El problema de la justicia es uno de los más amplios, graves y urgentes
de la sociedad contemporánea; es el problema central de la sociedad mundial hoy
SÍNODO DE OBISPOS 1971
El evangelio de la justicia forma parte esencial del mensaje de Jesús, de lo que Él enseño y vivió. Sus actitudes y su comportamiento son una postura permanente ante los pobres y desheredados de este mundo. Hoy, en una sociedad dominada por la injusticia y las más flagrantes desigualdades sociales, constituye el centro de referencia de todo esfuerzo evangelizador.
Como punto de partida, dos actitudes me parecen indispensables. Por una parte, la conciencia clara de que el compromiso por la justicia hay que realizarlo hoy en un mundo profunda y estructuralmente injusto, en una sociedad fuertemente arraigada en el individualismo, que lo hace más difícil y arduo. Por otra, ante la magnitud y envergadura de los problemas, la comunidad cristiana no puede sentirse impotente, renunciando a comprender los problemas y desentendiéndose de todo eso. Es, quizás, el recurso de tantos que se refugian en su mundo privado, proclamando valores abstractos y prescindiendo de la conflictiva realidad social.
El compromiso por la justicia de la comunidad cristiana empieza haciendo el recorrido del samaritano, siendo ella misma samaritana de corazón abierto, compasivo y solidario, capaz de expresar las exigencias de la justicia en el compartir. Del mismo modo que al samaritano “se le movieron las entrañas a compasión” y, por eso, se acercó al prójimo maltratado, le vendó, lo subió a su caballo, le condujo al mesón y cuidó de él, así también, ante el sufrimiento de los pobres, la Iglesia ha de verse alterada; tiene que descabalgarse y cargar con el peso de la marginación. Para ello no precisa muchos documentos, sino convertirse y convertir sus estructuras y sus mediaciones, ajustar sus proyectos y estrategias pastorales, educar para la justicia y el compromiso.
Desde esta experiencia es posible mirar la realidad social con ojos distintos con los que la mira el sistema; es decir, desde las víctimas, los pobres, los “náufragos del sistema”. Ciertamente, la educación para la justicia tiene que enseñar a mirar (F. J. Vitoria). Quizás, con frecuencia, nuestro problema es que no queremos ver la realidad que hay delante. La epidemia de la ceguera nos alcanza fácilmente.
La mirada sobre la realidad, la aproximación samaritana y el sufrimiento compartido generan no sólo la crítica y la denuncia, sino también un movimiento compasivo hacia los de abajo, que promueve la solidaridad, la acción por la justicia. Es claro que si nuestra sociedad democrática se sintiera realmente afectada y alterada por el grito de los pobres, cambiarían la planificación y la ayuda al desarrollo que proponen y deciden nuestros responsables políticos; serían distintos los objetivos y prioridades económicas de cualquier presupuesto. Y es que el mundo se ve de distinta manera desde las favelas que desde los palacios, desde las pateras que cruzan el Estrecho que desde la orilla de la tierra prometida, desde uno o desde el otro lado de la valla de espino. Y para hablar de justicia hay que empezar situándose. La honradez con la realidad reclama una alteración de nuestra mirada: mirar desde el otro y con los ojos del otro.
Situada desde los pobres, alterando la mirada, es posible que en la comunidad cristiana despierte la conciencia social. Es decir, el acercamiento a la realidad, que mueve a situarse de parte de los necesitados, tiene que conducir a una auténtica conciencia social. No se trata simplemente de mover a una actitud compasiva, capaz de movilizarse para aliviar una situación concreta. La educación para la justicia no puede quedarse aquí. Es preciso llegar a la capacidad de ver la gravedad de los problemas, de inferir las causas sociales y humanas, de percibir los mecanismos de la organización social, las contradicciones de la sociedad, las estructuras de pecado arraigadas en el entramado social; a la capacidad, especialmente, de pasar de la compasión por los pobres a la “causa de los pobres”. No es, en modo alguno, un paso sencillo. Resulta arduo y complejo, porque no es fácil percibir las estructuras y mecanismos que tejen la realidad social y, en particular, las situaciones de miseria, marginación y violencia. Es más fácil dejarse llevar por las explicaciones dominantes, que no tienen interés en mostrar las contradicciones del sistema. Sólo desde la reflexión y el sentido crítico es posible, quizás, llegar a superar las tergiversaciones, ocultamientos y medias verdades que se esconden en tantos proyectos y propuestas sociales. Por ello, la educación para la justicia reivindica una actitud crítica, porque sólo desde una honda visión crítica se llega a la conciencia social.
Hay que reconocer que en la actual situación social de injusticia institucionalizada, la solidaridad representa el camino más efectivo para instaurar la igualdad social y restablecer las relaciones humanas desde la justicia. La instauración de la justicia en nuestra sociedad necesita la solidaridad; y, por ello, la acción educativa debe desarrollar actitudes y comportamientos solidarios (Isaac Díez). Traer más justicia e igualdad a nuestro mundo, tan desprovisto de ella, no es cosa de indignaciones pasajeras ni de sentimientos rosa. Requiere un cambio profundo, nuevos hábitos del corazón, nueva mentalidad, nuevo estilo de vida. Para mejorar la situación de todos, especialmente de los excluidos y marginados del sistema, es necesario entrar en el dinamismo del compartir.
La educación en la justicia ha de mover también a la acción, al cambio y transformación (Mercedes Más). Al ver y sentir, al situarse críticamente ante la realidad, ha de seguir el actuar. El compromiso de la fe promueve el acercamiento, el análisis, la denuncia y la acción social. Estas acciones sociales exigen trabajo en equipo, reflexión, creatividad, programación y evaluación. Todo ello recomienda el apoyo en grupos y asociaciones ya organizadas. De la experiencia de este trabajo en equipo puede surgir también la militancia activa en partidos políticos, sindicatos, movimientos sociales y eclesiales. Suscitar y promover la militancia constituye uno de los aspectos más relevantes de toda educación social.
EUGENIO ALBURQUERQUE
directormj@misionjoven.org