EL EDUCADOR ANTE LAS SITUACIONES DE RIESGO DE LA INFANCIA

1 noviembre 1998

SITUACIÓN de riesgo es aquella situación de carácter personal, familiar y/o social que impide el desarrollo normalizado de los sujetos. Entendemos por infancia en situación de riesgo, al mismo tiempo, aquella que es objeto de malos tratos en sus distintas tipologías (maltra­to físico, negligencia, maltrato emocio­nal, abandono, abuso sexual, etc.). Los niños y las niñas en situación de riesgo social suelen presentar problemas de re­lación consigo mismo y con los demás, siendo frecuente la aparición de proble­mas de carácter psicológico.
De hecho, el maltrato puede afectar muy seriamente y con distinta inciden­cia la vida física y psicológica del niño: desde el crecimiento físico, pasando por el desarrollo cognitivo y motor, hasta la aparición de los vínculos afectivos, el desarrollo de la autoestima y la capaci­dad de hacer frente al entorno.
El educador puede desempeñar una importante labor en la detección y prevención de situaciones de riesgo y, más concretamente, en el problema del mal­trato infantil. Los educadores y educa­doras, sin duda, pueden desarrollar un papel fundamental en el proceso por descubrir y corregir los problemas en es­te campo. El estrecho y continuo contac­to que mantienen con los niños y niñas pueden permitirles, con una adecuada formación, sospechar cuando no identifi­car la existencia de este tipo de situacio­nes. En las circunstancias actuales, ade­más, han de contar con indicadores que les permitan una detección precoz del maltrato, emprendiendo también en este terreno tareas preventivas de cara a la salud psicofísica y social de los niños.
 
Escuela y malos tratos
 
UNO de los mejores espacios para la detección del maltrato es la escuela. Por ella pasan todos los niños durante un buen número de años; a la par que se relacionan diariamente durante muchas horas con otros niños y cuentan con un observador privilegiado de todos los pro­cesos, el maestro. La escuela y los educa­dores son piezas clave para la preven­ción precoz de los malos tratos infanti­les, sin olvidar la importancia que tienen en el tratamiento o resolución del pro­blema.
Sin embargo, existe una serie de facto­res que influyen en la escasa respuesta que se está dando a este problema desde el ámbito escolar. Para Adima (1993), los aspectos más importantes que influyen en este hecho son los siguientes:

  • Falta de una normativa, referida al maltra­to, dirigida al ámbito educativo y mucho más específica y concreta en la cual se ase­gure la confidencialidad y anonimato para los maestros.
  • Falta de una formación y entrenamiento es­pecíficos dirigidos a los profesionales de la educación.
  • Ausencia de unas directrices de actuación que aclaren qué papel y responsabilidad le corresponde a cada una de las personas dentro del organigrama del centro.
  • Inexistencia de instrumentos precisos de recogida de datos y de protocolos que faci­liten los informes.
  • La actitud de rechazo de algunos educado­res y profesores a informar sobre sospe­chas de situaciones de maltrato.
  • Una formación específica sobre el maltrato infantil y, más concretamente, en lo referi­do a los indicadores y factores de riesgo.
  • Materiales específicos de recogida de da­tos: protocolos, modelos, etc. Y, por otro la­do, pautas concretas de actuación.
  • Información sobre recursos y dinámicas de actuación junto con otros sectores profesio­nales.

 

Detección del maltrato en la escuela

 
A detección del maltrato es la base sobre la que se sustenta toda la posterior intervención. Normalmente las situaciones de maltrato se suelen producir en la intimidad del ámbito familiar, por lo que su detección es difícil. Por ello, es nece­sario objetivar manifestaciones y com­portamientos en el niño que, en forma de indicadores fiables, nos permitan diagnosticar situaciones de maltrato. En este sentido y de forma general, los ni­ños maltratados suelen presentar:
 

  • Déficitscognitivos (inteligencia general, habilidad lingüística).
  • Secuelas de orden emocional (escasa vin­culación afectiva niños-padres, aislamiento social, tristeza, malestar, depresión…).
  • Tendencias autodestructivas y conductas agresivas e inadaptadas.

 
Este último dato suele deberse, entre otras causas, a alguno de estos factores más importantes: 1 / Miedo a tratar con familias y/o padres hostiles y agresivos; 2/ Incertidumbre respecto a la gravedad del problema; 3/ Miedo a implicaciones legales; 4/ Inseguridad respecto al res­paldo del sistema educativo. Por todo ello, el profesional de la educación debe­ría recibir:
Especificando algo más, podemos enu­merar una serie de indicadores ya acep­tados comúnmente:

  • Indicadores físicos externos (mordeduras, moratones, alopecia traumática, quemadu­ras, congelación, eritema genital).
  • Alta morbilidad; cansancio o apatía per­manente (se suelen dormir en clase).
  • Cambio significativo en la conducta esco­lar sin motivo aparente.
  • Conductas agresivas y/o rabietas severas y persistentes.
  • Relaciones hostiles y distantes; actitud hi­pervigilante (recelosos, siempre alerta).
  • Conducta sexual explícita, juego y conoci­mientos inapropiados para su edad; mas­turbación en público.
  • Permanecen más tiempo del normal en el colegio, patio o alrededores.
  • Tienen pocos amigos en la escuela; mues­tran poco interés y motivación por las tare­as escolares.
  • Después del fin de semana, vuelven peor al colegio (tristes, sucios, etc.).
  • Presentan dolores frecuentes, sin causa apa­rente.
  • Desequilibrio alimenticio (glotón o inape­tente) y absentismo escolar.
  • Conductas antisociales; intentos de suici­dio y sintomatología depresiva.
  • Regresiones conductuales (conductas in­fantiles para su edad).
  • Relación entre niño y adulto secreta, reser­vada y excluyente.
  • Falta de cuidados médicos básicos.

En cuanto a los padres, a través de en­trevistas, actitudes y comportamientos, se puede intuir la existencia de malos tratos hacia sus hijos. Algunos indicado­res al respecto, que pueden informar de la existencia de tal comportamiento en los padres:

  • Parecen no preocuparse por el niño; no acu­den nunca a las citas y reuniones de la es­cuela.
  • Desprecian y desvalorizan al niño en pú­blico; sienten al hijo como un objeto de su propiedad; expresan dificultades en su ma­trimonio.
  • Recogen y llevan al niño al colegio sin per­mitir otros contactos sociales.
  • Compensan con bienes materiales la escasa relación personal y afectiva que mantienen con sus hijos.
  • Abusan de sustancias tóxicas (alcohol y/o drogas… ).
  • Existe trato desigual entre hermanos; no justifican las ausencias a clase de sus hijos. • Justifican la disciplina rígida y autoritaria; ven al niño como un ser malvado.
  • Habitualmente utilizan una disciplina ina­propiada para la edad del niño.
  • Son celosos y protegen desmesudaramente al niño.

Es necesario recordar que los indica­dores son pistas que pueden ayudar a descubrir lo que le pasa al niño y que es­tas, como hemos visto, no sólo son seña­les físicas, sin también conductas y sen­timientos. Pero hay que considerar que la existencia de uno o varios indicadores constituyen sólo una sospecha, algo que habrá que contrastar adecuadamente.