EDUCAR EN EL SILENCIO

1 noviembre 2002

Álvaro Ginel Vielva
 
Álvaro Ginel Vielva es salesiano, director de la revista ‘Catequistas’ y profesor del Instituto Superior de Pastoral de la U.P. de Salamanca y del Instituto Superior de Teología «Don Bosco».
 
Síntesis del artículo:
Vivimos agitados, atareados, zarandeados por infinidad de actividades y tareas. Hemos llegado al extremo de identificarnos con lo que hacemos y no con lo que somos. «Soy mis actividades, el producto de mi trabajo». Y sin embargo, una identidad construida sobre esos pilares es extremadamente frágil. Cualquier eventualidad, cualquier ruptura «nos deja sin palabras», perplejos, mudos. Ese no es el silencio que enriquece, que forma, que da vida. Es, más bien, el silencio fruto del vacío y de la nada. El auténtico silencio nos educa; pues es un silencio pedagógico. Nos sumerge en los abismos de nuestra propia interioridad, nos pone cara a cara con lo más secreto de lo que somos y vivimos, nos descubre menesterosos y frágiles. Y, sobre todo, nos abre a la Voz que resuena en la Palabra auténtica, la Palabra de la Vida, la Palabra de Dios. Nos hace oyentes de la Palabra. Sin silencio no hay escucha y, en consecuencia, no hay proceso de fe. El autor nos propone en su sugerente reflexión pautas para que, como educadores, suscitemos todo un camino de educación en el silencio capaz de generar personas maduras y cabales.
 

1.    ¡Silencio, se rueda!

 

Comenzaba el rodaje. Hasta entonces, todo era ir y venir, preparativos, charlas y risas, esperas y órdenes. En un momento sonó la voz del director:

¡Silencio, se rueda!
Todos comprendieron, y callaron, cada uno a su tiempo… Había palabras que no se pudieron cortar en el acto… Siguieron en voz baja, o con miradas, o con gestos… Palabras prolongadas… Poco a poco se hizo silencio…
¡Silencio, se rueda! La señal: la hora de lo definitivo, de lo que queda plasmado para que se vea.
En el silencio se iban desarrollando las escenas. El silencio hacía posible y visible lo seleccionado como bueno y válido.
 
¡Silencio, se rueda! es la contraseña de que algo importante comienza. La escena se abre a los protagonistas. A un lado, sin protagonismo, queda todo lo demás, oculto, disciplinado…
¡Silencio, se rueda! Calla todo, todos. Toman la escena los protagonistas.
 
¿No es algo así como la parábola de la educación en el silencio?
Siempre, a la hora de la verdad, en la vida de cada persona se oye la contraseña: ¡Silencio, se rueda! Si todo nuestro interior obedece, la escena la ocupará el protagonista: la persona. De lo contrario, en escena aparecerá un gran desorden que nos impedirá contemplar la trama de la vida.
 

2.    ¡Qué poco espacio para el silencio!

 

–¿Qué poco tiempo dejáis para el silencio en la convivencia?

–Si dejamos más de cinco minutos de silencio, las señoras que participan se aburren. Lo que quieren es que les digan cosas o hacer cosas. No saben hacer silencio.
No saben hacer silencio. Nos cuesta hacer silencio. El silencio no es asignatura en los programas de enseñanza en la escuela. No tenemos educación general sobre el silencio. El silencio es materia extraescolar. Sólo la cursan algunos. Es una optativa. ¡Lástima! Hay optativas que son esenciales… pero no nos hemos enterado… O no nos dejan enterarnos. ¡Por algo será! Privar de una educación en el silencio tiene ventajas para el consumo. El silencio es austero, se basta con nada porque ya es todo el mismo silencio que hace tocar lo esencial que hay en ti… Donde no hay silencio, un vasto campo se abre y hay que llenarlo, amueblarlo de cosas.
 

3.    Silencio no es silenciar

 

–Vengo de una reunión de amigas. Hemos tenido un comida por todo lo alto como final de nuestras reuniones… Sólo mujeres. Calculo, por encima, que lo que lo que cada una llevaba encima (vestido, bolso, joyas…) sería de no menos de cien mil pesetas por persona… ¡Si vieras! Tres mesas preciosas con su mantelería y vajilla haciendo juego. ¡Vamos, un derroche, un sueño! Y ¡qué bien servidas por camareros profesionales! «Si, señora», «Lo que la señora guste»,«¡Cómo no!, señora». Si me preguntas de qué hemos hablado te puedes responder tú mismo con los datos que te acabo de contar… Lo que nos reviste por fuera es lo que nos da conversación… o refleja la conversación que nos ocupa. Y en el fondo, yo sé que allí había personas con problemas tremendos: alcoholismo, separaciones, insatisfacción personal (la arruga, la menopausia no aceptada, ¡la edad, casi todas en los cincuenta!, problemas familiares gordísimos…, matrimonios ‘estéticos’… Bueno, qué decirte… No hablar es como olvidar o decirse que no existen los problemas… Silenciamos las cosas porque nos aterra hablarlas. Silenciar no es arreglar nada. Es no querer afrontar la realidad. Silenciar no tiene nada que ver con hacer silencio… Estos encuentros son, entre otras cosas, momentos para silenciar… No quiero ser pesimista; hay otros aspectos muy positivos… Yo me preguntaba: ¿En esto acaban nuestras reuniones en las que hemos intentado hablar de Jesús? Jesús no entra fácilmente. Jesús tiene mucho que tirar por el suelo de nuestras mesas de cambistas… Y, para que no lo tire, preferimos no dejarle entrar de verdad… Nos asomamos a él de lejos; es como un «tranquilizante»; le vemos, pero a distancia, sin que se acerque mucho. No sé si es que no le entendemos o no le queremos entender para seguir donde estamos… Nos sentimos ya con cierta seguridad con nuestra asistencia a alguna de sus lecciones… Asistimos, pero no vamos a aprender, ni a convertirnos… ¡Y menos a interiorizar y a hacer silencio y oración! ¡Faltaría más!

 

4.    Mi constatación

 

El silencio no es asignatura en la escuela… La escuela del silencio es la vida, el propio proceso personal de crecimiento. Si quieres crecer y madurar, tienes que hacer silencio a partir de la vida, de la propia vida y de la vida de los demás… La vida te deja muchas veces en silencio. No tienes palabras para ti, no tienes palabras para otros, no tienes palabras para entender muchas cosas… Sólo te queda el silencio. Te cuento…

El plazo vencía. Tenía que entregar el artículo a la redacción. De nuevo las prisas. Pasé la tarde en el despacho. Llegó Ángeles. Hacía calor.
–Comencemos el trabajo; cuanto antes empecemos, antes terminamos, y preveo que será largo…
–Espera, no corras. Déjame respirar. ¡Mira cómo vengo! Este calor es agotador. Además, el principio no es lo que tenemos que hacer; lo primero de todo es que estamos aquí.
–Vale. Pongo al aire acondicionado.
Esperamos. Hablamos. Después trabajamos.
 
Un encuentro como tantos otros. Aquella tarde, al final del día, leí de otra manera la «anécdota» desde la clave del silencio. Me di cuenta de mis palabras, mejor, de mi bullicio interior: ruidos, ansias de acabar (justo casi antes de comenzar), secretas intenciones… Me descubrí poblado de ruidos, de ansias, de haceres, de quehaceres. Me pregunté ¿soy yo esto? ¿quién soy yo? Yo era cosas, muchas cosas inconfesables, muchas cosas que no tenían nombre. Descubrí: todo lo que había en mí y no tenía nombre o ni sabía casi que me habitaba, era debido a la ausencia de silencio. El silencio nombra y pone nombre; el silencio ordena y hace “señor” de las cosas. Cuando las cosas se confunde con mi persona, yo me hago cosa. Yo descubrí aquella tarde que estaba fusionado con las cosas que dependían de mí y de mis manos… Yo era cosa. Al final, cuando se acaba lo que mis manos hacen, ¿me he acabado yo?, ¿sigo teniendo sentido, sin tener nada que hacer? Si el sentido de mi vida es lo que tengo que hacer, ¿qué sentido tiene mi vida?
 
 

5.    Al principio era el silencio

 

Sí, en todo lo divino, en todo lo que es esencial, el silencio precede. El silencio es el umbral de la creación, de la existencia ante la que puedes decir: “todo era bueno”. En el silencio es donde el aliento de Dios prepara la creación.

Antes de que oyéramos la Palabra, la Palabra estaba en Dios (Jn 1,1) «en silencio callado durante muchos siglos» (Rm 16,25) existía la Palabra.
Silencio callado durante muchos siglos para amanecer creadoramente, con novedad.
 
Observa nuestros modos de hacer, nuestras palabras y nuestra animación de grupos. El animador dice: «Vamos a hacer». Y comienza todo: distribución de roles, de material, de planes… Te paras un poco y es horrible, el grupo siente el vacío. No tener nada que hacer es como no tener sentido: «¿Qué hacemos aquí? ¿Para esto hemos venido?».
En la creación, el silencio precedió a todo. En la acción que llevamos, el silencio parece el vacío más espantoso. ¡Menos mal!, todavía queda el ejemplo del tenis donde se pide silencio en las gradas para permitir la concentración de los tenistas; los deportistas hacen silencio (se concentran) para dar lo mejor de sí mismos.
¿Cómo sacaremos la mejor agua de nuestro pozo si no entramos en el silencio, si el silencio no precede todo lo nuestro?
 

  1. Nos ha dejado sin palabras

 

La vida se impone, ¡y de qué manera! Un día, en medio de las prisas, los hechos llegan y nos rompen los esquemas. Aparece lo inesperado: un accidente, la decisión incomprensible de una persona que rompe la lógica de lo que esperábamos de ella… Sólo nos queda decir: ¿Nos ha dejado sin palabras! ¡No tengo palabras, no sé qué decir! Por un instante, descolocados, nos quedamos sin palabras. Quedarnos sin palabras no es el silencio. Quizá sí una puerta para entrar en el silencio. Nada más. Cuando el silencio no nos precede y envuelve, las palabras se nos borran; no tenemos palabras. Los que habitan el silencio descubro que siempre tienen palabras, porque están cerca de la Palabra. ¿Qué es el silencio sino la intimidad con la Palabra? Los que tienen palabras son los que habitan el silencio porque dialogan con lo esencial. ¿La expresión «me he quedado sin palabras» no será un termómetro de nuestro morar en el silencio?

 
Seguro que conoces muchos casos de la vida ordinaria en los que tú o tus conocidos os habéis quedado sin palabras. A lo mejor has asistido a un funeral por un joven segado en plena vida. Los compañeros, silenciosos, no entienden, están, lloran, se desmoronan…, tocan su inconsistencia. Por lo general, es algo que dura poco. Enseguida vuelve la vida de siempre. La ausencia de palabras, en ellos, es simplemente una rebelión contra la lógica de la vida. ¿Por qué la muerte o la enfermedad, si tiene la vida por delante, o es tan necesaria para sus hijos pequeños? ¿Por qué? Desconcertados formulan preguntas sin ir más allá… sin buscar una respuesta. Buscamos respuestas desde nuestra lógica, y no las encontramos. Entrar en el silencio es situarnos en la orilla de la lógica de lo inefable, del misterio.
Estamos reduciendo la vida al funcionamiento del mercado: tengo lo que compro. Puedo tener todo lo que puedo comprar. Y lo tengo cuando quiero.
Hay cosas que no se compran. Tú no puedes comprar el silencio. Sí puedes comprar el ruido. El silencio en ti existe sólo si tú lo haces, si tú lo modelas, si poco a poco entras en el secreto del silencio.
 

  1. La chispa de la vida

 

Una vez escuché esta historieta. Es una historieta. El sentido está abierto, y tú la puedes recibir como quieras… Dice así:

 
«En otro tiempo, hace mucho, cuando Dios había terminado la creación del mundo, quiso dejar al hombre una parte de su propia divinidad, una chispa de su ser, una promesa hecha al hombre de lo que podría llegar a ser, si lo quería con todas sus fuerzas. Buscó un sitio donde esconder esta chispa divina, porque, decía, lo que el hombre encuentra muy fácilmente no lo aprecia en su justo valor.
–Entonces, tenéis que esconder la chispa divina sobre la cima más alta del mundo, le dijo uno de sus consejeros.
Dios movió la cabeza.
–No, porque el hombre es un ser aventurero y aprenderá pronto a escalar el pico más alto.
–Escondedla, oh Eterno, en las profundidades de la Tierra.
–No creo que eso convenga, dijo Dios. Un día u otro el hombre descubrirá que puede cavar hasta lo más profundo de la tierra.
–¡En medio de los océanos, entonces, Maestro!
Dios movió de nuevo la cabeza.
–Vosotros sabéis que he dado la inteligencia al hombre y un día u otro aprenderá a construir barcos y a cruzar los océanos más fuertes.
–¿Pero, dónde entonces, Maestro?
Dios sonrió.
–La esconderé en el lugar más inaccesible, un lugar a donde el hombre no irá a buscar fácilmente. La esconderé profundamente en el mismo hombre».
 

8.    Silencio educativo

 

Hay un silencio que educa, es decir, que te hace sacar lo mejor que hay en dentro de ti. Hay un silencio que hace camino hacia donde sólo se puede ir sin palabras. Las mejores palabras no son las que aprendemos fuera, sino las que brotan de dentro, las que ya están ahí, dentro de ti, esperando la oportunidad de ser pronunciadas. Hay palabras exteriores que ahogan la palabra interior. Callar, no decir palabras, no hacer ruido es sólo un entorno para ir al silencio y dejar que suene la palabra que te habita. Eso, la palabra (y la Palabra) te habita, está dentro de ti, como en gestación. El silencio es siempre encuentro, nacimiento, palabra. Somos manantial. Somos palabra. El silencio es el portal de Belén donde nace tu palabra. No callas para no tener palabra. Callas para escuchar, en el silencio, la palabra, la tuya y la que te habita desde el inicio y es más íntima que tú mismo. O, si quieres, callas para pronunciarte.

 
Tiene poco sentido «estar callados». Es necesario callar. Pero sólo es camino para el silencio que deja hablar… «¡Cállense! ¡Dejen hablar!», es una orden para oír la palabra que nos llega de fuera. «Me callo. Dejo de hablar» tiene otro sentido bien distinto. Soy consciente de que dentro mí hay palabras mías que sólo las puedo pronunciar si hago un camino y creo un ambiente de parto. La verdadera palabra es un alumbramiento, un parto.
Callas, primero. Respiras. Sigues callando y descubres la barahúnda de tu vida. Sigues callando, respiras. Y poco a poco viene el silencio (horas, días, años… no sé). Sigues en silencio, en espera, sin decir nada, es cuando, sin forzar, nace la palabra: tu palabra.
Ahora lee: No está Dios en el ruido (1 Re 19).
 

9.    Silencio pedagógico

 

Hay una privación de palabra, de comunicación con el otro que es silencio pedagógico. «Dejo de hablarte, te niego la palabra hasta que recapacites un poco y tengas palabra. Así, tal como estás, tal como te comportas, no merece la pena hablar contigo. No tienes palabra…». Tú entiendes bien de qué hablo; has utilizado esta pedagogía del silencio con tus amigos, con los que más quieres… Es una pedagogía que sólo funciona con cercanos y con íntimos. La negación de la palabra al otro es pedagogía de silencio entre los que se comunican, entre los que se quieren. Restringimos o anulamos la palabra temporalmente para que broten de verdad palabras personales, para reavivar el diálogo personal.

 
Lo entendió bien Israel en el Antiguo Testamento. ¿Por qué Dios, tan hablador como es, no nos habla? Si nuestro Dios guarda silencio, es que nos está invitando a buscarle, nos está invitando a descubrir que adoramos dioses falsos. Un Dios hablador no es un Dios palabrero. Un Dios hablador quiere interlocutores capaces de mantener con Él una conversación de tú a tú. Dios nos toma en serio. Nos toma tan en serio que nos recuerda que, en lo más profundo de nosotros mismos, cada ser humano es «palabra de Dios». Hemos sido pronunciados por Dios y existimos. Hemos sido pronunciados por Dios y tenemos «aliento de Dios». Somos capaces de mantener conversación con Dios si nos habitamos, si estamos «en casa», en nuestra propia piel, si somos realmente la «palabra pronunciada» por Dios. Dios no nos quiere palabreros, nos quiere con palabra. Dios se comporta con nosotros como íntimo. Las personas vacías, que no tienen nada que decir llegan a ser insoportables. Y estar con ellas se nos hace insufrible…
 
Tanta crítica al silencio de Dios, ¿no deberíamos interpretarla desde esta óptica como un «silencio pedagógico» de Dios con cada uno de nosotros?
(Si puedes y encuentras el librito Escucharás la voz del Señor, tu Dios, Juan José Bartolomé, CCS, Madrid 1984, 97 pp., léelo despacio, al menos el capítulo primero y segundo).
 
Hay pedagogías tan profundas que no están escritas, nos las dicta el corazón. Dejamos de hablar a quien queremos para decirle lo que sólo él se puede decir cuando se pregunte y eche de menos nuestra palabra… Te retiro mi palabra hasta que seas persona de palabra, hasta que busques tu palabra…
Hay un silencio provocativo que se hace silencio pedagógico.
Hay palabras que sólo pueden brotar de una provocación. Caemos en la cuenta de nuestro vacío cuando somos provocados por el silencio del que antes hablaba tanto con nosotros…
 

10.                     Educar en el silencio

 

En Dios, lo primero es el silencio. En nuestra época agitada y ruidosa el silencio es raro, aparentemente imposible para muchos. De ahí que sea importante educar en el silencio. Sigue siendo verdad que el silencio precede a toda vida, a todo lo que alienta la vida y la hace crecer.

No se trata de realizar actos aislados de silencio, sino de llegar al silencio por una educación sistemática en el silencio.
Educar en el silencio exige un camino que conduzca al silencio. «Hay un tiempo para callar, hay un tiempo para hablar» (Qo 3,7). Se prepara el hablar con el callar. Aquí te pongo referencias para un camino sistemático de educación en el silencio.
 
■ Momentos de estar solos para poder estar presente a ti mismo y a los demás. Respira. Toma conciencia de lo que te habita, de tus sentimientos, de tu soledad… hasta que descubras que estás habitado por ti mismo y por una presencia que te precede: «el aliento de Dios» (Gn 2,7).
 
■ Momentos de callar para entrar en el silencio y acercarse a la escucha del corazón: «tengo que hacer…: calla»; «tengo ganas de…: calla»; «ahora recuerdo…: calla»; «me da vueltas esta idea…: calla». Calla y respira. Calla y espera. Calla y unifícate. Calla y no desees nada. Calla y, como mucho, rumia una palabra: paz. Calla y no tengas miedo al vacío… Ese vacío que sientes es ya palabra profunda que anhela lo que hay dentro y no te atreves a mirarlo. No digo a pensarlo. Las cosas más importantes no se piensan: se contemplan.
 
■ Momentos admirar y contemplar. Es importante enseñar a ver y a mirar para admirarse: contemplar. Hay maravillas muy pequeñas: gestos humanos, rostros… Y la naturaleza nos sorprende a cada paso. ¡Cuánta maravilla dejamos de contemplar! El consumismo nos lleva a reducir todo a consumo. Un jardín, una flor, una gota de agua no es para nada, basta contemplar… Sólo vemos lo que llevamos ya dentro o lo que otros nos muestran… Despierta hoy con ánimo de contemplación, de descubrimiento de pequeñas grandes cosas… Edúcate y educa en la admiración y contemplación de todo lo que te rodea. Donde parece que todo es igual es posible que un día, hoy, descubras un secreto oculto (Mt 13,44).
 
■ Momentos para contemplar la realidad. No se trata de saber noticias, sino de contemplar la realidad. Esto exige mirar desde diversos puntos. La realidad, como cada persona, es mucho más de lo que vemos. Siempre hay algo oculto que se nos escapa. Nunca las cosas son simples, reductibles a blanco o negro. Juicios apresurados son siempre parciales y, por eso, pueden estar cargados de error.
■ Momentos para descubrir los procesos de las cosas. Las cosas no comienzan en el lugar donde las «compramos». Las patatas no nacen en el supermercado, sino en la tierra. Allí el agricultor las sembró, germinaron, fueron cultivadas, regadas, mimadas, sacadas, envasadas, transportadas… Todo un largo proceso que da otra perspectiva de la vida menos puntual… Viendo los procesos, las cosas cambian, tienen más densidad… Cuando aparece algo es porque ya estaba hace mucho tiempo latente… Los procesos de lo que nos pasa se entenderían mejor si descubriéramos, en silencio, el hacer silencioso que crea y da fruto paso a paso.
 

  1. La persona educada en el silencio

 

¿Cómo es la persona educada en el silencio y acostumbrada a alimentarse del silencio? Posiblemente la respuesta a esta pregunta tendría una variedad de representaciones imaginarias muy amplia. Te propongo aquellos rasgos que me parecen más destacables.

 
■ La persona educada en el silencio es consciente de lo que ha llegado a ser. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que el silencio hace que seamos capaces de ver nuestra vida como historia (proceso) en la que percibimos acontecimientos raíces, hechos importantes en los que se apoya nuestra existencia. Y no sólo los percibimos, sino que descubrimos que unos hechos son cimiento y base de otros. No somos caos ni «lo que sale». Nuestra vida tiene hilo conductor. Unos hechos explican otros y posibilitan el futuro. Hemos llegado donde ahora estamos porque una trama de acontecimientos lo permitió. El silencio nos permite ordenar nuestro caos y dar nombre a lo que la vida nos ha regalado. Es todo lo contrario de vivir en la superficialidad, en el ruido, en una interminable sucesión de «cosas» que no tienen trabazón lógica.
El silencio de cada día nos lleva a «ordenar» lo que nos pasa y a descubrir la corriente de agua por la que navegamos día tras día: sentimientos, luces que se encienden, gustos que tenemos, opciones que hacemos…
 
■ La persona educada en el silencio reconoce sus límites. Reconocer los propios límites es sabiduría. Cuando lo único que nos alimenta es lo que hacemos con nuestras manos, la gran tentación es hacer mucho, no tener huecos libres en la agenda para «no hacer nada». El final suele ser un gran vacío o una ruptura personal por falta de sentido… Es insoportable hacerse la pregunta: «¿quién soy yo?» y encontrarse con que «yo soy lo que hago». Cuando yo soy lo que hago, la tragedia es que no soy. Es lo que hoy rompe a muchas personas interiormente. Se ha identificado ser y hacer, y el hacer ha eclipsado al ser. El silencio nos lleva a reconocernos personas con sentimientos, deseos, amor, fragilidad, capacidades personales, límites… Aceptar lo que soy y los límites que tengo es básico para quererme y para no pretender grandezas que superan mi capacidad (Sal 130). Si queremos saber en qué consiste de verdad «no pretender grandezas que superan mi capacidad», hay que hacer silencio y encontrar el cimiento de nuestra vida. Para el creyente, ese cimiento no es otro que el Dios en quien confía. San Agustín lo expresó, como confesión personal, curando escribió: «Porque tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío» (Confesiones 3,6,11).
 
■ La persona educada en el silencio es una persona abierta a la realidad. Hay esquemas de representación que nos llevan a imaginar la persona silenciosa como una persona mojigata que no abre los ojos, que no es de este mundo, una persona asustadiza, que no pisa tierra. Nada más lejos de la verdad. La persona educada en el silencio es una persona que, justamente porque sus bases están en tierra sólida, no se asusta de nada ni por nada. No son las cosas su columna vertebral, por eso las cosas no le tambalean. La persona profunda no tiene miedo a lo que pasa y no se queda en lo que pasa, sino que sabe analizarlo, situarlo, reorientarlo… La persona silenciosa es profunda y mira sin ser mirona; mira sin ser fisgona. Mira para contemplar, para llegar al corazón de la realidad. Por eso admira y es admirable. Nadie como la persona de hondo silencio sabe comprender a las personas y sabe discernir la paja del grano. En lo más corriente de lo que acontece, sabe formular preguntas importantes, sabe interrogarse e interrogar a otros… El silencio que lleva a la interioridad nunca es evasión porque las cosas nos van mal o porque nos estorban los hombres. El silencio no es huida de nadie ni de nada. Es búsqueda de nosotros mismos porque, estando en contacto con nosotros mismos, es como mejor podemos relacionarnos con Dios, con los otros, con la realidad.
 
■ La persona educada en el silencio es amante de la verdad. La verdad no se equipara a una categoría de razón ni se puede reducir a pura lógica. La verdad es alcanzar la completa posesión de sí mismo, la plenitud. La verdad es conocer y, sobre todo, conocerse. Pero en la persona humana el conocimiento es más que fórmulas. El conocimiento es amor, libertad, íntimos deseos, duda, búsqueda, camino, futuro, tierra prometida… Siempre caminando hacia ella y siempre más allá… La verdad no es posesión, es camino. Los que hacen de la verdad posesión, se estancan. Poseedores de la verdad, ya no buscan y enjuician todo, a todos… desde su posición. La verdad es tarea. Se alcanza desbrozando las pequeñas verdades absolutizadas. La verdad es camino por el que se circula con la propia luz interior y con la Luz que nos viene de fuera; hay tramos que sólo son transitables con ayuda de otras luces, de otra Luz. Ver la verdad pide aceptar iluminación…
 
■ La persona educada en el silencio es feliz. Los santos tristes hacen mucho daño al Evangelio. Los santos que no son de este mundo tienen poco atractivo. Necesitamos santos de a pie, de los viven con la gente, de los que aman a la gente y se dan a la gente, de los que marcan caminos en medio de la niebla, de los que tienen ojos de profetas y agua del pozo de la samaritana… Necesitamos santos que vivan nuestra vida y la vivan desde el silencio y la contemplación para que nos den razones para vivir. Necesitamos gente a quien el Evangelio le haga feliz. Felicidad, santidad y alegría no están reñidas con nada de lo verdaderamente humano o humanizable. ¿Qué más fuente de felicidad y alegría que beber el agua fresca del propio pozo? ¿Qué mejor aliento para vivir que el aliento del Dios de la creación?
 
 

  1. Al cierre
«El hombre no puede saber lo que es profundidad sin quedarse en silencio y reflexión sobre sí mismo. Sólo cuando deja de preocuparse de lo circundante, puede experimentar la plenitud del momento aquí y ahora; de aquel momento en que despierta en él la pregunta por el sentido de su vida» .

 
El silencio es sólo soportable un tiempo… El silencio no es estación de término. El silencio es camino para un encuentro: personal y con todo lo existente.
 
Si hoy sentimos urgencia y necesidad de silencio es porque estamos amenazados de ruido, de palabras de otros, de miles de solicitudes para estar siempre «fuera de casa», mirando hacia fuera (todo se hace escaparate y provocación), sin tiempo para mirarnos, para mirar hacia dentro.
 
Educar en el silencio y mantener la espera. Lo esencial no se toca con la mano, sin más. Hay que prepararse para estar en presencia de lo esencial sin temor. Si temes, si te tienes miedo, aún es tiempo de espera. No se trata de saber la verdad ni de que te digan la verdad. Se trata de que descubras de verdad tu verdad. Descubrir es más que saber. Descubres y comienzas a ser de verdad, a hacer la verdad, poco a poco, como se hacen las grandes creaciones.
 
 

Tres palabras
 
Hay tres palabras muy cercanas: interioridad, silencio, soledad.
 
Interioridad: Hace relación a lo que cada persona lleva dentro de sí, en lo más profundo: sentimientos, deseos, proyectos, futuro, amor, odio, libertad. La persona, que llega a tocar esas realidades personales y se maneja bien en ellas, ha llegado al centro, al interior, al secreto más íntimo de su persona. Todas las personas tienen interioridad, pero no todas llegan a ella. Por eso podemos hablar de personas profundas, interiores y personas superficiales.
 
Silencio: Aquí lo entendemos como el camino que lleva al adentro, a la profundidad, a la interioridad de la persona. El silencio del que tratamos es más que ausencia de ruidos, o de palabras. Si callamos, es para hacer posible el nacimiento y el descubrimiento de la riqueza que la persona es y tiene. El silencio no es un lugar donde habitar, sino un camino para llegar a la interioridad de la persona, que sí es un lugar donde habitar. De todas formas, no se entiende una realidad, interioridad, sin la otra, silencio.
 
Soledad: Carencia voluntaria o involuntaria de compañía dice el diccionario. Aquí, por soledad, entendemos el encuentro de la persona con su realidad más original de libertad y de opciones. Al fondo de su interior llega la persona y llega sola. Le pueden acompañar, pero, en el secreto de sí misma, sólo ella puede entrar. En soledad la persona tiene que tomar decisiones y responsabilidades. La persona puede estar acompañada hasta un determinado kilómetro. Pero llega un momento en que la única responsable de sus acciones es ella, como llega la muerte y es ella sola la que muere. Para entendernos, soledad es esa situación vital en la que la persona toma opciones, arriesga su vida, orienta su existencia. En este sentido, por duro que parezca, la soledad es una riqueza, un valor e indica que estamos ante una persona madura. Sin un cierto grado de soledad,   la persona no puede madurar, todo se le da hecho, ella es poco protagonista de su vida.

 
 
 
 
 

Proposiciones para educadores
 
Tú eres educador. Tú tienes en las manos una posibilidad de educar a los niños y adolescentes en el silencio. Tú, si quieres, puedes ejercitarles en el uso de la llave que abre la puerta del silencio personal.
Tú eres educador. Tú eres necesario para que el otro haga su camino de silencio hacia el tesoro que está oculto en él mismo.
Tú eres educador, eres necesario porque el camino del silencio es difícil, largo, lleno de peligros. Las realidades más profundas se desvelan muy lentamente y tras un esfuerzo personal perseverante. El silencio está siempre amenazado: miedos, cansancio, proceso largo, desorientación, aceptación o rechazo de lo que uno se encuentre en el camino…
Tú eres educador. Tú eres necesario. Tú tienes en tu mano muchas pequeñas cosas para poner en camino y hacer caminar…
 
□ Ayuda a hacer preguntas y deja tiempo para las respuestas. Hay respuestas que sólo son verdad si no se dan en el acto.
 
□ Lanza preguntas, espera la respuesta, pero no olvides la pregunta lanzada. Recuérdala. Una cosa es exigir respuesta inmediata y otra olvidar y abandonar la pregunta. Si abandonas la pregunta, quizás no estabas convencido de que era pregunta fundamental.
 
□ Ayuda a callar y calla. No lo digas todo. Es imposible. Además, lo más importante es tu aportación para que el otro se diga su verdad. No llenes el espacio de palabras. Haz gestos. Deja silencios. Es posible que no te entiendan al principio. No te entenderán jamás si descubren que tu silencio está vacío. Pero si perciben que, después del silencio, al menos tú tienes palabra nacida en el silencio, aprenderán a callar y palparán la riqueza del silencio.
 
□ No permitas la palabrería. Detén la conversación, la discusión, el diálogo cuando algo importante suena y se pronuncia. Di: «Silencio, por favor. Vamos a dejar que cale en nosotros esta palabra. No todo es igual. Hay palabras que están cargadas de vida y hay que dejar que la vida nos empape».
 
□ Ayuda a que salga la palabra personal. Demuestra tu desacuerdo cuando escuchas «palabras hechas», «palabras rutinarias», «palabras que no dicen nada»… Pregunta: «Esto que dices, ¿es tuyo, te sale del corazón o es el ‘disco’ que te han metido dentro y ahora has puesto? Yo no quiero hablar con discos ni con magnetófonos. A mí me gusta hablar con personas… Yo quiero hablar contigo. Yo quiero tu palabra».
 
□ Abre a la admiración, a lo bello, a la contemplación, a lo diferente…
 
 
 
 
□ Ayuda al silencio haciendo «preguntas que no están en el libro», preguntas que exigen elaboración personal con datos de fuera y con el propio punto de vista. Pregunta lo que no está en el libro y valóralo para que tengan una idea de lo que son capaces de hacer, de reflexionar…
 
□ Exponte al riesgo de decir a cada persona no sólo lo que sabes de ella, sino lo que percibes, lo que sientes…
 
□ Ayuda a que el otro adquiera ritmo, repetición, ensayo continuo de caminar por el sendero del silencio. Es posible que te tomen un poco el pelo. Pero, si saben por qué lo haces y dónde les llevas, descubrirán que eres educador de verdad.
 
□ No tengas miedo en decir que no lo sabes todo, no lo conoces todo… Afirma que hay misterios… No todo es explicable… Una sonrisa, un guiño de ojos, un beso no tienen explicación. Son reflejos de un misterio oculto en nosotros: el amor.
 
□ Ayuda a reflexionar con frases breves que se entiendan, pero que necesiten ser pensadas.
 
□ Recuerda: no sólo ayudas a caminar por el silencio. Tú también eres ayudado a entrar en tu silencio ya sea con la palabrería del otro o con el silencio. Nos educamos todos.
 
□ Ayuda a invocar. Si hay silencio, es posible la invocación, la postración ante el misterio, la adoración, la oración. Calla e invoca. En lo más hondo de ti está el gemido del Espíritu que quiere gritar a pleno pulmón: «¡Abba, Padre!»
 

 
 
 
                                                                  Álvaro Ginel Vielva
estudios@misionjoven.org
 
Álvaro GINEL, Interioridad y fe cristiana, en Misión Joven 263(1998)25-32.
P. TILLICH, La dimensión perdida, Ed DDB, (Bilbao 1970) pág. 15