención al escribir estas páginas. Estamos convencidos que en pastoral juvenil hay una gran necesidad de educadores y maestros de vida espiritual. Quien se plantea el trabajo pastoral de esta manera debe ser una persona que ha hecho ella misma un camino espiritual y vital. “Nadie da lo que no tiene”, dice la sabiduría popular.
Quizás te paralice pensar que es una meta muy grande, una gran responsabilidad. Es cierto que ser educadores y pastores de jóvenes es tarea delicada. Es cierto que el acercarte a la vida de los jóvenes lo has de hacer con gran respeto. Es cierto que el ser maestro de espíritu es un carisma que no todos reciben. Pero también es verdad que, en un sentido extenso, todos podemos ayudar en el encuentro con el Señor. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”[3].
- Un modelo de autoridad en crisis
Hoy ser maestro no está de moda. Los que se dedican a la educación saben que su tarea ha perdido el prestigio que gozó en otras épocas; que muchas veces no reciben el apoyo necesario para su labor; que, en ocasiones, reman en dirección contraria. Parece que hoy todo invita al “hágalo usted mismo”…; si es así, sobran los guías, no es tan importante la experiencia que puedan tener los maestros. Sin embargo, hoy parece claro que necesitamos padres y madres, maestros y educadores con autoridad y prestigio.
No es sencillo buscar causas de este descrédito. Posiblemente hay una confluencia de muchas causas. Sin ser exhaustivos, sugerimos algunas claves para la lectura de este fenómeno.
Nos situamos en nuestro contexto cultural. Lo calificamos posmoderno y consumista, plural y con un mayor sentido de la autonomía personal. Al calificarlo de esta manera reconocemos que hoy se subrayan aspectos subjetivos y psicológicos. Se habla de bienestar, de calidad de vida, de sentirse bien. Todas estas cosas son grandes avances. Pero, al mismo tiempo, pueden quedar olvidados otros aspectos más objetivos, aspectos de contenido. Ese es el gran peligro. ¿Cuál es la consecuencia de este balanceo? Muchas personas, vitalmente, quedan como suspendidas en el aire, o encerradas en ellas mismas, sin referencia alguna.
Uno de los conceptos que nuestro contexto cultural más ha cuestionado es el concepto de autoridad. Es obligado acercarse a los años sesenta, caracterizados por una crisis a toda referencia externa a la persona (instituciones, padres, maestros). Hay quien dice que está crisis todavía no está totalmente resuelta.
Este subrayado de lo “subjetivo” y este descrédito de los maestros afectan evidentemente a la pastoral. A la luz de este proceso, entra en crisis, por una parte, la figura del “padre/madre” que ha experimentado la vida espiritual, y, por otra, una mediación privilegiada que ayuda en la vida espiritual (paternidad/maternidad).
Al producirse el giro arriba descrito nos encontramos con personas dedicadas a la pastoral hábiles en animación y en organización; pero, quizás, personas con menor talante paterno y materno generadoras de vida interior. Se desdibuja la labor del acompañante, del guía, del maestro, del director espiritual.
Vamos a otro aspecto de nuestra reflexión y para formularlo nos servimos de una afirmación de Pablo VI: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan…, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio«[4]. El Papa resalta dos aspectos: quedan en entredicho, o bajo sospecha, los maestros que no viven lo que dicen; y queda reafirmado el maestro que es testigo, que tiene experiencia de lo que habla y que deja ver su experiencia. Este segundo aspecto está pidiendo que quien es pastor de jóvenes, haya hecho él mismo un camino espiritual, que el maestro sea testigo de vida espiritual[5].
Dando otro paso más, afirmamos que la autoridad del “maestro de espíritu” queda confirmada por una autoridad mayor que él mismo y que su experiencia. Se trata de la autoridad de ser enviado como apóstol de parte del Señor Resucitado.
- Algo nuevo está surgiendo
Algunos entusiasmados por la ciencia con sus muchos adelantos, avances y posibilidades, pensaban que nuestro tiempo enterraría algo tan elusivo como es la espiritualidad. Parece que no ha sido así. Por el contrario, parece que las cosas del espíritu regresan con fuerza. Pero este regreso, nos recuerdan los sociólogos, no siempre se hace en los cauces de las instituciones que tradicionalmente aseguraban las realidades espirituales. Es una manifestación más del fenómeno descrito arriba, ese balanceo hacia lo subjetivo en detrimento de lo objetivo. El hombre posmoderno parece poner lo sagrado en su propio horizonte y recela de la Iglesia y de su tradición espiritual.
Los hombres y mujeres de la sociedad actual buscan una esperanza, como demuestra la difusa y, a veces, confusa exigencia de espiritualidad y de una renovada búsqueda de referencias. Hay unas ganas soterradas de espiritualidad en el hombre y mujer de hoy. Es una oportunidad que, ojalá, sepamos interpretar y atender. Todo proyecto pastoral tiene como punto de arranque la escucha de la realidad. Hoy la realidad nos dice que algo nuevo está surgiendo. Es todo un reto. No sabemos muy bien qué es “eso nuevo”, hay quien habla de un nuevo paradigma de lo interior.
Los estudiosos de la personalidad llegan a formular la hipótesis de la inteligencia espiritual, aquella que se relaciona con la trascendencia, lo sagrado y los comportamientos virtuosos: perdón, gratitud, humildad y compasión.
Por otra parte, las nuevas generaciones no tienen creyentes de referencia, ni un lenguaje que les ayude a identificar e interpretar adecuadamente su mundo espiritual. Esta orfandad de lo espiritual se mezcla con la falta de identidad personal, la fragmentación interna y la inseguridad psicológica.
- La educación espiritual es un ministerio que necesita maestros
La educación espiritual
Todo proyecto de pastoral juvenil es un proyecto espiritual siendo fieles a uno mismo, poniendo en relación con Jesucristo y en unión con la Iglesia[6]. Podemos hablar, por lo tanto, de educación espiritual.
Educar es, en primer lugar, establecer una relación, un intercambio de experiencias, de conocimientos, de actitudes vitales. La educación espiritual pone en relación a dos personas. Una de estas personas tiene más recorrido, más experiencia en las cosas del Espíritu. La otra persona está haciendo su propio camino espiritual.
Educar requiere una idea del hombre, una antropología. Nuestra antropología es cristiana. Para entender qué es la persona no podemos prescindir de Dios. Él es nuestra referencia, nuestro origen y nuestro fin[7]. Dios nos llama y nosotros, en nuestra libertad, respondemos a la vida, al amor, a la vocación, a la misión. La persona es imagen, huella de Dios. Para que el hombre vaya entendiendo, poco a poco, esta llamada de amor, necesita escuchar, hacer consciente y responder con sus palabras, actitudes y gestos. Necesitamos desarrollar esa dimensión espiritual que todos tenemos.
En educación hoy hay un choque de antropologías. La sociedad ofrece una antropología, los medios de comunicación otra, la familia otra, la escuela otra. La pregunta por el hombre, la antropología, es de gran actualidad.
Educar es ayudar a integrar las distintas dimensiones de la persona (lo psicológico, lo existencial, lo espiritual). Integrar no es sumar. En educación unir sin más puede ser un grave error. Hablamos de integrar. Integrar es relacionar, referir a un eje, a una perspectiva, a una dimensión fundamental, a una experiencia central.
Hay una gran paradoja en el mundo de la educación. Se habla de educación integral, reconociendo la importancia de la dimensión espiritual en la persona. Muchos educadores, en cambio, se sienten incómodos cuando se habla de educar la espiritualidad. Algo falla: ¿La antropología? ¿La perspectiva integradora? ¿La falta de un camino propio de vida espiritual?
Educadores y maestros de espíritu
Este punto es clave en nuestra reflexión. Nos servimos de una imagen. Entendemos que entre “Educadores y Maestros de espíritu” hay una dialéctica. En las cosas espirituales unos son, sobre todo, educadores, y otros maestros de espíritu. Hay una variación continua de densidad entre ambos.
Educadores y maestros de espiritualidad tienen en común una misma actitud paterna y una mima voluntad para ponerse en disposición y ayudar al crecimiento espiritual. Inmediatamente surge una pregunta: ¿Dónde está la diferencia? La primera diferencia es carismática. Algunos, no todos, tienen un carisma especial, son maestros de espíritu. Desde otro punto de vista la misma necesidad del joven requiere una u otra ayuda. Es decir la edad, el momento existencial y vital (preparación, equipamiento, iniciación, decisión) piden la cercanía de un educador o de un maestro de espiritualidad.
El educador tiene su papel: prepara el camino y las bases humanas de la espiritualidad. El maestro de espiritualidad, que también tiene olfato pedagógico, sabe situar, mostrar el camino, proponer medios. Al maestro de espiritualidad le corresponde el acompañamiento y el discernimiento[8].
Por último, hay que destacar una clara diferencia de objetivos, estrategias y densidad de las propuestas.
Un ministerio que necesita maestros
Cuando hablamos de educadores y maestros en la vida espiritual nos estamos refiriendo a personas con experiencia espiritual y también con sabiduría pedagógica. Esa es nuestra apuesta pastoral.
Es interesante comentar el significado de las palabras. Educador viene de la palabra latina “educere”, que significa sacar. El educador es quien ayuda a sacar, a dar a luz. El padre de Sócrates era escultor y su madre partera. El se veía más partera que escultor, porque lo suyo era ayudar a dar a luz. .
La función del Maestro espiritual se configura desde el Ministerio que recibe del Señor. Maestro viene de “magister” que nos habla del “magis”, del más, en este caso del más en las cosas de la vida y en las cosas del Espíritu. Ministerio viene de “minus” que nos habla de siervo.
Necesitamos siervos que, con una probada experiencia, con largos tiempos de discernimiento, de estudio y oración, se ha vuelto maestros en las cosas de Dios.
- Educar (nos) en la vida espiritual
Seguimos en la lógica de nuestra exposición. Hablamos de testigos y maestros. Maestros porque nos proponemos ayudar en la educación espiritual; testigos porque nos dejamos educar. Maestros y testigos, siempre en proceso.
Es pretencioso decir que nosotros podemos educar (nos) en la vida espiritual. Tenemos que reconocer que la vida espiritual, entendida como vida teologal, es un don. Estamos en el terreno de la gracia. “Dios entra donde se le deja entrar”[9]. Nosotros podemos disponernos, desear, favorecer y pedir el encuentro con el Señor. Nosotros podemos ayudar a que otros se encuentren con este Señor. ¡Sólo ocurre por gracia!
El cristiano nace en el bautismo y recorre un camino de crecimiento y maduración. Este camino tiene etapas donde el cristiano consigue una mayor conciencia de la gracia recibida: internalización, iluminación, experiencia gozosa.
La vida espiritual tiene un componente siempre dinámico. Estamos siempre en camino, en un proceso temporal e histórico. La vida espiritual tiene su ritmo, su dinamismo, iluminada por la Palabra de Dios, la tradición de la Iglesia y los datos culturales de nuestro tiempo[10].
San Pablo habla de un proceso de maduración en la vida espiritual. Habla de una vida cristiana infantil y de una vida cristiana adulta[11]. Niño es quien está al inicio de la vida cristiana. Adulto es el cristiano en el que la gracia recibida en el bautismo ha llegado a plenitud.
La Iglesia en su historia, y tradición, nos presenta el cristiano adulto como un hombre o mujer de vida teologal (fe, esperanza y caridad), que ora, que participa en la vida sacramental, que está abierto a las necesidades de los demás, que vive en comunión con la Iglesia, para el bien del mundo.
La vida teologal nos abre al amor de Dios Padre, manifestado en la obra redentora de Jesucristo y presente en la fuerza transformadora del Espíritu.
Nuestra vocación es conformar nuestra vida en Cristo[12]. El encuentro personal con Jesús es la puerta certerade entrada para el proceso de la fe. Cuando acercamos a la Palabra de Dios, cuando hablamos de Jesús, cuando narramos nuestra fe…estamos educando al encuentro con Jesucristo. El anuncio de Jesús es el mayor gesto deamor que puedo hacer a los jóvenes[13]. Reconocemos que este encuentro tiene en la vida sacramental su lugar privilegiado.
Para ese encuentro quisiéramos sugerir algunos caminos, que son también caminos educativos. Desarrollar una propuesta de educación espiritual excede la intención de este artículo. Aún así nos parece oportuno dibujar un breve esbozo.
- Educar los sentidos. El cuerpo, con todos sus sentidos, constituye la puerta para el mundo interior y espiritual. Más allá de todo dualismo, el cultivo adecuado de los sentidos corporales hoy se hace necesario para abrir la puerta a los sentidos internos, capaces de percibir lo invisible en lo visible; y, sobre todo, de suscitar sentido de fe.
- Educar al silencio. El silencio nos pone en contacto con las realidades trascendentes, con el misterio. El silencio es condición para conocer a Dios.
- Educar en la interioridad. Buscando dentro vamos descendiendo en mayor interioridad; vamos avanzando en un continuo reconocimiento: el cuerpo, la propia identidad, los pensamientos y convicciones, las emociones, los sentimientos…, hasta llegar a lo más íntimo. Buscando fuera seguimos un proceso parecido: lo que veo, lo que proyecto, lo que es producto de mi acción…, lo que me transciende, Dios.
- Educar en la oración. La oración es el momento afectivo de la vida cristiana. Orar es hablar, escuchar, alabar con el corazón. Orar es querer y dejarse querer por Dios.
- Educar en la vida sacramental. El Concilio lo ha dicho con una frase densa y feliz: “La liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza”[14]. Educamos a la vida espiritual cuando acompañamos, celebramos, hacemos gustar a niños, adolescentes y jóvenes la vida de los sacramentos, sobre todo la Eucaristía y la Reconciliación.
- Educar a la vida eclesial. De una manera bonita el Concilio define a la Iglesia como una madre. La Iglesia engendra hijos a la fe, alimenta, cuida y acompaña a largo de su vida. Nuestra vida personal es camino entre el nacimiento y la muerte, entre Dios origen y Dios -futuro-. La Iglesia nos acompaña en este camino de seguimiento bajo la luz del Espíritu Santo.
- Educar en las virtudes. La tradición de la Iglesia habla de virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza) y virtudes teologales (fe, esperanza y caridad). Las virtudes teologales se incardinan en las virtudes cardinales y hacen del hombre un creyente. El giro antropológico de nuestra cultura trae a consideración algunas virtudes nuevas en su formulación (responsabilidad, solidaridad, autonomía personal, búsqueda de la verdad, sentido de incondicionalidad…).
- Educar al compromiso y a la alteridad, a las necesidades de los demás. Esta apertura solidaria tiene, para el creyente, su fundamentación en un Dios trinitario que es relación y comunión. En un mundo que favorece el individualismo, que tiene una grave crisis económica favorecida por la codicia, que separa y segrega, es especialmente necesario educar a la apertura a los otros, a la solidaridad y al compromiso.
Llegar a ese cristiano adulto es un lento proceso. La sabiduría pedagógica nos enseña a plantear el crecimiento de las personas con progresividad de propuestas, con momentos de ruptura y transformación; buscando experiencias significativas y momentos de interiorización de lo vivido.
- Conclusión
Somos conscientes de que hablar de espiritualidad hoy aleja a mucha gente[15]. Todavía se tiene la imagen de que lo espiritual es un añadido, un adorno, algo no sustantivo en la vida de una persona. Se mutila la espiritualidad cuando se aleja de la vida.
Estamos convencidos de la necesidad de educadores y maestros de espiritualidad. Educadores y maestros que han hecho ellos mismos experiencia de fe; que son testigos; que pedagógicamente quieren ayudar a las generaciones jóvenes en su camino de crecimiento personal y espiritual.
Entendemos que, en pastoral juvenil, es urgente recuperar un talante paterno (no paternalista). Esta actitud la tienen de igual manera educadores y maestros de espíritu. Por eso, nos atrevemos a relacionar ambas figuras en un continuo de densidad. Dicho de otra manera: un educador tiene algo de maestro de espíritu, un maestro de espíritu tiene actitud pedagógica. Esta íntima relación da calidad a la pastoral juvenil.
JUAN CRESPO
KOLDO GUTIÉRREZ
[1] Cfr. Génesis 2,7.
[2] 1Samuel 3, 8.
[3] Deus Caritas est, 1.
[4] Evangelii Nuntiandi, 41.
[5] “Más vale callar y ser que hablar y no ser. Bien está el enseñar, a condición de que quien enseña, haga. Ahora bien hay un maestro que dijo e hizo. Y lo que callando hizo son cosas dignas de su Padre” Cfr. San Ignacio de Antioquía, Carta a la Iglesia de Éfeso 1, 5.
[6] Cfr. “Ripensando quarant’anni di servicio alla pastorale giovanile. Intrevista a Riccardo Tonelli”, Note di pastorale giovenile, 25.
[7] “En Él vivimos, nos movemos y existimos” es la hermosa formulación de San Pablo en Hechos 17, 28.
[8] Cuando estábamos escribiendo estas páginas el Santo Padre en la catequesis del miércoles del 16 de Septiembre hablando de un monje del siglo XI, Simeón, dijo estas palabras: «encontró un director espiritual que le ayudó mucho y del que conservó una gran estima, (…) sigue siendo válido para todos -sacerdotes, personas consagradas y laicos, y especialmente para los jóvenes– la invitación a recurrir a los consejos de un buen padre espiritual, capaz de acompañar a cada uno en el conocimiento profundo de sí mismo, y conducirlo a la unión íntima con el Señor, para que su existencia se conforme cada vez más al Evangelio».
[9] Es una frase atribuida a un famoso rabino B. Mendel.
[10] Cfr. Itinerario spirituale, “Nuovo dizionario di spiritualitá”, Paoline, Roma, 788.
[11] Cfr 1 Cor 2,6.
[12] “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1, 21).
[13] “Ripensando…”, o.c., 52.
[14] Sacrosanctum Concilium, n. 10.
[15] La palabra espiritualidad es confusa porque, semánticamente, se opone a lo material. Debido a este dualismo y a las connotaciones del pasado, no es extraño que ofrezca ciertas dificultades de aceptación.