No me gusta la fórmula con la que he titulado este artículo: no creo que el hombre tenga «derecho a equivocarse». No tenemos «derecho» al error. Lo que sí tenemos derecho es a ser comprendidos por nuestros fallos, a ser aceptados con nuestros errores, a ser perdonados por nuestras estupideces, a ser reconocidos como hombres que inevitablemente cometerán siete tonterías al día y setenta veces siete por año. Temo que, mientras esta ley no sea reconocida y aplicada por todos, no conseguiremos un mundo vívidero.
Me parece que el hombre se va haciendo verdaderamente adulto en la medida en que se va haciendo comprensivo. La intolerancia me parece que puede ser tolerable y comprensible en los jóvenes. Para ellos todo se divide entre el bien o el mal. Luego la vida va descubriéndonos cuánto bien se esconde entre los pliegues del mal. Y cuánto mal se agazapa dentro de muchos recovecos del bien. Y uno va aprendiendo a perdonar cuanto más descubre dentro de sí la necesidad del perdón. Por eso un viejo que acumula rencor me parece el ser menos adulto que existe.
También la vida nos va enseñando a perdonar, que es el arte más difícil que existe… Porque se puede ser muy cruel al perdonar, cuando se perdona desde arriba, desde la «dignidad» del ofendido. Más tarde descubrimos que el verdadero perdón es el que no se nota, el que incluso nos sale del alma, sin esfuerzo, naturalmente. Por eso me parece tan absurda la frase del «perdono, pero no olvido», porque una cosa es que aprendamos de los errores para no volver a cometerlos, y otra muy diferente que nos pasemos la vida recordándolos, sacando jugo al caramelo de nuestro perdón.
Tal vez yo aprendí a perdonar de aquella maestrita que, en mis años infantiles, tenía la hermosa manía de escribir nuestras malas notas con tiza y las buenas con tinta. Así las malas se borraban al día siguiente con la primera operación ma
temática que hacíamos en el encerado, mientras que las buenas quedaban allí siempre escritas como un bello recuerdo.
Pienso que si los hombres escribiéramos así, las malas cosas en el encerado del ala y las buenas en nuestros cuadernos indelebles, nos encontraríamos al cabo de los años sin rencores, y con el corazón abarrotado de motivos de gozo.
Dicen que el lobo puede perder los dientes, pero no la memoria. Afortunadamente, el hombre no es un lobo y puede seleccionar amorosamente dentro de su memoria, de modo que casi nos cause risa cuando alguien nos pide perdón, por la simple razón de que, sin más, lo habíamos olvidado. Esta ciencia es fácil: basta con mirarse al interior, descubrir el montón de fallos que uno tiene, para no valorar los de los demás. Aquel a quien cuesta perdonar, es, sencillamente, porque no se conoce a sí mismo…, y se dispensa a sí mismo lo que no es capaz de disculpar a los demás.
Los cristianos debemos congraciarnos sabiendo que la sustancia de Dios es que es rico en misericordia, un experto en el arte de perdonar. Porque ve toda la verdad, la infinita pequeñez de nuestras necesidades. Graham Greene dice que si conociéramos el último porqué de las cosas, las comprenderíamos mejor. Por fortuna, Dios conoce todos estos últimos porqués, el hecho de que de cada cien de nuestras equivocaciones, noventa y nueve se cometen por error, por prisas, por cansancio, por frivolidad y tal vez solo una por descender del mal.
Sí, Dios nos perdonará «así como perdonemos». Bueno, esperemos que nos perdone mucho mejor. Esperemos que Él nos enseñe nuestra alma niña, salvada a pesar de tantos errores en las etiquetas de nuestros diagnósticos a la hora de vivir.
Judit Valverde (3º Pastoral Juvenil)
Parroquia «Ntra. Sra. de los Dolores» (Salamanca)
Para hacer
- Leer y comentar: ¿Qué nos llama la atención?
- Centrarse en algún tema específico: El hombre adulto (en la medida en que se va haciendo comprensivo), el arte de perdonar (el verdadero perdón es el que no se nota…). Y así otros puntos. ¿Qué podemos hacer?
- ¡Qué sugerente lo de «escribir las malas notas en tinta y las buenas con tiza»! Imitarlo personalmente: hacer «examen de consciencia» recordando al final del día, por ejemplo: ¿Qué he hecho hoy de bueno? Eso queda para siempre. ¿Qué he hecho mal? ¡Vamos a ver cómo lo puedo cam