Isaac Díez de la Iglesia es Presidente Fundación Jóvenes del Tercer Mundo
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
De manera testimonial destaca el artículo especialmente la importancia del encuentro personal con el pobre, capaz de provocar un proceso interior, una visión diferente de la realidad, y cómo este encuentro genera y requiere una fuerte espiritualidad. Presenta también algunos aspectos de la vida que adquieren un valor y unas características especiales al vivirlas en ambientes de pobreza: relaciones interpersonales, acompañamiento de las personas, servicio, compromiso por la justicia, alcanzan en estos ambientes una nueva dimensión.
He decidido tomar parte intencionalmente y ver las cosas y los asuntos humanos desde el punto de vista de los pobres…aunque yo no sea uno de ellos. Esto me da una visión totalmente diferente de la de quienes miran el mundo desde el balcón de la abundancia… (Luis de Sebastián)
A lo largo de mi experiencia con voluntarios en el extranjero, en muchos momentos he podido comprobar que el encuentro y trabajo con los más pobres da una alegría muy especial. Servir a Dios en los pobres genera una alegría y gozo especiales. Al comenzar a escribir este pequeño artículo son muchas las experiencias, encuentros y personas que me han venido a la mente. Como pórtico y síntesis me parece interesante transcribir las palabras que, Ana, voluntaria trabajando en Zuay (Etiopía) me envía esta misma semana:
“… Hemos ido a la casa de Abeju, la ex alumna que atropelló un coche hace días… La verdad es que no me imaginaba lo que iba a encontrar, la casa de Abeju, su familia,… no sé, cuando una los ve en la clase día a día, es diferente, Abeju es una niña educada, calladita, aplicada, estudiosa, limpia, con vaqueros y camiseta…Bueno, no tiene padre, la madre es muy joven, debió tenerla casi de niña, la casa está cerca de la carretera. Está formada por dos habitaciones de barro y madera, la puerta de tablones, una mesa y un banco hechos también de tablones… Separado por una cortina, hay un habitáculo con dos camastros, con una especie de ventana tapada con trozos de madera y cartón, una bombilla en el quicio de la puerta alumbraba los dos habitáculos. Creo que no podría describirlos como habitaciones. Me quedé muy impresionada. Sé que he visto casas de estas antes, pero de verdad que no puedo acostumbrarme, sobre todo sabiendo que allí ha crecido y vive una persona a la que conozco también…
Han sacado dos naranjas y tres plátanos, imagino que todo lo que tenían para ofrecer… Es impresionante ver cómo esta gente que no tiene nada, es capaz de desprenderse de lo poco que tiene y ofrecérselo a otros; una vez más me han dado una gran lección de humanidad y generosidad, y yo, que me considero muy generosa…¡Ya!.. Seguramente lo que nos ofrecieron era todo lo que tenían para cenar. Eso es generosidad ¡y yo pensaba llevarle flores!…Mis ojos se me llenaron de lágrimas por mi pequeña Abeju viviendo en esas condiciones donde yo no podría aguantar ni un día…
Imagino a su madre yendo a buscar agua al pozo, la imagino, quizás, vendiendo cebollas al borde de la carretera como hacen tantas mujeres, la imagino cultivando la tierra y viviendo al día sin saber lo que comerá mañana…Sin embargo es gente educada, digna, que mira directamente a los ojos y no se avergüenza de su pobreza… ¡De cuantas cosas me avergüenzo yo!…
Desde que estuve en su casa no hay noche que no me acuerde de ella, la pequeña Abeju, en aquella casucha, con las piernas rotas, ¡sólo Dios sabe lo que aún le queda por sufrir!…”
Es cierto que como esta comunicación de Ana he escuchado muchas otras a tantos voluntarios y voluntarias. Quizás en este texto esté condensado de forma directa y testimonial lo fundamental que quisiera expresar en estas páginas que siguen: importancia del encuentro personal, el valor de confrontarnos con su vida y realidad, el proceso personal interior que provoca en nosotros, la visión distinta que sacamos de la realidad, las lecciones que nos dan y la dignidad que nos muestran.
Trataré, en la primera parte, de presentar en forma discursiva las sensaciones y reflexiones que me han brotado en los encuentros y visitas con ambientes de extrema pobreza a lo largo y ancho de América y África. Procuraré no nombrar personas, lugares, momentos… pero son los que están detrás de todo lo que pueda escribir y expresar. En la segunda parte presentaré breve y telegráficamente algunos campos y dimensiones que me parecen están muy unidos al trabajo en ambientes de pobreza y que en estos ambientes adquieren unas características propias.
- La vida en ambientes de pobreza genera y requiere una fuerte espiritualidad
Hace ya muchos años que se nos bombardea en la Iglesia y en la vida religiosa diciendo que el gran déficit de nuestro tiempo es la espiritualidad. De mis encuentros y experiencias con los ambientes de pobreza, la primera lección que he aprendido es que para estar y vivir en un ambiente así, se exige algo más que técnica, profesionalidad y medios. La vida en esos lugares y momentos requiere un plus muy especial, una profundidad humana y una experiencia espiritual fuertes.
Ciertamente el encuentro con el mundo de la pobreza y la pobreza extrema, y no olvidemos que hoy un tercio de las personas viven en extrema pobreza, forma y requiere una fuerte espiritualidad. Así lo he comprobado en los encuentros con los hermanos de las diversas zonas de África y América. También es cierto que esa es la fuente que hace que los que han vivido experiencias de encuentro y acompañamiento de los más desfavorecidos sientan una alegría y gozo todo especiales… Este es un detalle que surge enseguida en la evaluación que hacen a su vuelta la mayoría de los voluntarios… Se han sentido y vivido realizados, fecundos, felices… compartiendo la necesidad y pobreza. Es la prueba más clara de la verdad escondida en el mensaje del libro de los Hechos. “Hay más alegría y felicidad en dar que en recibir”… (Hch. 20, 35).
Es cierto que la pobreza, es un escándalo y puede llevar al desconcierto, desesperación, y rechazo de todo… pero es también cierto que el encuentro con el pobre, y el servir a Dios en el pobre nos da una sensibilidad y profundidad espirituales especiales.
Soy consciente y conozco también experiencias en que la realidad y provocación de la pobreza extrema, que es prueba de la más cruel injusticia, es muy fuerte. He comprobado que en lo tocante al trabajo con los más desfavorecidos fácilmente ideologizamos el tema y pasamos de luchar por la persona, a luchar por la idea… y en este camino acabamos por cerrarnos, dividir a las personas y grupos y pensar sólo en nuestro proyecto de superación de la pobreza en el que acaban por desaparecer las personas concretas. Conozco personas muy buenas y comprometidas que han llevado y llegado a una situación así. Creo que para superar este riesgo es bueno que tengamos en cuenta algunos puntos básicos.
1.1. Comenzar por el encuentro con el pobre
En nuestros días no es fácil cultivar y llegar al encuentro personal. La cultura audiovisual y el tratamiento virtual llevan a que nuestras relaciones sean también más virtuales que personales. Y la vida y experiencia personal, sobre todo la experiencia espiritual, nace, se desarrolla, y alimenta de encuentros y encuentros personales directos. Jesús se encontraba con las personas y les narraba historias.
Esta es nuestra propia experiencia. Recordamos y verbalizamos los encuentros vividos y así comprendemos los cambios que hemos tenido fruto de la provocación y confrontación vividas en el encuentro. De forma especial es la experiencia sacada de los encuentros en que nos hemos sentido inútiles, incapaces de dar ni con el diagnóstico ni con el tratamiento. Curiosamente desde estas experiencias y encuentros hemos entendido y asimilado lo que es la solidaridad, lo que significa acompañar, y cómo cada persona es un misterio.
Con mucha frecuencia el diálogo con voluntarios que se preparan para hacer su experiencia entre los más desfavorecidos y en ambientes de pobreza, se centra en ¿qué voy a hacer yo? ¿Seré capaz de aportar?.
La última entrevista con un joven médico que ultimaba su preparación para incorporarse en un proyecto en una zona rural de África, me preguntaba intrigado qué iba hacer él si allí no había quirófanos ni los medios más elementales… Y mi respuesta fue muy clara: estarás tú. Serás tú. El no poderte resguardar tras ningún medio, te permitirá enfrentarte y confrontarte con el enfermo… y experimentar directamente tu vocación de médico, el valor de luchar contre el dolor y la enfermedad directamente y su valor humano.
Este encuentro personal con el pobre es el que abre a la experiencia religiosa y el que nos lleva a cultivar la propia espiritualidad. De hecho, el encuentro con Dios lleva al pobre y el encuentro con el pobre lleva a Dios[1]. Trabajando en ambientes de pobreza sale espontánea una doble petición: “Que vea y sepa distinguir qué es lo que me pides hoy en los que me rodean, y que no me retire ni oculte el rostro ante la dificultad o el sin sentido…”.
1.2. Del encuentro a la solidaridad y acompañamiento
Normalmente, ante las situaciones de pobreza, todos reaccionamos buscando soluciones. Surge así la solidaridad con los que convives y a los que intentas servir. Expresión de la solidaridad son mil acciones y respuestas concretas: defender, proteger, educar, desarrollar.
Entregados a todo esto, no se necesita mucho tiempo para experimentar que un activismo generoso no es suficiente y el fracaso y la impotencia se convierten pronto en compañeros de camino. Es muy frecuente que un conflicto inesperado destruya lo construido con mucho esfuerzo y tiempo y ante el cual nada o muy poco se puede hacer. Es cierto que esta experiencia nos hace madurar en nuestra forma de entender la solidaridad, que no es sólo dar, sino saber dar y recibir afecto de forma personal y personalizante. Así nace el convencimiento que es más importante estar con ellos que hacer para ellos.
Solidaridad y acompañamiento se dan la mano y comienzan a modelar nuestra vida y nuestra acción. A la certeza de lo importante que es ser técnicos, profesionales, fuertes… para ayudar con eficacia y eficiencia, unimos la convicción de lo fundamental que es experimentar que sólo la debilidad capacita para estar con el pobre y su dolor sin poder hacer más.
Sólo desde la debilidad que da la experiencia de fracaso, duda, confusión… entendemos la importancia del estar y el ser solidarios con la necesidad y el dolor ajeno.
Después de vivir estas experiencias afrontaremos sin traumas los temores, frustraciones, desánimos, humillaciones. Curiosamente es esta experiencia de la debilidad y la fortaleza que genera, la que nos hace ver claro en qué consiste la solidaridad y el acompañamiento del pobre.
1.3. De la experiencia de la propia debilidad al descubrimiento de la debilidad y grandeza de la Pascua
No hace mucho, estuve con una persona mayor que me pidió le acompañara a hacer una visita a la tumba de su marido. Allí directamente me dijo: “Mira, yo ya soy muy poquita cosa, sólo pido una: que el tiempo que pueda vivir tenga la conciencia y la posibilidad de celebrar la eucaristía. Lo poco que valgo unido al misterio de la vida de Jesús, a su muerte y resurrección, es salvación para todos…” .
Nunca había oído tan claramente expresado lo que es la vida cristiana y su celebración, lo que significa comulgar con Jesús muerto y resucitado. La vida entregada como solidaridad en la redención, es vida y resurrección definitiva en Jesús. La solidaridad en la redención vivida por Jesús, al ser resucitado por Dios, es la clave para dar sentido al absurdo del dolor y sufrimiento, y descubrir el valor del amor redentor de Dios capaz de transformar en resurrección y vida definitiva lo que los humanos sembramos de cruz, muerte y destrucción.
Este es el misterio que nos ayuda a celebrar el misterio del amor redentor de Dios y de los humanos que nos unimos a él. En la debilidad, nos unimos al misterio del Dios de la vida y del amor redentor, experimentamos y celebramos su presencia y fortaleza pues nos sostiene en la fe y fidelidad y nos transforma en instrumentos de su amor redentor y esperanza definitiva para todos los masacrados de la tierra.
Es esta experiencia la que nos hace sensibles ante el dolor y sufrimiento ajeno y a la vez nos abre a la trascendencia de un Dios que en Jesús muerto y resucitado nos da la clave del sentido y valor del sufrimiento. Por eso. Como afirmaba antes, el encuentro con Dios siempre lleva a encontrarse con el pobre, y el encuentro con el pobre siempre lleva a encontrarse con Dios.
1.4. La unión y encuentro con Dios en Jesús y la vida y misión hecha amor personal
Como síntesis de todo lo presentado hasta ahora, creo que podemos detenernos en un icono y relato bíblico muy conocido: el encuentro de Pedro con Jesús después de su muerte y resurrección (Jn. 21). En este relato evangélico encontramos claves muy significativas y sugerentes:
– el encuentro con Dios en Jesús muerto y resucitado,
– el escrutinio previo a la misión y ministerio de gobierno de Pedro,
– la evolución personal de Pedro en su relación con Jesús,
– la base sobre la que se asienta su liderazgo y su ministerio pastoral.
Pedro ha vivido el escándalo y fracaso de todas las expectativas puestas en Jesús al verlo padecer y morir… De tal forma se ha sentido frustrado que ha acabado por negarle tres veces… Y desde esta conciencia de fracaso y traición Pedro ha descubierto la acción de Dios en Jesús y se ha desarrollado su encuentro con el Jesús resucitado.
El encuentro con el Jesús resucitado hace de Pedro el leader y ministro de los seguidores de Jesús. Este ministerio y misión, se basa en algo muy concreto: el amor personal de Pedro a Jesús, y la conciencia de su debilidad manifestada en su negación y traición. Estas son las dos bases de su servicio y de su ministerio. Según esto, el trabajo y misión del creyente se expresan como el amor a Jesús y como el seguirlo sirviéndolo en cada necesitado. Según el relato bíblico el centro de todo es el amor de Pedro a Jesús, es decir un amor personal y sensible, un amor de amigo.
Siempre he visto aquí la síntesis e imagen de la vida y compromiso cristiano: amor e intimidad con Dios manifestado en Jesús muerto y resucitado, y servicio de amor personal y tierno, amor pedagógico a toda persona que se cruza en el camino de la vida, de forma especial, amor pedagógico al necesitado. Desde aquí se vive de forma unitaria e integrada la polaridad de un sin fin de polos dialécticos que para muchos parecen imposibles de personalizar como son el trabajo profesional y técnico con la intimidad con Dios; la acción y servicio directo y la contemplación, el amor a Dios y el amor a los hermanos, mejor, el amor a Dios en los hermanos…
Este relato del encuentro de Pedro con Jesús muerto y resucitado nos desvela las claves que nos capacitan para afrontar el fracaso, discernir las respuestas que debemos dar con profesionalidad y desde la propia debilidad. Así nos transformamos en mediaciones eficaces, sacramentos concretos, del misterio del Dios de la vida presente en todos los acontecimientos y personas. Este es el mejor carnet de identidad de todo creyente: sacramento del amor tierno y personal de Dios a todas sus criaturas, en especial a las más necesitadas.
- Sensibles especialmente en algunos campos y dimensiones de la vida
En la primera parte me he detenido en comentar cómo la vida y encuentro con los pobres exige y forma una espiritualidad recia y fuerte. En esta segunda parte presentaré algunos aspectos de la vida que adquieren un valor y unas características especiales al vivirlas en ambientes de pobreza[2]. No se trata de hacer una presentación exhaustiva de estos campos, sino de describir las tonalidades que aporta el vivirlas en estos ambientes.
2.1. La capacidad de encuentro personal
Hemos hecho referencia con mucha frecuencia al encuentro personal. Nuestra vida está hecha de relaciones que expresan lo que somos y lo que hacemos. Como seres históricos y situados que somos, nuestra formación y nuestra identidad, tiene que ver mucho con nuestros pies, con el espacio que pisamos. El espacio que pisamos nos sitúa y nos forma, es el escenario de nuestra vida y relaciones. En este sentido debemos reconocer que el ambiente donde vivimos capacita y forma nuestra capacidad de relación y de encuentro.
En ambientes de pobreza, nuestro trato directo con las personas nos hace relacionarnos de forma directa y provocativa. No hay lugar para escapatorias. La situación humana es descarnada. No podemos evadirnos o escondernos tras fáciles argumentos, propuestas, o posibles alternativas que no hay. Nos queda aceptar compartir o no la situación humana que viven. En la medida que lo aceptemos, nos encontraremos con ellos, asumiremos el compromiso de compartir su situación y de ser concientes de nuestra tarea de mediación útil y eficaz.
En las experiencias que nos relatan los voluntarios a su vuelta, este es el proceso personal que más se repite y en el que ellos han madurado dimensiones personales importantísimas como son:
– El valor de su persona como misterio y regalo de Dios en este mundo,
– El sentido de su acción como mediación eficaz en el proceso de educación y crecimiento de las personas con las que han convivido,
– La capacidad de comprender y aceptar al otro como un misterio y un don de Dios en el que Dios les habla y en el que Dios pide una respuesta,
– La dimensión de reciprocidad y acogida de cualquier persona como un tú y nunca como un objeto,
– El sentido pedagógico que lleva a descubrir la situación personal concreta de cada uno y responder acompañando su crecimiento personal sin irse por las ramas,
– La alegría y gratificación que se sienten cuando puedes ser una mediación eficaz en el misterio de acompañar el crecimiento de las personas y ambientes en donde vives.
De lo vivido y narrado por voluntarios, esta experiencia y dimensión es la que más valoran en su vida y la que consideran les ha hecho más felices y más humanos.
2.2. El acompañamiento a las personas
El encuentro con las personas es muy importante. Pero en la vida los encuentros no pueden ser sólo puntuales o momentáneos. El encuentro personal pide un continuar, un seguir, un acompañar el camino de la vida y crecimiento. Acompañar al que sufre y padece una situación de pobreza de cualquier tipo no es ameno y fácil. No es algo teórico ni siquiera un consejo o palabra por muy profesional y técnico que sea.
No me detendré en hablar sobre el acompañamiento. Hay mucho y muy bueno escrito. Desde las experiencias vividas, quisiera escribir algo muy breve sobre algunos pasos y detalles que debemos atender y cultivar cuando estamos y nos disponemos a acompañar a personas desfavorecidas.
Acompañar nos pide y nos capacita para atender y escuchar
La primera dificultad que encontramos para estar y acompañar auténticamente a las personas desfavorecidas y en ambientes de pobreza, está dentro de nuestra propia persona, ya que se considera la capacitada, técnica, capaz… poseedora de las solución… Así no tenemos nada que hacer. Mucho más en ambientes de pobreza en los que la incomodidad, inseguridad, sentido del ridículo, aparecen enseguida.
Al acercarnos a otra persona nos acercamos a un misterio y en ella lo diverso y lo sagrado nos sobrecoge. Y sin embargo debemos dar el paso. Comenzaremos por estar. La presencia personal es la prueba de nuestro amor concreto, personal y sensible. Si damos tiempo y espacios a nuestro estar y nuestra presencia con ello, escucharemos lo que ellos nos dicen y lo que brota en nosotros al compartir su vida… ¡Escuchar y escucharnos!
Acompañar supone darnos tiempo y espacios a escuchar y escucharnos a nosotros mismo… De no ser así, no comprenderemos ni aceptaremos el regalo de la vida que se nos ofrece. Las urgencias son muchas, pero la primera es detenerse, atender y escuchar… de lo contrario, la rutina nos invadirá y será la carcoma de lo que parece algo espléndido: El estar y trabajo con los desfavorecidos!
Acompañar nos invita a recordar y celebrar
Es bueno constatar que la experiencia se saca sedimentando lo vivido. Es gratificante escuchar cómo los voluntarios han personalizado su experiencia a la vuelta, cuando han reflexionado todo lo vivido. Han vivido un ritmo duro y cargado de urgencias: encuentros, visitas, informes. En muchos momentos la urgencia les ha llevado hasta paralizarles en lo fundamental, porque la acción llena la vida y puede vaciarla a la par.
Cuando han reflexionado lo vivido, cuando han dado tiempo al recuerdo, ha brotado en ellos la experiencia y el sentido de lo vivido. Recordando, han pasado a la celebración y personalización de la experiencia. Y así es hermoso constatar cómo el recuerdo y la celebración de la vida entregada por el necesitado se hace consuelo y esperanza, certeza de la presencia del Dios de la vida en todas las circunstancias y vicisitudes. Debemos recordar y celebrar lo vivido. Lo que no se celebra, no se valora. Y lo que no se valora se abandona y acaba por perderse… No es cuestión de ser nostálgicos o exhibicionistas… es cuestión de celebrar y aumentar la vida y su sentido.
Acompañar es interiorizar la experiencia de ser padre, hermano, amigo
Acompañar es compartir la vida y su misterio. Compartir la vida y su misterio nos abre los ojos a la verdad y el corazón a la vida. Acompañando al otro es como superamos el temor, la resistencia a estar con el que sufre, la angustia que da la necesidad que no podemos satisfacer… y a la par descubrimos el gran misterio y tesoro de la vida: Dios, como misterio de vida y amor, está en mí y como en mí en toda persona. “El Espíritu de Dios se ha derramado en vuestros corazones” (Rm.5,5).
Personalizar este misterio nos enseña el arte de vivir y nos capacita para transmitirlo y enseñarlo, es decir nos hace padres, hermanos y amigos. Acompañamos como amigos porque sabemos amar y ser responsables de los que están compartiendo con nosotros su necesidad y dolor. Y ser amigo es unir responsabilidad y afecto en las relaciones personales. Somos hermanos porque compartimos la vida y las cosas. Somos padres porque el encarnar los valores y el arte de vivir nos da autoridad y en nuestras relaciones unimos autoridad y afecto. Si sólo diéramos afecto, no transmitiríamos valores ni el arte de vivir, perdiéndonos en paternalismos permisivos que engañan y no trasmiten valores… Si trabajamos e imponemos nuestra autoridad sin afecto, viviríamos un autoritarismo que ni es humano, ni crea humanidad. Vivir como amigo, hermano y padre, no quita nada de la carga de dolor, sufrimiento y angustia que lleva consigo la vida, pero sí la da profundidad y sentido.
Como se ve, todo esto es una gran paradoja. Cuando todo va mal; cuando la necesidad o la violencia del entorno nos desgarran; cuando todo lo que vemos nos parece miseria, y fealdad; cuando en nuestro propio interior y corazón sólo vemos oscuridad, odio y desconfianza; cuando nos sentimos inútiles, decepcionados, tristes, traicionados…;en todos esos momentos la contemplación del misterio de la cruz y resurrección de Jesús, expresión del amor redentor y personal de Dios a cada una de sus criaturas, nos hace descubrir que el Dios de la vida y del amor, está presente llamándonos a ser signos y respuestas de su amor personal y redentor a todos sus criaturas… siendo padre, hermano y amigo de quien lo necesita.
2.3. La vida hecha servicio
La vida en todos las partes se hace acciones y respuestas muy concretas a las necesidades y problemas que vemos y tenemos. No es cuestión de palabras. Se trata de responder con creatividad, flexibilidad e inmediatez a las necesidades y urgencias que captamos y nos provocan. La vida y sus respuestas se hacen de este modo un servicio concreto.
El servicio, desde lo que hemos expresado antes, debe nacer del encuentro y acompañamiento vividos. La pobreza y necesidad siempre impresionan y a la hora de responder a sus retos siempre nos sentimos inseguros y desconcertados. No es nada fácil discernir qué servicio es el que se nos pide. Desde lo vivido y sentido en ambientes de pobreza, el servicio o los servicios que debemos ofrecer, a mi juicio son:
El servicio de la comunión
Dios es comunión y compartir. El compartir es el ser, destino y sentido de la existencia. En el fondo de todo, el mayor servicio que podemos y debemos dar es el de comunión. Servicio de comunión expresado en la capacidad de ser, formar y trabajar en equipo. La comunión se hace entonces vida y esperanza en ambientes marcados por la diversidad y el conflicto. El servicio de defensa y trabajo por los derechos humanos de los más desfavorecidos si no se hace desde la comunión y para la comunión, ni reconoce ni manifiesta la dignidad de la persona que es fruto de comunión, se realiza desde la comunión, y está llamada a la comunión.
Pero no sólo es una exigencia de la persona humana, el servicio de comunión es una exigencia social. En un mundo roto, disperso, enfrentado, dividido, la principal aportación que debemos dar es el testimonio y experiencia de comunión en el trabajo, en la vida y en la fiesta. El ser, sentido, y destino de lo humano es la comunión pues Dios es comunión de personas. Vivirlo y expresarlo así, es el mayor y primer servicio que debemos dar.
El servicio de reconciliación
Reconciliación, comunión y perdón, tienen mucho que ver entre sí. Los ambientes de pobreza y pobreza extrema, son caldo de cultivo de todo tipo de conflictos, enfrentamientos y luchas.
La primera necesidad y pobreza afecta al propio ser e identidad. La persona que no vea reconocida su dignidad ni pueda vivir una vida humanamente digna ejercitando sus derechos fundamentales, no puede crear humanidad y comunión en su entorno… Reconciliarse y encontrarse consigo mismo es la primera necesidad. Después vendrá la reconciliación con el entorno tanto natural como social. Tocamos aquí ya el ámbito de la justicia que veremos más adelante. Sin una vida humana y en reconciliación con uno mismo y con el entorno, no es posible la paz. Sólo desde la reconciliación personal y social nace la paz y el encuentro entre personas y la posibilidad de desarrollarse.
El servicio de discernir
¿Qué debo hacer? ¿Qué respuesta debo dar? ¿Cómo servir auténticamente? Si nunca es fácil discernir el campo, destinatarios y modo de actuar, mucho menos en ambientes donde la necesidad, opresión y falta de libertad hacen que el conflicto sea la característica general. Como es normal, estamos en situaciones que exigen que el discernimiento sea un quehacer de todo una comunidad .Todos sabemos lo débiles y arriesgados que son los proyectos individuales o excesivamente personalistas. No hay nada como una comunidad que reza y trabaja unida. En esta clave no sólo discernirá con garantía cual es el servicio que debe ofertar, sino que será el mejor signo y testimonio del destino y meta que nos espera y por el que merece la pena luchar.
El servicio de la esperanza
Bastará que nos detengamos en las parábolas para captar lo importante que es cultivar y construir esperanza, alimentar la certeza que el bien es mayor que el mal y vivir el realismo pedagógico de quien sabe leer y descubrir las semillas del Reino y trabaja por hacer que crezcan y que sean cada vez más visibles (Mc 4 y Mt 13). El Dios de la vida está detrás de todas las circunstancias de la vida. Toda manifestación de vida está habitada por el Dios creador, redentor y esperanza definitiva para todos los crucificados de la tierra.
Una esperanza así, se hace trabajo y templanza, compromiso y responsabilidad de que el Plan de salvación se haga realidad… Nada de evasiones. La meta está lograda, la resurrección está instaurada en la historia y depende de nosotros irla construyendo. La esperanza es don y es tarea… se expresa como magnanimidad y realismo pedagógico a la vez… nos hace mirarnos a las manos, dar gracias por lo construido, y pedir fuerzas para unir, construir, y ayudar a crecer (Mc. 4, 26s).
2.4. Compromiso y trabajo por la justicia
En este último apartado quisiera mencionar un campo extraordinariamente importante: El compromiso porla Justicia. Nunca podemos caer en la pura asistencia. Nada de quedarnos en los efectos. Debemos llegar a las causas. Promover la equidad y la justicia. Como es duro y nada fácil, sólo señalo algunos detalles que me parecen importantes en la vida práctica.
La ley y misterio de la encarnación, nos señala que acompañar, servir y abogar por la justicia pide que estemos, que vivamos la realidad concreta que pretendemos desarrollar, si no queremos ser hipócritas. Cuando hemos visto con nuestros ojos, escuchados con nuestros oídos, y sentido en nuestra carne, la realidad de la injusticia en los rostros y carnes de los desheredados de la tierra, nada nos hará indiferentes y amaremos de verdad y realismo. Un compromiso con la justicia nacido así, no será sólo una postura política, sino un compromiso personal de vida.
El compromiso por la justicia nos pide una actitud constante de conversión continua para no decaer en el compromiso de acompañar y defender su causa. De lo contrario es muy fácil abandonar. Sabemos que siempre nos acompañará el pecado y la debilidad. Desde su aceptación sacaremos la fortaleza para mantenernos y ser responsables y justos amando de corazón a las personas.
El compromiso por la justicia vivido así, alumbra y necesita a la vez una vivencia comunitaria. Una comunidad solidaria que trabaja contra la exclusión y división y es sobre todo signo y concreción de lo que significa hoy la comunión; una comunidad solidaria que su comunión de vida se transforma en un mismo servicio y misión en el entorno; una comunidad solidaria que discierne pacientemente la voluntad y plan de Dios y trata de llevarlo a la práctica con paciencia y respeto y pedagogía. Desde estas claves seremos testigos de la verdad y la justicia y entenderemos la visión de la pobreza evangélica que es una bienaventuranza y camino a la felicidad (Mt. 5,3).
ISAAC DIEZ DE LA IGLESIA
[1] SJR, El Dios de los refugiados, hacia una espiritualidad compartida, Mensajero, Bilbao 2006.
[2] Delegación de Acción Social. Provincia de Castilla SJ, “Espiritualidad desde la exclusión social: diez rasgos”, Sal terrae 12 (2006) 947-951.