Hace muchos, muchos años salió un decreto, bueno, más que un decreto una ley, una ley que no venía recogida en constitución alguna. Una ley que viene repitiéndose año tras año, por la que los más ricos, los que nos consideramos“hombres de bien,” (que no es lo mismo que hombres de buena voluntad) podemos seguir respirando plácidamente en nuestros sofás de sobremesa, mientras que a los más pobres, “a los otros”, no les queda más remedio que salir de sus hogares (por llamarlos de alguna manera) a buscarse la vida.
El caso es que a María, una joven de Nazaret, o a María, una joven nigeriana, no les quedó más remedio que salir de sus casas. Y mientras estaban en camino se las cumplió el tiempo del parto.
La primera, María de Nazaret, al no encontrar sitio en la posada, dio a luz en una cueva, mientras que la segunda, María la nigeriana… (bueno, no sabemos dónde fue a parar, aunque no es muy difícil hacer un pronóstico sobre su paradero)
Tal vez no le dio tiempo y tuvo a su bebé en la misma patera. O quién sabe, a lo mejor el niño venía con retraso, y le tuvo en una de esas interminables colas donde “los hombres de bien” regularizamos a “los otros.” O hasta pudo dar a luz en un banco de una estación de autobuses, de esas que no cierran por la noche. O al lado de un parque escuchando el alboroto de los jóvenes del botellón…
Las dos tuvieron un hermoso bebé; al niño de María fueron a visitarle unos pastores, personas mal vistas a los ojos de sus contemporáneos. Y al bebé de María la nigeriana, probablemente le fueron a ver sus paisanos, tan miserables como ella, y que no pudieron ofrecerle nada; o los mendigos que hacían noche en la estación; o esos jóvenes cuya presencia nos asusta e incomoda…
Y mientras tanto, ¿qué hacíamos “los hombres de bien,” qué hacemos?…
Pues me temo que, o cambian mucho las cosas u otras Navidades más seguiremos sin enterarnos de nada.
Otras Navidades más demasiado ocupados en celebrar “las fiestas,” al calor del hogar con polvorones y buen cava…, eso sí, poniendo un plato vacío para el pobre que pudiera llamar a nuestras puertas…
Pero no se preocupen, ¡lo del plato vacío va de coña!: hace ya muchos años que “el pobre plato” no pasa por el lavavajillas.
José María Escudero