Educar la afectividad

1 mayo 2009

Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama. (San Agustín)

 
La afectividad, según el Diccionario de la Real Academia Española, significa y abarca el conjunto de sentimientos, emociones y pasiones de una persona. Según San Agustín, es lo que mejor nos define. Sentimientos y afectos constituyen nuestro núcleo interior más personal, más íntimo, más nuestro, mucho más que nuestros conocimientos o comportamientos. Como dijo Rilke, brotan de nosotros “como el calor de un alimento caliente”, y vivimos esa emanación afectiva como agradable o desagradable, creativa o deprimente, realizadora o degradante. A unos los buscamos, de otros huimos. Funcionan, como ha explicado José Antonio Marina, como sensores de dirección, que nos dicen si vamos por buenos o malos andurriales, animándonos a persistir o a cejar, a luchar o a escondernos, a pavonearnos o a claudicar. En alguna medida, la afectividad, el mundo de los sentimientos, es el “lugar” en que se vive, elenvolvente de la vida. Su exploración permite comprender las diversas estructuras de la vida. Y, sin embargo, según Julián Marías, el hombre ha solido vivir de espaldas a lo que le es más propio, a lo que da el tono y la contextura de su vida.
 
¿Cuál es, realmente, la situación actual? ¿Dónde nos encontramos en estos comienzos del siglo XXI? Junto a los increíbles progresos de nuestro tiempo y a los decisivos hallazgos en tantos campos, ¿estamos desarrollando las personas nuestra capacidad afectiva, emotiva, sentimental, o nos encontramos de espaldas a la riqueza y potencial interior de nuestro mundo afectivo? ¿Nos hace falta una educación afectiva? La reflexión sobre tantos estudios sociólogicos en torno a los jóvenes señala una tendencia que no puede menos de causar preocupación: la educación afectiva, emotiva, sentimental está quedando muy relegada y en las generaciones más jóvenes, ya en la adolescencia, se advierte un notable aumento de graves problemas emotivos. ¿Quizá porque hoy losadolescentes están más solos?
 
Abordamos en este número de Misión Joven la educación de la afectividad, teniendo delante especialmente, el mundo de los adolescentes. Tres psicólogos que trabajan y han trabajado directamente entre adolescentes guían la reflexión y orientación educativa que ofrecemos. Miguel Angel Olivarestraza un verdadero mapa del mundo afectivo de los adolescentes, situándolo en el propio contexto evolutivo y, al mismo tiempo, en el contexto social, urgiendo educativamente al acercamiento a la afectividad del adolescente, también en las situaciones de patología afectiva. Sólo así es posible calibrar la limitación y la fragilidad, o en qué puntos se ha de estar más atentos para acompañar y educar.
 
Roberto Cortes sitúa la reflexión desde la óptica de los educadores, que han de ser capaces de sentir las solicitudes de ayuda que, de muy distintas formas, les llegan de los adolescentes. Ellos no demandan discursos; necesitan encontrar a alguien capaz de escuchar y percibir el mensaje del que es portador. Aunque no lo confiesen abiertamente, esperan algo, una mano que los ayude a navegar a través de un mar que les resulta, muchas veces, proceloso y amenazador; y esperan a alguien que les ayude a entrar dentro de sí mismos, a leer y a dar nombre a cuanto sucede en su interior, y los aliente a ser ellos mismos, a construir la propia identidad, a abrirse a la vida con esperanza y coraje.
 
Finalmente, Santiago Galve, aborda la educación afectivo-sexual, basándose y compartiendo su rica y amplia experiencia educativa y de asesoría familiar. Hay tres afirmaciones en su aportación que merece la pena plantear y reflexionar con detención: la importancia de que, desde los primeros años de su existencia, perciban los niños el afecto, el cariño, el amor de sus padres; la necesidad ineludible actualmente de realizar una acción educativa entre los padres; y el fuerte impacto de la TV en la familia.
 
Philips Ariés, que ha estudiado la evolución de los sentimientos, sostiene que la familia tardó mucho tiempo en tener una función afectiva y que la valoración del niño es un sentimiento muy tardío. Es posible que así sea. Pero hoy nadie discute que la educación es cuestión de amor; que para educar, hay que amar, tanto en el ámbito familiar como escolar; que el niño, ante todo, tiene necesidad de ser querido y tiene que sentirse querido, tiene que percibir el cariño de los que le rodean; que sólo quien ha sido amado, es capaz de desarrollar progresivamente toda su riqueza afectiva y llegar a amar. La educación asume aquí una función verdaderamente fundamental. Pero, quizá, incluso más que en otros ámbitos educativos, respecto a la afectividad se educa más por lo que se es que por lo que se dice y pretende enseñarse. Padres y educadores acaban proyectando inevitablemente en los adolescentes la luz de su madurez y la sombra de sus conflictos no resueltos, de sus inmadureces afectivas, de los errores educativos de los que ellos mismos sin culpa ninguna fueron víctimas.
 

EUGENIO ALBURQUERQUE FRUTOS

directormj@misionjoven.org