[vc_row][vc_column][vc_column_text]Pedro Miguel Lamet es periodista y escritor
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
“La mejor comunicación de la «Buena Noticia» procede del silencio”. Ahí radica “la diferencia entre el hombre-noticia y el hombre que se limita a transmitir la noticia; el hombre que en sí mismo es voz y el vocero; el que «dice» la palabra y el que «es» Palabra hecha carne”. Porque –prosigue el autor- «comunicar es ser»: hablar de Dios en tiempos de ruido, por tanto, supone empezar por callar y llenar el corazón. No bastará con esto, sin embargo; habrá que hablar y, “para que las palabras de vida no se confundan con las de muerte”, será “necesario producir un sobresalto, algo que rompa con la monotonía del sueño”. Por otro lado, hoy resultará imprescindible la «encarnación mediática» y, detrás de ella, la credibilidad que aporta la vida de cada comunicador. En definitiva, todo evangelizador habrá de ser “poeta y profeta, testigo y testimonio, escucha y palabra decidora al mismo tiempo”, porque…, al final, «comunicar es amar».
Genevieve Boyé, Veva para los amigos, es una monja francesa de baja estatura que salvó a toda una etnia en Matto Grosso, Brasil. Cuando la entrevisté en Madrid, adonde vino para recibir el premio Bartolomé de las Casas, me miró con sus serenos ojos azules desde su rostro menudo de campesina francesa quemada por el sol: «¿Que hice?,- me respondió. Nada, estar con ellos. Eso les dio autoestima.
Cuando llegué en 1952 sólo eran cincuenta. El primer contacto con los blancos les indujo a toda clase de enfermedades, como la varicela y la gripe. Eso y los ataques del pueblo kaipo estaban acabando con el pueblo. En 1947 casi era una raza exterminada».
En una palabra, la llamada civilización estaba a punto de culminar todo un genocidio, desintegrando las actividades colectivas, económicas y ceremoniales de un pueblo que había Negado a contar años atrás con 3.000 indígenas. Veva y sus dos compañeras consiguieron la resurrección de la vida en la aldea de Yawyao, sin predicar nada, ni siquiera a Jesucristo; se dedicaron a trabajar en el campo, a «estar con ellos»/en todo. Pronto comenzaron a recuperarsus tradiciones, sus costumbres, sus danzas rituales. Hoy son ya 400 personas orgullosas de su etnia. «Tras el proceso de exterminio ellos mismos se despreciaban. Viviendo como ellos, comiendo como ellos, les ayudamos a tomar conciencia de su valía», cuenta Veva.
Los indígenas decían: «Si hay blancos que viven como nosotros, nuestra vida tiene sentido». Así ha vivido 44 años esta pequeña gran mujer, que tiene hoy más de 70, dentro de la prelatura de Sao Felix, donde es obispo el conocido claretiano catalán, Pedro Casaldáliga. Aunque Veva precisa: «Cuando él vino, nosotros ya estábamos allí» Veva no ha intentado nunca catequizar a nadie. Fiel al espíritu de Charles de Foucauld, su acción ha sido la de la presencia. «Allí estábamos para defender la vida». También para ayudarles a recuperar su propia religión y respetarla: «Para ellos no existe nada que no sea religioso. Son más cristianos que nosotros. Ellos no conciben, por ejemplo, que haya mendigos como abundan en nuestros países llamados cristianos», me decía.
Otro conocido caso es el Padre Arrupe, que mostró en su vida cómo los hombres más grandes pueden llegar a ser tan sencillos y alcanzar el incendio interior de la libertad. Decía que él estaba convencido que hasta los más crueles criminales, que él había tratado en las cárceles USA, tenían dentro la luz de Jesucristo y que cuando estando en Hiroshima experimentó una de las más negativas expresiones de la raza humana, la bomba atómica, lejos de desengañarse del ser humano sintió dentro la gran descarga de energía que el hombre posee para el bien. Esa fuerza emanaba de su aura, cuando, desautorizado por Roma como general de los jesuitas y víctima de una embolia cerebral pasó nueve años sonriendo en un lecho de enfermo, al que acudían también los protestantes a encender velas y cantar.
Él me contó que, cuando daba catequesis a adultos en Hiroshima, el entonces maestro de novicios tenía entre sus catecúmenos a un anciano que, después de meses de asistir a sus lecciones catequéticas, no hacía ninguna pregunta ni expresaba ningún comentario. Extrañado ante su silencio; un día Arrupe le preguntó si estaba de acuerdo con lo que había expuesto en sus charlas. Aquel hombre respondió: «No le he oído nada, porque soy sordo. Pero le he estado mirando a los ojos. Sólo puedo decirle que he llegado a una conclusión: yo creo lo que usted cree».
Podríamos citar el nombre de mucha gente libre, santos anónimos y no precisamente curas y monjas. Los he visto marcharse de esta dimensión de la vida dulce y sencillamente o poner ladrillos para la casa universal del amor sin que nadie los notara.
Y sin embargo estaban comunicando la «buena noticia» de Jesús de la forma más excelente que se puede, a través de la propia vida, convertidos en signo, señal y comunicación de amor y libertad. No se sabe por qué misteriosos caminos, incatalogables por las modernas técnicas de comunicación, estos seres llegaron a convertirse en focos de irradiación, al igual que un puñado de pescadores ignorantes lo hicieron al comienzo.
- Los altavocesdel silencio
Lo cierto es que tales ejemplos demuestran que la mejor comunicación de la Buena Noticia procede del silencio. Paradójicamente en un mundo repleto de ruidos apetece cada vez más callarse. El boom que han experimentado recientemente el canto gregoriano o la música New Age prueban hasta qué punto hay hoy un déficit fuerte en la sociedad de silencio, ya que este tipo de música invita a estar con uno mismo, al recogimiento y la mística.
Quizás en estos momentos la sociedad necesite más que nunca el testimonio de la palabra no dicha. En la era de las plataformas digitales, la multiplicación de canales de televisión, tertulias radiofónicas y bombardeo polisemántico en todos los sentidos, las palabras suenan huecas. A veces las propias religiones contribuyen al ruido-ambiente. Los líderes confesionales parecen también púgiles o competidores de la guerra mediática. Y no sólo los telepredicadores USA, mercanchifles del espíritu, gurús o vendedores de grupos sectarios. Basta analizar las campañas para motivar a los católicos españoles al sostenimiento de la Iglesia para probar que, por sus motivaciones y eslóganes, no aportan «lo nuevo», sino que se unen al ruido, suenan a vulgar publicidad de consumo.
La cura de silencio no es pasiva. En primer lugar nos permitirá conectar con lo profundo, con el secreto rincón donde habita el Espíritu Santo: «El reino de los cielos dentro de vosotros está», decía Jesús. Tanta palabra inútil de una predicación vacía ha contribuido más al sueña generalizado que al despertar. «Siéntate en tu cielo interior, y deja a la hierba crecer», dice una proverbio oriental; que viene a significar: «Sé tu mismo y deja que las cosas sucedan». La limpieza de nuestros canales; contaminados de palabras y ruidos, es la primera manera de comunicar el Evangelio en nuestro aturdido mundo:
Pero es que además este silencio es por sí mismo elocuente. ¿Recuerdan aquella famosa Teología de la Muerte de Dios? Defendía que el nombre de Dios estaba gastado en nuestro mundo y que había que obviarlo de momento para purificarlo. Algunos pensaron que aquella teología pasaría; Pero su mensaje sigue vigente. Decir «Dios» es por desgracia para mucha gente evocar intransigencia, curas, obispos, moral sexual, inquisición, miedo, infierno, poder, manipulación de conciencias, tremendismo, oscurantismo, falta de libertad y un larga etcétera que no tiene nada que ver con el mensaje que Jesús nos transmitió sobre su Padre.
Además, callar la boca no es callar el corazón. La vida habla. A diferencia pues de la funcionalidad de una noticia para poseer las características necesarias para ser divulgada o de que los comunicadores de turno se interesen por ella, lo que convence es previo a su transmisión, es la noticia en sí misma. Y desde un punto de vista auténticamente humano o cristiano, las buenas noticias son en definitiva personas, gente realizada, hombres que han llegado a una unificación o luminosidad interior capaz de transparentar algo, de convertirse en fanales de un mensaje que se confunde con ellos mismos.
La fuerza testimonial de la presencia es más poderosa que la misma doctrina. Así lo expresaba con palabras el propio Arrupe a los seminaristas de Mangalore en la India, en una alocución muy poco conocida que fue grabada en cinta magnetofónica, cuando ya llovían sobre él las acusaciones de «marxista» y de que «un vasco fundó la Compañía de Jesús y otro vasco estaba acabando con ella», como él mismo recordaba entonces con humor.
Dijo en aquella ocasión: «Si me preguntáis cuál es la actitud fundamental para un seminarista, os diría: conocer a Cristo y convertirse en estos años en un buen amigo de Cristo. ¡Así lo tenéis todo en vuestras manos! Entonces iréis por ahí y hablaréis… La gente dirá: ¡Ah, este cura es diferente! Este cura habla de algo en lo que cree realmente. ¡Habla a través de su vida! ¡Su testimonio es su vida! Entonces tendréis credibilidad. Porque uno de los puntosdébiles del mundo de hoy es la falta de credibilidad. ¡Muchas palabras! ¡Muchas organizaciones! Pero pocas realidades. ¡Entonces seréis hombres de la verdad!»
Es la diferencia entre el hombre-noticia y el hombre que se limita a transmitir la noticia; el hombre que en sí mismo es voz y el vocero; el que «dice» la palabra y el que «es» Palabra hecha carne. Porque, como he repetido muchas veces, ante todo comunicar es ser.
- Hablar deDios entiempos de ruido
Sin embargo el hombre no puede callar indefinidamente: Su naturaleza, como decía Platón, es esencialmente política, es decir relaciona]. Por lo tanto, tarde o temprano tendrá que hablar de lo que rebosa su corazón. Pero ¿cómo hacerlo en el mercado variopinto y ensordecido de nuestra sociedad actual? ¿Cómo hablar de Dios en tiempos ruidosos?
Como hemos dicho, el silencio nos ofrecerá la palabra oportuna Porque el comunicados de la Buena Noticia no es una fuente de información. Es simplemente un canal. En la medida que su canal esté limpio de ruido, gracias a la práctica del silencio, y que se mantenga en su modesto papel de canal, la comunicación se producirá.
Para un pueblo dormido no vale la solución de aprender sólo el lenguaje de ese pueblo. Para que las palabras de vida no se confundan con las de muerte es necesario producir un sobresalto, algo que rompa con la monotonía del sueño.
En los siguientes versos del gran León Felipe la palabra «arzobispos» puede sustituirse por todos los manipuladores y secuestradores de Dios, sean quienes fueren, como el propio poeta insinúa en su libro Español del éxodo y del llanto.
¿Dónde está Dios?
Rescatémosle de las tinieblas.
Porque…
Dios que lo sabe todo
es un ingenuo
y ahora esta secuestrado
por unos arzobispos bandoleros
que le hacen decir desde la radio:
«Hallo! Hallo! Estoy aquí con ellos».
Mas no quiere decir que está a su lado
sino que está allí prisionero.
Dice dónde está, nada más,
para que los poetas lo sepamos
y para que los poetas lo salvemos.
Aquí decir «poeta» es tanto como decir el que pronuncia la palabra original, despertadora y conjuradora que toca la esencia del ser. Comunicar la Buena Noticia no se reduce a repetir como un disco compacto la letra del Evangelio que, aunque salvadora en sí misma, fue proclamada y condicionada en y para un determinado contexto cultural e histórico. Requiere reconectarla después de escuchada en el silencio, reecarnarla, inculturarla en este momento presente
Si decir hoy «las prostitutas os precederán en el reino de los cielos», de tan escuchado, no llega a escandalizar o despertar por dentro, habrá que zarandear con nuevas expresiones y el mismo contenido al soñoliento y contaminado ciudadano. ¿Cómo sonaría, por ejemplo actualmente a nuestras propias orejas escuchar: «Los terroristas de ETA, los homosexuales y las parejas de hecho os precederán en el reino de los cielos»: Y sin embargo el mensaje es el mismo.
Si vamos a decir lo de siempre, en el tono y tonillo aburrido de tantos sermones, mejor callemos. Y si hablamos, que las palabras o imágenes, canciones, mensajes publicitarios o webs de Internet salgan a borbotones del corazón, como arrojadizos de luz en las tinieblas, como noticias de primera plana por su fuerza interior en medio del aburrimiento, el ruido, las palabras rutinarias. Como «desvelación de la verdad», que es la definición que Heidegger nos ofreció de la palabra poética, la última palabra humana que se acerca a la divina, como decía Karl Rahner.
- La encarnación mediática
Pero, pese a todo, ¿qué duda cabe de que el que tiene una buena noticia entre sus manos no puede contenerse y corre a los vecinos a decirles que acaba de tener un hijo, que ha conseguido un puesto de trabajo o que ha sacado catorce resultados en las quinielas?
De esta necesidad habló Jesús al referirse a predicar la Buena Noticia sobre las azoteas y a no ocultar la luz bajo un cacharro. Él mismo utilizó una barca o el monte para ser oído por la multitud. Sus discípulos viajaron, hablaron en el areópago y ante los tribunales, llegaron a servirse de las instituciones romanas y así nació el púlpito, símbolo de otras muchas tribunas que hoy se transformaron en los poderosos medios informativos y de comunicación.
Pero en los medios de masas los codificadores sufren mediaciones muy particulares. En primer lugar, de ellos mismos. Al principio kantiano de que todo conocimiento humano ya es apriorístico hay que añadir, que la información es necesariamente selectiva. Martínez Albertos recuerda que «sin manipulación no hay noticia, sino simplemente hechos». Todo un equipo de sujetos promotores, los periodistas, se encargan de seleccionar, dar forma y difundir las noticias.
Afirma Lorenzo Gomis que «convertir un hecho en noticia es básicamente una operación lingüística. Sólo los procedimientos del lenguaje permiten aislar y comunicar un hecho. Este lenguaje es el modo de captación de la realidad que permite darle forma, aislar dentro de ella unos hechos que, por un procedimiento de redacción, se convierten en noticia».
En este sentido el periodista es «un operador semántico», es el hombre, o mejor dicho, el equipo humano que elige la forma y el contenido de los mensajes periodísticos, dentro de un abanico más o menos amplio de posibilidades combinatorias con finalidades semánticas dadas tanto por los factores internos de los sistemas de signos utilizados, como por los factores externos condicionantes del espectro de normas sintácticas aplicables a los códigos que se están utilizando.
Este proceso se ha complicado aún más con el hecho del pluralismo democrático que ha engendrado un periodismo cada vez más interpretativo: Los periódicos y emisoras no sólo informan, sino que opinan sutilmente ya en la misma forma de titular, de situar en el espacio su información, de ilustrarla e incluso de calificarla. A ello contribuye la orientación política y económica de los dueños de cada medio, sus intereses, el de sus consumidores habituales, espectadores, oyentes o lectores. Factores como la proximidad de la noticia, su actualidad, su espectacularidad, su morbosidad, etcétera, influyen de forma decisiva, desde las leyes mismas de la información.
Pues, bien, la Buena Noticia no puede escamotear este proceso contemporáneo. En primer lugar porque los evangelizadores, hombres de Iglesia, pastores o predicadores son, quiéranlo o no, materia noticiable. Y no pueden argüir que son «materia reservada», misterio u «hombres de Dios» para huir de la información. Están en la sociedad y la sociedad funciona hoy así. Son tratados con las «leyes informativas», que no miran las intenciones secretas, sino los hechos y su interés informativo, que los informadores llaman feeling periodístico.
El resultado es desgraciadamente muy ambiguo. Las Iglesias y sus ministros aparecen por sus hechos externos, por lo general extraños y poco edificantes; sus mensajes son codificados conforme a las ideas dominantes y vigentes en la sociedad. Baste citar como el ejemplo el fenómeno del padre Apeles. Un personaje blando, con un determinado bagaje cultural, vestido de sotana, que tiene un éxito mediático, que comunica, que es noticia, pero noticia de consumo, escándalo fácil, provocación homologable, exactamente lo que requiere un determinado sector de la audiencia, clerical y anticlerical. No representa a la Iglesia. Perro es un monigote utilizable por los que está contra elfo: «Ven ustedes cómo son»; y por el creciente neoconservadurismo: «Así deberían ser». Y él se aprovecha del tremendo vacío comunicativo del que es culpable la propia institución. Los que deberían comunicar no se atreven y el que comunica no es sino un bluf, una forma vacía, que desprestigia más que otra cosa. Más ruido en el ruido.
La solución para evitar esta ambigüedad no está en crear medios de difusión «piadosos». Nadie impide que se predique, por ejemplo, por la radio. Pero esta exige un lenguaje peculiar, un lenguaje radiofónico, y aún en este craso, los «programas religiosos» son considerados por la mayoría como lo que son como mera propaganda, ¡o que les resta la fuerza de credibilidad de una noticia; de algo que realmente ha ocurrido.
Una vez más la credibilidad está en la vida. La muerte martirial de los jesuitas en El Salvador, de los maristas en la región de los grandes lagos o de los Padre Blancos en Argelia fue transmitida mundialmente como un hecho. Este hecho valía por sí mismo. Lo mismo sucede cuando algunos personajes cristianos convencen por su autenticidad al ser entrevistados ante las cámaras. Por lo que paradójicamente los programas más religiosos son muchas veces los no específicamente religiosos.
En segundo lugar, la Iglesia debe reconsiderar su lenguaje. ¿Es en sí misma para el hombre de hoy una buena noticia el ir por la calle con un ropaje negro como distintivo del evangelizador? ¿Qué semiología hay en lenguaje y hasta los movimientos de las manos del cura cuando pronuncia una homilía? ¿Saben los clérigos no ya comunicarse a través de los medios, sino simplemente comunicarse en su predicación, su lenguaje habitual en la calle o en el bar? El hombre de hoy es especialmente sensible a los tic clericales, que rechaza visceralmente.
Los obispos ¿han encontrado el lenguaje adecuado para transmitir sus mensajes a través de cartas pastorales u otros documentos? A veces se quejan de que son manipulados por los medios de comunicación, pero no son conscientes de que dan pie a esa manipulación por sus términos abstractos, trasnochados, decimonónicos, ininteligibles para los comunicadores y receptores de la información de hoy.
Algunas obispos, como por ejemplo Helder Cámara o el cardenal Tarancón, supieron en su día encontrar el lenguaje y la credibilidad de sus mensajes. Ello no supone «estar hablando para la radio o la televisión». Requiere saber hablar para el hombre de hoy. Una reconversión cultura¡ que no se llevará a cabo mientras la Iglesia esté de espaldas o en lucha con la cultura contemporánea, porque esta está «viciado, ha perdido el norte y los valores cristianos» en opinión de nuestros pastores. Requiere pasar de una actitud .a la defensiva a la postura del diálogo que inauguró el Concilio y que parece olvidada para muchos.
Eso no quita responsabilidad a los comunicadores y –a los medios que sirven. Con la posible manipulación hay que contar siempre, porque siempre habrá disidentes como siempre los hubo en el pasado. Pero es demasiado fácil echar las culpas al mensajero cuando a veces ni siquiera hay mensaje, es irrelevante para la sensibilidad actual o absolutamente ininteligible. Y lo peor es cuando se entiende, porque a veces se convierte en noticia
precisamente por su sabor savonarólico a diatriba, que llega a identificar al evangelizador u hombre de Iglesia como el «anti todo».
Es pues necesario la encarnación o inculturación mediática. Igual que un misionero tiene que aprender no sólo el japonés o el árabe, según los casos, sino los parámetros culturales del país que evangeliza hasta hacerlo suyos, los medios de comunicación tienen códigos que no son ni buenos ni malos en sí mismos, simplemente son. El desconocerlos es como pretender hablar en inglés a un campesino de las Urdes.
- Intercambio deamor
Cuando ha precedido el silencio, que ya es elocuentemente comunicador y el corazón habla de alguna manera desde su abundancia, la comunicación salvadora se convierte en un gran acto de amor. La palabra se hace creadora. Por eso todo evangelizador es poeta y profeta, testigo y testimonio, escucha y palabra decidora al mismo tiempo.
Comunicar es sobre todo ser; comunicar es expresar; comunicar es difundir, hemos dicho. Por eso, comunicar en último extremo es amar. En la relación amorosa bastan los pequeños detalles: la mirada, la sonrisa, la caricia, para que todo esté dicho. El amor es la cumbre la comunicación.
Pero además toda comunicación sincera y honesta es un acto de amor, porque es un acto de solidaridad social, de transmisión de la verdad, o al menos de una verdad, de tu verdad.
Bien es cierto que la verdad absoluta no es patrimonio del hombre, ni siquiera de la Iglesia en su traducción histórica y humana. Sufre también muchas mediaciones. De aquí la sencillez y sano relativismo necesarios en la comunicación y transmisión de esta verdad. La adquisición de la verdad, incluso en la investigación científica, filosófica y teológica es un fieri, un proceso que no se concluye con toda una vida. Mucho más en el caso de la comunicación y de la limitada comunicación instantánea que caracteriza a los medios de masas.
La frase de Ignacio de Loyola, que parece una perogrullada, de que «el amor se demuestra más con las obras que con las palabras» sirve también para la comunicación. «Obras son amores, no buenas razones». Laos agentes de la evangelización deben actuar, sin pensar demasiado en las consecuencias de sus actuaciones para la opinión pública, sin que la mano izquierda sepa lo que hizo la derecha. A la larga, si sus hechos resplandecen, trascenderán de alguna manera, serán noticia y buena noticia.
Pero a la hora de hablar hoy, un cristiano no puede permitirse el lujo de ignorar los códigos culturales en los que se desenvuelve. No puede vivir en otro planeta. Debe servirse de la semántica que le haga inteligible para el hombre de este tiempo. Y parra ello es necesario que atraviese por la misma metarmorfosis de su maestro: Primero ser hombre; luego ser hombre de su tiempo, y más tarde comunicarse con sus semejantes. Adquirir el lenguaje de los grandes medios de comunicación será entonces algo fácil y secundario, fluirá por sí mismo. No dejará de ser una simple técnica, un epígono de una renuncia, de una inmersión entre sus hermanos, una manifestación más del acto que nos hace personas, el acto de amor.
Jesús, como Palabra hecha carne, es el gran icono de Dios. El hombre, al manifestar su verdadera naturaleza, de uno con el Uno, no hace sino transparentar su última verdad, su misterio secreto; que transluce el Ser y hace refulgir en él la chispa del incendio total. Ese es el fundamento teológico del hombre corno comunicación del Absoluto e hijo también de Dios. La Buena Noticia no hace sino explicitar esa naturaleza de la creación, en dolores de parto, que se hace consciente en la conciencia del hombre. Cuando al escucharla, verla o sentirla se produce la descarga, lo que en teología cristiana se llama «gracia», el receptor de la Noticia despierta, se ilumina, se salva, se libera. Casi sin darse cuenta se convierte él mismo en una antorcha, un faro, una emisora radiante de luz, que a su vez salva ton sólo ser. Si además deja que esa verdad comunique a través de sus hechos, palabras, códigos mediáticos o gestos, la Noticia se multiplica y el acto de amor se expande respondiendo a su vocación y a su naturaleza desde el origen: ser lo que es y siempre fue, una manifestación del Infinito. El agua vuelve a su fuente en el gran biofeedback del universo, que constituye la vida, una comunicación que sólo puede ser cabalmente definida como un continuo y misterioso intercambio de amor.
Pedro Miguel Lamet
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