Un reto para educadores
Roberto Cortés. Psicólogo, Director Pedagógico del Colegio “Los Boscos” (Logroño)
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Siguiendo los ejes fundamentales en los que se construye la personalidad del adolescente (social, psicológico, cognitivo) y el desarrollo que cada uno de ellos impulsa, el artículo señala pistas y orientaciones para la acción educativa, subrayando que educación y acompañamiento de los adolescentes requiere tiempo para ayudarles a ver las cosas con objetividad y llamarlas por su nombre, para aceptar la propia realidad y la de los otros, y para cambiar.
«El hecho de sentirnos escuchados y oídos, particularmente en momentos de lucha y de limitaciones, nos ayuda a valorarnos y a fortalecernos. Nos vemos a nosotros mismos y nuestra humanidad en el espejo del otro, además de saber que no estamos solos. Vemos que nuestra imagen tiene muchas facetas y cambiamos sintiendo un movimiento hacia nuevas posibilidades».
Barrett-Lenneard
La primera dificultad que me plantea hablar de la adolescencia es enclavar este periodo vital: No encuentro criterio fiable que marque el comienzo o el final de la misma. Por ello, parto de que la adolescencia más que un periodo cronológico es un periodo bio–psico–social en el que el ser humano reconoce su limitaciones y carencias –no en vano una de las acepciones de adolescencia es la de adolecer, la de estar falto y en búsqueda, es decir, busca la consecución de su propia identidad. Estas son la claves: búsqueda e identidad, ensayo de roles yautoconcepto.
En cuanto a búsqueda, la adolescencia es un periodo de cambios bio–psico–sociales, es decir:
– biológicos: que se ven, entre otros, en los caracteres sexuales primarios como son la dilatación de los ovarios y la menstruación en las mujeres o el desarrollo del pene y los testículos y la aparición de la eyaculación en los hombres; o caracteres sexuales secundarios como son el vello púbico y facial, el crecimiento de los senos o el cambio de la voz.
– psicológicos: búsqueda de una identificación personal –autoconcepto– que aúne lo que he sido, lo que soy y lo que quiero llegar a ser; sin olvidar lo que los demás quieren que sea. La idea que se repite es clara: lo que quiero llegar a ser; es decir, la autorrealización personal.
– sociales: periodo de ensayos y tanteos, de imitación y de oposición, de juego de papeles para ser reconocido y aceptado por aquellos que son socialmente significativos, y para sobrevivir en medio de las demandas que la sociedad impone.
- Época de cambios
La adolescencia es época de cambios y de consolidación. El adolescente tiene que llegar a sentirse cómo dentro del traje que él mismo se teje y para ello tiene que enfrentarse:
– a los cambios que se van a dar en su cuerpo y que, con frecuencia, serán fuente de desajustes y de comparación con otros;
– al crecimiento intelectual que experimenta y que, mal encauzado, será utilizado por el adolescente como el arma todopoderosa con la que argumentar, convencer y vencer al otro a través de sus racionalizaciones, sin darse cuenta de que, intelectualizar es la forma más sutil de ocultar la realidad;
– a la aparición de la capacidad de introspección y, con ella, el descubrimiento de cambios emocionales injustificados y a veces incontrolables, y alfuncionamiento enfrentado de la lógica del corazón y la lógica de la razón;
– a la independencia emocional que va descubriendo paulatinamente en función de la cual, sus gustos, preferencias y apetencias tienen cada vez más peso en la sensación global de ser feliz;
– a la incipiente autonomía que va descubriendo al tener que afrontar decisiones relacionadas con estudios, ocupación, valores, elección de amigos, etc.
– a la apertura a la plaza pública con más tiempo para estar fuera de casa con la posibilidad de practicar el debate, la negociación;
– al cambio de intereses a la hora de elegir amigos. En la adolescencia las amistades empiezan a ser asimétricas: Los amigos pasan de ser meros compañeros de juego a ser proveedores de consejo y de apoyo, y se convierten en fuente de información, comparación y confrontación para evaluar las cualidades y la competencia personal;
– a los cambios de rol, unas veces buscados y otras, impuestos. Cambios que obligan a tantear respuestas e incluso a jugar a “ser como si” fuera el modelo a quien se quiere parecer. El adolescente tiene que jugar bien sus cartas para integrar progresivamente en la partida, elementos que le hagan saberse competente a nivel académico, laboral, deportivo…, para sentirse dotado de cierto atractivo físico, con aceptación social, capaz de establecer relaciones íntimas…
Vivir inmerso en tanto cambio supone para algunos adolescentes reacciones emocionales inesperadas de las que muchas veces no son conscientes y que explicaran la inestabilidad y los cambios de humor. Esta situación puede crear enel adolescente inseguridad, inquietud, sensación de soledad, etc. Si a estos sentimientos añadimos la capacidad de introspección que el adolescente está descubriendo no hay que extrañarse de que algunos adolescentes se replieguen en sí mismo y aparezcan episodios inesperados de tristeza, llanto, irritabilidad, culpabilidad inadecuada, auto–reproches, pensamientos distorsionados…o, en el otro polo, conductas desafiantes, oposicionistas, agresivas, erráticas socialmente.
El dilema esencial del adolescente está en saber elegir bien entre desempeñar adecuadamente los roles que se esperan de él o ser él mismo. En esta época de cambios el adolescente tiene que saber elegir el papel que tiene que jugar en cada momento y las expectativas que él mismo tiene sobre “quién quiere llegar a ser”. En esta etapa de cambios y de crisis, al adolescente se le pide que sea capaz de consolidar sus elecciones en un todo coherente que constituya la esencia de su persona, que le haga ser él mismo aceptando su herencia personal –expectativas familiares, del grupo de iguales, de los adultos, de la clase social, etc.– y manteniendo su individualidad.
La palabra clave de esta periodo va a ser el autoconcepto entendiendo por tal la idea global de un sentido del yo que incluya la imagen corporal, la autoestima, la competencia percibida, la coherencia e integración de los diversos papeles que hay que jugar –hijo, compañero, confidente, amigo… o estudiante, trabajador en prácticas, compañero de trabajo… o amigo, pareja, amante…– de manera que todas esas formas de ser se acoplen como piezas de un puzzle, formen una imagen, un todo coherente en el que reconocerse, sintiéndose bien al ver que dentro de la propia personalidad puede haber atributos contrapuestos y que puede comportarse de forma diferente en situaciones diferentes (agresivo en una situación y cálido en otra, indiferente con una persona y cariñoso con otra, etc.)
Hay tres ejes en los que se irá construyendo este autoconcepto: la aceptación e integración de lo biológico -imagen corporal, demandas fisiológicas, etc. (aspecto que no va a ser tratado en este artículo)- de lo social -nivel de competencia social percibido: la imagen que tengo de mí mismo y la valoración que los otros hacen de mi- y del componente psicológico -cómo me percibo globalmente y cómo me gustaría percibirme-.
- Componente Social
- Cambios de grupo
El primer cambio que se experimenta en la primera adolescencia a nivel social viene marcado por el sistema educativo[1]: el paso de Educación Primaria a Educación Secundaria y, con él, en muchos casos, el cambio de centro escolar. Aquellos que tienen que enfrentarse al cambio de colegio tienen que “negociar” interiormente la fidelidad a sus antiguos compañeros y la incertidumbre de ser aceptados en un grupo nuevo[2]. En todos los casos supone el paso de formar parte del grupo “de los mayores” a pasar a ser “de los pequeños”.
Estos cambios suponen el sentirse cuestionado por los otros y por uno mismo en cuanto a competencia académica, atractivo físico, cualidades deportivas, fuerza, habilidades sociales, etc. y la puesta en crisis de los autoconceptos[3]que el adolescente se va formando. El adolescente puede pasar de ser el másamigable de la clase por ser el que mejor nota sacaba a ser el empollón con el que no se quiere tratos; o de ser el chico gracioso de la clase a ser uno de los malotes, orgulloso de formar parte de los gamberros del colegio. Si los cambios, en el modo de ser visto y de verse uno mismo, son bruscos el paso de una etapa a otra puede estar cargado de sufrimiento y de dolor que, para ser apaciguado interiormente se disfraza de pasotismo, aislamiento, frialdad emocional.
El adolescente tiene una gran necesidad de reconocimiento por parte de los otros, necesita ver reconocida y aceptada su identidad por las personas que son significativas para él. Éste reconocimiento y aceptación por parte de los otros socialmente significativas –ya sean del grupo de iguales, del grupo de referencia o del mundo de los adultos– asegura un concepto positivo de sí mismo.
- Mecanismo en las relaciones
En la consideración de los otros socialmente significativos tenemos que tener en cuenta algunos mecanismos que, consciente o inconscientemente, marcan el estilo de relación del adolescente con el mundo y con su forma de interpretarlo:
– Identificación afectiva
Se da cuando una persona está tan unida a otra afectivamente que hace suyos los patrones de conducta [por imitación] las ideas [por ausencia de criterio propio] y los sentimientos [por fusión y/o adhesión con el otro].
Por identificación afectiva los niños pequeños asimilan o copian pautas de conducta y se identifican con valores y creencias de la familia o del grupo de referencia que les dan seguridad. Cuando dejamos de ser niños las conductas, opiniones, valores o decisiones de futuro se hacen por opción personal y no por identificación con otros.
La identificación afectiva puede dar paso a la anulación del sentido crítico aceptando como propio el pensamiento del otro o a la confusión de atractivo, fuerza, armonía o belleza física con “atracción sexual” o “agrado por estar con el otro” con “amor”.
– Efecto espejo
La presencia de ciertas personas –e incluso el recuerdo de las mismas– provoca que el adolescente reaccione de acuerdo a las expectativas que esa persona tiene sobre su comportamiento.
Un planteamiento intergeneracional de este efecto nos lo encontramos, por ejemplo, en “opciones vocacionales” que se toman en función de las expectativas de los padres o de la tradición familiar; opciones que responden más a la imagen que los otros quieren ver que a lo que uno quiere llegar a ser. El adolescente que es capaz de reconocer este “efecto” sobre él, llega a sentirse manipulado por los otros, con sentimientos de falta de identidad personal, ausencia de capacidad de decisión… y o bien sumirse en la tristeza, la melancolía o la impotencia y reaccionar con rebeldía, agresividad o ira.
– Rebeldía necesaria
Respuesta que damos en ciertas ocasiones, cuando nos encontramos con demandas a las que no podemos dar respuesta, o efecto por el cual una persona consigue de la otra el efecto contrario de lo que pretendía.
Cuando nos encontramos con demandas paradójicas –madre que, ante las malas notas del hijo le dice “haz lo que te dé la gana” esperando que el hijoadivine lo que tiene que hacer– o mal planteadas –madre que, para motivar a su hijo en una tarea desagradable, insiste en que “te va gustar”– la respuestas mássaludable muchas veces es salirse de la norma marcada. Este intento de dar respuesta a lo imposible es visto con perplejidad por el adolescente al experimentar que, haga lo que haga, no acertará. Esta perplejidad puede dar paso o bien, a una imagen personal de incompetencia o inadaptada, etc.
En esta rebeldía, creo que es necesario distinguir entre rebeldía regresiva –no asumir el aquí y el ahora, volviendo a comportamientos del pasado–, agresiva –dejarse llevar por el egoísmo o la búsqueda del propio beneficio sin tener en consideración el aquí y el ahora– y progresiva –cuando se acepta el aquí y el ahora y, cumpliendo las normas y asumiendo la propia responsabilidad, se discute y se critica para mejorar la realidad–. Ésta última genera en el adolescente una imagen personal de competencia y autoeficacia que ayudan a afrontar con valentía las exigencias del futuro.
– Respuestas de diferenciación
Situaciones en las que el adolescente busca decir que, dentro del grupo, él tiene sus propias ideas, su forma de hacer, su forma de ser…
Esta forma de hacer, en la que el adolescente siempre encuentra un “pero” o un matiz en el que decir que él es distinto, tiene la doble misión de garantizar la seguridad de un grupo de pertenencia al que no se quiere fusionar. Así, por ejemplo, cuando en una situación familiar en la que todos actúan del mismo modo, la diferenciación del adolescente con una prenda de vestir diferente, un matiz distinto en una conversación o una conducta distinta con un familiar es su forma de verse como parte de la familia pero siendo él mismo: con sus gustos, sus opiniones, su forma de hacer.
– Disidencia
Hace referencia a la necesidad que tiene el adolescente de hacer ver que es distinto. La diferenciación quiere marcar la identidad personal dentro del grupo; la disidencia quiere significar la no pertenencia a ese grupo.
En líneas generales, los peligros de la disidencia son dos: que sean sólo fruto de la idealización e identificación con el otro y, por consiguiente, faltos de criterio propio; y que la militancia en el nuevo grupo busque sólo ser distinto al grupo de referencia y, en esta búsqueda de ser distinto, se pierda la propia identidad.
– Confrontación
La manifestación más explícita de este mecanismo la vemos en conductas abiertamente
oposicionistas o desafiantes pero tiene manifestaciones más sutiles como son los mutismos selectivos, las indirectas, las frases a medias… La confrontación es una respuesta inadecuada a un desacuerdo con la que el adolescente quiere hacerse presente. Lo importante no es el motivo de la lucha. Lo que se pretende es que se sepa que está en guerra.
Instalarse en dicha confrontación tiene entre otros inconvenientes: Que las heridas que se ocasionen pueden ser muy dolorosas, y se puedan llegar a perder –por iniciativa propia o por saturación del otro– a personas que son importantes –amigos, adultos, familiares…–, que consoliden un modo errático de resolver conflictos y genere más desencuentros y alimenten una imagen de “resentimiento”, falta de capacidad de negociación e incompetencia que contaminen la autoestima –por la identificación de “valía personal” con “capacidad de hace daño” y de “autoafirmación” con “rechazo”– y alimente elautoconcepto de competencia social con conductas erráticas.
Con el uso y manejo de estos mecanismos el adolescente ensaya su forma de ser con otros y se evalúa comparándose con ellos disfrutando de sus conquistas personales. Estamos hablando de una época de encuentros y desencuentros, de éxitos y fracasos, del buen manejo del conflicto y de situaciones mal resueltas… El peligro para muchos está en considerar que la falta de coherencia, los fracasos en las relaciones interpersonales, la desorganización del comportamiento y el ensayo de nuevos papeles y patrones de pauta de conducta es parte normal y necesaria de la adolescencia, y que no se puede hacer nada, pues, corremos el riesgo de dejar solo en medio del caos a alguien que, sumido en sus dificultades, necesita ayuda.
– Sensibilidad social
La apertura de la adolescencia a nuevos espacios de relación, a la ciudad, al país y al mundo, hace que crezca la sensibilidad social y distinga:
Sensibilidad ante la persona: A lo largo de la adolescencia, se va a dar un cambio progresivo en el que se pasa de vivir socialmente sumidos en el egoísmo (los malos son los que no respetan o defienden mis intereses personales) a la consideración de los derechos del otro, por el mero hecho de ser persona.
Las banderas que hay que enarbolar, serán al comienzo de la adolescencia, las que defiendan a mi amigo por el mero hecho de ser amigo y sin tener en cuenta, ni el porqué, ni las circunstancias de la disputa. Esta forma de hacer, reafirma elautoconcepto de lealtad y de generosidad y, con el paso del tiempo y el uso del sentido crítico, dará paso a nuevas causas: los intereses de mi grupo. El marco de actuación es distinto (mi clase, mi asociación, mi…) siendo el motivo el mismo. Este cambio de escenario permite el ensayo de nuevas formas de hacer, abre la puerta a la relación con otros que comparten los mismos intereses, y ofrece un espacio de ensayo de discusión y negociación que alimentan la imagen de valía personal.
El salto definitivo se da con la defensa del otro, aún en contra de mis intereses. Defender al otro, puede suponer comprar en “comercio justo” sabiendo que pago más, o renunciar al tiempo libre en beneficio de otros, a los que ni conozco, ni conoceré…; pero supone, sobre todo, saberse generoso, altruista, comprometido con una causa noble, trascendente.
Sensibilidad ante las normas de grupo. Nos hacemos seres socialesendoculturizándonos; es decir, conocimiento e identificación con los valores de la propia cultura. Si no se ejercita al niño para vivir y valorar las normas (escritas y no escritas) de la propia cultura y para saber poner límites a su conducta (respetar al otro, controlar la impulsividad, saber demorar las gratificaciones, etc.) la ausencia de límites se convierte en un factor de a–socialización y de auto–marginación en tanto en cuanto se vive instalado el egocentrismo y la negación del otro.
La adolescencia es un periodo en el que se tiene que pasar del uso interesado de las normas –para defenderme del otro, para que no me castiguen…– a la interiorización de la norma como valor. Saber asumir normas y respetarlas –aunque nadie te vea– genera un autoconcepto de autonomía y de autoridad en cuanto que capacita para saber poner normas a otros (compañeros, subordinados, hijos, etc.)
- Componente Psicológico
No existe algo que pueda llamarse afectividad. Convivimos a diario con estímulos o comportamientos que provocan en nosotros emociones y que van tejiendo una sensación de agrado o desagrado que configura y da forma a nuestro modo de estar y de sentirnos. La capacidad de introspección que irrumpe en la primera adolescencia favorece los diálogos internos y ayuda a ir tomando conciencia de la red de sentimientos latentes en cada experiencia. Darse cuenta de lo que sentimos nos permite poner nombre a lo que vivimos y, al nombrarlo, nos capacita para adueñarnos de nuestra experiencia, de nuestro mundo afectivo.
La adolescencia es un camino en el que se pasa de experiencia bipolares –bien o mal– a la percepción de matices, en donde se mezcla lo bueno con lo malo, lo agradable con lo incómodo, lo placentero con la vergüenza… y, coloreados con las diversas tonalidades afectivas que nombramos, vamos creando una imagen de nuestro “yo” emocional y tomamos conciencia de unautoconcepto emocional provisional que nos permite compararnos con los otros: Soy más tierno o más duro que… soy más amigable o más borde que… soy más feliz o más infeliz que… Y así, por comparación con los otros, nos formamos una imagen amable –digna de ser amada- en la que se juntan los diversosautoconceptos -social, escolar, familiar, emocional, etc.- a la que llamamos nuestra autoestima personal.
El grupo de iguales proporciona un espacio en el que, libre de la protección -sobreprotección en algunos casos- de los adultos, se puede experimentar modos de relación, practicar roles, compartir intereses, aprender habilidades sociales… y descubrirse autoeficaz en el ejercicio de la autonomía personal que se adquiere con cada éxito personal.
Los primeros encuentros de comunicación afectiva del adolescente se caracterizan por la cantidad de tiempo y de palabras, y en ellos se identifica amistad y mundo afectivo: la amistad es sinónimo de confianza, comunicación de intimidades, afecto conocimiento mutuo… Los amigos son aquellos con los que se puede compartir todo.
Poco a poco, el grupo de amigos se hace mixto y aparece la actividad sexual que va desde masajes, caricias, mimos o besos casuales (algunas veces incluso en forma de juego) hasta el coito. Con este tipo de comportamientos se satisfacen gran cantidad de necesidades, de las cuales la menos importante es el placer físico. Más importante que el placer sexual son, por ejemplo, la aceptación de la otra persona, la capacidad para desenvolverse en esa relación de cercanía y contacto o la aceptación de lo sentimientos que afloran. Todo ello, capacita para crecer en intimidad, mejorar la comunicación, proporcionar afecto, acogida y madurez, acabar con presiones (personales, de la pareja o del grupo), descubrir e investigar los misterios del amor…
El alto grado de intimidad, que chicos y chicas alcanzan en sus relaciones de amistad, unido a las necesidades afectivas y fisiológicas de este periodo, da pie a la exploración del propio cuerpo en solitario o en compañía, y a experiencias de auto masturbación o de masturbación con otros, y no es infrecuente la aparición de relaciones homosexuales. La mayoría de estas experiencias no van a continuar en la adolescencia tardía o adulta. También puede ser, que en el comienzo de la adolescencia se sienta cierta atracción hacia chicos o chicas del mismo sexo: las amistades se idealizan y en este tiempo de cambios y de descubrimientos, lo biológico y lo afectivo se confunden, llegando a llamaratracción a lo que es mera idealización del otro, o amor a lo que es sentirse acogido, valorado y aceptado. También vamos a encontrar el caso contrario: Chicos y chicas que han vivido con satisfacción relaciones con el otro sexo, comenzarán a forjar una identidad y una orientación de carácter homosexual. La mayoría de los chicos y chicas que sienten deseos hacia compañeros o compañeras del mismo sexo, lo niegan y se esfuerzan en hacerse pasar por heterosexuales; llegando en algunos casos a mostrarse muy masculinos o muy femeninas. Reconocerse, aceptarse y quererse como uno es, lleva su tiempo. Esta actitud inicial hay que saber tolerarla pues, si no se encauza bien, lleva al adolescente a despreciarse y desvalorizarse a sí mismo, con consecuencias negativas para la autoestima y la identidad personal.
El valor de la amistad a lo largo de la adolescencia cambia, y en cada cambio, el adolescente experimenta una gran gama de sentimientos y valores –positivos como, por ejemplo, el cariño, la confianza o la lealtad; o negativos, como los celos, la ira o la agresividad– que le ayudan a evaluar su competencia social desde los indicadores que cada cual, en función del momento que está viviendo, considera más importantes. En la primera adolescencia será la vestimenta o la apariencia física e irá dando paso a cualidades como la capacidad de empatía o de establecer relaciones íntimas. Con todo ello, el adolescente va a compone una imagen de autoeficacia en las relaciones interpersonales y un autoconcepto de ser valioso más allá de lo que hace: estar con otros –ya sea el grupo de amigos o “la pareja”–, sin necesidad de decir o hacer cosas, hace que uno se descubra valioso por el mero hecho de ser él mismo. Es ahora, cuando el adolescente deja de necesitar imperiosamente el halago de los otros y puede pasar de ser el rey de la casa o el ombligo del mundo a ser uno más, con sus luces y sus sombras, con la certeza de que, independientemente de lo que le digan los otros, se quiere a sí mismo y es digno de ser querido por los otros.
Saberse querido y, por consiguiente, saber que no necesita hacer nada para ser aceptado capacita para aceptar incondicionalmente al otro y para que, libres del temor de qué dirán y de la carga de cuestionarse en todo, se pueda aceptar la responsabilidad de compartir vida y proyectos con el otro.
- Componente cognitivo
Este periodo de cambios y descubrimientos, en el que la clave va a ser, el dar nombre a la propia experiencia, a los sentimientos que en ella afloran y a la imagen, que con ellos cada cual se va formando de sí mismo, va acompañado del componente cognitivo: el adolescente se juzga a sí mismo haciendo continuamente comparaciones: se compara en cómo era y cómo es, cómo se ve y cómo le gustaría verse y/o cómo esperan los demás que sea… Estos juicios, unas veces conscientes y otras inconcientes, tienen inevitablemente un componente afectivo y van configurando imágenes personales o autoconceptos provisionales que integran elementos corporales, psíquicos, sociales y morales.
Una de las diferencias entre el adulto y el adolescente está en la capacidad que el adulto tiene, para contrastar sus ideas o pensamientos con la realidad. El adolescente va aprendiendo poco a poco, estrategias para salir de su mundo de las ideas y ver en qué medida su forma de pensar se adecúa con la realidad. Éste es un proceso lento y doloroso para muchos adolescentes que, viendo cómo son capaces de convencer en el grupo de iguales e incluso a los adultos, se topan con la realidad y no saben dónde está el desajuste entre la realidad y sus ideas generalizadas, sus idealizaciones, sus racionalizaciones, sus pensamientos bipolares en donde no hay término medio…; entre lo que ellos saben desde sus prejuicios y sus ideas preconcebidas y sus ideas sacadas de los libros y lo que ven en sus relaciones diarias, etc.
En esta etapa es fundamental la existencia y la compañía de alguien que ayude al adolescente a asumir que la realidad no es el reflejo fiel de lo que está en su mente, y que hay veces en las que su forma de ver el mundo está condicionada por su estado afectivo, sus fobias o sus gustos.
- Un reto para educadores
En este periodo de cambios el adolescente se acerca, de vez en cuando, al adulto pidiendo ayuda. No siempre la forma de pedir ayuda es la más adecuada: unas veces es con gritos y reproches y otras con palabras halagadoras que facilitan el diálogo; puede, que nos lo pida explícitamente o puede, que sus conductas estén siendo un grito de auxilio para que alguien le lance un lazo de amistad al que agarrarse, y con el que subsistir en la tormenta. Quizá su llamada sea una duda o quizá se exprese con un juicio rotundo con el que enfrentarse al mundo…
Lo que el adolescente demanda del adulto no son discursos: esos ya están en los libros. Lo que el adolescente necesita, como cualquiera de nosotros, es encontrarse con un tú que, sin juzgarle, le tienda la mano para descifrar juntos el mensaje que trae y para que, escuchando en profundidad el mensaje, le ayude a ver las implicaciones –en sus conductas, en sus pensamientos y en su mundo afectivo– que dicho mensaje encierra.
Como se ha dicho en más de una ocasión: el adolescente no busca maestros con discursos elocuentes, busca modelos a los que imitar.
Nuestra labor de educar–acompañar a los adolescentes, con independencia de si somos padres, educadores o amigos, requiere tres tiempos:
tiempo para parar; es decir, tiempo para que, sin dejarnos llevar por el caos y la vorágine del momento, ayudemos al otro a ver las cosas con objetividad y a nombrarlas por su nombre huyendo de llamar injusticia a lo que es justo, incapacidad a lo que es miedo, “malo” a quien se porta mal, etc.;
tiempo para aceptar, sabiendo que cada cual requiere su proceso y que el proceso de asumir la realidad (la nuestra, la de los otros y la del mundo) tiene que pasar necesariamente por la cabeza y por el corazón;
tiempo para cambiar con la certeza de que cuando el cambio no es impuesto sino que es algo que brota del corazón, ese cambio llega a ser auténtico.
ROBERTO CORTÉS
[1] Lo mismo que se dice para la primera adolescencia y el cambio de Educación Primaria a ESO se puede decir de la adolescencia media o tardía y de cualquiera de los cambios en el sistema educativo: pasar a Bachillerato, P.C.P.I. o Ciclos Formativos; e incluso llegar a la universidad o al mundo laboral como alumno en prácticas, becario…
[2] Hablo de grupo nuevo por considerar que la pérdida de un miembro o la incorporación de un miembro nuevo en un grupo hace que éste sea distinto: hay una nueva negociación de liderazgo, fidelidades, alianzas y coaliciones… En esta negociación puede haber pérdidas y/o ganancias reales o percibidas que pueden ser fuente de integración o de aislamiento.
[3] Utilizo la expresión “autoconceptos” para dar a entender que el concepto que uno tiene de sí mismo está configurado de las imágenes o autoconceptosparciales que uno hace en función del criterio que considere: como alumno, como amigo, como hijo, como deportista, etc. También utilizaré la expresión “autoconceptos provisionales” para reflejar que la culminación de este periodo bio–psico–social que es la adolescencia culmina con la adquisición e identificación con una imagen personal o autoconcepto estable fruto de las valoraciones parciales que sujeto hace a lo largo del tiempo.