El «otro» tendón de Aquiles

1 junio 2009

Reflexión sobre la vulnerabilidad

 
José Joaquín Gómez Palacios es Delegado de Escuelas de la Provincia Salesiana de Valencia. Miembro del Consejo de Redacción de Misión Joven.
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Parte este artículo de la experiencia de la vulnerabilidad presente siempre en los seres humanos. Presenta las características y raíces de la vulnerabilidad que sufrimos actualmente y traza un mapa de las personalidades vulnerables, para detenerse especialmente en sugerir algunas pistas educativas que contribuyan a afianzar la personalidad y a tornarla menos vulnerable. Subraya la importancia de la educación de la voluntad y del carácter, de promover la cultura del esfuerzo, de prevenir los rasgos de inmadurez, acompañando educativamente el camino de la madurez humana.
 
La palabra «vulnerable» proviene del latín vulnus-eris, que significa herida, y del sufijo able, que indica posibilidad. Así pues, una persona vulnerable es aquella que puede ser herida o recibir una lesión, bien sea física o moral.
Este término se aplica también a la personalidad, indicando: debilidad, falta de fortaleza, facilidad para recibir daños y propensión a no hacer frente a las dificultades. Recientemente se utiliza con cierta profusión en el ámbito psicológico, pedagógico e incluso religioso. Se aplica a personalidades con escasa capacidad para el esfuerzo y tendentes a dejarse vencer por las dificultades y situaciones negativas de la vida.
1. Vulnerabilidad en la literatura antigua
 
El concepto «vulnerabilidad» ya fue intuido por el ser humano en los inicios de su andadura literaria. En varias leyendas escritas aparecen vestigios de esta realidad. Las historias de Aquiles y Gilgamesh son paradigma de vulnerabilidad física y psicológica respectivamente.
 
 Aquiles o la vulnerabilidad física
Homero cuenta que Aquiles era un héroe, el hijo de un hombre y una diosa. Su padre fue un humano llamado Peleo. Su madre, la ninfa Tetis. Queriendo ésta que su pequeño fuera invencible, sumergió al bebé Aquiles en el río Estigia; curso fluvial que separaba el mundo de los vivos del mundo de los muertos; puerta abierta hacia el más allá.
Tetis bañó al pequeño agarrándole por el talón, parte corporal que no recibió el baño de las aguas de la inmortalidad. De esta forma, Aquiles resultó invulnerable en todo su cuerpo menos en el talón; circunstancia que aprovechó Paris para darle muerte clavándole una flecha emponzoñada en esta parte de su cuerpo.
 
 Gilgamesh o la vulnerabilidad psicológica
Hacia el año 2.750 antes de Cristo, el pueblo sumerio escribió en tablillas de barro, historias que narraban gestas de hombres y dioses. Ha llegado hasta nosotros la epopeya del rey Gilgamesh, modelada en un largo poema que abarca doce tablillas cuneiformes. Dice en el prólogo: «Proclamaré al mundo las hazañas de Gilgamesh… el hombre que sabía todas las cosas. Era sabio y conocía los secretos de la vida. Nos trajo una historia de antes de la inundación. Partió en un largo viaje, estaba abatido, cansado de trabajar. Al regresar descansó y grabó en una tablilla todo el relato». (Prólogo del Poema Épico de Gilgamesh)
En el transcurso de la narración, Gilgamesh ve morir a su amigo Enkidu, compañero y amigo de batallas y fatigas. Gilgamesh, al ver de cerca la muerte, siente que su personalidad se derrumba. Sufre el duelo por la desaparición de un ser cercano. En el antiguo poema se describe la primera «depresión» psicológica. A raíz del quebranto, Gilgamesh emprende un largo viaje en busca de la inmortalidad. El rey Gilgamesh puede ser considerado como paradigma de la vulnerabilidad psicológica.
 
Debilidades ampliamente presentidas
Desde los balbuceos de la literatura escrita, el ser humano narra experiencias de «vulnerabilidad» física y psicológica. Es una condición que acompaña al devenir humano. A partir de la narración de Homero se ha hecho popular la expresión «el talón de Aquiles»; locución utilizada para designar debilidades que presenta una persona u organización. Alguien o algo es vulnerable cuando carece de capacidad para anticipar, sobrevivir, resistir o recuperarse del impacto de una amenaza física o psíquica.
Aquiles, el héroe bañado en las aguas de la inmortalidad, dotado de fuerte carácter y equipado con armas fabricadas por el dios Vulcano… presenta puntos débiles.
El rey Gilgamesh, hombre sabio y conocedor de los secretos de la vida y de los adelantos del progreso, cae en estado de abatimiento al ver cómo la muerte hunde sus garras en su amigo Enkidu. Nadie es tan fuerte que no presente espacio físico o psicológico en el que pueda ser herido.
La vulnerabilidad perturbará negativamente al ser humano cuando abarque múltiples facetas de la vida, esté presente con gran profusión y bloquee las facultades. Por el contrario, la vulnerabilidad será ocasión de crecimiento positivo cuando la persona se sobreponga a ella y cuando, reconociendo la propia limitación, busque modos de superación.
 
2. Las raíces de la vulnerabilidad actual
 
La Ilustración ha sido uno de los mayores logros ideológicos de nuestra cultura occidental. El afianzamiento de la identidad personal y la libertad de conciencia, brillan con luz propia entre sus muchas consecuciones. Situarse en los parámetros de la Ilustración es abrir una ventana al universo personal. El ser humano está llamado a ser el único dueño de su existencia, sin imposiciones externas.
Pero lo  que en un inicio fue tan positivo para la humanidad, ha terminado por generar problemas: El valor del «yo» ha crecido desmesuradamente, poniendo entre paréntesis otros valores también importantes. Poco a poco el ser humano se ha convertido en la única medida de sus aspiraciones, deseos y propuestas.
El hombre occidental, a fuerza de mirarse a sí mismo, corre peligro de convertirse en un nuevo «Narciso», tan pagado de sí mismo y tan ajeno a otras realidades. Sin referencias que le trasciendan, la persona se cansa pronto de su propia finitud. Atiborrado de objetos que le proporcionen placer inmediato, corre el peligro de ser tan sólo un consumidor «unidireccional». Ansioso por llenarse de imágenes que le proporcionan placeres sensoriales, olvida su capacidad racional para convertirse en «homo videns».
La democratización del lujo y el bienestar, el ocaso del compromiso, las adicciones, la sociedad de la decepción, la privatización de la fe… son características de este tiempo que pueden hacernos vulnerables.
 
2.1. La democratización del bienestar y del lujo
 
El bienestar y el lujo han llegado a las capas populares de nuestra sociedad. Es uno de los grandes logros de la cultura occidental, aunque tras su brillo aparente se esconden dificultades para vivir con profundidad la existencia.
Las clases sociales ricas tuvieron en exclusiva, y durante siglos, el acceso a bienes caros y refinados. Nuestra sociedad ha dado un vuelco espectacular a esta tendencia con la democratización del lujo. El derecho a consumir y a participar del lujo se ha convertido en aspiración común. La democratización de los bienes de consumo ha terminado por ensalzar la felicidad privada, el deseo compulsivo de placer, la adquisición constante de objetos y el disfrute de los medios de comunicación…
Esta situación ha minado la moral del sacrificio, del esfuerzo, del deseo postergado, de la austeridad…  A fuerza de proponer nuevos espacios para el lujo, los valores antropológicos y religiosos, que otorgan profundidad y densidad a la persona, se difuminan.
El ser humano, acostumbrado a la comodidad, al lujo y a la satisfacción inmediata del deseo, se torna más «vulnerable». Muchos adultos y jóvenes han perdido la capacidad de hacer frente a las incomodidades y dificultades. La ética de la austeridad y el esfuerzo es dura de soportar, pero otorga un «plus de resistencia» a la persona y le capacita para defenderse de la frustración y erguirse ante las contrariedades.
2.2. El ocaso del compromiso
Durante muchos siglos fue Dios el principio moral que regía el comportamiento de la persona. De la vivencia religiosa emanaban normas y formas de comportamiento para orientar la vida. Pero la ética cristiana sufre, desde hace más de un siglo, un fuerte proceso de secularización. La ética sin Dios es uno de los ideales del estado laico.
Significados pensadores promovieron una ética sin ningún recurso a la religión. El mito de Prometeo ha sido, durante décadas, el icono de la «heroica moral laica». Pero la etapa de la heroica ética laica también ha concluido. La moral que priva actualmente no exige consagrarse a un fin superior a uno mismo. Se trata de una «moral indolora», hecha a imagen y semejanza de la cultura individualista.
En esta nueva concepción: los placeres privan sobre el esfuerzo personal, el gusto propio sobre el mandato, la seducción sobre la obligación. Los grandes ideales han cedido terreno a los sueños de felicidad inmediata, escueta y privada.
Los goces del presente, el culto al propio cuerpo, el esfuerzo medido y racionado, la comodidad… se han convertido en los pilares de la nueva moral. «Lo más acertado es no hacer renuncias ni grandes sacrificios, no ponerse límites, no encorsetarse en un credo determinado, mantener la libertad de abandonar cualquier compromiso para entregarse a la inmediatez de los deseos y necesidades: patinar, flotar, volar, no atarse ni dejarse entusiasmar por la pasión»
La falta de directrices con densidad, hacen a la persona humana más frágil y vulnerable, le anclan en el presente y le privan de un horizonte de futuro. Cuando se presentan las dificultades de la vida, el ser humano no dispone de grandes recursos para hacerles frente.
 
2.3. Una sociedad que propicia las adicciones
 
El nivel material de vida ha aumentado considerablemente en la sociedad occidental. Es un importante logro. Tenemos acceso a alimentos, ropa y calzado, vivienda, sanidad, educación, tiempo libre…
Este modelo consumista hace prestar más atención a lo que se posee que a lo que se es, provocando la desaparición de determinados valores. La carencia de valores profundamente antropológicos es una característica de nuestra cultura. Algunas personas enfrentan el problema y lo encauzan adecuadamente. Sin embargo otras muchas, tienen sensación de vacío, soledad e insatisfacción que pretenden paliar y llenar con adicciones no-tóxicas. De entre las más habituales, señalamos tan sólo algunas:
 
Adicción a los «personal media»
Internet es actualmente uno de los mejores medios de comunicación, información, trabajo, ocio… Tiene muchas ventajas, pero algunas personas quedan atrapadas en su telaraña mediática, sustituyendo las relaciones personales directas por relaciones virtuales en las que no existe la presencia física. Quienes actúan de esta forma se tornan vulnerables al ejercicio diario de la comunicación real. Acostumbrados a la realidad virtual, se sienten incómodos ante las personas de carne y hueso y terminan por abandonar el esfuerzo por crecer en relación.
 
Adicción a la imagen corporal
El cuidado del cuerpo es una preocupación cultivada a lo largo de la historia. Pero cuando esta preocupación proviene de la carencia de otros valores, priva al ser humano de defensas para hacer frente a las cuestiones profundas, aumentando la vulnerabilidad. La valía de una persona no se agota con su imagen corporal. Aquellas personas que, abandonando la profundidad existencial, centran toda su preocupación en la imagen corporal, se tornan muy vulnerables. Los cánones de belleza propuestos  por la «cultura de la delgadez» generan un sufrimiento constante a quienes han hecho del cuerpo el único elemento de su valía personal. Quienes sufren esta adicción son muy vulnerables al cúmulo de imágenes mediáticas que propugnan modelos de belleza inalcanzables.
 
Adicción a una alimentación sana
La posibilidad de elegir los alimentos y conocer sus características es otra de las múltiples ventajas de nuestra sociedad. Llevada al extremo presenta un peligro que recibe nombre propio: ortorexia. La ortorexia es una obsesión centrada en comer lo más sano posible, en la dieta y en beber agua continuamente para que el metabolismo realice una «limpieza» sistemática y continua del organismo. Cuando la obsesión por «comer sano» se lleva al extremo, controlar la alimentación se convierte en una esclavitud para sentirse seguros, tranquilos y dueños de la imagen corporal.
 
2.4. La sociedad de la decepción, fuente de vulnerabilidad
 
La cultura actual promete la felicidad a todos y anuncia placeres en cada esquina. El concepto de calidad de vida se ha extendido a todos los ámbitos: alimentación, trabajo, vivienda, entorno, vida comunitaria o familiar, ocio… éste es el horizonte deseado.
Cuanto las expectativas de bienestar material superan los límites de lo razonables, más posibilidades tiene el sujeto de sufrir decepciones.
La civilización del bienestar ha hecho desaparecer la pobreza absoluta en el mundo occidental, pero ha aumentado la pobreza interior y la sensación de subsistir en un mundo difícil donde los ideales de felicidad material están siempre más lejos de donde se puede llegar.
 
2.5. Marcados por el proceso de la secularización.
 
La palabra secularización viene del latín «saeculum», que originariamente significaba «siglo». A lo largo del siglo XIX la palabra secularización recibió un nuevo significado cultural: muchas tareas para las que la Iglesia parecía imprescindible, fueron asumidas por la sociedad y pasaron de la Iglesia al mundo. La secularización se ha extendido a todos los campos de la actividad humana: la medicina, la astronomía, la legislación, la sanidad, la sexualidad, la ética, la educación, los servicios sociales…
La secularización ha ayudado a purificar la imagen de Dios y ha hecho al hombre más responsable de los problemas del mundo. Pero la dificultad aparece cuando la secularización no se contenta con eliminar esa imagen falsa de Dios, sino que pretende arrasar cualquier sentido trascendente de la vida. Es lo que se llama secularismo.
Para el secularismo la apertura la trascendencia, es irrelevante. Aquello que da sentido es la resolución de los problemas económicos, técnicos y políticos. El secularismo hace más vulnerables a la persona al privarle de elementos que le ayuden a situarse ante las grandes cuestiones de la existencia.
 
2.6. La privatización de la fe origen de creyentes vulnerables
 
Nuestra cultura occidental pretende relegar la religión al ámbito de la vida privada. Su presencia pública es cada vez más pequeña. Lo que se espera de la religión es que aporte a los individuos únicamente elementos de carácter espiritual: consuelo, paz interior, serenidad frente al más allá… Y se le exige que no traspasen esa frontera.
La fe que no es compartida, manifestada y celebrada, se torna intimista y vulnerable. Fácilmente desdibuja sus contornos en el silencio de la conciencia personal.
 
3. Mapa actual de las personalidades vulnerables
 
La vulnerablidad es una experiencia humana que hunde sus raíces en la noche de los tiempos y se manifiesta de diversas formas, según épocas y circunstancias. Las características de nuestra época acarrean una serie de debilidades propias del momento actual. Afortunadamente son muchas las personas que saben hacer frente a las debilidades derivadas de nuestro tiempo, construyendo su personalidad sobre cimientos sólidos. Pero también existe un considerable número de jóvenes y adultos marcados por nuevas debilidades. A continuación se dibuja el mapa de las personalidades vulnerables. Estas características pueden incidir total o parcialmente en un mismo individuo.
 
Personalidades emocionales
Son aquellas que otorgan excesiva importancia a lo emocional, a los signos de la estética, a la visibilidad social y a la apariencia. A fuerza de peregrinar continuamente por las modas del momento,  carecen de fundamentos sólidos. Todo es relativo, cambiante y revisable. Se han instalado en el día a día, y quedan a merced del impacto emotivo de los acontecimientos. Esta actitud les hace vulnerables: las emociones externas fluyen constantemente y les mantienen en una indefinición permanente.
 
Personalidades sin relieve histórico
Carecen de relieve histórico. Abandonaron el pasado por considerarlo irrelevante, y desconfían de un futuro al que perciben como amenazante e incierto. Se aferran al «juvenilismo». Se esfuerzan por mantenerse en una juventud indefinida cuidando el vestido y los aspectos externos. Los esfuerzos de algunos adultos entrados en años por situarse en una «eterna juventud» resultan ridículos y hasta histriónicos. Mirar al pasado les es ajeno; crecer y madurar les produce vértigo. Desde su presentismo, son vulnerables a cualquier propuesta de sabiduría llegada desde el pasado. Al mismo tiempo, les deslumbran los proyectos de futuro pero son incapaces del compromiso necesario para construirlos.
 
Personalidades ancladas en los valores «proxémicos»
Han perdido toda confianza en los valores colectivos. Consideran que ninguna institución es capaz de promover cambio alguno. Tildan de burocrática a cualquier tipo de organización. Para ellos tan sólo cobran sentido aquellos lugares donde se dan valores proxémicos (de proximidad): la amistad, el encuentro personal, el afecto, las breves pero constantes comunicaciones, la familia como refugio afectivo… Este tipo de personalidades tienen dificultad para integrarse en organizaciones dotadas de estructura con proyectos a medio o largo plazo. Se sienten perdidos en el seno de cualquier institución, se quejan de falta de humanidad y les agobia la presión estructural.
 
Personalidades temerosas
En este tipo de personalidades late un temor constante a enfrentar la vida. Temen a lo incierto del futuro, a la competitividad creciente, a no estar al día, a perder las pocas seguridades que les otorga el momento presente… En la adolescencia se hace insoportable el miedo a no ofrecer una adecuada imagen de su persona. Crece la obsesión por el aspecto físico. Vestir a la moda les otorga una seguridad similar a la que ofrecen las máscaras en los rituales: disfrazarse de un suplemento de personalidad que disimule las carencias.
 
Personalidades sin proyecto propio
Son aquellas personalidades que no tienen densidad personal para soportar verse solicitadas por varios polos de interés al mismo tiempo. El bombardeo ideológico, procedente de la cultura de contaminación en la que se entrecruzan mensajes diversos y opuestos, torna débil a su personalidad. Son muy vulnerables a los «personal media» y «social media».
Incapaces de una visión crítica y selectiva de la realidad, carecen de un proyecto propio de vida.
 
Personalidades «irreales»
En esta sociedad que propone una «ética indolora», algunas personas se afanan por eludir cualquier esfuerzo. Se muestran incapaces de integrar el sufrimiento, sumergiéndose en un mundo irreal. Intentan vivir en el gozo constante de lo lúdico frente al dolor. Prefieren los contactos virtuales frente a una comunicación en profundidad. Los procesos de aprendizaje deben ser divertidos, aún a costa de quedarse en conocimientos fragmentados sin una sólida asimilación de los saberes. Su vida se sitúa en un plano irreal que les hace vulnerables a cualquier sufrimiento concreto.
 
Personalidades creyentes vulnerables
Los procesos de secularización y el avance del estado laico pueden afectar de dos modos a la personalidad del creyente. En primer lugar, provocando «una religiosidad a la carta» donde no hay exigencia, sino elecciones provisionales de elementos religiosos fragmentados. El compromiso religioso es escaso, momentáneo y conducido por la emoción. La religiosidad se recluye a la esfera de lo privado y pierden toda visibilidad, llegando a sentir vergüenza por manifestar la propia fe. Otra forma de reaccionar ante los cambios en lo religioso es la «propuesta neo-integrista». La inseguridad provocada por los cambios sociales y religiosos, lleva a algunos creyentes a reforzar la búsqueda de seguridad. Ello provoca: malestar ante cualquier cambio, críticas a la sociedad en general y a los jóvenes en particular, cierta obsesión por el cumplimiento de las normas litúrgicas y la mezcla de elementos religiosos con situaciones políticas coyunturales. Tanto quienes se sumergen en «una religiosidad a la carta» como quienes se afanan en «propuestas neo-integristas» se privan a sí mismos de una vivencia serena y fecunda de la fe, tornándose vulnerables en lo religioso.
 
4. Terapias desde la educación para superar la vulnerabilidad
 
La vulnerabilidad afecta a muchos campos de la personalidad. Ayudar a vencerla requerirá soluciones globales. No obstante se enumeran a continuación algunas pistas educativas que, aunque limitadas,  contribuyen a afianzar la personalidad para tornarla menos vulnerable.
 
4.1. Educar la voluntad y el carácter
 
Cada ser humano posee un carácter que le es propio. En todo carácter hay elementos positivos y limitaciones. La educación contribuye a mejorar las cualidades positivas de un carácter y a minimizar sus defectos. Algunas estrategias para reforzar el carácter y la voluntad y hacer menos vulnerable a la persona, son las siguientes:
 
Reciedumbre
La vulnerabilidad halla un campo abonado en las personalidades débiles. La debilidad se manifiesta en actitudes cotidianas que conviene corregir: No puede ser que un joven viva como un drama el levantarse de la cama a la hora que debe, o que le resulte insoportablemente monótona una hora de estudio, o que rechace sistemáticamente los alimentos que no le gustan, o que sea incapaz de controlar los mensajes que manda desde su móvil… Una personalidad recia controla sus quejas y dispone de capacidad de esfuerzo. Para ello: aprender a no quejarse; ejercitarse en realizar esfuerzos progresivos; postergar en el tiempo la gratificación; terminar las cosas comenzadas; evitar las muestras desmesuradas de que se ha sufrido una contrariedad; controlar el mal humor… e incluso aprender a sonreír cuando las cosas no van bien.
 
Valentía
La sobreprotección se ha instalado en nuestra cultura. Muchos menores crecen amparados en una burbuja aséptica. Padres y madres les evitan enfrentarse a situaciones desagradables. De resultas de ello, la personalidad de los adolescentes se torna quebradiza ante las dificultades y cualquier contratiempo habitual es vivido como un drama. Conviene ejercitar la valentía. Para ello: Favorecer la toma de decisiones; acompañar educativamente a los adolescentes que se enfrentan con un obstáculo, pero sin eliminar la dificultad; favorecer situaciones en las que es preciso vencer la timidez; no colaborar con situaciones injustas; ayudarles a asumir las responsabilidades derivadas de sus acciones…
 
Autodominio
El dominio sobre uno mismo es uno de los remedios que nos hacen menos vulnerables. Conseguir cierto autodominio no es tarea fácil, pero conviene iniciar este largo aprendizaje en la infancia para consolidarlo en etapas posteriores. Algunos indicadores de autodominio son los siguientes:
– Serenidad y equilibrio. Es de gran utilidad en la vida. Por ejemplo: Saber mantener la atención a varios frente sin aturdirse ni abandonar la concentración. Controlar el enfado cuando hay un fracaso de por medio. No «perder la cabeza» por cualquier tontería…
– Paciencia. Es una virtud olvidada en la cultura de la satisfacción inmediata. Para recuperar la paciencia es muy útil el hacer ejercicios de gratificaciones postergadas; aprender a guardar el turno; esperar a que el otro haya terminado de hablar para intervenir; hacer ejercicios de atención, aprendiendo a soportar la monotonía.
– Saber ganar y saber perder. Enseñar a los adolescentes y jóvenes a evitar la embriaguez del triunfo momentáneo para luego caer en la resaca de la apatía . Mostrar cómo conservar la calma cuando las cosas se tuercen y no transcurren como se habían previsto.
– Nobleza y lealtad. La palabra mantenida, la lealtad en la amistad, la generosidad con quien nos ha ofendido… son valores de rara circulación en la feroz competencia del mundo empresarial o en la lucha de la política partidista.
– Equilibrar la imaginación, fortalecer la atención. Las nuevas generaciones nacen y crecen sumergidas en una icono-esfera de imágenes en movimiento que se suceden en rápidas secuencias. Ello provoca inestabilidad, ansiedad, impaciencia y falta de concentración. Los ejercicios de atención e interiorización son imprescindibles para equilibrar la personalidad.
 
Sencillos compromisos progresivos
No corren buenos tiempos para los compromisos mantenidos en el tiempo. Tan sólo tienen relativa validez los compromisos momentáneos generados por el sentimiento. Muchas actuaciones están motivas por la apetencia del momento. Pero no es aconsejable dejar que solamente la emoción dirija la vida. Conviene proponer concretos y sencillos compromisos, fáciles de evaluar.
 
Austeridad voluntaria
Con la reciente crisis económica el mundo occidental ha descubierto que «vivía por encima de sus posibilidades». Quizás esto mismo esté ocurriendo en muchas familias al facilitar que sus hijos «tengan de todo». Hay padres y madres atentos a colmar cualquier capricho de los hijos incluso antes de ser formulado por éstos. El resultado tiene graves repercusiones: el desinterés, la apatía, los «niños tirano» insatisfechos con todo y con todos… Imprescindible educar en la austeridad voluntaria. Para ello: procurar que valoren las cosas de las que disponen; enseñarles a ser responsables y cuidadosos de sus pertenencias, colaborando en las tareas de la casa; acostumbrarles a que se ganen las cosas con esfuerzo y dedicación; enseñar a que «coman de todo» y eliminar el hábito de comer entre comidas; promover la responsabilidad en administrar el dinero que se les entrega; evitar incentivarlos por realizar las tareas domésticas que son obligación de todos los miembros de la familia; reforzar el respeto hacia las personas con dificultades; potenciar la solidaridad concreta que se manifiesta en gestos de ayuda…
 
4.2. Promover la cultura del esfuerzo
La sobreprotección familiar, los modelos de éxito fácil aireados por las televisiones, la cultura del espectáculo que incita a vivir actitudes lúdicas en todo momento… son circunstancias que desdibujan la capacidad de esfuerzo. Se ha consolidando un estilo de vida que tiene a esquivar el trabajo constante y a medir la felicidad tan sólo por la consecución de cotas de placer inmediato. Nada más alejado de la realidad.
Sin esfuerzo no sólo no se consiguen las metas deseadas, sino que la personalidad pierde defensas y se torna frágil ante cualquier dificultad. El esfuerzo progresivo es la mejor «vacuna» por prevenir el derrumbe psicológico de la persona ante las dificultades. Para promover la cultura del esfuerzo hay que hacer frente a tres mitos instalados en nuestra cultura:
 
– Aprender sin esfuerzo. Se ha generalizado la idea del aprendizaje fácil y divertido. Pero sólo con el esfuerzo se puede construir una personalidad sólida. Es imprescindible recuperar «los impulsos continuados a lo largo del tiempo».
– El paternalismo impaciente. Muchos padres y educadores suelen mostrarse impacientes cuando niños y adolescentes no terminan de desenvolverse adecuadamente ante un determinado problema. La solución fácil es resolver ellos el problema. Pero cada vez que el educador evita trabajo y esfuerzo, está minando la construcción seria de la personalidad.
– La ingenuidad de la omnipotencia. Otro mito es el siguiente: «Todas las personas pueden hacer todo si se esfuerzan». Nada más alejado de la realidad. Nuestra personalidad tiene una serie de cualidades y límites. Por naturaleza estamos mejor dotados para una serie de actividades que para otras. Hay que descubrir las potencialidades de cada cual y trabajar sobre ellas.
 
Así mismo, para progresar en la cultura del esfuerzo conviene insistir en algunas actitudes:
– Practicar la pedagogía de la contrariedad. Niños y adolescentes deben acostumbrarse a sufrir las contrariedades habituales de la vida. Padres y educadores les acompañarán y no les dejarán solos, pero nunca pretenderán evitarles problemas o sustituirles en las dificultades. Quien nunca encuentra obstáculos en la vida, nunca aprende a superarlos.
– Las formas externas son también importantes. Se ha subrayado en sobremanera la importancia de las motivaciones interiores en detrimento de los aspectos externos. Pero los elementos exteriores deben ser cuidados. Difícilmente mantendrá una disciplina de vida y esfuerzo aquel o aquella adolescente que se pasa toda la tarde en pijama, que estudia tumbándose en la cama, que adopta posturas dejadas en el sofá, que escucha música a todo volumen o permanece largas horas absorto y enganchado a los auriculares del MP3, que mantienen un perpetuo desorden en su habitación…
Las formas corporales y el orden externo, sin ser lo más importante, contribuyen decisivamente a estructurar la persona y dotarla de reciedumbre y capacidad de esfuerzo.
– Enseñar a distinguir placer de felicidad. Nuestra cultura es muy dada a las sensaciones fugaces de placer, olvidando la felicidad. El placer es esa sensación agradable producida por la realización de una actividad que gusta al sujeto. El placer suele ser inmediato y a corto plazo. Por el contrario, la felicidad es un estado de ánimo prolongado en el tiempo y con hondas raíces. La realización de un esfuerzo comprometido y prolongado no suele proporcional placer inmediato, pero otorga un estado de felicidad que facilita nuevos compromisos.
 
4.3. Personalidades maduras
 
La inmadurez hace vulnerable a la persona. La madurez no es una medida estándar. Un individuo presentará diversos grados de madurez  a lo largo de su proceso de crecimiento, dependiendo de su edad y experiencias vividas. Para contribuir a formar personalidades maduras, conviene comenzar por prevenir aquellos rasgos indicadores de inmadurez:
 
Rasgos de una personalidad inmadura
– Desfase entre la edad cronológica y la edad mental.
– Desconocimiento de sí mismo, que priva de saber cuáles son las cualidades y limitaciones.
– Inestabilidad emocional, que se manifiesta en cambios bruscos de estados de ánimo. Una persona inmadura suele ser inestable y presentar oscilaciones de carácter frecuentes y sin motivos aparentes. Pasa de la euforia al abatimiento.
– Poca o nula responsabilidad.
– Deficiente percepción de la realidad. No se entera de lo que ocurre a su alrededor y vive encerrado en su mundo individual.
– Ausencia de un proyecto de vida. No sabe porqué hace las cosas ni cuál es la finalidad.
– Falta de madurez afectiva. Es incapaz de querer a los demás y ayudar desinteresadamente.
– Falta de madurez intelectual. Una persona inteligente sabe centrar un problema, buscar información y procesarla adecuada y ordenadamente.
– Carencia de voluntad. Actúa tan sólo por impulsos movidos por el sentimiento momentáneo. Es incapaz de prolongar el interés y el trabajo en el tiempo.
 
La madurez, antídoto contra la vulnerabilidad
La madurez personal contribuye a minimizar riesgos. Conviene acompañar educativamente para facilitar una madurez personal que haga menos vulnerable a la persona.
Equilibrar emoción y razón. No es aconsejable vivir solamente a merced de sentimientos, impulsos o tendencias. El ser humano debe mantener equilibrio entre razón y sentimiento. Los principios, las convicciones y la orientación personal deben ocupar un puesto importante.
– Regresar a la conciencia personal. La conciencia ayuda a no depender únicamente de los criterios de la moda, de las tendencias que circulan por el exterior o de los grandes acontecimientos que impactan en la emotividad. La persona madura forma su conciencia y es ella quien rige el comportamiento.
– Proponer actitudes de donación y apertura. La autonomía personal es fundamental, pero puede degenerar en individualismo. El mito de «narciso» llama continuamente a la persona que busca tan sólo la propia autorrealización. Hay que habilitar espacios para la apertura, la donación y la entrega a los demás.
– Educar los ojos, hacer sensible el alma. Los acontecimientos, transformados en noticias sensacionalistas, se agolpan ante los ojos del hombre moderno. Pero pasan rápidos por la epidermis, como las canciones de moda o las tendencias del diseño. Una persona madura sabe mirar con profundidad la realidad, interiorizando y desarrollando respuestas comprometidas y equilibradas.
 
Conclusión
La vulnerabilidad ha existido siempre y se ha manifestado de múltiples formas a lo largo de la historia. En la actualidad muchas fragilidades físicas de antaño han sido mitigadas por la ciencia y la medicina.
Pero nuestra cultura presenta también una serie de puntos débiles que configuran el «mapa actual de la vulnerabilidad». Gran parte de estas fragilidades hunden sus raíces en la proliferación de personalidades acomodaticias e inmaduras, en la carencia del sentido de la vida, en el ocaso del compromiso y la caída de la cultura del esfuerzo. La educación ofrece propuestas para hacer frente a las dificultades actuales surgidas en este campo.
 
Bibliografía
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