Oración rebelde
Padre nuestro… ¿Nuestro? Sí, nuestro. Sobre todo nuestro:
del hambriento, del desnudo y del emigrante;
del abandonado, del sin techo y del toxicómano;
de la prostituta, del que está en paro y del rechazado;
del enfermo, del sidoso y del deficiente mental;
de la pareja de hecho, del ludópata y del borracho;
del último de la fila, del niño de color y del fracasado…
Que estás en el cielo… ¿En el cielo?
en el cielo o en la esquina del centro comercial,
en la patera o en el parque de las jeringuillas,
en la casa derruida o en el INEM del barrio,
en la cama del hospital o en la máquina tragaperras…
Santificado sea tu nombre… Eso, a ver si es verdad:
Tu nombre tantas veces manchado, ultrajado, despreciado
O, lo que es peor, olvidado…
Venga a nosotros tu Reino… Tu reino de amor
(pero amor del que tú sabes, amor del bueno, no el amor adulterado
con el que nos bombardea a todas las horas la prensa rosa…)
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo…
Pero que sea tu voluntad no la de los políticos,
«los telebasura» o los peces gordos
o (perdóname por esta vez) la de algunos ministros tuyos…
Danos hoy el pan de cada día…
El pan del respeto y de la comprensión,
el pan del trabajo digno y de la igualdad de oportunidades…
Perdona nuestras ofensas… (Sí, nuestras debilidades y errores)
como también nosotros perdamos
a los que nos ofenden (con sus críticas y menosprecios)…
No nos dejes caer en la tentación…
de «montar» nuestras vidas sin contar contigo…
Y líbranos del mal: la única lacra que podía acabar con nosotros
sería el sabernos abandonados por ti.
Amén, que así sea, Señor.
José María Escudero.