Una veintena de filólogos, escritores y guionistas debatieron durante tres días sobre los rasgos de las jergas juveniles, sobre todo a partir de la irrupción de nuevas tecnologías como Internet y los teléfonos móviles. Casi todos ellos parecían estar de acuerdo en que el crecimiento de estos lenguajes de jóvenes resulta un fenómeno imparable y vertiginoso, pero también coinciden en subrayar una fugacidad que rara vez prolonga las modas lingüísticas más allá de una generación.
El novelista José Ángel Mañas (Madrid, 1971), que alcanzó fama y reconocimiento con su novela Historias del Kronen, publicada en 1994, un retrato de la llamada generación X de los noventa, fue el encargado de pronunciar la conferencia inaugural. Situado en un término medio entre los alarmistas que opinan que el idioma camina hacia su descomposición y los defensores a ultranza de la heterodoxia, Mañas señala que «algunos lenguajes juveniles de hoy pueden convertirse en clásicos en el futuro, o los buenos grafiteros pueden terminar en los museos». Ahora bien, el escritor admite que «las nuevas formas de ocio y de comunicación roban espacio y prestigio a la literatura en una época de una enorme eclosión de la tecnología». Mañas propone, en definitiva, un diálogo abierto y sin prejuicios entre la gente madura, con más cultura clásica, y los jóvenes, con más ansias de libertad y renovación. «El papel más determinante», explica, «lo juegan los profesores, que están en la frontera entre los dos mundos». Y cuando se le pregunta qué ha permanecido del lenguaje de la generación Kronen 14 años después, Mañas responde: «Queda el testimonio lingüístico de aquella época y algunas expresiones o giros».
Algunos de esos profesores ubicados en la frontera, a fuego cruzado entre las normas rígidas o las rupturas totales, se han dedicado a estudiar el lenguaje de los SMS o de los chatsfascinados por la revolución de las comunicaciones que se ha vivido en la última década. Carmen Galán, profesora de Lingüística en la Universidad de Extremadura y especializada en los mensajes de texto de los móviles, define esta forma de lenguaje como «efímero, rápido, de usar y tirar». «La gente joven de hoy», añade esta experta que ha visto desfilar muchas promociones de universitarios, «necesita estar todo el día conectada y, en muchas ocasiones, se comunica sólo para dar señales de vida sin ningún propósito de contar cosas. Ellos lanzan pinceladas a través de los SMS en una actitud que responde más a una forma de ver el mundo que al ahorro de dinero, porque la mayoría de las veces ni siquiera agotan el espacio de los 160 caracteres posibles». Enriquecimiento del lenguaje oral y empobrecimiento de la capacidad expresiva o de la comprensión lectora de los alumnos figuran como hilos conductores de las opiniones de unos especialistas que recalcan que las modas lingüísticas desaparecen sin más o, en ocasiones, vienen y van. Desde la expresión chipén, que hacía furor hace un siglo entre la juventud que estaba a la última, hasta chachi, los corrillos de tíos y de tías, de macizos y pibas, han escuchado expresiones comomacanudo, pistonudo, mola mazo, guay, cool y una interminable lista de palabras que van cayendo sin remedio con el paso de los años. La profesora Ana Vigara lo resumía ayer con un ejemplo muy revelador: «Durante los años en que duró la influencia de la película Forrest Gump, llamar a alguien forrest era sinónimo de idiota. Todo el mundo comprendía el significado. Hoy ningún chaval utiliza esa palabra porque nadie la entendería».
No cabe duda, pues, de que los lenguajes juveniles abren una brecha cada vez más amplia entre generaciones hasta el punto de que las formas de hablar de un anciano y de un veinteañero se diferencian hoy muchísimo más que hace 20, 30 o 50 años. «No sólo entre un jubilado y un joven la distancia es grande. También lo es entre una persona de mediana edad y un adolescente», comenta Félix Rodríguez, catedrático de Inglés de la Universidad de Alicante y estudioso de los anglicismos, otra fuente importante que nutre las jergas juveniles. «En el mundo de la música, las drogas o el sexo, la influencia del inglés está muy extendida. Desde flipar y flash hasta yonqui, pasando por el nombre de casi todos los estilos musicales, el inglés impregna las formas de hablar de los jóvenes en español».
Ni bárbaros ni clásicos, vienen a decir los expertos en sintonía con el discurso de José Ángel Mañas y con una filosofía de evitar los prejuicios frente a los cambios constantes del idioma. «
Extractado de M. A. VILLENA
San Millán de la Cogolla, El País, 10/04/2008