El sentido de la vida******Colegio «Ntra. Sra. del Buen Consejo» (Madrid)

1 abril 2000

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LA VIDA DE JÓVENES DE 3º DE BUP

 
Hace unos meses [cf. Misión Joven 272(1999)], en el Cuaderno Joven (CJ) apareció una carta que ha dado que hablar. La reproducimos aquí de nuevo, junto con las pautas de reflexión. A continuación, ofrecemos algunas de las cartas que los alumnos de 3º de BUP del Colegio «Nuestra Señora del Buen Consejo», de Madrid, redactaron como respuesta a aquella misiva del CJ. Proponemos las mismas pistas de trabajo de entonces para analizar los escritos surgidos en las reflexiones de la Tutoría y el aula de Formación Religiosa.
 
 
            Querido amigo:
 
Hoy he decidido sentarme a reflexionar sobre lo que ha sido mi vida hasta ahora. Quizá lo que voy a escribir no tenga nada de excepcional; es sólo la reflexión de un joven que hasta hoy no se ha dado cuenta de que la vida también tiene su lado positivo.
Sé que, aunque quiera, yo no puedo cambiar mi pasado, ni borrar el daño que mis quejas han causado a los demás, igual que mi egoísmo, ingratitud e indiferencia. Pero ya no quiero seguir callado, ya no quiero seguir llenando mis días de inútiles lamentaciones que no me llevan a ninguna parte. Hoy, por fin, lo he entendido. Quizá el mundo no haya sido tan injusto conmigo. Quizá mis problemas nunca han sido más que infantiles rabietas con las que sólo intentaba demostrar que estaba aquí.
 
¿Pero qué pasa con la realidad? ¿Qué pasa con la gente que sufre y yo me he negado a escuchar? ¿Acaso mi llanto por no conseguir lo que anhelaba era más poderoso que el niño que lloraba la muerte de su madre? ¿O el de aquel cansado de la vida que no atendía a razones para continuar?
Hoy yo las he encontrado, las he comprendido. Sólo he necesitado buscarme en mi interior, allí donde nunca me he atrevido a mirar por no enfrentarme conmigo mismo. Hay gente que sufre, que pide mi ayuda y yo seré su voz o sus manos, denunciaré la verdadera injusticia. Te invito, amigo. Ven conmigo, participemos en la construcción de una sociedad más humana, solidaria.
El sentido de la vida está en el servicio a los demás. Lo sabes, ¿verdad?
 
            Un joven como tú (3º de BUP)
 
Para seguir dando vueltas al asunto
 

  1. Leer esta carta, tomada de laAgenda Amor de Dios 1998-1999. Resumir y estructurar los sentimientos de este joven. Ver las causas que le hacen cambiar.
  2. Leerla desde cada uno: ¿Qué refleja también de cada uno de nosotros?
  3. Contestarle con otra carta: expresar dudas, temores, dificultades… y compromiso personales.
  4. Escribir otra carta personal «sobre lo que ha sido mi vida hasta ahora». Poner en común estas cartas y sacar conclusiones.
  5. ¿Cuáles de esas cartas merecían ser publicadas en laAgendapara todos los compañeros?  O envíanosla a la dirección de esta revista.

 
 
            Querido amigo:
 
Yo creo que plantearse el sentido de la vida ahora no es meditar durante un rato sobre la que sería una utopía de la vida, sobre el sentido que tú le quieres dar a tu vida. Yo creo que es algo más: es pensar lo que tú estás haciendo en esta vida para darle sentido, y eso es muy difícil. Primero porque es una cosa que no solemos hacer, ya que vivimos la vida como una rutina y ni nosotros mismos sabemos por qué hacemos así cuanto hacemos.
Lo que sí es cierto es que esta vida no tiene sentido desde el egoísmo, pensando que tú estás aquí sólo para intentar conseguir unas metas que, a veces, te las impones tú o bien la sociedad, para sentirte feliz únicamente tú.
Esta vida tiene sentido si lo que tienes lo compartes con los demás y les ayudas a ser felices, mirando el lado positivo de las cosas. Yo me siento afortunada porque creo que tengo mucho que compartir y que aprender de los demás —aunque muchas veces no lo hago—, porque no pienso que esta vida pueda tener un sentido distinto al que diariamente —y sin pensarlo— le doy de forma egoísta.
 
ITZÍAR SARASOLA
 
            Querido amigo:
 
El otro día iba a leer tu carta en el metro. Esperé que alguien se levantara de su asiento y me senté allí. ¡Qué satisfacción! —pensé—. Estaba cansadísimo. Por fin leí tu carta, publicada en Misión Joven. Una vez terminé, me quedé mirando fijamente al suelo, reflexionando; y empecé a hacerme preguntas, como te las hiciste tú. Me di cuenta de que jamás había hecho lo que estaba haciendo. Vi cómo un mendigo tenía más problemas de los que tengo yo, y seguro que más serios y complicados. Sabía que pocas personas le iban a ayudar. Él enseñaba el carné como por obligación, como si se lo pidieras. En aquel preciso momento, a través de su mirada triste, me estaba enseñando cómo le trataba la vida.
Yo nunca he dado nada, he sido muy egoísta y poco solidario. Siempre me he escondido detrás del periódico o del libro que estaba leyendo. He comprobado problemas, como el que vivía ese mendigo, pero no he llegado a comprenderlos porque, al igual que tú, no he entendido los míos. Medité antes de llegar a la estación de destino. Nunca había pensado tanto sobre el sentido de mi vida.
Cada día que he ido en el metro a mi casa he pensado más y más. Han sido muchas tardes, durante veinte o veinticinco minutos todos los días, en los que he pensado en el sentido de mi vida y me he dado cuenta —como tú, amigo— de que somos importantes para la sociedad y que debemos escuchar.
Plantéate tú el sentido… si estuvieses en el lugar de ese mendigo o en el lugar del enfermo o del drogadicto que está en tratamiento, y luego dime qué sentido tiene la vida para ti.
Amigo, es cierto cuanto decías: el sentido de la vida está en el servicio a los demás. Ahora lo he comprendido.
 
JUAN MIGUEL MÉNDEZ
 
            Querido amigo:
 
Te escribo esta carta para contarte cuál es el sentido de mi vida. La verdad es que no me lo había planteado tan seriamente hasta hoy. Me he puesto a pensar, y lo primero que me ha venido a la cabeza es que yo no he elegido ni cómo ni dónde vivir, ni siquiera he elegido vivir. Por eso creo que lo que he de hacer es dar las gracias a Dios por todas las ventajas y comodidades con las que vivo. […]
Al igual que tú, me gustaría dedicarme a ayudar a los demás, ya que soy un tanto egoísta y sólo pienso en mí, creyendo que mis problemas son los más importantes. Y me gustaría que la finalidad de mi vida se orientara hacia los demás. Daría lo que fuera por hacer que el mundo fuese mejor, sin guerras, hambre, racismo…
Sé que es casi imposible, pero me gustaría colaborar e intentarlo. La verdad es que nunca he adquirido ningún gran compromiso. El único fue hace dos años, cuando todos los de mi clase apadrinamos a un niño y nos comprometimos a abonar mensualmente una mínima cantidad de dinero. Ni siquiera en esa ocasión fuimos capaces de ser responsables, porque o se nos olvidaba el dinero o, si teníamos que escribir alguna carta al niño, no lo hacíamos. Y yo me digo: si no soy capaz ni de comprometerme en lo más simple, como es aportar dinero para que un niño pueda estudiar, ¿de qué soy capaz?
Pensado desde este punto de vista, mi vida no tiene sentido; quizá sea por la edad, pero… ¿seré capaz de encontrar el sentido de mi vida algún día? No lo sé, espero que sí, aunque será el tiempo quien lo dirá.
 
SARA MARTÍN
 
 
            Querido amigo:
 
Después de leer tu carta y pensar durante un rato he llegado a la conclusión de que el sentido de la vida está en el servicio a los demás.
Parece que es lo mismo que tú dices en la carta, pero te voy a explicar lo que quiero decir yo. El servicio a los demás es muy importante porque hay mucha gente que pasa por problemas que, quizá por sí solos, no puede solucionar, pero con la ayuda de otros puede salir adelante.
Pero hay más, y aquí es donde saco mis conclusiones: detrás de ese servicio a los demás hay un servicio a uno mismo. Este servicio es el que te impulsa a cuidarte, a cumplir tus obligaciones y deberes, a mejorar como persona, a hacer el bien, a respetar a los demás. También puede entenderse como las ganas de vivir.
En definitiva, yo creo que ese servicio a uno mismo es el que te lleva a servir a los demás.
JAVIER NICOLÁS GARCÍA
 
 
            Querido amigo:
 
Como tú, soy un chaval de 3º de BUP que, después de leer tu carta, me he parado a reflexionar sobre lo que ha sido mi vida hasta el día de hoy. Con ello me he hecho preguntas como: ¿Ha sido la vida injusta conmigo en algunas ocasiones? ¿Me he encontrado en situaciones insalvables? ¿Cómo me han respondido los demás? ¿Y yo a ellos?
Considero que he tenido una vida demasiado fácil. Me paro a pensarlo y me doy cuenta de que, a veces, me enfado por situaciones sin trascendencia. En ocasiones, creo encontrarme en un momento difícil, por no decir imposible de superar, momentos en los que creo tener un castigo, pero más tarde pienso en los países subdesarrollados, paupérrimos y sumidos bajo todo tipo de desgracias humanas y naturales, y es cuando me doy cuenta de que me quejo de vicio. No pensamos en lo mal que lo están pasando esas personas que se encuentran en peores condiciones que nosotros. Al contrario, seguimos encerrados en un fuerte egoísmo. Yo, por ejemplo, exijo cada vez más y me olvido de lo que es el sufrimiento. […]
Vivimos en un mundo sumido en el egoísmo y deberíamos plantearnos qué es lo que tenemos y qué es lo que les falta a los más necesitados. […].
 
ÁNGEL JESÚS GARCÍA-GASCO
 
 
            Querido amigo:
 
Respondiendo a tu anterior carta, yo también he decidido sentarme a reflexionar… ¿Qué pasa con la realidad? Difícil pregunta. Lo que ocurre es que, después de haber soñado, te despiertas y te das cuenta de que sólo has vivido en un mundo de sombras y que lo que ahora ves te ciega y te asombra. La realidad es muy cruda. El mundo y la sociedad tienden a relajarse y a cultivar el defecto más que la virtud; a vivir de placeres venéreos y aparentes. Ves también la injusta línea que divide los países ricos y los pobres.
Y entonces te llenas de lágrimas, te ves insignificante, nada te llena, estás vacío; te sientes solo, pero no lo estás. Tal vez no te hayas preguntado nunca si puedes escuchar a Dios. Mira al cielo y mira a Cristo clavado en su cruz; no se queja, carga con todos los pecados y sigue adelante. Coge tu cruz, clava en ella tu realidad y sigue adelante. Al menos, tendrás la suerte de empezar a entender.
¿Qué pasa con la gente que sufre y yo me he negado a escuchar? Ahora, cuando empiezas a contemplar a Dios, lo ves más claro. Él sufre, pero tú no le escuchas. «Lo que haces con uno de estos sus pequeños, sus hijos, lo haces con Él». Antes eras tú el primero en todo, aplastando al prójimo. Ahora sabes que los últimos serán los primeros, que el que se humilla será enaltecido y el que se enaltece será humillado. Y vuelves a mirarte, y otra vez te ves subido en un vano pedestal, cuyas columnas no son más que defectos y orgullos…
 
¿Acaso mi dolor o mi llanto por no conseguir lo que anhelaba era más poderoso que el del niño que lloraba por la muerte de su madre? Un llanto que significa dolor, un dolor que significa ansia de lo material; y un dolor en vano, tal vez por no poder conseguir un placer más. Pero, ¿qué más daba? Estabas tan ciego que no sentías ningún tipo de aflicción por los que a tu alrededor lloran de verdadera pena. […]
¿Para qué vivir si no hay sentido, si me voy a morir y voy a desaparecer? ¡Qué triste vivir así! Sin un ideal de verdad. Ahora eres tú quien le busca a Él, quien quiere ver otra vez su imagen para dar consistencia a la vida. Ahora que has visto, guía tú al ciego a la luz y sirve a Dios siendo instrumento de su amor, que… «¡bien sabes tú ahora dónde está la fuente de donde mana la luz y la vida, aunque sea de noche».
 
LUIS APARICIO DE SANTIAGO[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]