Educar la afectividad hoy

1 mayo 2009

Santiago Galve, Asesor Familiar y experto en Educación Sexual. La Editorial CCS acaba de publicar la sexta edición de su libro: 30 consejos prácticos para educar hoy.
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Siguiendo un estilo narrativo, el artículo ofrece un amplio conjunto de pistas educativas en relación a la educación afectiva y sexual. Se basan en una dilatada experiencia del autor como educador y asesor familiar. Tras resaltar la importancia de los primeros años de la existencia, analiza la actual situación social y familiar, desde sus mismas raíces, constatando las dificultades que encuentran actualmente los adolescentes para un verdadero desarrollo afectivo y subrayando especialmente que el auténtico trabajo educativo ha de realizarse, ante todo, con los padres.
 
Siempre ha sido difícil educar. Las quejas de los padres, de los maestros, han estado presentes en las bocas de casi todos. Pero los que llevamos toda una vida en esta tarea, debemos ofrecer un apoyo a quienes están en la brega diaria.
Expondré mis opiniones, mis experiencias, pero con la clara convicción de que ésta es mi visión particular, que de ninguna manera pretende ser ni la mejor, ni la única.
Eso sí, procuraré siempre acompañar las afirmaciones con razones. Si coinciden con las de quien me lee, estupendo. Si no coinciden, también estupendo, pues servirán para reafirmar las convicciones de cada uno.
Las conferencias y cursos que imparto las sazono siempre con cuentos, vivencias en mi tarea educadora. Aquí, para una mejor lectura, los narraré en letra cursiva.
 

  1. La afectividad se engendra en los primeros años

 
La persona es el ser que más necesita a sus padres. Es el “cachorro” más indefenso de todos los seres vivos. Conocemos animales que se independizan de sus padres a los pocos días de nacer. El ser humano precisa muchos años. De manera especial, en los tres primeros años la dependencia es absoluta.
Y, dado que somos seres racionales, la mayor dependencia no es, como a simple vista pueda parecer, la material: alimentación y cuidados físicos, sino que, al ser el más débil, precisa de mayor atención personal: necesita sentirse seguro. El abrazo permanente que requiere, significa su necesidad de percibir el mayor espacio posible de contacto con las personas que más le quieren.
Así pues, lo que más necesita un niño es el cariño de sus padres. Esto lo aprendí al comenzar mi tarea de educador.
Comencé en un colegio de alumnos internos. Había unos quinientos adolescentes y jóvenes en edades entre los catorce y los diecinueve años. Muchos eran huérfanos de padre y madre. La mayoría sólo tenía madre.
Los internados de aquella época eran muy cerrados en todos los sentidos: Evidentemente, eran sólo chicos. Estaba ubicado en un lugar apartado, por lo que no tenían relación con otras personas. Los fines de semana no podían salir del Colegio. Únicamente una minoría recibía visita los domingos por la tarde. Y solamente algunos pocos alumnos gozaban de los períodos vacacionales con la familia.
Unos sesenta de los quinientos alumnos se orinaban en la cama. José, de 16 años, lo hacía todas las noches. Se habían practicado con aquellos muchachos toda suerte de métodos curativos: duchas de agua fría en pleno invierno; no cambiarles las sábanas para que, acostándose sobres sus orines, escarmentaran; atarles el pene con una cuerda; ridiculizarles públicamente…
Estos alumnos ocupaban un dormitorio especial, y esa era la peor de las humillaciones, pues los escolares suelen aprovechar los defectos personales o familiares para zaherir con auténtico sadismo al compañero. Para mayor ludibrio, el nombre con el que se apodaba aquel dormitorio era el de dormitorio de bomberos.
Como mantenía con José una relación cordial, un buen día se me ocurrió decirle:
― Desde mañana me vas a decir si te has meado o no; sólo eso. Cuando salgas del dormitorio en fila y me veas, sólo tienes que mover la cabeza en sentido afirmativo o negativo. Yo no te voy a dar ningún premio si no te has orinado ni te voy tampoco a castigar si lo has hecho. Sólo quiero que me digas la verdad.
No volvió a orinarse nunca más en la cama.
Recuerdo la expresión de su rostro cuando me dijo ¡que no! Y sobre todo la cara de felicidad del día que abandonó el dormitorio de bomberos para incorporarse al de los compañeros normales. Tenía yo 20 años y aquella experiencia me dio ánimos en la difícil tarea de educar a los jóvenes. En aquella época no tenía los suficientes conocimientos de Psicología como para saber que la mayoría de las disfunciones en el aparato urinario no suelen tener una causa de tipo puramente somático, sino que suelen ser consecuencia de una incorrecta educación en el proceso afectivo, bien por desatención, por celos, o por falta de cariño. Es una manera de llamar la atención para que te quieran, o un modo de castigar a quien consideras que no te quiere.
Aunque todo esto yo lo desconocía. Simplemente adopté aquella decisión como tantas veces hacemos los que nos dedicamos a esta tarea de la educación: por pura intuición. Posteriormente he ratificado esta teoría en múltiples ocasiones y con diversa categoría de personas.
Uno de los casos en que recientemente he trabajado, es el de un adolescente de quince años. Es imaginable el apuro que pasó al contarme su problema. Le hice el análisis pertinente en estos casos. Al preguntarle por la relación con su padre, su rostro se transformó en una mueca indecible de dolor. Evidentemente esta era la causa de su enuresis. Tras las pertinentes reflexiones, el adolescente asumió la situación y percibí que iba a solucionar el problema que acarreaba durante tantos años. En efecto, en la siguiente entrevista me confirmó, con una expresión de felicidad inolvidable, que no se había orinado por la noche desde el día que entendió su problema.
El padre -cosa muy poco común- acudió también a la consulta y entendió y asumió su papel, asegurando que pondría en práctica cuanto le había sugerido.
Nunca olvidaré el rostro de plena satisfacción de aquel muchacho cuando, en la siguiente entrevista, me dijo algo tan aparentemente simple como esto: ¡Mi padre me ha dado un beso!
Los últimos años de mi trabajo, como profesor de plantilla fija, los desempeñé en un Instituto de Enseñanza Media. Siempre había trabajado en Colegios privados y aquello fue una experiencia interesante. Fue en este Instituto donde aconteció uno de los casos más tremendamente violento de cuantos yo he conocido.
Estaban los alumnos de 2° de BUP -actual 4° de ESO- haciendo un examen de matemáticas. Sin mediar motivación o pretexto alguno, se levantó de su asiento uno de los alumnos, corrió hacia la profesora, que estaba ostensiblemente embarazada, la cogió por el cuello e intentó ahogarla. Los compañeros, al percatarse de la agresión, le sujetaron rápidamente.
Pero lo más terrible fueron las palabras que aquel alumno vociferaba al forcejear con sus compañeros:
— ¡Ojalá abortes, y que sea por mi culpa! ¡Ojalá abortes!¡Ojalá abortes!
Analizando el comportamiento de aquel alumno y sus causas, pudimos saber que su padre, un buen día, bajó a por tabaco y no volvió; su madre pasaba días y semanas fuera de casa en un supuesto trabajo que no sabía el hijo muy bien en qué consistía. El único referente familiar que aquel pobre chico tenía era su anciana abuela que, como ella misma decía, no podía con él. Era tanta la angustia que albergaba, por la falta del cariño más elemental, que no quería que naciera otro nuevo niño por si le ocurría lo mismo que a él. Cuando la Profesora me contó el caso, recordé algo que también a mí me había ocurrido años antes. Estábamos en un examen y un alumno, tapándose la cara me gritó: ¡Que no me mire! Recordando el consejo de mi viejo Maestro, dejé transcurrir un día y, en el recreo, me acerqué a él y me interesé por su estado de ánimo. Una vez que se desahogó, cambió su actitud, al menos en mis clases.
Se lo conté a mi Compañera y le recomendé hiciera lo mismo. Acabó aquel pobre muchacho siendo casi su nuevo hijo adoptivo.
 
Este cariño, no sólo ha de existir. Es imprescindible que el niño, el adolescente, lo perciban.
Hace unos años, cuando era Tutor de 3º de BUP (hoy 1º de Bachillerato), tuve que llamar a los padres de un alumno, dado que su comportamiento no era correcto: apenas estudiaba, solía estar metido en todos los fregados, y no le importaban lo más mínimo los castigos; más aún, parecía que disfrutaba con ellos. Lo único que pretendía era llamar la atención. A la entrevista acudió únicamente la madre, a pesar de que en la cita que les envié pedía que se personasen ambos padres. Después de comentarle las quejas que sobre su hijo teníamos los profesores, le pregunté por qué no había acudido el padre. La buena mujer prorrumpió en llanto y con una gran amargura me dijo con voz entrecortada:
— Dice que ya hace bastante con matarse a trabajar para que sus hijos puedan tener un colegio de pago. Que él no tuvo ni siquiera eso y ha salido adelante. Que me encargue yo que no tengo que hacer otra cosa.
— Mire, y perdone lo que le voy a decir, los síntomas que tiene su hijo son los del niño que no se siente querido en casa. Es por eso por lo que busca continuamente llamar la atención. Es más, sólo respeta a las dos profesoras que tiene. A los profesores nos muestra siempre una especie de rencor o animadversión.
Finalmente, me dijo algo tan tremendo como esto:
— Su padre nunca les ha dado un beso a sus hijos. Siempre dice que eso es cosa de mujeres; que él no puede perder la autoridad. Y sí que les quiere porque, cuando eran pequeños, sí les daba besos, pero cuando estaban dormidos…
Aquel alumno no terminó el curso. Hubo de ser expulsado, pues cometió una falta muy grave que no es el caso referir. A la vuelta de unos años conocimos el luctuoso hecho de su muerte, en una reyerta en la cárcel por cuestión de drogas.
Su padre sí quería a sus hijos, aunque fuese a su manera. Prueba de ello es que, según me refirió la madre cuando la llamé para mostrarles las condolencias en nombre del Colegio, le sucedió eso que en algunas anécdotas se cuenta pero que yo no podía imaginar que fuese verídico: se le encaneció totalmente el pelo, de la noche a la mañana, al enterarse de su muerte.
Pero que su padre sí le quisiera no sirvió de nada, pues el chico tenía otra idea bien distinta.
 

  1. Análisis de la situación

 
Observando la actual estructura social y familiar, encontramos serias dificultades para dar ese necesario cariño a los hijos, de manera especial cuando más lo necesitan, que es en los primeros años de su vida. En la edad de la adolescencia y la juventud, se añaden otras causas que no sólo impiden el desarrollo normalizado de esa afectividad inicial, sino que introducen en su cerebro un modelo absolutamente pernicioso. Considero que las causas más comunes son las que voy a intentar explicar a continuación.
 
2.1. La actual situación laboral
 
En la anterior estructura social, y durante siglos, los papeles en la familia estaban claramente definidos: la madre se responsabilizaba de la casa y de la educación de los hijos, y el padre proveía la economía. Pero actualmente, en la mayoría de las familias, han de trabajar por un salario padre y madre. Ello conlleva:

  • Más horas de trabajo, para atender las tareas domésticas y la atención a los hijos. Esta tarea, en la mayoría de las familias, recae casi exclusivamente sobre las madres.

Estaba impartiendo un curso de educación sexual a los profesores de un colegio y una de las profesoras, muy ofendida, me tachó de antiguo, trasnochado y desconocedor de la actual relación familiar. Su marido hacía en casa tantas cosa como ella. Por la manera de efectuar el improperio, deduje que suele cumplirse el refrán de que quien se excusa, se acusa. Me dirigí a ella y le dije:
— Te voy a hacer una pregunta pero, por favor, no la contestes si no vas a decir la verdad. Tu marido, te dice alguna vez esta frase: ¿en que te ayudo, cariño?..
¡Muchas veces!
¿Y te dejas?..

  • Falta de dedicación a los hijos, tanto en lo afectivo como en lo escolar. Como consecuencia del exceso de trabajo, el correspondiente cansancio dificulta seriamente la dedicación a los hijos, y las reacciones ante situaciones conflictivas se controlan más difícilmente.
  • Complejo de culpa por la falta de atención a los hijos.

En la escuela de padres que dirijo en estos momentos en mi parroquia, estaba explicando esta situación. En aquel momento eran siete matrimonios. Dado caso que llevo con ellos ya varios años, me suelo permitir algunas licencias que en un foro anónimo no suelo tener. Les dije textualmente:
— ¿Qué puede sentir un niño de pocos meses cada mañana, cuando sus padres le abandonan en un almacén de niños?
Tres de las madres se enfadaron acremente. Resulta que una de ellas regenta una guardería y las otras dos trabajan en guardería.
Escuché sus razonadas contestaciones y cuando concluyeron simplemente les pregunté:
— Contestadme sinceramente: ¿Qué sentíais cada una de vosotras cada mañana, cuando dejabais a vuestro hijo en la guardería?
Las tres callaron, pero su rostro lo decía todo.
— Pues imaginaos lo que sentirían vuestros hijos. Y, ciertamente, dada la situación económica actual, no podéis hacer otra cosa. Yo lo entiendo. Pero ya me diréis cómo se le explica eso a un niño de pocos meses.
Y esto ocurrió con las madres. Los hombres no llegaremos a entender plenamente lo que es el instinto maternal. Pensemos en el siguiente dato: casi ninguna madre, por difícil que sea su situación y condición psicológica, abandona a su hijo. Por contra, la mayoría de los hombres, que dejan embarazada a una mujer antes del matrimonio, abandonan a ambos.
Esta cualidad del instinto maternal lleva, en la mayoría de los casos a las madres al complejo de culpa del que estamos hablando. Pero debemos distinguir entre complejo y conciencia de culpa. El complejo es subconsciente, por tanto no es libre ni culpable. La conciencia de culpa sí es libre y, por lo mismo, también culpable.

  • Compensación del complejo de culpa con el chantaje de darles todo lo que piden. Nunca las cosas podrán suplir al cariño. Pero los niños de hoy tienen de todo, y muchas más cosas materiales de las que necesitan. Esto traerá consecuencias tremendas cuando sean adolescentes:

Para obtener algo, no hay que ganárselo, sólo hay que pedirlo.
Para qué van a estudiar, a esforzarse por nada, si con sólo pedir lo tienen todo.
Los hijos conciencian sólo sus derechos. No son sujetos de deberes.
 
2.2. La TV es la auténtica educadora
 
Muchos padres, que ahora disponen de poco tiempo para estar con los hijos, han encontrado la solución a su problema: La nodriza más barata es la caja boba. Esto ha convertido a la nueva generación en sujetos pasivos: Los niños de hoy ya no son actores de su historia; son simplemente espectadores de las historias de otros. ¡Y qué historias!
En los cursos que imparto en los diversos colegios, siempre les pregunto cuántos televisores hay en casa. En un colegio llegó a doce un alumno. Sólo un cinco por ciento tienen uno. Y la mayoría lo tienen en su habitación. Les digo a los adolescentes y jóvenes en mis cursos: la TV ha destruido la familia. Lo razono con ellos. Les ofrezco las pruebas pertinentes, y constato que comparten mi idea. Que aunque ellos no me vayan a hacer caso, tengo razón. Que les gustaría hablar y jugar con sus padres, con sus hermanos. Que en casa no se habla nunca.
El momento menos adecuado para ver la TV en familia es la hora de las comidas. La comida siempre ha sido, en todas las culturas, el momento de máxima convivencia. Dice Cicerón en su libro De Senectute que el nombre que le damos al banquete no es ni concenationem ni compotationem (con-comer, con-beber) sino convivium (con-vivir). De hecho, en muchas religiones el banquete es el rito sagrado preferido. Y la inmensa mayoría de las celebraciones de cualquier tipo, las realizamos con un banquete.
Pues bien, ¿cómo se puede convivir en la familia a la hora de la comida si hay un intruso que siempre tiene la palabra? Y si coincide con el telediario, ya apaga y vámonos. Es imposible que ni siquiera siente bien la comida, con las imágenes siempre trágicas que nos estamos tragando.
Decía Groucho Marx que una imagen vale más que mil palabras. La TV funciona exclusivamente con imágenes. Y ¡qué imágenes!.. Hablemos con claridad: la televisión es simplemente un negocio y su única finalidad es ganar dinero. Si somos consecuentes con este principio, cambiaremos nuestra actitud, tan indolente, para educar a nuestros hijos.
Estábamos de excursión en la sierra. Una niñita, al ver en un prado unas vacas pastando, se acercó corriendo a su madre y le preguntó con cara de susto:
— ¡Mamá! ¡Mamá!, pero las vacas ¿no son moradas?..
En las charlas que imparto a los padres de los alumnos en los colegios, como presentación de mi último libro 30 Consejos prácticos para educar hoy, les suele llamar mucho la atención la pregunta que les hago:
— ¿Habéis reflexionado alguna vez sobre el poder de la TV?
¿Por qué será que lo primero que hacen los políticos al llegar al poder es sustituir a los directivos de la correspondiente cadena? Recordaréis qué fue lo primero que se hizo en el “23 F.”, ocupar la TV. ¿Os habéis preguntado para qué se hace un mitin electoral? Sabemos que quienes acuden a ese evento son fieles seguidores del partido que lo organiza. Si ya les van a votar ¿para que gastar esa ingente cantidad de dinero que cuesta el mitin? Me lo enseñó una alumna mía que hizo la carrera de periodismo y que, como novata, le mandaban cubrir los mítines:
— Es alucinante. Está el orador de turno proclamando, con el tono de mitin característico, todas las milagrosas soluciones que ellos darán al problema del paro, por ejemplo. De pronto el orador ve la lucecita roja de la cámara de TV. Cambia el discurso inmediatamente y recita, con un tono muy diferente del que antes tenía, lo que le han preparado para esos minutos que enchufa la TV. ¡Todo este montaje, sólo para los pocos minutos que luego verá toda España!
La TV tiene mucho poder. Es conocida la frase de aquel publicista: “lo que no sale en la tele, no existe”.
Al impartir los cursos de educación sexual a los adolescentes,  han de contestar a unas preguntas previas antes de comenzar mis explicaciones. De este modo luego pueden hacer una comparativa entre lo que ellos consideraban como una verdad irrefutable y lo que ahora han aprendido.
Una de esa preguntas es: ¿Qué porcentaje de matrimonios, celebrados en España, crees que se rompen? (Sumando divorcios, separaciones legales y anulaciones). La respuesta media de los diversos colegios en los que trabajo es entre un 50 y un 60 %. Les insisto en si están seguros de esa opinión y la ratifican plenamente. Les digo:
— Vamos a realizar un ejercicio: Contad el número de matrimonios que habéis conocido en vuestra vida. Matrimonios con los que habéis tenido una relación personal; es decir: familia, amigos, vecinos. Ahora tachad de la lista los que se hayan divorciado, separado o anulado. Calculad ahora el porcentaje.
En la mayoría de los colegios les sale entre un 10 y un 15%.
— ¿Qué creéis que será más verdad, lo que pensáis o lo que vivís? ¿Por qué pensáis tamaño disparate?.. Vamos a razonar: ¿Os habéis fijado que en casi todas las series de TV sus protagonistas están divorciados? Esa es la imagen que hay en vuestro subconsciente. Consideráis el divorcio como la cosa más común y más normal, porque así os lo enseña la TV.
Cuando doy los cursillos prematrimoniales, les pregunto a los novios:
— Supongo que sabéis que al haber optado por el matrimonio cristiano, este es indisoluble, que es para siempre. Sus caras reflejan perfectamente la respuesta. Alguno, más atrevido, toma la palabra y se erige en portavoz de todos, puesto que está convencido de que es poseedor de la verdad:
— Por supuesto que nos gustaría que fuera para siempre, pero si un día el amor se acaba, pues nos separamos, que siempre será mejor que vivir sin amor, y no pasa nada.
Observad cómo repiten literalmente las frases que les manda la TV.
Les explico lo que he expuesto anteriormente sobre el poder de la TV y añado:
— Además os han metido en vuestro subconsciente la idea que se ve en todas las imágenes: Al separarse, siguen siendo buenos amigos. No tienen ningún problema de ningún orden. Y de los hijos, no se habla.
Como he comentado anteriormente, tengo un despacho de Asesor Familiar. Llevo ejerciendo veinticinco años. Debe ser que tengo mala suerte, pero en todos los casos que he tenido de ruptura matrimonial se ha cumplido el viejo refrán castellano: del amor al odio, no hay más que un paso. Y algo más terrible aún: En la mayoría de los casos ambos utilizan a los hijos para hacerse daño. Y lo peor: el inmenso trauma que se crea en los hijos.
Una pareja vino a la consulta. Tenían un problema inimaginable, dado caso que llevaban casados sólo cuatro meses: no tenían ganas de hacer el amor. Tras las oportunas indagaciones, llegué a una conclusión la mar de original:
— Si realmente tenéis ganas de solucionar el problema, os propongo una terapia sumamente sencilla y facilísima de realizar. Pero, eso sí, tenéis que hacer lo que os diga al pie de la letra. ¿Os comprometéis?
— De acuerdo.
— Esto se arregla con unas tijeras.
— … …
— Cuando lleguéis a casa, cogéis unas tijeras y cortáis el cable del televisor. Eso sí, desenchufadlo antes…
Al cabo de unas semanas vinieron, eufóricos, para agradecerme la original terapia, asegurándome que no iban a restaurar el cable por mucho tiempo.
Marco, un niño de 9 años que me llama su abuelo adoptivo, no ha visto absolutamente nada de TV hasta los cuatro años. Él lo lleva con orgullo y lo cacarea a todos sus amigos. Actualmente, no le gusta apenas. Siempre me dice que sus amigos son un rollo, que lo único que les gusta es ver la TV; que no saben divertirse jugando al balón, dibujando, que no conocen los juegos de mesa… Y este verano ha leído quince libros, porque le encanta leer, no porque nadie le obligue.
 
Algunos consejos para que el educador ofrezca a los padres:

  • Si queremos que haya familia, una sola TV
  • Si hay una sola TV se puede educar a los hijos. Se sabe qué es lo que ven, y se les puede explicar lo que es nocivo para ellos o lo que no entienden. Esto mismo puede aplicarse a Internet.
  • Si de verdad queréis que vuestros hijos sean libres, quitad el televisor de su habitación. Cuanta menos televisión vean más libres serán.
  • Considero una gran descortesía el no apagar la TV cuando viene a casa una visita.
  • Un buen sistema liberador es no ver los programas de TV en directo sino a través del vídeo. Así nos saltamos los anuncios, podemos parar la imagen y explicarla, pasar a gran velocidad lo que no nos interese, ahorramos mucho tiempo, y lo vemos cuando nosotros decidamos, no cuando la TV quiere.

 
2.3. La dictadura de la imagen
 
Cuando me llaman de un colegio, para dar una conferencia sobre mi libro de los 30 Consejos, al profesorado o a los padres de alumnos, le suelo ofrecer una charla de dos horas de duración para los alumnos mayores sobre la dictadura de la imagen.
La idea surgió de manera curiosa: En la última Escuela de Verano organizada por el Instituto san Pío X, pronuncié una de las conferencias programadas para todos los asistentes. El tema era cómo educar hoy. Al comenzar el curso académico recibí una llamada del Director de un colegio. Había asistido a aquella conferencia y me decía tener mucho interés en que fuese a su colegio, en la semana cultural, a darles aquella charla a los alumnos mayores. Yo no entendía nada. ¿Cómo voy a dar una charla de cómo educar hoy, a unos adolescentes? Pero de pronto se me encendió la lucecita:
— ¿Te refieres al tema de la publicidad?
—  Claro.
Resulta que aquel provecto educador, de todas las ideas expuestas durante hora y media, se había quedado únicamente con las imágenes que proyecté en sólo cinco minutos. ¡Vale más una imagen que mil palabras!
En esta charla, les explico qué es el subconsciente y cómo funciona. Y luego, para comprobar la eficacia de la publicidad subliminal les narro algunos experimentos que a tal efecto han realizado los estudiosos del tema:

  • En 1978, H. Becker experimentó su máquina antirrobo. Enmascarado en la música ambiental de unos Grandes Almacenes, utilizando una longitud de ondasubliminal, emitía este mensaje: No robaré. Si robo me descubrirá la policía y me meterá en la cárcel.

Los robos descendieron de manera espectacular.
Se aplicó la misma máquina en una agencia inmobiliaria de Massachussets, de doce empleados, con el mensaje: Yo soy un formidable vendedor; me encanta vender apartamentos; me gusta ayudar a la gente.
La cifra de ventas se incrementó en un 20%.

  • A mediados de 1992, en unos Grandes Almacenes londinenses, se colocaron unos muñecos de cartón piedra, que reproducían al típico Bobby como elemento decorativo. Pues bien: disminuyó el número de robos.
  • En mis charlas sobre el tema pregunto:

—  ¿Recordáis el anuncio del Citroën Xsara?
Suelen quedar, tanto los adolescentes, como los profesores y padres, un tanto desconcertados. En casi todos los casos suele haber alguien que pregunta:
—  ¿Claudia Schiffer?
Ahora ya se iluminan muchas caras.
— Sí. Bajando por una escalera de una casa rica, desnudándose poco a poco, entrando en el coche que hay a la puerta y tirando por la ventanilla la única prenda que le quedaba. Fijaos bien. Este anuncio es del año 99. En los diez años que han transcurrido hemos visto otros muchos anuncios de este coche. Pero el que mayoritariamente recuerda mi auditorio es éste, incluso, los adolescentes que lo vieron cuando tenían sólo de cuatro a seis años. Y es que el mensaje subliminal que introdujo en nuestro cerebro fue muy potente: Si compras este coche, encontrarás a Claudia Schiffer desnuda dentro.
Ningún hombre que compró ese coche pensó conscientemente tamaña estupidez. Pero, ¿alguien de esos compradores puede afirmar que esa idea no estaba en su subconsciente? Si no, ¿cómo es que fue, y con mucho, el coche más vendido del año?
Después les proyecto a los adolescentes los 60 anuncios publicitarios que he coleccionado y que sería interesante reproducir aquí pero, por aquello del derecho de imagen, sería un grave problema. No obstante, si algún Educador tiene interés en poseer este material puede, a través de la Editorial, ponerse en contacto conmigo y con mucho gusto le atenderé.
 

  1. 4. Las películas.

 
Desde que la actriz Anita Loos nos enseñó la técnica del beso en los labios, hastaInstinto básico, han pasado por nuestras pantallas una pléyade de modelos a imitar.
Dejando como poco nocivos los héroes al estilo de Lo que el viento se llevó,Gilda, Casablanca, etc., ¿no es cierto que las desviaciones sexuales que nos presentan los héroes del celuloide no sólo merecen nuestra comprensión benevolente, sino que son objeto de imitación, especialmente entre los jóvenes?
Recordemos la influencia que ejercieron películas como El último tango en París,y su célebre mantequilla para la relación anal; El cartero siempre llama dos veces, en relaciones violentas y destructivas; Nueve semanas y media, en una relación sadomasoquista.
Opinaba Román Gubern, catedrático de Comunicación Audiovisual, que los jóvenes universitarios estaban plagiando literalmente las escenas de la películaNueve semanas y media. Y Nueve semanas y media narra una historia sadomasoquista. Lo que ocurre es que lo hace con una estética tal que la mayoría de los espectadores ni se dio cuenta. Porque, ¿cómo se llama al hecho de que un hombre esclavice a una mujer, la domine cuando y como él quiere? Esa mujer, durante esas nueve semanas y media, ve destruída su personalidad. La violencia de la relación es absoluta. ¿Y cómo se llama al placer que muestra la protagonista, cuando le ponen en el pecho unos cubitos de hielo? Haced la prueba las chicas para ver qué se siente.
Lo que manda el estereotipo del celuloide es más verdad que lo que uno siente.
Últimamente estoy llegando a la conclusión de que la mayoría de los problemas de pareja que me llegan al despacho tienen una causalidad común: la gente se cree las películas. Interpelo a mis alumnos:
—  Vosotros ¿os creéis las películas?
—  ¡Qué va!
—  Decidme una cosa: ¿a que no se os ha ocurrido nunca pensar que vuestros abuelos no tenían por costumbre besarse en los labios, sino en la mejilla? Y ¿verdad que a vosotros ahora os parece perfectamente normal que las parejas se besen los órganos genitales? ¡Qué cambio! Me atrevo a asegurar que si os parece normal esta conducta sexual es, precisamente, porque aparece en las películas. A mí me sigue pareciendo una cosa sucia.
Estaba diciendo esto en un curso que impartí en una escuela de Magisterio cuando una de las alumnas me espetó:
—  ¿Lo has probado?
Como el tono en el que lo dijo distaba bastante de una actitud dialogante, le contesté de esta manera:
—  Hace dos o tres semanas se emitió en Tele Madrid un programa cuyo título era: ¿En el sexo vale todo? ¿Quién lo vio?
—  … … (sólo unos pocos).
 Recordaréis que la opinión mayoritaria de los participantes en el programa era que —con la salvedad de todo cuanto suponga violentar la decisión de una de las dos personas— si ellos quieren y de esa manera obtienen placer, no tiene por qué haber ningún límite preestablecido; cada cual hace lo que quiere.
La mayor defensora de esta teoría era una prostituta de alto standing, especializada en el arte de dar latigazos a los clientes para que lleguen al orgasmo. Y sus dos argumentos elementales eran: si ésta es la forma que tienen para obtener el placer, ¿por qué no? Y, además, que conste que los clientes que yo tengo no son tíos taraos y arrastraos, sino gente de la mejor clase social y de muchas pelas (ella lo defendía con otras palabras algo más gruesas). En este momento pasaron una llamada telefónica de otra prostituta que se enfrentó a la anterior diciéndole: ¿por qué no les cuentas lo de la lluvia dorada? Y lo contó. Consiste en que la prostituta se coloca de pie sobre el cliente, que está tendido, y en esta postura orina —de ahí lo de lluvia dorada— sobre él. Sólo de esta manera algunos distinguidos clientes llegan al orgasmo…
—  ¿Qué te parece esto de la lluvia dorada? (dije a la alumna).
—  … … (el gesto de su cara ya era una respuesta suficiente).
—  ¿Lo has probado?..
 

  1. Observaciones

 
En este tema de la dictadura de la imagen, me he centrado más en la dimensión de la afectividad sexual. Puede ser porque es esta mi especialización. Tal vez porque es donde más claramente se percibe mi tesis. O, tal vez, porque sea la que mayor influencia ejerce sobre los adolescentes de hoy.
He constatado, en mis charlas, algunas observaciones que me parecen tremendas:

  • A muchas adolescentes lo que más les preocupa no es ni el cómo ni el con quién, sino sólo cuándo tienen que hacer el amor.
  • Al contestar las preguntas previas en el curso de educación sexual, en la que dice: ¿A qué edad crees que en la actualidad —como media— «se hace el amor» por primera vez en España? La contestación media es a los 16 años si son alumnos de cuarto de ESO. Si son de 1º de BACH. A los 17.
  • A las chicas les da vergüenza decir que son vírgenes.
  • La mayoría ve normales todas las aberrantes conductas de las películas porno.

 
Pero tal vez haya aspectos más preocupantes:
– Son sujetos pasivos.
– En los recreos del colegio ya no juegan, sólo hablan y fuman.
– No admiten la ley del esfuerzo.
– Sólo tienen derechos, no deberes.
– El valor supremo son las cosas y el dinero.
– Los que tienen valores como la religión, la solidaridad, la relación sexual como una integración de todos los valores de la persona y no solo el erotismo, la justicia, el amor como dar sin esperar nada a cambio, se sienten totalmente marginados.
– Viven para el “finde”.
– La violencia está demasiado presente.
 
Ante tan alentador panorama, ¿qué hacer?
Considero que para educar en la afectividad, el trabajo más importante del educador ha de ejercerse sobre los padres. Cuando se conoce la causa de un problema, la solución es sencilla. Es conveniente abrirles los ojos sobre los auténticos enemigos de la auténtica afectividad, que es la que nos conduce a relaciones personales felices, y no sólo de placer.
También es muy bueno enseñar a los adolescentes el auténtico camino de la libertad, haciéndoles ver, de manera incontrovertible, cómo les manejan los superegos que modelan su subconsciente.
Y recordemos para ello, que vale más una imagen que mil palabras.

                                                                                     SANTIAGO GALVE