A la juventud no hay que encerrarla en un claustro;
como mejor funciona es al aire libre.
(Mario Benedetti)
A lo largo de la historia, de forma paulatina, el deporte ha ido ocupando un lugar cada vez más relevante. En la actualidad constituye un fenómeno social sumamente importante. No parecen existir dudas tampoco sobre su importancia educativa. El ser y el saber del educador, así como la organización y programación de toda comunidad educativa encuentran en el deporte un espacio abierto para una rica propuesta de valores. Porque el deporte es, sin duda, portador de valores.
Existen, especialmente, tres niveles o grupos de valores que es necesario tener siempre en cuenta educativamente: el nivel lúdico, competitivo y asociativo. El primero, propio y específico de todo ejercicio deportivo, permite la expansión humana necesaria no sólo en el proceso de crecimiento y desarrollo de los adolescentes y jóvenes, sino, de una manera más amplia, en el bienestar y equilibrio que precisa toda vida humana. Una sana competitividad prepara para la integración social, ayuda a aceptar los propios límites y estimula la propia superación. Su valor asociativo favorece la participación, el trabajo en equipo, al mismo tiempo que ayuda a descubrir la necesidad de los otros y la importancia de la propia aportación.
Educativamente lo que se le pide al deporte es que llegue a ser realmente factor de humanización y socialización: que ayude al desarrollo y crecimiento armónico de los jóvenes de manera integral, que favorezca las relaciones interpersonales y sea factor de encuentro con uno mismo y con los otros; que promueva la creación de hábitos saludables, que ayude preventivamente contra situaciones de riesgo, que favorezca la autoestima y se convierta en plataforma que promueve la verdadera calidad de vida. Todo ello implica su integración en un proyecto educativo global, en el que están implicados todos los miembros y actividades de la comunidad educativa.
Debido precisamente a su fuerza educativa, el deporte puede convertirse también en plataforma pastoral. Puede ser portador de una propuesta original de evangelización, que comienza en el encuentro con los jóvenes, allí donde ellos están y en aquello que a ellos les gusta, llegando sobre todo a la aplicación concreta del principio”educar evangelizando y evangelizar educando”.
Desde estas coordenadas Misión Joven se acerca, una vez más, en este número, al deporte educativo, intentando aportar pistas y sugerencias que lleven a los agentes de pastoral a otorgar al deporte toda su importancia educativo-pastoral, y a los animadores deportivos una reflexión que fundamente el planteamiento y orientación de su actividad cotidiana. En primer lugar, Fernando García sitúa el deporte dentro del espacio y quehacer pastoral de la comunidad eclesial, superando la vieja disyuntiva entre educación y evangelización, en la convicción de que el educador cristiano aporta una visión de la vida que le hace evangelizar mientras educa y educar mientras evangeliza. Antonio Fraile fija la atención en la formación del educador deportivo, apostando por una praxis educativa en la que profesores de Educación Física, entrenadores y animadores deportivos den realmente importancia a valores como la igualdad de oportunidades, solidaridad, cooperación y colaboración. Finalmente, José Joaquín Gómez Palacios aborda el deporte de masas, que los medios de comunicación han convertido en espectáculo, observando este fenómeno social desde una perspectiva original: la secularidad sagrada, señalando también pistas educativas para su análisis y discernimiento.
En diferentes ocasiones ha subrayado la UNESCO la necesidad de asociar la actividad deportiva a los programas educativos, en la medida en que esta actividad contribuya a la formación integral de los ciudadanos. En un reciente documento invita a gobiernos y organismos pertinentes a promover la función del deporte y la educación física para todos, impulsando programas encaminados a sensibilizar sobre su importancia para favorecer la salud, fomentar el afán de superación, salvar las diferencias culturales, consolidar los valores colectivos, contribuir a los objetivos del desarrollo, de la solidaridad y cooperación y a la cultura de la paz. Todo un reto, no solo político, sino también y sobre todo, educativo.
EUGENIO ALBURQUERQUE
directormj@misionjoven.org