«Está bien alguna dosis de fútbol. Pero ya tanto es intolerable». Esta frase no es de ayer: la escribió don José Ortega y Gasset en 1925. ¿Qué diría ahora?
El fenómeno del fútbol ha sobrepasado todas las barreras imaginables y está poniendo de manifiesto los mecanismos y sistemas dominantes de valores en nuestra sociedad.
El fútbol acapara entre nosotros gran parte de nuestro tiempo de ocio, de los espacios informativos, de nuestros recursos económicos. Ya no es sólo deporte (todos lo pueden practicar, incluso imitando a sus ídolos), competición (competir es un estímulo para desarrollarse y alcanzar cotas) y espectáculo (se dirige a entretener y apasionar al público); ahora se ha convertido en un gran negocio: los clubes se han convertido en sociedades anónimas y, dado que en el terreno de los negocios la economía financiera está imponiendo su ley de máximas ganancias al margen completamente de la economía real y de la producción de bienes y servicios, se han transformado en una plataforma para ganar dinero y prestigio social.
Más: muchos indicios hacen sospechar que el negocio futbolístico es una excelente oportunidad para lavar dinero negro de actividades ilegales u ocultas, dinero que termina completando las cifras fabulosas que se pagan por algunos fichajes y que sirve para dar crédito y renombre público a personas y colectivos que difícilmente lo podrían lograr de otra forma.
No es eso todo. Además de convertirse en negocio, el fútbol también propone modelos de comportamiento, crea estrellas y fracasados, genera filias y fobias, aglutina a miles de personas directamente y a millones a través de la ventana omnipresente del televisor.
El criterio de «todo vale» se aplica no sólo en el terreno económico, sino en las relaciones con las masas: hay que calentar el ambiente, para lo que está justificado el empleo de toda clase de insultos y descalificaciones, amenazas y juego sucio. Se favorece el fanatismo y la agresividad de algunos grupos a los que se apoya incluso económicamente, se alientan celebraciones poco civilizadas…
Algunos futbolistas se convierten en estrellas: son estrellas fugaces o estrellas mercenarias, jóvenes que, salvo excepciones, llegan a la cima de la popularidad y a ganancias desorbitadas antes de alcanzar la madurez personal.
La irrupción de los medios (las televisiones) en el fútbol y de los patrocinadores deportivos con abundancia de dinero ha dado millones a los clubes, que los dedican a fichar a los mejores jugadores del mundo («liga de las estrellas») en una espiral interminable: fichajes multimillonarios, pagas millonarias… que parecían imposibles de superar son superadas cada año… Y recaen sobre extranjeros dejando a muchos jugadores nacionales en las gradas…
Quizás el dinero del fútbol sea expresión privilegiada de lo que se valora en la sociedad: un futbolista de élite gana más en un año de lo que gana un catedrático dedicado a la investigación de alto nivel en toda su vida laboral. Mal ejemplo es ese para los jóvenes. Y no sé si es consuelo lo que decía don Miguel de Unamuno: «Lo cierto es que todas esas gentes que se pasan media hora hablando de fútbol son gentes que maldita la pena que vale el que hablen de otra cosa».
Por otra parte tendremos que preguntarnos si no está resurgiendo el fútbol alienación, ahora que ya no se habla de ella: la actual avalancha de fútbol televisado así lo podría hacer pensar. Pero no nos enteramos o no queremos enterarnos, porque hay dinero y negocio de por medio. El aficionado debería ser consciente de que está siendo víctima de una manipulación desde el poder económico de los medios de comunicación de masas y reaccionar contra ella. Pero parece que estamos condenados -también los jóvenes- a estrellarnos contra la complicidad de una sociedad condicionada por las masas de aficionados manipulados por los medios, el poder económico y los grupos políticos.
No se trata de impedir que el fútbol sea un negocio, sino de aplicarle criterios éticos que deberían regular todo negocio: que no se desvirtúe como deporte ni la función social que una sociedad culta, democrática y avanzada le reconoce. Como educadores de jóvenes, aquí tenemos mucho que decir, algo que hacer y bastante que cortar.
CUADERNO JOVEN
¡En el bufet del Señor!
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