EL LLAMADO DE DIOS A LOS PROFETAS (Jeremías 1)

1 noviembre 2003

Dichos y hechos de los profetas de Dios que están en nuestras ciudades, que habitan nuestras comunidades, que son nuestros vecinos y viven en nuestros corazones y que sólo esperan a ser descubiertos.
El señor le habló a Ana hija de don Edmundo y doña Clementina. Pertenecían a una comunidad ubicada las afueras de la ciudad, donde la contaminación y el smog de la ciudad parecen más severos, porque los árboles del barranco fueron cortados luego que la municipalidad decidió convertirlo en basurero. Dios le habló a Ana el año en que sucedía el tercer golpe de estado en su país y se cumplía el décimo aniversario de la huida al extranjero del ex presidente con 98 millones de dólares. Mucho se habló de extraditarlo, pero él se aseguró de guardar el dinero en Suiza, y de vivir en un país donde la ley no castiga a los ladrones y están dispuestos a acoger el dinero que en el olvidado país dejó a millones de ancianos sin su pensión y a otro tanto de niños sin escuela. Es decir Dios le habló a Ana el año en que se duplicó la deuda externa de su país y la hambruna explotó en varios países del Continente. El Señor se dirigió a ella y le dijo:
–Antes de concebirte en el seno de tu madre yo te consagré, antes que nacieras ya te había yo apartado; ya te había destinado profeta de las naciones.
Ella contestó:
–¡Ay!, Señor, ¡yo soy muy joven y no sé hablar! Además soy mujer… ¿No te das cuenta de que vivo en una sociedad donde la mujer es excluida y menospreciada, y donde ser joven inspira desconfianza y temor…?
Pero el Señor le dijo:
–No digas que eres muy joven, porque en tu sangre llevas la historia de un pueblo humillado y marginado; la memoria de los mártires no tiene edad y la sed de justicia no tiene genero. Tú irás a donde yo te mande y dirás lo que te ordene. No tengas miedo de nadie; así como María madre se enfrentó a una sociedad de hombres, así te enfrentarás tú porque yo estoy contigo y en tu camino encontrarás a hombres buenos como José que te darán aliento y creerán en ti. El mundo esta poblado de ellos. Yo estaré contigo para protegerte. Yo el señor doy mi palabra.
Entonces el Señor extendió la mano y le tocó los labios y le dijo:
–Pongo mis palabras en tus labios. Hablarás sin demagogia, denunciarás la pobreza, discriminación y violaciones a los derechos humanos porque los has sufrido en carne propia. Hoy te doy plena autoridad sobre reinos y naciones para arrancar y derribar; al imperio que defiende la ideología del horror que bloquea y mata pueblos enteros, que bombardea y destruye alejadas naciones y que se niega a respetar las creencias de las minorías. Y que con la bandera de la democracia endeuda y estrangula a tantos y tantos pueblos en el mundo.
Pero también le dijo:
–Siembra y planta el amor y la paz. Sé fuente de inspiración como Ghandi, de lucha como Rigoberta Menchú, de justicia como Expedito Ribeiro de Souza, y de nobleza y denuncia como Monseñor Romero. Todos estos mis profetas y mis hijos predilectos.
El Señor le dijo de nuevo:
–Ana, ¿qué es lo que ves?
Y ella dijo:
–Veo hambre, 2.500 millones de personas sufren hambre en el mundo; veo destrucción, Nagasaki e Hiroshima símbolos del poder de destrucción del ser humano. Veo olvido, tristeza, desolación, falta de educación y salud. Veo miseria, Señor: 225 millones de pobres en América Latina, mientras se gastan 780 mil millones de dólares en armas. Señor, veo muerte.
–Me alegra que veas la realidad –dijo. Y dijo de nuevo: ¿Qué es lo que ves?
Y ella contestó:
–Veo esperanza, sueños de paz en la niñez, selva virgen que lucha por sobrevivir, veo Comunidades Eclesiales de Base, promotores de derechos humanos. Veo niños, jóvenes, mujeres, hombres y ancianos que se organizan y luchan por cambiar esta realidad de muerte.
Entonces el Señor dijo:
–Desde el Norte va a derrumbarse la calamidad sobre todos los habitantes del país y todos los reinos del Norte se pondrán a mis pies. Porque mientras me quemaban incienso y adoraban, mutilaban a mis hijos en las calles de los barrios bajos. Ellos, dueños del FMI y BM, no supieron perdonar; así tampoco yo tendré compasión de ellos. Y tú –le dijo– ármate de valor y di lo que yo te mande y no le tengas miedo al gigante. Yo te pongo hoy como columna de hierro, como ciudad fortificada para que te enfrentes a todos. Porque no estás sola, estás conmigo, y hay muchos otros en el mundo que están conmigo. Pero, cuidado, porque te enfrentarás a reyes, jefes, sacerdotes y pueblo en general. Ellos te harán la guerra pero no te vencerán porque yo, tu Dios, está contigo, y la paz y la verdad que vive en todo el que en mí crea de corazón te apoyarán. No importa quién contra ti pelee: tú vencerás, pues en ti, pobre, marginada, enferma y despreciada, en ti está Dios. Yo, Yavé, te doy mi palabra.
Silvana OLIVA

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