El huésped inquietante

1 junio 2009

Fernando García es Profesor de Filosofía y coordinador de pastoral del Colegio “El Pilar” de Soto del Real.
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Partiendo de la reflexión filosófica del pensador italiano U. Galimberti, el artículo analiza el influjo de la cultura nihilistaen la vida y comportamientos de los jóvenes, destacando de manera especial algunos rasgos más relevantes: analfabetismo emotivo, publicidad de la intimidad, proceso de normalización, problema de las drogas. Ante un influjo tan hondametne arraigado ya en el mundo juvenil, el autor señala la importancia de la educación.
 
«Un libro sobre los jóvenes: porque los jóvenes aunque no siempre sean conscientes de ello, se encuentran mal. Y no es por las habituales crisis existenciales que rodean la juventud, sino porque un huésped inquietante, el nihilismo, actúa entre ellos, penetra en sus sentimientos, confunde sus pensamientos, borra perspectivas y horizontes, apaga la propia alma, seca las pasiones dejándolas sin sangre…»
Con estas palabras comienza Umberto Galimberti su libro L’ospite inquietante publicado en el 2007 para analizar la influencia de la extendida cultura nihilista en el mundo juvenil. Tras haberlo leído y desde la atalaya que me propicia el contacto directo con los chicos en el mundo de la escuela y del tiempo libre y que me permite contrastar los sesudos análisis de filósofos y psicólogos con lo que los propios chicos dicen de si, afronto la tarea de escribir estas páginas acompañado por el ruido de un grupo de alumnos de bachillerato que juegan al futbolín en la sala del Centro Juvenil.
 

  1. El influjo de Nietszche

 
Hablar de nihilismo es lo mismo que hablar de Nietzsche. Decir que la inmensa mayoría de nuestros adolescentes y jóvenes son hijos adoptivos de don Federico es algo que para mí esta fuera de discusión. Nadie como él ha tenido tanta importancia en la configuración de un estilo de vida, ampliamente extendido en nuestra sociedad de forma muy especial entre los jóvenes e inconscientemente asumido por muchos de ellos. Ese huésped citado por Galimberti, habita en muchas vidas anónimas adoptando la forma de una confusión axiológica, de una debilitación de los principios, de una pérdida de la estabilidad y de una abolición de los objetivos y los fines en la vida.
Nietzsche solía afirmar que con Sócrates había comenzado la decadencia… Un siglo despúes de sus palabras podemos constatar cómo el ideal socrático duerme el sueño de los justos para un importante número de jóvenes. El filósofo ateniense, que curiosamente murió acusado de corromper a la juventud, había llenado su ciudad de ideas tan «atroces» como invitar a la gente a conocerse a sí mismo, animar a sus paisanos a buscar con la ayuda de otras personas la verdad, esforzarse en conocer el bien para huir de la ignorancia que nos lleva al mal. Sócrates, el pervertidor de la juventud había invitado a pensar con libertad.
El huésped que hoy ocupa la mente de muchos jóvenes se ha encargado de alejarles totalmente del ideal socrático. La inteligencia ha claudicado en favor del sentimiento, entregando el timón de la propia vida, no al razonamiento sino a la corazonada del momento. La verdad se ha difuminado en un mundo donde parece que nada es estable y duradero, todo depende del aquí y del ahora, del momento, del cómo me sienta o cómo me parezca. El mal ha dejado de existir, o al menos ha dejado de ser relevante. Esa moral tradicional – y ya esta palabra está cargada de sentido peyorativo- se presenta como una auténtica moral de esclavos de la que es preciso liberarse. Cualquier referencia a principios o valores parece conllevar enemistarse con una vida entendida como improvisación, placer, disfrute, deseo.
Y nuestro huésped, ese nihilismo anunciado por Nietszche ha ido carcomiendo poco a poco nuestra cultura hasta hacer tambalearse a las dos instituciones que más importancia tienen en la educación de los jóvenes: la familia y la escuela.
La familia sufre día a día la difícil relación entre jóvenes y adultos. Mi contacto cotidiano con los padres me permitiría compartir una decena de casos sin apenas esforzarme. Desde la madre de una alumna de bachillerato que me suplica que hable con su hija porque es incapaz de entender que en esta vida hay que tener ciertos límites (llámese hora de volver a casa, uso de internet, o formas de divertirse) hasta aquellos padres que dicen que ya no pueden más y claudican ante la imposibilidad de hacerse con sus hijos en temas de disciplina, autoridad, estudio o comportamiento.
La escuela cada día tiene más dificultades para enfrentarse a una tarea que aúne lo educativo con lo académico. La pérdida de autoridad de los profesores, los problemas de convivencia entre los chicos, el aumento del fracaso escolar, la venta de droga en las puertas de los institutos, la generalizada falta de esfuerzo y de espíritu de superación son algunas manifestaciones del mal provocado por ese huésped nihilista.
Tal vez esta crisis, de la escuela y de la familia es una de las situaciones más graves a las que nos enfrentamos aquellos que intentamos compartir vida con los jóvenes para ayudarles a construir su propia identidad. Como señala Galimberti en su libro: «La identidad se construye a partir del reconocimiento del otro. Si este reconocimiento falta, como le falta siempre al que va mal en la escuela, la identidad que es una necesidad absoluta para cada uno de nosotros, se construye en otra parte, en todos aquellos lugares, excluida la escuela, donde se puede obtener un reconocimiento. Si falla la escuela y falla la familia, sólo queda la calle, y la calle forjará aquel nivel de reconocimiento que la calle puede conceder. Sexo y droga aparecen como formas exasperadas de reconocimiento porque otras formas más adecuadas no se han ofrecido»
Llegados a este punto me pongo ahora a la tarea de desarrollar la fisonomía de ese huésped llamado nihilismo que ha entrado a formar parte de la vida de muchos jóvenes.
 

  1. El analfabetismo emotivo

 
«Hoy la educación emotiva se deja a su ser y todos los estudios y estadísticas están de acuerdo en señalar la tendencia, en la actual generación, a tener un mayor número de problemas emotivos respecto a la generación precedente. Y esto porque los jóvenes están más solos y más depresivos, más rabiosos y rebeldes, más nerviosos e impulsivos, más agresivos, y por ello menos preparados para la vida porque están privados de los instrumentos emotivos indispensables para poner en marcha comportamientos como la autoconciencia, el autocontrol, la empatía, sin los cuales serán capaces de hablar pero no de escuchar, resolver los conflictos y cooperar»
Un día en clase de filosofía realicé una síntesis sobre el pensamiento postmoderno. Mis alumnos iban escuchando ideas nuevas para ellos que pretendían describir elementos característicos de la cultura actual: relativismo ético, pensamiento débil y fragmentado, pérdida de la visión lineal del tiempo, caída de los grandes relatos, victoria de la estética sobre la ética, reducción de la ética y de la religión al ámbito de lo privado, victoria del sentimiento sobre la razón, lógica consumista…
Terminada mi explicación me pareció oportuno escuchar su opinión. Y tú, ¿cómo te ves? ¿con cuál de estas caractarísticas te sientes más identificado? Me sorprendió la unanimidad con la que la clase se decantaba por dos ideas: nos manejamos a golpe de sentimiento y lo tenemos todo.
Bajo la primera idea, «nos manejamos a golpe de sentimiento», se expresa ese analfabetismo emotivo al que el huésped nihilista ha conducido a tantos jóvenes. Lo que te pide el cuerpo se presenta como criterio de actuación; el autocontrol y el autodominio son expresiones de los valores superados en esta sociedad progresista; la identificación del “bien” con el “sentirse bien” se convierte en el nuevo sustitutivo de la ética. ¿Y con esto qué pasa? Que nuestros jóvenes, lejos de haberse liberado de la tiranía de la razón, de las ataduras de la moral o de la autoridad de los padres, se encuentran sólos, abandonados y con serias dificultades para construir una personalidad equilibrada donde las decisiones de la vida cambian de golpe según los vaivenes propios del mundo de los afectos.
Si en casa no hay una comunicación afectiva y si en el colegio no se encuentra un ámbito calido, el adolescente queda reducido a la panda de amigos y a la lógica de mercado de los medios de comunicación, desde donde se le invita con una irresponsabilidad increíble al sexo rápido y fácil, al alcohol o incluso, a pesar de toda la campaña gubernamental de los planes nacionales, al consumo de drogas.
Si a esto le añadimos que para un porcentaje altísimo de adolescentes la comunicación virtual a través detuenti u otras redes llamadas de socialización, tiene más peso en sus vidas que la comunicación real, no nos podemos extrañar que estemos formando para el futuro una generación afectivamente inestable con serios problemas para adquirir una personalidad fuerte que les permita afrontar con éxito los reveses de la vida.
Y es que la personalidad se forma a partir de la alteridad. Si hasta para algo tan básico como es adquirir la posición erguida necesitamos en nuestros primeros años de vida la observación de otros seres humanos, cuánto más son importantes los adultos para que los jóvenes vayan adquiriendo en los momentos de la adolescencia y juventud estrategias de autocontrol, de dominio de sí, de aceptación de uno mismo y de los demás, de comunicación de los afectos y sentimientos…
Cuando un chico vive a sus 16 años un desierto afectivo es muy fácil que surjan comportamientos violentos, depresivos, ausencia de ganas de vivir, instrumentalización del sexo sin una referencia a los sentimientos. Los estudios nos sorprenden mes a mes señalándonos el aumento de número de suicidios entre los jóvenes y la reducción cada vez mayor de la edad de inicio del consumo de alcohol, drogas o de relaciones sexuales completas. Y en la raíz de todo esto, está el huésped nihilista que ha generado un individualismo exasperado y un sentido de la libertad hasta ahora desconocido, pero que en vez de ser auténticamente liberador, encierra a tantos jóvenes en una atmósfera de desencanto, de insinceridad y de aburrimiento.
No por acostumbrado, dejo aún de escandalizarme cuando cojo entre mis manos alguna de las publicaciones dirigidas hacia el público adolescente en las que se les invita a «hacerlo siempre con condón» a «disfrutar al máximo de tu pareja»… Cuando estas revistas son leídas por chicos y chicas de 13 años que no hablan de estas cosas con sus padres porque no existe este tipo de comunicación en sus familias y que están unidos entre sí por eltuenti donde publican fotos de todo tipo sin ninguna clase de pudor ni intimidad… ¿qué se puede esperar?
Y puede ser el caso, que la segunda parte de este problema emotivo surja o se engradezca por lo que mis alumnos me dijeron en mi clase de filosofía: «El problema es que tenemos de todo». Son menores, no trabajan, no se esfuerzan por ganar dinero, incluso y en ocasiones no cumplen con sus obligaciones académicas… pero no les falta de nada. Se pueden permitir ir a esquiar en vacaciones, comprarse la ropa que les apetece o llevar el dinero que quieran en la cartera. Y así el pragmatismo económico que nos rodea se convierte en una especie de chantaje afectivo en el núcleo familiar. Los padres, desprovistos de autoridad y cansados de pelear, se ven obligados a negociar con sus hijos, a pactar y en ocasiones hasta aceptan el chantaje. Te doy esto a cambio de esto.
Deber, responsabilidad, autonomía, palabras que habrían sido invocadas en otro tiempo ceden ante el impulso nihilista del aquí y del ahora, ante el frenesí consumista, ante la orgía del placer y ante la abolición de las reglas, las normas y los horarios.
Y me pregunto, ¿nuestra generación de jóvenes es en realidad más libre por no tener hora de volver a casa, por iniciarse en las relaciones sexuales a los 15 años, por quemar etapas vertiginosamente en la carrera de la vida, por beber cuando todavía son unos críos, por tener privacidad en sus móviles y en internet, por poder abortar sin permiso de sus padres con 16 años cuando sin embargo hay que firmales una autorización para ir a un museo? ¿Ha hecho el nihilismo a nuestros jóvenes más fuertes emotivamente, más capaces de afrontar los problemas, más seguros de sí mismos, más equilibrados emocionalmente?
Me cuesta pensar que alguien pueda responder afirmativamente a estas preguntas. Por eso hay que desenmascar a este huésped que los corroe por dentro para devolverles la dignidad y ayudarles a construir personalidades fuertes. Y para ello sólo existe el camino de la educación. Una educación que hable al corazón, que prevenga las situaciones de riesgo, que posibilite una presencia acogedora y cercana por parte del mundo de los adultos, tanto en el ambiente familiar como escolar. Una educación que prepare para el fracaso y para el éxito, para lo difícil y para lo fácil. Una educación que proponga metas y no encarcele en lo fugaz y lo instantaneo. Una educación que enseñe el valor de la espera, del control, de las normas, del deseo y de los límites.
 

  1. La publicación de la intimidad

 
Pones la televisión y te encuentras con programas como Gran Hermano, La Isla de los famosos o el magazinede turno donde novios, matrimonios o padres e hijos van a publicar sus problemas e infidelidades y a tirarse los trastos delante de las cámaras. Hablas con uno y con otro y supones que la gente normal no se pondría en estas tesituras pero no es necesario un razonamiento muy profundo para concluir que indudablemente si existen esos programas es porque sirven al negocio televisivo ya que su producto vende y la gente disfruta con esta publicación de la intimidad.
Ante esto nos podemos preguntar ¿dónde queda el pudor? Sí, sí, aún existe esa palabra en el diccionario que sirve para indicar ese mecanismo de defensa psicológico por el cual cada uno decide el grado de apertura o de clausura que quiere tener hacia el otro. Sin embargo hoy el pudor parece haber desaparecido para pasar a engrosar el número de palabras del pasado. Nuestro huésped no gusta de estas reservas en su propuesta dionisiaca de la vida, tal vez por eso conviene insistir en que el pudor tiene que seguir siendo educado si queremos ayudar a nuestros jóvenes a madurar. Y no sólo el pudor del cuerpo sino sobre todo el pudor del alma.
La maduración es un proceso que nos tiene que conducir a medida que vamos pasando de la adolescencia a la juventud, tanto a una adquisición de la intimidad como a una fortaleza respecto a las opiniones que los demás tienen de nosotros. Hace un mes estuve hablando en mi despacho con tres chicas de segundo de la ESO. La conversación fue muy interesante ya que intentábamos adivinar qué nos iba a ir pasando a medida que fueramos creciendo. Para ellas, a sus 13 años, el grupo es algo tan fuerte que no se puede ni siquiera pensar que se tengan secretos para las amigas o que sea necesario hablar de cosas importantes en privado. Cuando los años pasan estos mecanismos psicológicos van cambiando y se va descubriendo ese nivel de intimidad que pertenece a uno mismo y que sólo se comparte con muy pocas personas.
Pero estos procesos se alteran cuando la intimidad se convierte en un espectáculo y cuando la comunicación se distorsiona. Por eso este tema de la publicación de la intimidad es un apéndice de cuánto hemos hablado sobre el desierto afectivo en el que viven muchos adolescentes. Portales como el tuenti o el facebook tienen tanta importancia en sus vidas que no sería una exageración afirmar que el adolescente si no está en la red, no existe. El problema surje cuando lo comunicación corporal cara a cara, donde dos personas se encuentran y comparten información, estados de ánimo y sentimientos a través de sus palabras y sus gestos, se sustituye por una comunicación virtual donde resulta mucho más fácil desnudar la propia persona ante una red de amigos y enlaces. Y no se trata sólo de la peligrosidad que supone hacer públicos unos datos a gente desconocida, o chatear con alguien que no sabes en realidad quién es, o suplantar la personalidad de un compañero o de los propios padres utilizando su cuenta de messenger o correo, o colocar fotos provocativas en tu sitio web que no sabes qué uso van a recibir, o acosar al compañero de turno difundiendo mensajes o colgando vídeos en you tube… En el fondo de la cuestión está la distorsión que se produce en el proceso de maduración por la falta de un diálogo sereno con padres y profesores, por la falta de una comunicación que ayude a forjar una personalidad fuerte con espacios de intimidad y resistente a los envites del exterior.
A pesar de las tentaciones nihilistas que invitan a los jóvenes al frenesí de las pasiones, a la publicación de lo íntimo y a la seducción del placer, educar en el pudor de cuerpo y alma sigue siendo necesario para la construcción de una personalidad consistente.
 

  1. El proceso de normalización

 
Hará cosa de un par de meses que tuve un grupo formativo con una decena de universitarios con los que me reuno una vez al mes. En esa ocasión hablábamos de ética y para comenzar les comenté la famosa frase de Pío XII: «el drama del mundo moderno es que se ha perdido la conciencia de pecado». Los comentarios de los chicos fueron unánimes: si en su tiempo ya decía eso Pío XII qué no diría en la actualidad.
Los propios jóvenes son conscientes del profundo relativismo que marca nuestra cultura. Tal vez ese sea el rostro más visible del huésped nihilista del que venimos hablando. Lo que pocos piensan es que el relativismo lejos de ser una conquista de la libertad es en realidad un compañero de camino bastante cruel con nuestros jóvenes. Durante siglos los principios morales han servido de ayuda a millones de personas para orientarse en la vida, para elegir qué camino seguir, para distinguir entre el bien y el mal. Abolidos estos principios al joven se le abandona a su suerte sin lugares donde agarrarse para orientarse en la vida. Si todo depende, si todo es subjetivo, si nada es preferible sobre su contrario, ¿cómo poder elegir lo que conviene? ¿cómo buscar la felicidad?
Y en la extensión de este relativismo ético y de este subjetivismo que encarcela en una profunda soledad se han comprometido de una forma muy especial los medios de comunicación social, auténticos adoctrinadores de nuestros adolescentes y jóvenes.
La frontera entre el bien y el mal o entre lo adecuado y lo inadecuado se ha borrado por medio de un proceso de normalización ejercido sobretodo desde diversas series televisivas. Enchufas el canal tal y te encuentras con una serie, seguida por un montón de muchachos, donde el modelo de familia es un auténtico caos donde uno ya se pierde para designar el parentesco que une a los que viven bajo el mismo techo, y esto a fuerza de verlo acaba siendo normal. Cambias a la serie cual y ahora lo que aparece con toda normalidad es un instituto donde una profesora se lía con un alumno o donde se fuma marihuana ordinariamente… y a fuerza de verlo, acaba siendo un comportamiento normal. Y así mediante este proceso deseducativo lento, firme y seguro, la cátedra televisiva moldea a nuestros jóvenes a la imagen y semejanza de los progresistas productores de estos seriales.
El resultado es ciertamente preocupante. Normalizada la marihuana, las drogas de diseño, las relaciones sexuales precoces, el alcoholismo… resulta ciertamente difícil proponer alternativas. Y lamentablemente este proceso ya está hecho. Nadie se extraña de que se fumen porros en cualquier esquina o de que sea realmente fácil conseguir droga en una discoteca. Nadie se extraña de que los adolescentes hayan hecho del sexo algo totalmente desvinculado del amor de una pareja estable y no de un rollo de primavera. El proceso de normalización de todas estas conductas ya ha actuado y por ello en un gran número de jóvenes no existe ni sentido de culpa, ni sensación de actuar adecuada o equivocadamente.
Pero a la larga, esta faceta del huésped nihilista que habita en tantos jóvenes, acaba apagándoles la pasión, adormentándolos en una atonía del presente donde ya han hecho todo demasiado deprisa y demasiado pronto.
 

  1. El problema de las drogas

 
Si hay un problema juvenil que preocupa a los cuerpos legislativos de las naciones occidentales ese es el de la drogadicción. Parece increíble que tanto presupuesto gastado a lo largo de los años en campañas publicitarias destinadas a conseguir de los jóvenes un no a las drogas, parezca tirado a la basura si se juzga por los resultados obtenidos.
Tal vez el error radique en la creencia de que ante el tema de las drogas basta con convencer a los chicos de la importancia de decir no, de renunciar, de alejarse de este mundo. Con este mensaje, sin duda necesario, no se va a la raíz del problema, ya que el consumo de drogas no es más que un síntoma de una desazón más profunda que no se intenta sofocar. La toxicomanía reproduce el perfecto funcionamiento del deseo que no busca conseguir el placer sino extinguir esa “falta” que constituye su estructura constitutiva.
La heroína, por ejemplo es la respuesta anestésica ante la dificultad para llenar la vida de un sentido. Su placer consiste en lograr la abstinencia de la vida, en borrar la angustia producida por la dificultad que produce encontrar un sentido, una esperanza, un horizonte… Lo que la heroína te da es lo que el huésped nihilista te había quitado.
El éxtasis, en cambio, produce un efecto de euforia que elimina las tensiones, disuelve el miedo y favorece la comunicación.
La cocaína, por último es un estimulante que supera la depresión y la angustia. En una cultura relativista donde las normas han abdicado, la depresión ya no se entiende como una transgresión de la norma, como un conflicto entre lo permitido y lo prohibido. La depresión no nace hoy de un sentimiento de culpa sino de una atonía general ante la vida, de una frustración entre aquello que se podría y no se ha llegado a ser. La cocaína aparece donde hay una patología de la acción, donde la iniciativa y la responsabilidad personal han fracasado, donde el límite no se ha asumido como una regla del juego de la vida.
El tema de las drogas no se reduce sólo a una cuestión de «decir no». El problema es más profundo. Las drogas crecen y se multiplican cuando el modelo de vida que se presenta a los jóvenes les deja vacíos de sentido y de esperanza. La heroína anestesia de una vida que no llena, el éxtasis sustituye los problemas comunicativos de una personalidad inmadura, la cocaína estimula ante una pérdida de la iniciativa.
Si no sacamos a la luz la labor destructora que el nihilismo está operando en el corazón de tantos jóvenes y proponemos otras formas de ser joven y ser feliz, un eslógan que se limite a «decir no» no se ha percatado o no se ha querido percatar de la profundidad del problema.
 

  1. ¿Hay futuro?

 
No comparto el pesimismo con el que Galimberti habla en su libro de la institución educativa y de los jóvenes en general. Indudablemente que las redes del nihilismo están ampliamente extendidas entre los jóvenes de hoy, pero algo que a lo mejor tenía que haber dicho en la primera línea de este artículo, es que indudablemente no todos los jóvenes son así. Y es que decir cómo son los jóvenes es algo ciertamente complicado en esta sociedad compleja y pluralista donde se amontonan diferentes puntos de vista y alternativas ante la vida.
Comparto mi día a día con muchos chicos que viviendo elementos de esta cultura nihilista tienen una fluida comunicación con sus padres, están dispuestos a escuchar y dejarse acompañar en la maduración de su personalidad, tienen sueños de futuro e ilusiones ante la vida, comparten unos principios éticos y una visión más o menos clara de lo que está bien y está mal.
Y para conseguir esto creo sinceramente en la educación. La educación auténtica, la que brota del corazón, la que sabe escuchar, la que aconseja y apoya en los momentos difíciles, la que corrige y castiga cuando es necesario, la que controla y filtra la libertad según la responsabilidad con la que se le corresponda.
Esa educación puede ofrecer a una generación marcadamente nihilista otras alternativas, otros sueños, otros puntos de referencia. Tal vez este modelo de educación, que yo comparto con los jóvenes de mi colegio, es un oasis en medio del desierto, si es así lo mejor es no salir de él.
 

FERNANDO GARCÍA

 
GALIMBERTI, U. (2007). L’ospite inquietante. Il nichilismo e i giovani. Milano:Feltrinelli, p.33.
Ibid., 48.