El reloj cuaresmal

1 marzo 2013

La hora de la conversión. Es una llamada a redescubrir nuestro origen. A poner en hora nuestra vida cristiana. No es tanto un esfuerzo personal cuanto, de nuevo, ir al encuentro de Aquel que nos ama.
La hora de la verdad. No caminamos hacia la nada. El tiempo de Cuaresma nos pone en órbita hacia la Pascua. Nuestro final definitivo no es la gran mentira en la que viven sumidos muchos hombres. Nosotros, porque Cristo nos lo aseguró con su propia existencia, sabemos que hay una gran Verdad: la vida de Jesús y sus promesas.
La hora de la caridad. Sin obras, nuestra fe, queda coja. Pero, nuestras obras sin referencia a Dios, pronto se agotan. Pueden derivar incluso en el puro humanismo. La hora de la caridad cuaresmal nos centra en Aquel donde nace el paradigma del amor: Cristo.
La hora del silencio. El silencio es un bien escaso. No se encuentra en cualquier lugar ni se compra en cualquier establecimiento. Una campana, una iglesia abierta….pueden ser una llamada a poner en orden lo que tal vez llevamos atrasado: la visita con el Señor. La oración.
La hora de la palabra. ¿Cómo podemos encontrar el camino si no dejamos que el Señor nos lo indique? El reloj cuaresmal nos hace llegar con prontitud a la escucha de la Palabra. Es un tiempo de audición de lo santo, de captar aquello que es esencial para nuestra fe.
La hora del ayuno. Acostumbrados a mirar al reloj para la hora de la comida, la cuaresma, lo paraliza. Nos hace comprender que, la ansiedad, no es buena consejera para tener hambre de Cristo. Es un buen momento para ayunar de excesos, malos modos, blasfemias, odios, ingratitud, preocupaciones, críticas…
La hora de la penitencia. Nos gusta el llano y antes que una simple carretera preferimos la autopista. La cuaresma nos recuerda que el sacrificio nos mantiene vigorosos, lo mismo que el entrenamiento hace grande y fuerte a un futbolista. Rectificar es de sabios y moderar ciertos comportamientos nuestros nos pueden encaminar a identificarnos más con Cristo.
La hora de la confesión. Hasta la mejor prenda necesita, de vez en cuando, ser llevada a una buena lavandería. Nuestras almas, en las que se encuentra impreso el sello de Hijos de Dios, tienen derecho a ser puestas a punto. La hora de la confesión nos facilita un nuevo rostro: la alegría de sentirnos reconciliados con Dios y con nosotros mismos.
La hora del hermano. El encuentro con Jesús empuja al abrazo con el hermano. No podemos observar el reloj cristiano y, a continuación, olvidarnos de las horas amargas en las que viven los que nos rodean. Poner a punto nuestra vida cristiana nos exige ayudar a aquellas personas que quedaron rezagadas en la felicidad, en el bienestar o en el amor.
La hora del corazón. Las prisas y los agobios, el estrés o el ritmo de vida que llevamos…presionan en exceso la serenidad de nuestro corazón. El reloj cuaresmal procura que el corazón vaya despacio, medite, reflexione, ame y se oxigene a la sombra del Corazón de Cristo.
La hora de la misa. Frecuentemente señalamos el reloj y preguntamos: ¿Y si tomamos un café? El reloj cuaresmal nos interpela: ¿Y por qué no una eucaristía diaria? Nunca, en tan poco tiempo, se nos ofrece tanto: acogida, perdón, calor, palabra, fuerza, silencio, amor, paz interior y poder saborear lo que sólo Jesús nos puede dar: su Cuerpo y su Sangre.

Javier Leoz

Delegación de Piedad Popular (Pamplona)

 
 

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