El problema de la identidad personal en el cine actual

1 diciembre 2000

En esta sección, además de recoger propuestas cinematográficas que puedan resultar útiles desde el punto de vista pedagógico, apostamos a veces por llamar la atención sobre constantes temáticas presentes en diversas películas coetáneas: si se produce una repetición de ideas o de contenidos en un número significativo de obras rodadas en fechas próximas, este hecho, sin duda, puede leerse como síntoma de ciertas preocupaciones candentes, no sólo en la propia industria del cine, sino también (y aquí está lo interesante) en nuestra misma realidad.
Por citar sólo un ejemplo que nos ha ocupado en varios artículos recientes: durante los últimos dos años se han podido ver numerosas producciones cuyo denominador común era, o bien la radiografía de las desigualdades, del desencanto o del fracaso al que conduce el modo de vida occidental, o bien las dificultades, cada vez mayores, que entraña la separación entre lo que es realidad y lo que es su mera representación en nuestra era virtual. En nuestro estudio a propósito del cine y la realidad llegábamos a la conclusión de que ambos intereses temáticos (la denuncia de los problemas de la realidad y el tratamiento de la realidad entendida como algo problemático) apuntan en una misma dirección: revelar el profundo malestar del ser humano contemporáneo ante una concepción de la existencia (la facturada por el capitalismo y la globalización) profundamente limitada.
Hoy vamos a avanzar en esta línea de reflexión. En la última temporada se han estrenado varias obras que, en una vuelta de tuerca más, pasan de analizar problemas estructurales a prestar una mayor atención a las cuestiones personales, a los propios individuos. En todos estos relatos veremos cómo, en el ámbito de una realidad social y existencial fracturada (boyante y próspera en la superficie; desequilibrada, poco gratificante y vacía en sus entresijos), se sitúan unos protagonistas condenados a padecer esa misma escisión en el interior de su identidad: son ciudadanos que triunfan, que disfrutan de los bienes materiales preciados a los que da acceso el progreso, pero que esconden en su alma humanidades torturadas e infelices.
 
            American psicho ejemplifica esta tesis de una manera palmaria. La historia de un ejecutivo de éxito bajo cuyo traje de marca se esconde un asesino en serie sin valores, sin sentimientos y sin escrúpulos ilustra de forma extrema ese desquiciamiento íntimo al que nos hemos referido. Detrás de una fachada musculada, sometida a tratamientos cosméticos múltiples, aguarda un hombre sin atributos morales, acosado por infinidad de complejos, hundido en el sinsentido de una existencia vacua.
En El club de la lucha el desdoblamiento, la ruptura de la identidad en dos mitades (el hombre público que triunfa frente al ser íntimo que se debate angustiosamente en su miseria o que se rebela de forma trágica) se expresa con gran intensidad. El protagonista (y perdón por destripar la película) padece tal grado de esquizofrenia que confunde una parte de su propia personalidad con otro ser humano. Así, por un lado estará el desdichado empleado de alta cualificación, dueño de una casa de diseño, insomne e insatisfecho con su vida, y, por otro, el tipo que reniega de las normas, que rechaza un mundo aséptico y que opta por la destrucción (personal y social) como alternativa ante el desengaño.
 
El protagonista de El talento de mister Ripley nos dice en un determinado momento que sus tres mayores virtudes (ese talento al que remite el título) consisten en saber mentir, falsificar firmas e imitar voces: cualidades estas que nos informan sobre un carácter definido precisamente por su falta de rasgos propios, por la impostura como razón de ser, por la inexistencia de una configuración sicológica propia. Esta historia de intriga en la que Ripley, su personaje central, asesina a un amigo, millonario y seductor, con el fin de suplantar su personalidad, metaforiza a la perfección cómo la peor consecuencia de un mundo desnortado es precismente la apertura de oquedades profundas en los seres que lo pueblan.
Habría muchas más obras en esta misma línea (Como ser John Malkovich, La cena de los idiotas, Tres reyes…). En ellas, de una forma u otra, se nos lanza siempre el mismo mensaje: en un mundo en el que la fachada, la forma, lo material, lo externo se está hipertofriando, el andamiaje, el fondo, lo espiritual, lo interno de cada ser humano concreto se desdibuja sin remedio.

JESÚS VILLEGAS

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