El humor de vivir

1 enero 2000

La tendencia actual (es) tomarse las cosas con indispensables dosis de cinismo. La demanda de felicidad se ha convertido actualmente en una solicitud demasiado ingenua: nadie cree en los happy end en la sala de cine ni tampoco en el salón comedor, pero en su lugar aparece la ironía y el derecho a la sonrisa.
El buen humor resulta hoy para la vida la versión actualizada de la dicha. A la metafísica de la felicidad -en el amor, por ejemplo- le reemplaza la comunicación risueña, a la trascendencia de lo duradero le sustituye el divertimento de una tarde o una vacación. Y cada vez que los solemnes objetivos se eliminan y las metas se reducen, se esfuma la impresión de estar viviendo una aventura o una apuesta extraordinaria y se elude la horrorosa amenaza de la posible adversidad.
El mundo en su conjunto aumenta cada día su necesidad de buen talante colectivo. La idea de la solidaridad frente a la competencia, de la mejor relación con la naturaleza y los demás, el tono reciente de la publicidad, de las emisoras de radio, de las letras de las canciones de éxito, de las novelas más vendidas, de los diseños de coches utilitarios está impregnado de humor. Las decoraciones de los locales, los eslóganes, de las firmas, las presentaciones de películas y actores, los portales de la red, atraen al público mostrándose bienhumorados.
Al sentimiento trágico de la vida siguió, al final del siglo XX, un sentimiento empresarial de la vida hasta llegar, como complemento, al sentido productivo de la comunicación y de la producción. Nada llega apropiadamente si no posee ese aire gozoso.
A la oleada de afrontar angustiosamente la vida ha venido a suceder la actitud de vivir la vida sin grandes horrores o esperanzas grandes: sin el aura de la muerte ni tampoco el botín del cielo; sin el vacío de la nada ni tampoco la consternación de Dios. Cada una de las categorías colosales han sido ocupadas por simulacros de parque temático y por el carácter, en general, bienhumorado de los mass media.
¿Consecuencias? De una parte, una banalización efectiva del oficio de vivir. Y de otra, una provisión de sustancia alegre aprovechable para mejorar las condiciones ambientales donde se vive. El llanto, el negro, la vela, la revolución, el valle de lágrimas, han sido componentes de una escenografía histórica que hizo su papel en un tiempo grave y religioso. Pero ahora llega la ironía, la sonrisa, la solidaridad, los colores pastel, lo efímero, lo leve y la pretensión de todos viene a ser la de mostrarse contentos frente al enorme prestigio, moral y estético, que antes poseía la aflicción.

                                                                                                                                VICENTE VERDÚ

«El País», 31.3.2000

 
Para hacer 

  1. Leer el texto. ¿A qué nos suena? ¿En qué estamos de acuerdo?
  2. Resumir las tres claves más importantes que porta. Buscar después datos que confirmen lo que dice el autor.
  3. Releerlo desde nosotros. ¿Qué dice de cada uno? ¿Cómo obramos nosotros?

 

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