“Llegó a Nazaret.., entró en la sinagoga…
Le entregaron el libro del profeta Isaías y,
al desenrollarlo, encontró el pasaje
donde estaba escrito…” (Lc 4,16)
El espíritu del Señor está sobre mí,
sí, sobre mí, me ha elegido a mí,
entre millones y millones de hijos suyos.
Me ha ungido.., qué digo ungido,
me ha untado, me ha embadurnado
de su misericordia y amor..
Y no conforme con ello,
me ha proclamado discípulo,
y no un discípulo más sino su discípulo amado.
Me ha tomado de la mano
y juntos hemos anunciado nuestra buena noticia,
mas no una noticia cualquiera, no, no: un notición…
Hemos convertido en rostro humano
la pobreza, el hambre, la enfermedad, el dolor…,
y tantas y tantas calamidades que existen a nuestro alrededor.
Y hemos ido poniendo nombre a cada una de ellas y..,
¡sorpresa!, no ha hecho falta inventárselos,
pues cada uno tenía el suyo..
De esta manera he vuelto a encontrarme
con seres humanos a los que veía todos los días…
a Pablo el mendigo de la parroquia,
a la familia de Juan, enfermos mentales,
a Yoli “la niña fácil” de la pandilla,
al Nano y sus jeringuillas,
a Karím el marroquí..
Y ya ven, ahora cada vez que quiero
que el Señor se “pose” sobre mí,
acudo a las sinagogas de éstos, mis hermanos,
y ellos, me desenrollan el libro, su corazón,
y siento que el Señor me unge, y derrama sobre mí
su bondad y su misericordia infinitas.
Y es más, cada día que paso junto a uno de estos hermanos míos
me doy cuenta que, al igual que en Jesús,
también en mí se está cumpliendo la profecía
que Él, celosamente, me tenía reservada desde siempre.
José María Escudero