El “ahora” en el evangelio de Lucas

1 octubre 2005

Hilario Ibáñez Martínez

Fernando Rivas Rebaque

“De vez en cuando es bueno

ser consciente

de que hoy

de que ahora

estamos fabricando

las nostalgias

que descongelarán

algún futuro”

M. Benedetti, Inventario.

 
Hilario Ibáñez  es Vicario Parroquial en “Nuestra Señora de la Salud” (Leganés) y Profesor de Ética y Religión. Fernando Rivas es profesor de Historia Antigua y Patrología en la Universidad de Comillas.
 

SÍNTESIS DEL ARTICULO

En el evangelio de Lucas aparece abundantemente la palabra “ahora”, desde el inicio hasta el final. Este artículo señala su importancia e intenta descubrir lo que el evangelista quiso decir. Desde este análisis, necesariamente breve y sintético, se abre la reflexión a la importancia de este ahora para nuestra realidad personal y comunitaria, describiendo primero la concepción del tiempo en nuestra sociedad y en la cultura actual, y perfilando después sus consecuencias.
 
Si leemos el evangelio de Lucas buscando la palabra “ahora” nos encontramos con muchas y agradables sorpresas: en primer lugar, “ahora” es una palabra que aparece muy abundantemente en Lucas -catorce veces, frente a cuatro en Mateo y Marcos, aunque Juan lo supera, con 28 citas-, señal de que para Lucas esta palabra tiene una importancia especial, y no es un mero añadido. Además, y en segundo lugar, esta palabra va “puntuando” el evangelio, desde el inicio hasta el final, es decir, va marcando aquellos momentos que tienen una especial densidad o influencia en la vida de Jesús. Por eso vamos a entrar en el evangelio de Lucas y descubrir qué es lo que el evangelista quiso decir con esta palabra. Pero no nos vamos a quedar aquí, sino que, a continuación, veremos qué influjo e importancia tiene este ahora para nuestra realidad personal y comunitaria.
 

  1. El hoy de Lucas

 
1.1. Del ahora de María al de los seguidores de Jesús
El primer ahora lo encontramos al inicio del evangelio, justo en el capítulo primero, donde María alaba al Señor porque “desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones” (Lc 1,48). Más adelante, el anciano Simeón, en la presentación de Jesús en el templo, bendice a Dios por haberle permitido ver el al Niño, y exclama: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar que tu siervo muera en paz” (Lc 2,29).
 
En ambos casos el “ahora” responde a la tradición más genuina del pueblo de Israel -representado en este caso por una mujer desconocida y un anciano a punto de acabar sus días-. Una tradición que enseña a poner la confianza en el plan que Dios tiene sobre nuestras vidas y nuestra historia; un plan que se mantiene, a pesar de las dificultades, gracias a estas personas que lo esperan y saben descubrir y contemplar su cumplimiento “aquí y ahora” en los pequeños gestos, pues es de esta manera como los seres humanos somos capaces de mantener la auténtica esperanza.
 
Sin embargo, el ahora no sólo está presente en los comienzos del evangelio de Lucas, sino que también tiene un importante papel en la misión, pues afecta tanto a los primeros seguidores -Pedro escucha de Jesús: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5,10)-, como a los seguidores que vendrán después: “Porque de ahora en adelante estarán divididos los cinco miembros de una familia, tres contra dos, y dos contra tres” (Lc 12,52), sin duda un serio aviso sobre lo que puede llevar consigo la prioridad del Reino.
 
Estamos ante un ahora que viene a resaltar aquí la novedad que supone Jesús, una novedad que no siempre será agradable ni bien recibida, porque cuestiona muchas de nuestras inercias personales y sociales. Pero un ahora que tiene toda la atracción de lo auténticamente novedoso, pues es algo nunca visto ni oído con anterioridad. Un ahora delante del cual nos jugamos lo más importante; de aquí la gravedad de su rechazo, porque no somos nosotros los que le hacemos el favor de Dios de creer en Él y en su Plan sobre nosotros/as, sino que es el propio Dios, por medio de Jesús, el que nos ofrece la oportunidad de ser verdaderamente felices y vivir como personas en plenitud.
 
Pero además, el ahora de Lucas no es algo inevitable, sino que tiene, y nunca mejor dicho, los días contados, pues en realidad, y a pesar de las apariencias, este ahora pertenece en gran medida al pasado. Así se explica la genial inclusión del “ahora” en las segundas y terceras bienaventuranzas y malaventuranzas (sólo aparece en Lucas): “Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque Dios os saciará. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis” (Lc 6,21). “¡Ay de los que ahora estáis satisfechos, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!” (Lc 6,25).
 
Al poner “ahora” en este contexto Lucas resalta que el hambre y los llantos, por un lado, o la satisfacción y la risa, por otro, son algo provisional. Que no podemos aferrarnos a algo tan efímero ni para resignarnos ni para consolarlos. Que el ser humano, gracias a Dios, está llamado a superar estas situaciones y que no podemos poner en ellas nuestro corazón y nuestra alma. El evangelio viene así arelativizar valores profundamente arraigados en cada uno/a de nosotros/as, haciéndonos conscientes de que su fuerza es sólo ahora, en el presente, y que queda todavía un largo futuro al que el ahora no puede atar ni dirigir. En el fondo es una llamada a la sensatez contra el efímero imperio del presente, algo habitual en toda la tradición sapiencial de la Biblia.
 
Y es en esta contraposición entre el (frágil) ahora y el (incierto) futuro donde se inserta una de las parábolas más llamativas de Lucas, la del rico epulón y el pobre Lázaro, donde leemos: “Abrahán respondió: ‘Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males.Ahora él está aquí consolado, mientras tú estás atormentado” (Lc 16,25).
 
Asistimos a una de las típicas inversiones a las que tan dado es Lucas, donde el ahora se sitúa como encrucijada y punto de inflexión entre un pasado (caduco), donde el rico vivía espléndidamente y el pobre se moría de hambre, y un futuro (cercano) donde el pobre vivirá en el seno de Abrahán, es decir, junto al Padre en el cielo, y el rico en un abismo que no puede ser atravesado por nadie. Y esto no es sólo una llamada de atención, sino algo más profundo que entra dentro del proyecto de Dios, y que ya hemos podido descubrir en las bienaventuranzas: no hay que fiarse del ahora, con todos sus luces y esplendores, sino que debemos contemplar el presente desde la perspectiva que nos ofrece el futuro.
 
Es desde aquí desde donde se entienden mejor las otras dos referencias al ahora, que se encuentran en la escena de la pasión: “Jesús añadió: ‘Desde ahora, el que tenga bolsa que la tome, y lo mismo el que tenga alforja; y el que no tenga espada, que venda el manto y se la compre’” (Lc 23,26, justo después de la última cena). Y lo mismo cuando Jesús, ante el juicio del Sanedrín, dice: “Pero desdeahora el Hijo del hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso” (Lc 22,69).
En ambos casos Jesús nos muestra un “ahora” que no espera, ante el que sólo cabe tomar la iniciativa si queremos llegar “a(la)hora” y no quedarnos rezagados. De esta manera descubrimos que hay cosas que tienen su momento, donde no caben repeticiones. Así el evangelio nos anima a ser decididos, a no andar deshojando continuamente la margarita, porque sólo dudamos ante lo que no nos convence, y en cambio somos capaces de mover Roma con Santiago cuando queremos conseguir algo de verdad. En el fondo, viene a recordarnos la importancia del presente para la vida cristiana, que nuestro tiempo no es reversible.
 
1.2. Los ocultos “ahoras”
Con estos “ahoras” señalados pensaríamos haber visto todos los que hay en el evangelio de Lucas, al menos según algunas traducciones castellanas. Y, sin embargo, hay todavía tres “ahoras” ocultos, silenciados a veces por los traductores, porque los consideran “in-significantes”. El primer ahora oculto se encuentra en una crítica de Jesús a los fariseos y maestros de la ley, donde leemos: “Pero el Señor les dijo: ‘ vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras que vuestro interior está lleno de rapiña y de maldad” (Lc 11,39).
 
Parecería que esté ahora se podría quitar sin que cambiará nada el sentido de la frase. Y sin embargo, es un “ahora” que hace real y concreto este comportamiento fariseo, pues es en el “ahora” donde hacemos realidad nuestra vida, y no en un presente intemporal, situado entre un pasado que nospre-determina y un futuro que creemos planificar. Es además un ahora que nos obliga a pensar que lo “virtual” no es algo puramente imaginario, sino que comienza cuando descubrimos las posibilidades que se esconden en el “aquí y ahora”. Hay, por tanto, una llamada a la seriedad del presente, que no admite ni componendas ni falsas excusas, con las que habitualmente pretendemos coquetear con nuestro presente, puesto que en el ahora nos jugamos el futuro, la vida.
 
El segundo ahora oculto está en la entrada de Jesús en Jerusalén, donde leemos: “Cuando se fue acercando, al ver la ciudad, lloró por ella y dijo: ‘¡Si en este día comprendieras tú también los caminos de paz! Pero tus ojos siguen cerrados” (Lc 19,41-42). Frente al destino privilegiado de Jerusalén en los tiempos mesiánicos, tema tan querido por el segundo Isaías, la actual “ceguera” de la ciudad santa es la que explica el llanto de Jesús.
 
Lucas vuelve a colocar de nuevo un ahora para contraponer dos elementos. Pero, en este caso, no es un pasado a un futuro, como encontramos en las bienaventuranzas o la parábola del rico y Lázaro, sino algo más peculiar: un futuro maravilloso, previsto en el plan de Dios −donde Jerusalén se convertiría en una ciudad acogedora para todas las naciones del mundo−, frente al futuro que la propia ciudad ha planificado para sí misma: convertirse en el lugar de la muerte del Hijo de Dios. El ahora marca aquí la encrucijada entre estos dos futuros.
 
El tercer y último ahora oculto podemos descubrirlo en la última cena, allí dice Jesús: “Tomad esto y repartidlo entre vosotros, os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta que llegue el reino de Dios” (Lc 22,18). En esta situación, el ahora tiene para Jesús toda la densidad de que es capaz de acoger el presente: no es un tiempo cualquiera el que están viviendo en ese momento, sino que está cargado con una palabra/juramento que se compromete, que pone su vida como prenda y aval.
 
Este ahora es el ahora de los compromisos, no sólo como el que dice “desde ahora dejo de fumar”, sino más bien: “Desde ahora/hoy me comprometo a ser tu mujer/marido”. En este compromiso la palabra y la persona van juntas. De aquí la gravedad de cualquier cambio o infidelidad, de cualquier actitud contraria al juramento, pues no sólo desacreditamos nuestra palabra, que pierde su valor, sino que además quitamos importancia a nuestra propia vida.
 
1.3. Recapitulación y síntesis
 
En síntesis, el ahora en el evangelio de Lucas nos recuerda que:

  • Todos los ahoras, es decir, todos los presentes, si quieren ser auténticos y coherentes, deben estar unidos a un pasado, del que forman parte (aquí se encuentra el auténtico sentido de la tradición) y a un futuro, al que están llamados a anticipar, para que así se vaya cumpliendo el plan/proyecto de Dios sobre nuestras vidas. Es en el ahora donde estamos llamados a colaborar en este plan.
  • Son las personas las que mantienen, mediante su esperanza, en tensión el presente, casi alargándolo. El tiempo, para que no se convierta en un simple “pasar” las horas/días/años, debe estar cargado de sentido. Y es desde aquí desde donde merece la pena vivir la vida, pues de lo contrario, la rutina o el desánimo nos amenazan. El problema no está, pues, en llenar la vida de muchas cosas/gente/actos, sino en darle calidad y densidad a nuestros ahoras, porque así ensanchamos la vida.
  • El presente es el tiempo del que disponemos: no existen ni repeticiones ni marchas atrás, ni adelantos. Esto queda bien para la tele, pero no para nuestra vida ni nuestra historia. Saber adaptarnos a este ritmo exige una disciplina, un estar atentos a las oportunidades que nos van llegando, un saber mirar las entrañas de nuestros “ahoras”, pues es aquí donde encontraremos todo lo que necesitamos: ni añoranzas de pasados imposibles ni sueños de futuros más inciertos e imposibles todavía. Lo único de que disponemos es del presente, y es en el ahora donde tomamos las decisiones de esta encrucijada en la que estamos situados.
  • El ahora, además, relativiza tanto nuestras conquistas como nuestros fracasos: ni podemos vivir indefinidamente de las rentas ni dejarnos agobiar por lo que hemos dejado de hacer o hemos hecho mal. En el ahora se nos ofrece la oportunidad de cambiar, de convertirnos. Nuestra vida está puesta por Dios en nuestras propias manos si somos capaces de descubrir las posibilidades que ofrece el presente.
  • Por último, en el presente (y en el aquí) es donde nos encontramos con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Y este encuentro se convierte en generador de nuevas realidades, a partir de las cuales podemos realmente hablar de un antes y un después. Toda auténtica experiencia de encuentro, en este sentido, nos marca; nuestra vida no vuelve a ser ya la misma, porque es desde aquí desde donde balbuceamos lo que queremos ser y marcamos nuestras metas. Sin el ahora no hay encuentro posible, pero el ahora, sin encuentro, se convierte en un “ayer que pasó”.

 

  1. EL AHORA DE HOY

 
Después de ver en el apartado anterior el ahora, el tiempo presente vivido en el Evangelio de Lucas, en esta parte nos acercaremos a la manera de percibir el ahora en el momento actual, para posteriormente plantear algunas propuestas que permitan situarnos tanto a nivel individual como social en el ahora y el aquí.
 
Lo primero a destacar es que al hablar del ahora estamos hablando de esa categoría existencial que es ni más ni menos el tiempo, es decir, el momento en que nos situamos, el momento en el que realizamos nuestra existencia. Al fin y al cabo nos percibimos seres temporales que pueden estar o no; existir o no, sin que afecte poco más allá de uno/a mismo/a. El ser humano se percibe como ser histórico, que es capaz de narrar la vida con un antes y un después, y la narra en el presente. No obstante, la percepción del tiempo no es la misma para todos los seres humanos, ni para las distintas etapas de la historia, ni para las distintas culturas. Se percibe el tiempo de un modo peculiar en cada lugar, de la misma manera que se percibe la muerte o la vejez, o la juventud.
 
Hablamos, claro está, no del tiempo del reloj, en cuanto medida objetiva, como cuando decimos “he quedado a las ocho”. Tampoco hablamos del calendario, que nos permite cumplir años y festejar las múltiples conmemoraciones. Hablamos del tiempo que, vivido y experimentado, nos sitúa en un aquí, con los otros, un tiempo que nos produce desazón, angustia, optimismo, esperanza. Es decir un momento en donde nos jugamos la existencia. Esta concepción del tiempo es de tal importancia que nos sitúa ante un ser humano  protagonista de la historia o hundido por la propia realidad. Lo mismo ocurre con las sociedades: puede ser una sociedad dinámica, comprometida, buscando lo mejor para el futuro, solidarias; o ser sociedades acomodadas, orientadas a disfrutar tanto del momento presente que se olviden de que están en la historia.
 
Conjugar bien los tiempos (pasado, presente, futuro) se impone como una necesidad imperiosa, porque si no, tanto el ser humano como las sociedades pierden dinamismo, perspectiva, pasión por mejorar. Y perderán algo sin lo cual no se puede disfrutar plenamente de la existencia: descubrir en el tiempo presente las huellas del pasado, pero sobre todo descubrir en el presente los indicios del futuro, aquellos rasgos o apuntes que hacen posible descubrir las potencialidades de mejora, de cambio e incluso de búsqueda de felicidad.
 
2.1. Concepción del tiempo en nuestra sociedad
 
No es fácil poner de manifiesto, cuál es la percepción del tiempo en una sociedad o cultura determinada porque, al fin y al cabo, no deja de ser una construcción social, y como tal, influida por múltiples factores. Aún así se puede afirmar que el tiempo propio de la sociedad capitalista actual es el presente. El presente es el tiempo característico del mercado. Vamos a verlo un poco más detenidamente.
 
Los elementos propios que configuran la sociedad actual se concentran en lo que se ha llamado la globalización, que es la nueva etapa del capitalismo y que viene a ser no sólo una manera de organización económica, también lleva consigo la construcción de identidades, estilos de vida, maneras de pensar a nivel mundial. A lo largo y ancho del mundo se repiten los mismos mensajes, los libros y las teorías de los personajes influyentes se repiten constantemente, hasta el punto de una uniformización del pensamiento, de la manera de vestir, de las películas que se ven, de las marcas que se consumen. ¿Quién no ha oído proclamar, tanto aquí como en las antípodas, el fin de la historia? ¿Quién no ha oído los mismos mensajes de Coca Cola o Nike,  invitando a hacerlo ahora mismo y que la felicidad plena, y por tanto conseguida, está en destapar una botella y beberse el líquido que contiene?
 
El tiempo presente, como tiempo donde se juega toda la existencia, responde muy bien a los intereses de la ideología y práctica del neoliberalismo, que evidentemente huye de cualquier proyecto histórico, es la presencia constante y sonante (sobre todo sonante). Para qué cambiar si hemos llegado a poder satisfacer los deseos más escondidos y complicados. Quien no es feliz es porque le falta información o no tiene recursos para salir adelante; no aprovecha las oportunidades que le ofrece el mercado.
 
En el presente se actualiza absolutamente todo, hasta, y esto es lo más grave, el deseo de felicidad: se identifica el deseo con la realidad y, de ese modo, se elimina de la secuencia temporal el futuro. Todo está al alcance de la mano. Se puede disfrutar ahora. Veamos si no, el producto estrella, el invento extraordinario del capitalismo que es el crédito, que consiste en poder disfrutar de los bienes en el presente sin poseerlos, gracias a disponer del dinero suficiente para comprarlo (que es el summum de la felicidad). Actualmente España es una sociedad endeudada más allá de sus posibilidades (la deuda representa el 67% del PIB, según datos del Banco de España), porque el deseo es ilimitado y el dinero se pretende que también lo sea. No es por casualidad que la figura más emblemática del momento presente sea la hipoteca, que es el mecanismo perfecto para arruinar el futuro disfrutando un bien en el presente.
 
Otro tanto pasa con el mito de lo nuevo. En nuestra sociedad existe el criterio de que todo lo bueno es lo más novedoso; todo lo demás está obsoleto, no sirve, porque parece que se avanza en una línea ascendente de progreso y bienestar, considerando que lo que se vende como nuevo representa, sin ningún criterio, lo bueno, lo saludable y lo que nos hace bien. Por eso los mensajes para hacer calar cualquier producto en el mercado, desde un perfume a una bebida, un coche o un vestido, se presentan como “el producto de ahora”; quien no lo consuma, no lo lleve, o simplemente lo ignore caerá en un “pecado” contra el progreso y será desplazado, ridiculizado y declarado como prescindible. La manifestación clara está en la moda, que no es otra cosa que consumir algo tan volátil y perecedero que la identidad sólo dura lo que dura la tendencia.
 
He empleado el término “pecado” como fuera de contexto, porque parecería que no estamos en una referencia religiosa; y evidentemente, la categoría pecado no encaja a la hora de hablar de actitudes meramente sociales. Sin embargo, está empleado con toda intención; oponerse o no participar en el mercado (consumiendo, que es la acción propia del mercado), tiene mucho componente de transgresión: se transgreden los mandatos que se dan para orientarse en la vida, para saber llevarla bien y nada menos que para alcanzar la felicidad; si no se cumplen se está incurriendo en una desobediencia, porque si no eres feliz es porque no quieres, porque te has separado de lo que se dicta como lo normativo.
 
En este sentido no se tiene más que acudir al lenguaje de la publicidad. Es un lenguaje hecho de gritos e imperativos (“haz, compra, consigue, aprende” ahora…) Se nos riñe si no lo hacemos, se nos llama poco menos que tontos; y para mayor abundamiento se nos muestra que todo el esfuerzo se hace a favor nuestro, sin haberles pedido nada en ningún sentido: “Nosotros pensamos por ti, tú ven a vernos” o “nuestro éxito es tu éxito”, que no se sabe dónde han encontrado la ficha personal para saber con tanta seguridad dónde pone el éxito cada uno; o “queremos ser tu energía”, que suena a desaire no aceptarlo, o “bienvenido a”, o “gracias por utilizar nuestros servicios”, o “nos satisface tenerle como cliente especial”, que da a las cosas un carácter íntimo y familiar, de dedicación a la propia persona más allá de los amigos, y dan ganas de responder “cuanta amabilidad, no se molesten, soy yo el que estoy orgulloso de considerarme usuario de sus zapatillas, su bebida, su coche, su ropa (“su” de ellos, claro).
 
Todo esto nos da una idea de cuál es la concepción del tiempo en nuestra sociedad. Quizás se considere exagerado poner tanta fuerza en la publicidad como generadora de estilo de vida y de mentalidad, pero precisamente es eso, y la inconsciencia de nuestra sociedad para no calibrar bien la importancia que tiene la publicidad, lo que hace que penetre en todos los rincones, a todas horas y con apariencia de inocencia: “Total, si cada anuncio es poco tiempo, no puede generar mayor problema”; no es como una charla de dos horas, que eso sí que es configurador del pensamiento; aunque los profesores, los padres y demás educadores sabemos que eso no es verdad, que el gran educador son los Medios de Comunicación Social, compuestos sobre todo de publicidad (la programación de las televisiones sitúan primero la publicidad y después acomodan los programas).
 
Y la publicidad es el reflejo, la criatura más propia del mercado, porque ella es la que tiene la misión, no de informar, sino de vender, y para eso utiliza lo que es menester utilizar: la conciencia, que ha de responder a preguntas como quién soy, qué quiero, cuáles son mis deseos, y también qué quiero ser, qué sociedad quiero construir, con quiénes; es decir preguntas hechas en un presente, hijo de un pasado y consciente del protagonismo en el futuro. La publicidad es presente descarnado: tira lo viejo por inservible, y confunde el futuro con el presente. Algo extraordinariamente tergiversador del tiempo y la conciencia, que necesariamente es histórica.
 
Pero si esto sucede en el lado del consumo, lo mismo sucede en el lado de otra dimensiónconfiguradora del ser humano como es el trabajo. O dicho de otra manera: el ritmo de trabajo, la actividad productiva, es creadora del ser humano ¿Cómo está diseñada? ¿Qué trabajador y, por extensión, qué persona requiere? Se define como la persona flexible, a la que se exige que esté en perfectas condiciones para responder a las demandas que se le pidan, porque de lo contrario no tendrá trabajo, se le considerará que no está preparado, y además se le culpabilizará por no ser capaz de responder, es decir se atacará directamente nuestra autoestima: “No soy nadie, no valgo, es normal que me desprecien”.
 
Y a la vez para qué luchar, si estoy abocado/a al fracaso. Por eso el que ha fracasado −con la concepción de fracaso que tiene el mercado−, es inservible, excluido, aparcado de la sociedad. Al mismo tiempo se extiende por doquier la frase, que encierra toda una filosofía de vida: “El tiempo es oro”, con lo cual se ha convertido una categoría abstracta, pero configuradora de la persona en una realidad medibley cuantificable.
 
El presente se sitúa para muchas personas, sobre todo jóvenes, en la precariedad e inestabilidad vital, de tal manera que se perciben a sí mismos/as como  inestables y ahistóricos. Su itinerario vital es fundamentalmente eventual, a fogonazos. Es muy difícil que se perciba la vida como un continuum más o menos estable, en donde quepan proyectos de vida más o menos prolongados en el tiempo. La persona que se requiere en este momento del mercado es la persona que se puede denominar como “homozapping”, que aparte de ser un programa de televisión, es un modo de definir cómo la vida se plantea enflashes, en situaciones aisladas, que evidentemente no construyen una identidad. Vivir el tiempo como una realidad laminada y desconectada genera una persona con miedo, inseguridad, y entregada absolutamente al presente, casi al instante, que por querer atraparlo, se nos escapa.
 
2.2. Algunas consecuencias y propuestas
 
Las consecuencias de esta concepción del tiempo suponen una valoración del presente con una fuerza que oculta los otros tiempos, pero si el presente no tiene ese componente de sueño, de idear más allá de lo que aparece, de estar enraizado en un pasado y una tradición a la que pertenecemos, se convierte en desesperanza y se agota en sí mismo. Por eso:
 

  • Palabras como éxito y triunfo quedan aparcadas por triunfar y vencer en el presente, identificando esas dos categorías, que están relacionadas con la felicidad y lo concreto del momento presente: vestir bien, aparentar, conducir un buen coche. Las señas de identidad se sitúan en lo externo, que es lo que se aprecia en el presente. Para apreciar la dimensión de futuro de las acciones hay que recurrir al interior, al mundo de los deseos, a las opciones más profundas. Incluso palabras como autoestima, valoración personal, capacidad para relacionarse con otros, también dependen de lo presente.
  • Desde este punto de vista no tiene mucho sentido comprometerse en un proyecto más a largo plazo, porque en el presente no reporta satisfacciones, a no ser las propias de estar a gusto con uno/a mismo/a, verse potenciado en la propia capacidad, aumentar la amistad, o poner en juego las ganas de superación. Pero para disfrutarlo como un éxito hay que incorporarlas a un proyecto, que es el tiempo del futuro. Si se carece de esa perspectiva las acciones se medirán por lo que reportan inmediatamente y, a ser posible, de forma cuantificable (¿qué sacas con eso?, ¿cuánto te pagan?). Se busca la satisfacción inmediata, lo cual plantea verdaderos problemas en muchos campos, al sentirnos incapaces de ver la necesidad de un esfuerzo ahora para conseguir algo valioso después. Incluso el mismo tiempo libre o diversión, el consumo, tiene estas características. Existen demasiados problemas para diferir la satisfacción del deseo: tiene que ser ahora, no puede ser más tarde.
  • Afirmar tanto el presente supone que aquellas personas que viven marginadas, excluidas, aquellas que no pueden estar en la rueda constante de producir-consumir son los grandes perdedores, sin ninguna esperanza que les haga plantar cara al momento actual que les resulta dañino: ¿quién les habla de un después posible y mejor, que valide los esfuerzos, luchas y compromisos del ahora? No es por casualidad que la primera víctima de la globalización haya sido la utopía: “Hemos llegado al reino de la libertad”, “para qué queremos sueños, si los tenemos al alcance de la mano”. Es ahí justamente donde hay que empezar a ganar la batalla: afirmar una y otra vez que el presente sin el pasado y el futuro carece de sentido.
  • Otra consecuencia extraordinariamente importante es considerar que, al igual que padecemos de “adanismo” (con nosotros empezó la historia), también la historia finaliza con nosotros, y así el presente es el tiempo de la expoliación. Nuestra manera de producir, nuestro progreso (el de una parte) están amenazando la supervivencia de la especie humana, tanto por la miseria que genera, como por la destrucción irreversible del aire, el agua, los bosques, que, mirado desde un futuro, no tiene sentido, es irracional, pero orientado sólo por el presente es amenaza constante y cada día más cercana.
  • Una tarea que nos incumbe a todos personal, social y eclesialmente es generar lugares de identidad, de reflexión, dotar a nuestras instituciones, grupos, actividades del componente de la contemplación y la interioridad, que partan del momento presente, pero que se vea el tiempo futuro que lleva dentro. El tiempo de Dios. Y entrar en la dinámica salvadora que no puede aceptar un presente injusto y excluyente, cargado de víctimas, sino que ha de descubrir las potencialidades del presente, que sólo pueden ser reconocidas desde el pasado de nuestra historia y desde el futuro y la utopía, en definitiva, desde el Reino de Dios.

Fernando Rivas

Hilario Ibáñez

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