El deporte espectáculo, manifestación de la secularidad sagrada

1 mayo 2006

José Joaquín Gómez Palacios
 

José Joaquín Gómez Palacios es Coordinador Provincial de Escuelas de la Provincia Salesiana de Valencia

 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Analiza este artículo la conversión que se ha operado en el deporte de masas, contemplando desde la perspectiva de la secularidadsagrada. Fijándose especialmente en la pasión vertida actualmente en el futbol, contempla la celebración futbolística, señalando su similitud con algunos rituales ancestrales y fijando la atención en la significación de los gestos-símbolos que la acompañan.
 
El deporte de masas, convertido en espectáculo por los potentes medios de comunicación, ha cobrado fuerza inusitada. Millones de personas viven la pasión por el deporte fascinados por lo que sucede sobre el terreno de juego. Frente a este fenómeno han surgido diversas reflexiones que arrojan luz desde la economía, la psicología, la sociología…
El presente artículo pretender observar este fenómeno desde una nueva perspectiva: la secularidad sagrada. Entiende que el ser humano, a pesar de vivir en un sociedad fuertemente secularizada, sigue sintiendo la necesidad de vivir experiencias que no se agotan con la facticidad de la producción y la visión racionalista de la vida. La pasión vertida sobre el deporte de masas tal vez sea la canalización de un anhelo presentido por la humanidad desde sus remotos orígenes.
 
1. Bajo la omnipotente luz de la razón
 
«El siglo de las Luces» o Ilustración fue el término utilizado para describir las tendencias intelectuales y filosóficas de Europa previas a la Revolución Francesa, allá por el siglo XVIII. La expresión fue empleada frecuentemente por los escritores y filósofos de este período. Todos ellos estaban convencidos de que la humanidad, gracias a la razón, emergía a una nueva era iluminada por el pensamiento racional, la ciencia y la igualdad.
La razón humana fue considerada como luz potente capaz de disipar las tinieblas en las que se hallaba sumergido el género humano. Los más preclaros pensadores de la incipiente Modernidad, consideraron que los mitos, las leyendas, los sentimientos y las creencias ancestrales, en los que se mantenía sumida la humanidad desde los albores de la historia, iban a desaparecer definitivamente gracias al esfuerzo racional del ser humano.
Décadas después, el hecho religioso, y todo el complejo entorno asociado a él, fue sometido al juicio implacable de la razón crítica. El fenómeno religioso fue abordado desde múltiples ángulos. Karl Marx proyectó su miradasecularista sobre la historia y la economía, poniendo el acento en los procesos de producción y en la lucha social por la emancipación de la clase proletaria. Friedrich Engels, convencido que la historia evoluciona y se mueve por la fuerza que la materia tiene en sí, propugnó el materialismo dialéctico. Darwin enunció la teoría de la evolución de las especies, sustituyendo la mítica visión creacionista del mundo. Sigmund Freud desentrañó los condicionamientos del inconsciente. Todos estos pensadores criticaron las dimensiones humanas que existen más allá de lo racional o empírico, incluida la dimensión religiosa.
Si bien es cierto que la religión tuvo la oportunidad de despojarse adherencias y manipulaciones que le mantenían en pasadas supersticiones e idolatrías… también es cierto que el descrédito se cernió sobre ella. Incluso no faltó quien anunciara la pronta desaparición del sentir religioso en aras de un humanismo racionalista. La modernidad, ufana de sus logros, se dispuso a pasar página y a cerrar precipitadamente el capítulo religioso del ser humano.
 
2. Alguna consecuencia del Siglo de las Luces
 
El proceso iniciado con el Siglo de las Luces ha sido largo. Progresivamente se ha pasado de una sociedad centrada en lo religioso, a una cultura en la que el hecho religioso es desplazado del centro. La religión ha perdido el monopolio del sentido. O lo que es lo mismo: las realidades terrenas ya no precisan del beneplácito de la religión y sus representantes institucionales para legitimarse.
Desde tiempos antiguos la religión había desempeñado un rol social tan importante, que realidades sociales, culturales, políticas, artísticas, económicas, morales, sexuales… debían recibir su visto bueno para considerarse legítimas. La Modernidad cambia el fundamento que da consistencia a las cosas. Aquello que otorga sentido a las realidades ya no es su conformidad con la religión, sino su adecuación a la razón, la política, las ciencias, la economía…  A partir de aquí la vida se organiza desde una visión racional, económica y empírica. En definitiva, más secular.
Todo este complejo entramado filosófico afecta al ser humano y a su estilo de vida. El «hombre religioso» da paso al «hombre económico». Aquello que da sentido al quehacer del hombre es su capacidad de producir, consumir y avanzar gracias a la ciencia aplicada utilitariamente a la vida. Tan sólo tiene validez lo que se deriva del lenguaje racional. En amplios sectores se olvida que la persona es un ser «políglota», capaz de percibir y expresar la realidad mediante múltiples «lenguajes» nacidos desde otras tantas dimensiones humanas.
Frente a este reduccionismo racional y secularista, la persona siente la necesidad de seguir expresando aquellas dimensiones, -también constitutivas de su identidad humana-, que han quedado silenciadas con la irrupción de la modernidad y la crítica racional.
 
3. Nuevas dimensiones vuelven a ser descubiertas
 
Con la llegada de la posmodernidad (forma de pensamiento que ha sucedido a la modernidad) el panorama ideológico sufre un vuelco. Esta nueva tendencia de pensamiento ha puesto en crisis las grandes palabras racionales que acuñara la Modernidad. La posmodernidad reivindica un estilo de existencia más concreto y anclado en lo diario.
Frente a una ética racional, centrada en el voluntarismo de Prometeo, la posmodernidad vuelve sus ojos hacia una ética que se funde con la estética. La cultura del maquillaje cobra nuevo vigor. Frente a una simplificación productiva del tiempo, la posmodernidad enarbola la bandera del goce y el disfrute inmediato. La fiesta y lo celebrativo cobra primacía sobre los aspectos laborales. El tiempo de trabajo y producción pierde relevancia frente al tiempo de fruición y deleite. Frente a la dictadura de lo conceptual y lo racional, la posmodernidad exige espacios y vivencias en los que puedan aflorar las dimensiones instintivas de la persona: el ritmo, la música, la danza, el color, las sensaciones, lo desacostumbrado…
Incluso, frente a una religiosidad intitucionalizada y doctrinal, la posmodernidad promueve una transformación religiosa menos tributaria de lo dogmático y lo racional. El nuevo estilo no considera vital para el creyente, hallarse en consonancia con la institución religiosa y con la totalidad del contenido doctrinal. Prima la experiencia y el sentimiento.
Múltiples estudios afirman que la dimensión religiosa y simbólica del ser humano no ha desaparecido bajo el peso de la modernidad, como se apresuraron a concluir las visiones racionalistas.  Con la posmodernidad, asistimos a una nueva revitalización (re-encantamiento del mundo). Distintos signos apuntan en esta línea, contribuyendo a configurar un nuevo mapa religioso.
 
4. Un nuevo mapa del hecho religioso
 
Pero el pretendido «regreso al hecho religioso», o re-encantamiento del mundo, no discurre por los parámetros del pasado. Este nuevo aflorar no consiste en recuperar trozos de historia que quedaron arrumbados en el recuerdo. Nos hallamos ante una dimensión humana que pugna por abrirse camino de múltiples formas, transformándose. El mapa religioso actual está constituido por nuevas tendencias que se funden y entremezclan, se unen y se separan… Destacamos cuatro grupos de especial relevancia:
 
La religiosidad difusa
Actualmente se ha generado una forma difusa y desistitucionalizada de vivir el hecho religioso. Un buen número de creyentes aspira a gestionar la religiosidad desde su propia conciencia e individualidad. Será la propia persona quien elija las creencias y comportamientos éticos que se ajusten a sus gustos y necesidades. Se pasa de una religiosidad exigida, a una elegida. Así florece lo que se dado en llamar «religiosidad a la carta». El cuerpo doctrinal y la institución religiosa ceden terreno a la conciencia del individuo y a su capacidad de elección libre y personal.
 
Religiosidad fuerte
La religiosidad difusa, arriba enunciada, es vista como peligro y amenaza por algunos sectores religiosos institucionalizados que reaccionan subrayando los elementos doctrinales e institucionales.  Ello da lugar a la creación de un tipo de religiosidad fuerte con la que se pretende hacer frente a la nueva línea de «religiosidad light».
 
Múltiples increencias
En el nuevo mapa religioso, aumenta ligeramente el grupo de quienes abandonan la religiosidad como dimensión de la existencia. Pero aquel antiguo fenómeno del ateísmo militante también se transforma, dando lugar a diversas tendencias que reciben otros tantos nombres: arreligiosidad, increencia, agnosticismo, indiferencia… Sin que esté claramente definido cuál es el alcance exacto de tales expresiones.
 
Secularidad sagrada
En este proceso de transformación aparece un cuarto grupo. Esta formado por quienes perciben en su interior la necesidad de experimentar vivencias que van más allá de lo meramente laboral y productivo. Desean abrirse a realidades trascendentes, pero acuden a una serie de «sucedáneos pseudo-religiosos» para canalizar su necesidad. Entre ellos cabe destacar:
– El misticismo ecléctico de las ciencias ocultas y esotéricas
– El deporte como vivencia intensa y paradigma de la vida
– El nacionalismo convertido en religión
– El culto al cuerpo
– El reencantamiento de la naturaleza desde visiones ecológicas
– El ritual grupal a través de la música
 
5. El deporte de masas, manifestación de la «secularidad sagrada»
 
Pretendemos centrar ahora nuestra atención en este último grupo, y concretamente en «el deporte como vivencia intensa y paradigma de la vida». José María Mardones en sus recientes publicaciones lo incluye, muy acertadamente, entre una serie de manifestaciones propias de la «secularidad sagrada».
Durante la última década asistimos a un relanzamiento del deporte en nuestro país. Y no nos referimos al deporte como saludable ejercicio físico, sino como espectáculo y ritual de masas. Especial relevancia ha cobrado el fútbol. El deporte profesional para las masas, alentado por los medios de comunicación, permite que afloren ancestrales vivencias que facilitan la separación de «tiempo profano» y «tiempo sagrado». Surgen con fuerza ancestrales rituales que refuerzan la cohesión social en torno a unos colores y otorgan identidad frente al anonimato producido por una sociedad de producción… Aunque el fútbol se desarrolla como un juego, las manifestaciones que de él se derivan, se han convertido en la expresión de algo más que un deporte. Esta eclosión halla su explicación en aquellas intuiciones que definiera Mircea Eliade en su libro «Lo sagrado y lo profano».
 
5.1.  Espacio de tiempo festivo frente al tiempo profano
 
Desde tiempos  inmemoriales el ser humano toma conciencia de que el tiempo y las actividades que realiza no son iguales. Existe un tiempo (profano), destinado a las tareas de supervivencia, que desgasta al ser humano, deteriorándole y haciéndole perder lo mejor de sí mismo. Este tiempo laboral es cansancio, monotonía, peligro, fatiga, rutina… Frente a éste se alza otro tiempo muy distinto, capaz de ser vivido con profundidad existencial e incluso religiosa: Es el  tiempo festivo: aquel en el que se escenifican los mitos más importantes. Durante su transcurso, la persona tiene la oportunidad de re-crearse, de acercarse a sus orígenes, de reforzar lazos sociales con sus iguales, encontrando de nuevo la fuerza de la vida, la juventud, la limpieza…
En nuestra sociedad plural los días festivos cumplen esta misión: marcan rupturas con el tiempo de trabajo, permitiendo la recuperación mediante actividades distintas a las de producción para garantizar la supervivencia. Los espacios vacacionales, los multitudinarios conciertos, los encuentros deportivos, los «partidos del siglo»… forman parte de una larga y ancestral corriente celebrativa que hunde sus raíces en los albores de la humanidad.
 
5.2 Elemento integrado en el «tiempo festivo»
 
El fenómeno no es nuevo. Multitud de culturas han organizado su quehacer social y cultural  creando actividades para distinguir el tiempo profano del tiempo festivo o religioso.
El deporte espectáculo se ha convertido, para muchos ciudadanos, en un espacio privilegiado para canalizar necesidades que no hallan satisfacción en la vida ordinaria (tiempo profano), marcada excesivamente por el trabajo, la producción y la monotonía. Frente al mundo incoloro de la tarea por la supervivencia, aparece el brillo de los colores del equipo, la liturgia semanal del partido, la pasión y el sentimiento desbordados, la cohesión grupal…
Todos los pueblos poseen, de una u otra forma, rituales, celebraciones y acontecimientos excepcionales encaminados a hacer presentes esos sentimientos y pulsiones de la vida que no afloran durante el tiempo de trabajo para la supervivencia. La cohesión tribal, la memoria creencias comunes que orientan el existir del grupo, la vivencia de tendencias instintivas que se hallan fuera de los límites de lo racional… son elementos constitutivos de estas celebraciones. El deporte de masas cumple en nuestros días estas funciones.
 
5.3. Manifestación de la secularidad sagrada
 
De lo expuesto obtenemos una primera información sobre el deporte como expresión de la secularidad sagrada. Si el fútbol ha alcanzado auge tan importante en nuestro país, es porque bajo sus manifestaciones ordinarias están emergiendo dimensiones silenciadas de la persona humana; elementos que quieren cobrar carta de identidad en eltiempo festivo.
En torno al fútbol existen realidades complejas que sirven, a su manera, para organizar el tiempo y reforzar la cohesión social… Balbuceos y deseos que pretenden romper un tiempo de producción carente de metas y horizontes…  Para los «no-iniciados», toda esta puesta en escena deportiva, carece de sentido. Es habitual escuchar la opinión de personas que no comprenden cómo multitudes enteras se apasionan y vibran por el mero hecho de que un balón de cuero, lanzado con el pie… atraviese una línea de cal. Y ciertamente es incomprensible si no se tienen en cuenta todos los deseos y pulsiones que atraviesan, junto con el balón, la línea de meta.
En un momento histórico en el que la indiferencia y el materialismo consumista erosionan la trascendencia y la dimensión religiosa, el ser humano acude a una serie de vivencias que le permitan balbucir, aunque sea de forma muy imperfecta, algo de lo que late en su interior.
Pero hay más. En una cultura en la que el trabajo ha dejado de ser un modo de realización personal… deteriorándose con «contratos basura», horarios y turnos que rompen el ritmo humano del existir… la persona busca elementos festivos donde todo suceda de forma distinta. Se abona incondicionalmente a la «cultura del espectáculo» para experimentar nuevas sensaciones, para sumergirse en la emoción visceral de lo imprevisto, en la magia de las pasión que brota espontánea, sin pegar el peaje de lo racional…
El deporte espectáculo, la pasión instintiva por unos colores, el calor de la afición, la alegría del triunfo compartido, la tristeza solidaria de las derrotas, la celebración esperada y preparada… se convierten en hitos que contribuyen a paliar las deficiencias de una vida sin brillo ni relieve. Tal vez sean estos los motivos por los cuales, un elemento tan banal como es el fútbol, contribuye al re-encantamiento del mundo en un tiempo de desencanto, facilitando una constelación de creencias, en un tiempo de increencia.
 
6. El fútbol, escenificación de liturgias ancestrales
 
La celebración futbolística posee gran similitud con algunos rituales ancestrales. El aficionado (iniciado) que se dispone a vivir un partido, se sumerge en un escenario donde encuentra un conjunto de elementos que trascienden la mera facticidad de los mismos. Sobre el terreno de juego se escenifican gestos largamente preparados y cargados de nueva significación. Por este motivo estos gestos dejan de pertenecer a lo cotidiano para adquirir categoría de símbolo. A título de ejemplo nos detendremos en algunos de estos elementos, intentado desentrañar el atávico significado que subyace en ellos:
 
ü       La procesión hacia el templo
Los aficionados, tras haber esperado el acontecimiento, saben que ha llegado el momento mágico del encuentro que romperá con el ritmo monótono del quehacer diario. Comentarios y expresiones han contribuido a verbalizar sentimientos y emociones que alimentan la cohesión grupal y orientan el sentido de la celebración. Se dirigen hacia el estadio. Es un momento excepcional y esperado.
 
ü       El templo
La masa de aficionados, cual larga procesión, se dirige hacia un espacio geográfico diverso: El estadio… «elescenario de los sueños», el templo de los iniciados. La singularidad  física y arquitectónica del estadio, le convierte en espacio «festivo-sagrado», diverso del territorio por el que discurre la vida ordinaria. Todo lo que ocurre en el interior de los altos muros formados por la gradería, cobra especial significación.
 
ü       El canto
Miles de voces, cantando al unísono, refuerzan el sentido de grupo. El aficionado experimenta que su canto se funde con el miles de iniciados que entonan idénticas palabras, repiten gestos rítmicos al unísono y vibran con igual emoción. El himno del club es un símbolo musical común y compartido. Esta vivencia no se percibe de forma racional; es intuitiva y sensible.
 
ü       Las luces
El espacio donde se celebra el ritual se halla iluminado por una intensa luz que contrasta con la oscuridad de la noche. La luminosidad contribuye a crear una separación simbólica. En su interior va a desarrollarse un acontecimiento relevante. En el exterior, la carencia de luz difumina un mundo lleno de sombras sin relevancia.
 
ü       Símbolos, colores y máscaras
Existen símbolos y colores conocidos, queridos y aceptados por la multitud allí congregada. Estos elementos no han pasado por el filtro de la crítica racional. Se les acepta tal como son; llegados de una larga tradición. Muchos de los participantes decoran su cuerpo y visten con réplicas de la vestidura ejemplar durante la celebración. Esta vestimenta cumple la antigua función ritual de las máscaras: quien se reviste de esta manera, actualiza y hace acopio de la fuerza mágica que reside en ellas. Este disfraz compartido, contribuye a reforzar el sentido de pertenencia grupal.
 
ü       Los oficiantes
Ataviados con las vestiduras propias del evento, surgen los oficiantes desde las entrañas del estadio. Aparecen posesionados del papel que deben desempeñar; ejecutando movimientos minuciosamente ensayados. Sus gestos dejan de ser comunes para convertirse convierten en «litúrgicos», al ser percibidos por el grupo como gestos simbólicos que condensan en sí el sentir de la muchedumbre. Los celebrantes son personajes comunes a quienes la masa ha cargado de nuevo y simbólico sentido. De objetos comunes se han convertido en signo material de los deseos y pulsiones que comparten los asistentes a la ceremonia.
 
ü       Los participantes
La multitud grita, sintiendo que el ritual está apunto de iniciarse. El tiempo de la preparación concluye para dar paso a la ceremonia propiamente dicha. A partir de este momento se produce una intensa comunión entre celebrantes y participantes. Cada gesto de los celebrantes tiene su réplica, en otros tantos gestos de la muchedumbre, que vibra con ellos. Y se sucede una larga serie de ecos y resonancias compartidos: dolor, sufrimiento, alegría, ansiedad, esperanza, desesperación… siempre en estrecha simbiosis.
 
ü       Sufrimientos y sacrificios provisionales
El ritual que acontece es vivido como una experiencia intensa por la muchedumbre porque condensa en sí reflejos de la vida misma. Al igual que en la existencia humana, también sobre el terreno del estadio, aparece algunas veces el sufrimiento de la derrota. Pero este sufrimiento ritual posee diferencias con el real: Los malos momentos experimentados en el estadio-templo son simbólicos, momentáneos y abiertos a nuevas oportunidades. Quienes experimentan este tipo de fracaso (que llega ocasionalmente hasta las lágrimas) lo hacen abiertos a nuevas posibilidades. La derrota siempre es momentánea y se olvida prontamente. Trascurrido el momento puntual del sacrificio, aparece en el horizonte del iniciado una nueva oportunidad con la que, sin duda, vendrá la revancha y con ella un tiempo de intenso gozo.
 
ü       El éxtasis colectivo
La liturgia posee también momentos de gozo compartido. Estos tiempos no están previstos, ni regulados de ante mano, ni son fruto de una intensa acción laboral de los participantes. Sorprenden, brotan de la intuición de los celebrantes. Son gratuitos. Su imprevisión les hace más apasionantes. Cuando llega el triunfo, la masa se sumerge en un éxtasis colectivo. Es el momento de olvidar derrotas pasadas y creer en las posibilidades del grupo. La autoestima se contagia para tornarse en  experiencia colectiva. El éxtasis que sucede al triunfo se refuerza al ser compartido por miles de personas que sienten y vibran al unísono.
 
7. Conclusión
 
Finaliza la ceremonia. Se apagan las luces del templo y la vida recobra su pulso profano. Atrás queda esetiempo festivo lleno de símbolos, luces, bufandas al viento, cánticos y gritos… El iniciado regresa a la vida cotidiana, unas veces soportando el sufrimiento de la derrota y otras, embelesado con el éxtasis del triunfo. Siempre, con la esperanza de vivir nuevas experiencias que hagan comprender que todavía queda alguna parcela de la vida en la que es posible un mundo re-encantado, mágico, simbólico, apasionado…
Quienes si vibran con los colores de su equipo y se sumergen en la magia de un estadio para sentir, en el calor del grupo, el dolor de la derrota o el éxtasis del triunfo… No deben olvidar que bajo todo este complejo entramado de pasiones y sentimientos, quizás esté latiendo el deseo de una realidad más profunda; ansiada por el ser humano desde los albores de su origen. No es aconsejable conformarse con sucedáneos pseudo-religiosos. Las aspiraciones de la persona no pueden llenarse tan sólo con fragmentos de secularidad sagrada.
A quienes les disgusta el deporte-espectáculo, y detestan a ese gentío vulgar que pierde el sentido y la razón por un hecho tan nimio como que un balón traspase la línea de meta… deben comprender que la masa congregada en el estadio busca canalizar hondas aspiraciones que se perdieron en una sociedad pragmática y utilitarista. La pasión por el deporte es tan sólo un griterío bajo el que está latiendo el deseo de escuchar un «rumor de trascendencia» auténtico y sin sucedáneos.
 
Bibliografía consultada
Mardones, José María. La transformación de la religión, PPC, Madrid 2005.
Eliade, Mircea. Lo sagrado y lo profano6, Labor, Barcelona 1985.
La Fontaine, Jean. Iniciación, drama ritual y conocimiento secreto, Lerna, Barcelona 1987.
Gómez Palacios, J.J. Antropología y Animación sociocultural, Dissabte, Valencia 1992.
 

JOSÉ JOAQUÍN GÓMEZ PALACIOS

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