El ejemplo de las golondrinas

1 noviembre 2005

El pasado verano tuve ocasión de observar las diversas fases del adiestramiento al que son sometidas las crías de las golondrinas. Es algo que a grandes rasgos conozco desde siempre, pero hasta ahora no se me había ocurrido fijarme de forma sistemática en sus ejercicios.
Se trata de un adiestramiento técnico, pero también cultural y hasta ético. Así, cuando las crías son ya capaces de alinearse ordenadamente en los cables eléctricos para ser alimentadas por sus padres, si la impaciente glotonería de alguna le lleva a arrebatar del pico de la madre la comida destinada a otra, en cuanto llegue su turno, la comida que en principio correspondía a esta espabilada será implacablemente destinada al buche de la cría que fue víctima del expolio.
Ese reparto equitativo de alimentos, inicialmente recibidos en posición estática, pronto empieza a realizarse en pleno vuelo, un vuelo cada vez más complejo y versátil. Y del vuelo simple, progresivamente alargado de tiro y prolongado en el tiempo, pronto se pasa a la práctica del vuelo rasante, de los picados y del frenado en seco, entre las hojas de una trepadora, por ejemplo, sin estamparse contra la pared, así como se les inicia en el arte de beber el agua del estanque sin detenerse ni zambullirse.
Empiezan luego las clases de vuelo en formación, todos a un tiempo y en la dirección adecuada, para finalmente salir literalmente de maniobras en dirección al monte, del que no vuelven hasta el atardecer. Sólo después de todo eso, al cabo de unas semanas, las asambleas de los diversos grupos y familias empiezan a ensayar el éxodo colectivo, ya pocos días antes de iniciarlo. La forma, me dije, de que las jóvenes golondrinas le saquen todo el jugo a la vida en tanto dure el vuelo. Mientras que en nuestra sociedad se tiende cada vez más a dar suelta a los jóvenes en edad escolar sin la instrucción ni las instrucciones necesarias para evitar que pierdan el rumbo, que lleguen incluso a pegársela sin haber alcanzado a saber no ya lo que es volar, sino, sobre todo, lo que es vivir.
No estoy sugiriendo que a los chicos y chicas en edad escolar se les adiestre como golondrinas, ya que no son golondrinas. Pero aprender a vivir supone un esfuerzo y los esfuerzos cansan y suelen ser instintivamente evitados, por lo que el peor favor que se puede hacer a esos chicos y chicas es intentar ahorrarles tal esfuerzo. Sólo así, del mismo modo que las golondrinas aprenden lo preciso para vivir plenamente, los escolares aprenderán también lo preciso para vivir plenamente el tiempo que tienen por delante, abiertos a la vida, al mundo en que transcurre, con las mínimas carencias posibles en el terreno del conocimiento y de la cultura.

 Luis Goytisolo

 EL PAÍS, 07.12.2002

 
Para hacer

  1. Téngase en cuenta que el texto de esta página es continuación del de la anterior, por lo que será bueno trabajar con ambos a la vez.
  2. ¿Cómo sería una educación que siguiera los pasos del ejemplo de las golondrinas?
  3. ¿Qué nos falta para vivir plenamente? ¿Qué podemos hacer para lograrlo?

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