Miguel Ángel Olivares, Psicólogo, Director del Centro Juvenil Salesianos-Atocha
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
De una manera sencilla, el artículo traza un verdadero mapa del mundo afectivo de los adolescentes. Partiendo del dato de que su afectividad se ve afectada profundamente por las novedades psicosociales que tienen que afrontar, propone un recorrido que pasa por la descripción de las tareas psicosociales que el adolescente tiene que acometer en esta etapa; se fija en las diversas etapas de la adolescencia, en los cambios físicos, cognitivos y de valores y aborda de manera más detenida el ámbito de las relaciones sociales, para terminar con algunas anotaciones sobre la patología afectiva.
Antes de atreverme a escribir ni una sola línea sobre este tema he acudido a los expertos en la materia. En primer lugar le he preguntado a varios alumnos de Bachillerato, “desde los sentimientos, ¿qué es lo más importante para ti cuando se tiene 15 o 16 años?”. La respuesta es indiscutible: “Divertirse, los amigos, la familia y ser tú mismo”. Este es el mejor resumen de este artículo. Ahora me faltaba el contenido. Para ello he acudido a Angus Roldán, prácticamente sólo resumo lo que de ella he escuchado y leído disfrutando su asignatura, psicología clínica infantil y juvenil (me remito a los apuntes tomados en sus clases y a su preciosa conferencia “La edad del pavo, características psicoevolutivas de la adolescencia”). Con toda la intención prescindo de las citas y las formalidades de un artículo “serio” sobre el tema, y a modo de compañeros de “clase” me atrevo a compartir lo que escuché de quienes saben.
El recorrido que os propongo se basa en esta convicción: la afectividad de los adolescentes se ve profundamente afectada por las novedades psicosociales que han de afrontar. Lo que sienten, cómo se sienten y cómo nos sienten, está muy influenciado por su momento evolutivo. Por tanto debemos acercarnos a esas variables para acoger su manera de sentir. Para ello necesitamos deshacer algunos esterotipos, después describir las tareas psicosociales que corresponde acometer en esta etapa de la vida; nos ayudaremos de un esquema temporal que facilite a acompañar su proceso y miraremos cara a cara los cambios físicos, cognitivos y de valores que esperan en el camino; será fundamental atender a las relaciones como lugar clave de la afectividad; y por último observaremos qué dimensiones están en juego cuando la afectividad enferma, nombrando los ejes a los que afecta la depresión en los adolescentes. Vamos a ello.
- Algunos mitos sobre la adolescencia
Es honesto comenzar reconociendo algunos mitos sobre la adolescencia que han ido haciéndose sitio hasta llegar a ser admitidos sin más. Pongamos nombre a algunas de estas creencias.
La idea de la adolescencia como un periodo de fuerte inestabilidad emocional, desbordante para la persona, y lleno de cambios incontrolables, se desmiente con detenerse a contemplar la realidad; sencillamente veremos que el nivel de estabilidad durante este período es similar al de los adultos. En el otro extremo, están los que defienden que los trastornos de la adolescencia se desvanecen al llegar a la vida adulta. Los datos nos indican que los adolescentes que tienen problemas con poca probabilidad mejoraran sin ayuda y, si no se toman medidas, se incorporarán al grueso de los adultos con dificultades. Si alguien continúa pensando que la adolescencia es un periodo de hostilidad y conflicto entre padres e hijos, le recordamos que la mayoría de los adolescentes dicen tener buenas relaciones con sus padres; de hecho, los buscan y piden su consejo para las cuestiones importantes. Si existen conflictos entre padres y adolescentes, no son generalizables a todas las áreas, se suelen manifestar entorno al cuestionamiento de las reglas por parte del adolescente. Si consideramos la diversidad de las familias, las conductas que en una casa son causa de conflictos muy graves, en otras se pasan por alto y son otros elementos los que causan problemas. No debemos olvidar que las influencias de los padres sobre los adolescentes siguen siendo estables y fuertes durante la adolescencia y la juventud y que las jerarquías de valores de padres e hijos presentan grandes similitudes.
- Tareas psicosociales que el adolescente ha de afrontar
Eliminados algunos prejuicios, pasamos a ver las tareas psicosociales que el adolescente debe afrontar. Intentar cualquier acercamiento a la afectividad de los adolescentes sin tener en cuenta aquello que su momento evolutivo y el ambiente mueven en él, sería vaciarlo de contenido.
En poco tiempo, nuestro protagonista, ha de conseguir relaciones nuevas con personas de su edad de ambos géneros, en las que ya se le pide madurez. De la noche a la mañana la costumbre de tratar con personas del mismo sexo y los recursos de sus juegos de niño se quedan pobres ante el complejo mundo de las relaciones heterosexuales y del aprendizaje de habilidades y conductas, que le exige la vida en el grupo de iguales. Ahora tiene que examinar los roles sexuales que presenta la cultura cambiante como la nuestra y lograr saber qué es un hombre, qué es una mujer, qué apariencia se supone deben tener, cómo deben comportarse, qué deben llegar a ser…no es tarea fácil.
Quiera o no, se ve obligado a aceptarse con su nuevo físico: utilizar el propio cuerpo con eficacia (en el deporte, en el recreo, en las tareas cotidianas…), acoger su nuevo aspecto, asumir su ritmo de crecimiento, aprender a cuidar su cuerpo, etc.
Ha de caminar hacia la independencia emocional de los padres y otros adultos, lo que requiere grandes dosis de conocimiento, afecto y consideración por parte del mundo adulto y por parte suya, condiciones que no siempre se dan.
Además le pedimos prepararse para tener una profesión, decidir cual va a ser y buscar la independiente económicamente; sin olvidar adquirir un sistema ético para guiar su conducta, desarrollar una ideología, con la que situarse en sociedad, tomar una postura política, reconocerse miembro de una etnia, una religión… Sólo escribirlo cansa.
- Diversas etapas en la adolescencia
La mejor ayuda para el desarrollo de una sana afectividad es un acompañamiento prudente, que favorezca afrontar estos cambios, durante un período lo suficientemente amplio como para que la transición no resulte tan tormentosa. Desde aquí, podríamos dividir la adolescencia en tres etapas, buscando una construcción teórica que facilite su comprensión y un acercamiento práctico.
La primera es la adolescencia temprana coincide más o menos con la educación secundaria. Nuestros protagonistas crecen deprisa tanto física como intelectualmente, y comienzan a adquirir las características sexuales de los adultos. La principal tarea es adaptarse a estos cambios, aceptar el propio aspecto y aprender a utilizar el cerebro y el cuerpo de una manera eficaz.
A la segunda etapa es la adolescencia media y corresponde al Bachillerato o Ciclos Formativos de Grado Medio. Durante este tiempo tratan de convertirse en personas físicamente seguras de sí mismas y alcanzar la autonomía psicológica de los padres, ampliar las relaciones con sus compañeros, lograr amistades íntimas, aprender en la relación de pareja y afrontar la sexualidad.
La tercera etapa, la adolescencia tardía, comienza en torno al último año del instituto y continúa hasta que han formado un sentimiento claro y coherente de identidad personal en relación con los demás y ha empezado a elaborar algunos roles sociales definidos, sistemas de valores y objetivos vitales.
Con todo el respeto a las novedades que aportan los estudios sobre la prontitud con la que aparece actualmente la adolescencia (por nombrar uno “La adolescencia adelantada, el drama de la niñez perdida” de Fernando Maestre) me permito quedarme con este esquema por practicidad.
- Cambios físicos
Aunque la secuencia de los acontecimientos de la pubertad es parecida en la mayoría de los adolescentes de ambos sexos, esta presenta una variación considerable. Los adolescentes normalmente experimentan sus primeros cambios entre los 8 y los 14 años. La producción hormonal en el cerebro, trae como consecuencia el estirón del crecimiento, que afecta primero a las extremidades y luego continúa hacia el torso y al final de la pubertad, los pulmones, el corazón y el sistema digestivo, que también cambian en tamaño y forma. Durante la pubertad se producen cambios en las características sexuales secundarias y se agrandan las características sexuales primarias, que junto con la menarquía de las chicas y la espermarquia de los niños llevan a la maduración sexual y a la capacidad reproductora.
Estos cambios afectan profundamente a las emociones y a la conducta. Ajustar la imagen corporal pasa a ser un tema esencial. De hecho los adolescentes son extremadamente autoconscientes y están seguros de que todo el mundo está observando sus movimientos. La sensación es lo más parecida a que su cuerpo los estuviese traicionando continuamente. El significado que el adolescente de a los cambios corporales es importantísimo, y no depende sólo de él, las normas culturales acerca de lo que resulta atractivo pesan considerablemente. El ritmo del desarrollo y el sentimiento de ir a tiempo o fuera de tiempo, es una variable importante en cuanto se sale de la normalidad.
Aquí es importante pararse, ya que el impacto psicológico de los cambios corporales no se debe tan sólo a las evaluaciones que el adolescente haga de su imagen corporal, sino también a las reacciones que su apariencia provoca en quienes están en contacto con él.
El reajuste de la imagen corporal es difícil para chicos y chicas, en la mayoría de las ocasiones, pero estos cambios corporales son vividos de forma muy distinta por ambos. Para las chicas, la apariencia física guarda una relación muy estrecha con la identidad femenina, por lo que son más sensibles a los ideales sociales sobre el atractivo físico y proclives a la insatisfacción y los sentimientos negativos hacia el propio cuerpo. Mientras que para los chicos la identidad masculina está más vinculada al sentimiento de efectividad del propio cuerpo: habilidad física, capacidad de competir, etc.; lo que le lleva a acoger mejor la pubertad, porque trae consigo un aumento de fuerza, de altura y de habilidad atlética.
Si el adolescente no ha vivido de forma armoniosa las transformaciones corporales, tendrá más dificultad en aceptar su cuerpo sexualizado, en asumir el deseo erótico y el placer sexual. En este proceso la intervención educativa adecuada puede marcar la diferencia entre la madurez emocional apropiada y la presencia de trastornos que afectarán al resto de la vida.
- Desarrollo cognitivo
Es fácil cometer el error de no relacionar la afectividad del adolescente con el desarrollo cognitivo. Pero se trataría de un error ignorar su poderosa influencia en esta etapa de la vida. El adolescente ya no piensa solamente como un niño ligado a lo real y concreto; ahora también pueden pensar sobre lo posible, produciendo enunciados e hipótesis, y por tanto tienen acceso al método hipotético-deductivo. Pueden considerar la realidad inmediata que le rodea en función de lo que podría ser; pueden reflexionar, construir sus propias ideas, entender la realidad como algo que puede cambiar, criticar el pensamiento adulto y adquirir valores morales. El pensamiento formal implica un considerable aumento de la flexibilidad que abre ante el adolescente el mundo del acercamiento al otro como diferente, a la tolerancia, la comprensión intercultural, la búsqueda de ideales y criterios éticos universales. Sólo desde aquí entablaremos, con él, una de esas características peleas dialécticas sobre cualquier tema, procurando no olvidar que, en el fondo, participamos en un método que le ayuda a establecer su propia identidad.
Esta nueva herramienta origina una nueva forma de egocentrismo al que hemos de prestar gran atención si queremos comprender la forma de pensar y las emociones y las conductas más significativas de la adolescencia. El egocentrismo adolescente tiene cuatro características:
– Audiencia imaginaria. El adolescente cree que su aspecto y su conducta preocupan a otras personas. Siente que es el centro de atención. Esto es imaginario porque normalmente los demás no sienten dicha preocupación. Esto explica, en parte, el alto grado de timidez que es frecuente en la adolescencia temprana.
– Fábula personal. El adolescente está convencido de poseer una existencia única, inmortal y especial. Es el resultado de la sobreestimación y el exceso de diferenciación sus sentimientos como individuo. Detrás hay una poderosa creencia en su unicidad. Esta distorsión cognitiva podría estar en la base de las graves conductas de riesgo en que se implican algunos adolescentes con cierta frecuencia, creyendo que las consecuencias más probables de dichas conductas no pueden sucederles porque ellos son especiales.
– Pseudoestupidez. El poder pensar sobre muchas posibilidades diferentes, le lleva a buscar móviles de conducta complejos, y de racionalizar en exceso situaciones triviales.
– Hipocresía aparente. El adolescente siente que no tienen por qué acatar las mismas reglas que los demás sí deben cumplir. Esto deriva de su sentimiento de ser único y diferente de todos los demás.
El egocentrismo va disminuyendo a partir de los 15 o 16 años. El auditorio imaginario va siendo sustituido por uno real, al reconocer las diferencias existentes entre sus propias preocupaciones y las de los demás. Al compartir sus pensamientos y sentimientos con sus compañeros y descubrir que existen importantes coincidencias se cae por sí sola la fábula personal.
- Desarrollo de la identidad
Probablemente la tarea más importante de este periodo sea dar respuesta a preguntas como, ¿quién soy yo? ¿qué quiero hacer con mi vida? ¿cómo quiero que sea mi vida social y mi vida sexual? ¿en qué quiero trabajar? ¿cuáles son mis criterios morales? ¿cuáles son los valores por los cuales merece la pena comprometerse? Dicho de otro modo, la formación de una identidad individual coherente, propia, diferenciada, unida a un proyecto vital. El logro de una identidad positiva y diferenciada no se suele alcanzar antes de los últimos años de la adolescencia (18-19 años).
Aquí nos encontramos con problemáticas que explican muchas de las reacciones y conductas adolescentes y que marcan su afectividad. Muchos jóvenes atajan esta búsqueda, lo que les lleva a aceptar los valores de los padres, en lugar de forjar una identidad personal única. Tienen proyectos y objetivos claramente definidos pero no son el resultado de su búsqueda entre diferentes alternativas, sino la consecuencia de una presión social excesiva. Quizá ocultan el miedo a la incertidumbre que genera el cuestionamiento de la identidad que hasta ahora ha servido, aunque sea proporcionada por otros.
Otros adolescentes sienten inalcanzables los roles que los padres y la sociedad les piden, y deciden no mostrar ningún interés por encontrar valores y metas alternativos, que sean verdaderamente suyos. No tienen objetivos, ignoran quiénes son o hacia donde van, son apáticos, con dificultades para el esfuerzo intenso y continuado. Les cuesta decidir y más aún comprometerse con las propias decisiones. Así, lo que sería normal en la adolescencia temprana, se hace un problema cuando se prolonga en exceso, impidiendo un adecuado desempeño de las tareas críticas posteriores.
También podemos encontrar muchos adolescentes que parecen confusos, inestables y descontentos. Se prolonga el tiempo de experimentación con diferentes objetivos y valores, para no decidirse por ninguno. Algunos adolescentes con estas características, van de crisis en crisis.
Por tanto, en un adecuado acompañamiento, hemos de procurar no olvidar que esta búsqueda de identidad madura ha de cumplir con algunos criterios para ser saludable. Estamos ante un proceso de búsqueda personal activa y no de conformase con la copia o negación de una identidad determinada; para ello el adolescente se plantea distintas posibilidades, duda entre varias alternativas y busca activamente información sobre cada una de ellas. Ha de llegar a un nivel suficiente de coherencia y diferenciación, integrando la diversidad de papeles que se han desempeñado y desempeñará; lo que ha sido, lo que es y lo que busca ser en el futuro; lo real y lo posible o ideal; la imagen que se tiene de uno mismo y la impresión que se produce en los demás.
- Valores dominantes en los adolescentes
Este tema ha sido ampliamente estudiado en esta revista (en el fondo todos citamos con admiración a Javier Elzo) y poco más puedo aportar salvo en recordar que uno de los objetivos del desarrollo de la identidad es adoptar una escala de valores. Nunca se debe menospreciar la influencia de los valores escogidos por el adolescente para el manejo de su mundo emocional. Por dar una muestra, el individualismo puede potenciar alguna de las distorsiones cognitivas de esta etapa y camuflar, como búsqueda de identidad, la mera asunción de los prototipos sociales dominantes; el presentismo puede obstaculizar seriamente el establecimiento de proyectos o ideales de vida y ocultar una profunda inseguridad ante un futuro percibido como amenazante e incierto; el “riesgo festivo” que manifiesta la ausencia de límites y normas, nos puede estar recordando a los adultos que hemos dejado de hacer de “sparring” con el que el adolescente entrena su identidad naciente. Aquí nos encontramos con un largo etc.
Pero lo que no ha de escapar a nuestra consideración es que, en muchos adolescentes, hay una disonancia entre los valores finalistas y los valores instrumentales. Se invierte afectiva y racionalmente en valores que implican metas a alcanzar u objetivos a perseguir, como pacifismo, tolerancia, ecología, etc.; pero se producen fallas en los valores que representan los procedimientos o medios para alcanzar tales objetivos o metas. Parece que han quedado olvidados los mejores aliados: esfuerzo, autorresponsabilidad, abnegación, trabajo bien hecho, etc., por lo que todo lo anterior corre el riesgo de quedarse en un bonito discurso.
- Relaciones sociales
La amistad con los iguales
Un cambio significativo e influyente es que los adolescentes buscan en sus iguales el apoyo que antes les proporcionaba la familia. Aquí encuentran tesoros importantísimos para ellos: les ayuda a desarrollar su identidad y sentirse a gusto con ella, les permite adquirir las habilidades necesarias para mantener relaciones interpersonales, les ofrece un conjunto de modelos acerca de cómo debe vivirse la adolescencia y es su refugio emocional.
En la adolescencia temprana y media, las amistades íntimas se convierten en una parte muy importante de su existencia. Las cosas personales e íntimas que les rondan por la cabeza, no pueden ser discutidas con cualquiera sino con amigos íntimos y de confianza. Frecuentemente disminuye la disponibilidad de los padres de responder y escuchar estas inquietudes, en ocasiones porque no comprenden lo que les ocurre a sus hijos, a veces porque los adolescentes dan por supuesto que sus padres van a mostrarse insensibles o poco comprensivos ante sus problemas. Pero sobre todo porque la búsqueda de autonomía adolescente les impide buscar consejo en sus padres. Todo esto hace que estas relaciones se caractericen por un alto grado de confidencialidad y de información personal compartida.
Estas relaciones son recíprocas, los amigos deben tratarse entre sí como iguales e intentan ayudarse siempre que haga falta, adaptándose cada uno a la personalidad del otro, resolviendo sus diferencias de forma mutuamente beneficiosa y ayudando y recibiendo ayuda.
Los adolescentes tardíos, están menos interesados en conservar una red amplia de amigos, y lo que realmente desean es tener relaciones íntimas y recíprocas, pero con amigos elegidos de forma más selectiva que antes. Ni la presencia constante de los compañeros, ni la seguridad continua que les proporcionaban son tan importantes como antes.
Desean una relación afectiva más estrecha, compartir el afecto maduro, los problemas y los pensamientos más íntimos. Necesitan amigos cercanos que permanezcan junto a ellos dándoles comprensión y cuidando. Comparten sentimientos y se ayudan mutuamente a resolver problemas y conflictos interpersonales. Conseguir formar y mantener relaciones adecuadas con los iguales es esencial para el ajuste social y psicológico del adolescente.
El grupo de iguales
Otro de los aspectos importantes en las relaciones sociales es la pertenencia a un grupo de compañeros de su misma edad, con los que compartir actitudes e intereses comunes. El grupo permite al adolescente integrarse en la sociedad mediante las identificaciones y la confianza que permite compartir secretos y experiencias.
La pertenencia al grupo cubre, al menos, tres componentes psicológicos: componente cognitiva (se sabe que pertenece a un grupo), componente valorativa (la noción de pertenencia puede tener una connotación positiva o negativa) componente emocional(los aspectos cognitivos y valorativos del grupo y de la pertenencia a él, pueden estar acompañados de emociones: amor, odio gustar o no gustar).
Es en el grupo en donde el adolescente encuentra apoyo y compañerismo, el punto de encuentro, lugar donde encuentra nuevos objetos de identificación, un espacio de seguridad, expresión y entrenamiento de comportamientos.
A los adolescentes tempranos les proporciona un sentido de pertenencia y con ello la posibilidad de tomar y compartir responsabilidades sobre sus propios asuntos, experimentar conjuntamente situaciones nuevas y aprender de los errores de los demás.
El grupo establece códigos de conducta, prescribe gustos que afectan al lenguaje, al aspecto, la música y el ocio. Allí se sienten libres del control de los padres y, puesto que todos se encuentran en la misma situación, la aceptación es más fácil. Paradójicamente las reglas del grupo no son muy diferentes a las de la familia, ya que el adolescente no se arriesga a crear conflictos, para no someterse al alejamiento o al juicio de los compañeros. El amigo es alguien en quien se pude confiar y contar, pero también alguien que se respeta y con quien identificarse.
Afectivamente es tan importante la aceptación en el grupo que la mayoría de los adolescentes tempranos tienen una gran preocupación por conformarse con las pautas del grupo y por ser populares entre sus compañeros. Esto cambia en la adolescencia tardía, prefiriendo las amistades más selectivas e intereses heterosexuales. Aquí el desarrollo del mundo afectivo se da implicándose en la intimidad. Por tanto el tipo y la cantidad de presión que experimentan los adolescentes desde las relaciones de iguales varía con la edad.
Algunas cosas no cambian a lo largo de la adolescencia. Por ejemplo se sienten con más intensidad las presiones para participar en las actividades del grupo que las presiones relacionadas con mala conducta o para participar en actividades delictivas. Sucede, con la popularidad, que los adolescentes disfrutan de ella en la medida que poseen características y atributos admirados por los grupos a los que pertenecen; lo que significa que los determinantes de la popularidad varían de unos grupos a otros. Pero ser aceptado esta asociado sobre todo con tener habilidades sociales y ser un participante activo en las actividades de grupo.
La persona con la que se sale
Como ya hemos visto los adolescentes, muy conscientes de la audiencia imaginaria, interactúan entre sí con estrategias cuyo principal objetivo es tener buena imagen ante cualquiera que esté observando. Esto mismo se puede aplicar al hecho de salir con un chico o una chica. En la adolescencia temprana o media uno de los temas importantes es con quién sale.
Poder saber se tiene novio o novia, que los demás lo sepan y poder decirlo, es a menudo más emocionante que el propio hecho de tener pareja. Esto cambia claramente en la adolescencia tardía cuando salir en pareja pasa a considerarse como oportunidad de compañía o el preludio de una relación amorosa.
En este punto hemos de tener muy en cuenta los modelos sociales que se proponen en los medios de comunicación y su poder para modelar cómo han de ser estas relaciones. No es indiferente que exista o no una intervención educativa que les ayude a discernir.
Relaciones familiares
Para acercarse al mundo afectivo del adolescente, es importante ver los cambios que se producen en la relación con los padres. Como consecuencia de confianza en sí mismos y la madurez social recién adquiridas, ahora pasan menos tiempo con sus padres y necesitan menos su atención. Estos cambios no significan que sus creencias básicas hayan llegado a ser incompatibles con las de sus padres o que los padres estén perdiendo su influencia desbancados por le grupo de iguales de su hijo. Es más probable que un adolescente escuche a sus padres cuando se trata de cuestiones de moralidad, educativas y laborales. Sin embargo, preferirá escuchar a sus compañeros en la elección de los amigos y en todo lo relacionado con tiempo libre. A medida que el adolescente madura, tanto la influencia de los padres como la de los amigos se ven sustituidas progresivamente por el pensamiento independiente.
A pesar de la creencia de muchos padres, en la adolescencia no se produce ni una brusca ruptura de los vínculos, ni un enorme alejamiento emocional. Si sólo nos fijamos en el comportamiento externo del adolescente, parece que se da esta ruptura pero, si nos adentramos en el interior de nuestro querido protagonista, pronto veremos que nada está más lejos de la realidad.
Adolescentes y padres dependen entre sí en muchos aspectos, y los cambios de la adolescencia conllevan variantes significativas en la relación y en la renegociación de la interdependencia. No se trata, ni mucho menos, de una ruptura de los lazos familiares. Podemos observar que muchos de los rasgos que son característicos de la adolescencia han ido apareciendo y desarrollándose en las etapas anteriores: el niño ha ido desarrollando una percepción más realista de las figuras adultas, lo que le ha llevado a desplazar su interés hacia el grupo de iguales; y las nuevas experiencias sociales llevan al niño potenciar una actitud crítica hacia sus padres, ya presente tiempo atrás. Además, el niño de la segunda infancia, ya no iba ansioso a comunicar todo a sus padres, sino que prefería resolver los problemas por sí mismo y dedicar más tiempo a su mundo privado.
Pero, obviamente, se producen variaciones en el sistema familiar. Todas las conductas que aparecen durante la segunda infancia aumentan en cantidad y en intensidad: reivindicaciones de autonomía, elegir por si mismo, valerse según sus propios recursos, rechazo a todo lo que sea imposición o intromisión, etc.
Lo que se percibe como ruptura es en realidad el logro de la autonomía, que implica conseguir autonomía conductual (llegar a ser lo suficientemente independientemente y libre como para actuar por uno mismo sin una excesiva independencia) y separación emocional (liberarse de los vínculos emocionales de la niñez).
La intensidad y la cantidad de los contenidos afectivos, que todos depositamos en la infancia en las figuras parentales, es tal que no es nada fácil dar este paso. Sin duda resulta muy tentadora la posibilidad de continuar disfrutando de la permanente protección afectiva de los padres; esto hace que la mayoría de los adolescentes experimenten alguna ambivalencia y sentimientos contradictorios ante el abandono del estado de protección de la infancia. De aquí que el adolescente alterne la conducta madura con la infantil constantemente.
Los padres tampoco se libran de tener sentimientos contradictorios: el orgullo de ver a sus hijos seguros de sí mismos se mezcla con la nostalgia de su anterior rol parental, unida a la preocupación por que su hijo crezca demasiado deprisa. Es comprensible que padres y madres muestren actitudes muy diferentes e incluso incongruentes hacia la autonomía recién estrenada de sus hijos.
La autonomía es un proceso de individuación y no se mide por el distanciamiento de los adolescentes respecto a sus padres, sino por la adquisición de confianza madura en uno mismo. El adolescente debe ser capaz de separarse de sus padres y pensar por sí mismo, y continuar participando como miembro de la familia. Ahora puede colaborar más activamente con sus padres en la resolución de los problemas que les atañen. Ser un individuo autónomo y mantener una relación interdependiente con los padres son características perfectamente compatibles.
Es bello, y a la vez perturbador, observar cómo los adolescentes tratan de ser diferentes de sus padres y afirmar sus propios puntos de vista. Pero al observador atento no se le escapa que intentan, a la vez, comprender y acomodarse a las perspectivas de sus padres. El vínculo y la intimidad psicológica con sus padres no desaparece.
Ahora bien, las demandas de autonomía pueden constituir un conflicto en la familia, y este se puede intensificar si no se da una adecuada correspondencia entre le nivel de desarrollo que los padres atribuyen a su hijo y el que él cree haber alcanzado. Es una clásica fuente de conflictos que los padres consideren que las pretensiones de su hijo son desmedidas y que el hijo tampoco entienda las reacciones de sus padres. Estas discrepancias entre padres e hijos tienen una valiosísima dimensión adaptativa. La relación con los padres es el lugar donde el adolescente dice a la familia que es una persona más madura y demanda una relación con él diferente.
No se puede pasar por alto que la sexualidad emergente de los adolescentes complica las relaciones padres-hijos. Para los adolescentes puberales, la sexualidad emergente se vive de forma nueva y estimulante, y las personas del otro género se identifican en parte como objetos sexuales. Esto sucede tanto con los coetáneos como con los adultos. El darse cuenta que sus padres pueden ser personas sexualmente activas o atractivas, es un hecho angustioso que los adolescentes normalmente procuran evitar. Y, para los padres, sus hijos también adoptan una identidad sexual. Generalmente, los padres se sienten afligidos al sorprenderse contemplando a sus hijos como sexualmente atractivos y potencialmente activos. Este cambio es difícil de vivenciar y de situar para padres e hijos y se suele evitar. Como consecuencia de estas necesidades de evitar la sexualidad en la familia existe durante la adolescencia temprana un período de reajuste en el que los padres y los hijos de distinto género se distancian unos de otros y aprenden nuevas formas de controlar la intimidad física entre ellos. El poner nombre a todo esto y ser capaces de dialogarlo, es un responsabilidad de los adultos que, a lo largo de todos los tiempos y culturas, hemos desarrollado ritos y contenidos culturales que han ayudado a padres e hijos a normalizar estas situaciones. Dentro de la educación y el acompañamiento de los adolescentes continúa abierta esta tarea.
- La depresión en la adolescencia
Un posible acercamiento a la afectividad adolescente surge de mirar cara a cara a la patología afectiva. De esta manera veremos, desde el punto de vista de la enfermedad, qué es más frágil en la afectividad del adolescente y en qué puntos debemos estar más atentos a la hora de acompañar y educar.
¿Qué es lo que predispone al individuo a sentir unas emociones y unos estados afectivos de tipo depresivo durante la adolescencia? La patología de la depresión nos acerca a los tres ejes que definen en gran medida la afectividad del adolescente: el eje de las pérdidas objetales, el eje de la agresividad y de la culpabilidad derivada de ella y el eje del narcisismo y de la reconsideración del sistema de idealización.
Las perdidas y separaciones
Las enumeramos. La pérdida de la quietud del cuerpo (tensión extrema, pulsión sexual) los profundos cambios y novedades, el estado de desarrollo continuo hacen que se encuentre nervioso y no sepa porqué. La pérdida de la estabilidad de la imagen corporal por el cambio y por el crecimiento. La pérdida de la bisexualidad potencial, ahora es necesario implicarse con el desarrollo de una identidad sexual. Separación del vínculo edípico, de la figura materna, han de afrontar la vida desde sí mismos en el proceso de individuación.
El manejo de la agresividad y de la culpa
Como consecuencia de la intensificación de las pulsiones sexuales y agresivas (tensión interna) el adolescente teme sus propias pulsiones por eso mantiene la distancia. No olvidemos que esta decepcionado de sus padres (desidealización paterna) y esa distancia le protege de su excitación-nerviosismo interno y protege a sus padres de esa excitación. Para ello puede poner en funcionamiento defensas psíquicas que consisten en: el retorno sobre sí de la agresividad (conductas autolesivas o de riesgo) o la inhibición y pasividad ante el entorno.
ü El conflicto de la idealización
Se trata del conflicto entre la idealización que los padres hacen del niño, que el niño hace de los padres y que el adolescente hace ahora de sí mismo (transformación del equilibrio entre investiduras objetales e investiduras narcisistas). El adolescente muestra desinterés por todo lo que le recuerde a la infancia, transforma su sistema de ideales sobre sí mismo y sobre sus padres; a la vez prácticamente obliga a cambiar a sus padres la imagen que tenían de su niño. Por eso el adolescente oscila entre la satisfacción de sí mismo y el menosprecio, que produce una pérdida de autoestima que va a generar sentimiento de malestar, desinterés, tedio y vacío. Conviene, por tanto, no perder de vista estos puntos en los que nuestros protagonistas son especialmente frágiles afectivamente, más que nada, para acoger todo aquello que trae “la edad” y disfrutar acompañando el desarrollo de su riqueza, potencial y cualidades.
Para terminar, me gustaría llegar a algún tipo de conclusión o idea importante pero, desde la honestidad, sólo puedo compartir con vosotros una pregunta, ¿Qué pensará un adolescente al leer todo esto? En fin, pido a Dios, con vosotros, que nos ilumine en esta tarea de acompañar a los adolescentes para honrar a estos seres únicos y genuinos que tenemos el privilegio de conocer.
Miguel Ángel Olivares Ullán