Esther Escoda
Profesora Titular de la Universidad de Valencia
Me presento
Trabajo en la Universidad desde hace veinticinco años y estoy a gusto con las actividades que realizo en ella. Noto el peso de la edad, como todas las personas en general, que compenso con dedicación y unas buenas habilidades sociales adquiridas con el tiempo. También noto el calor humano de los y las estudiantes y de los compañeros y compañeras. Todo esto constituye un estado general satisfactorio incluso en ocasiones muy satisfactorio, que agradezco a la vida…
A nivel espiritual me autodefino, quizás suena un poco rancio pero me sirve, como creyente y practicante. Creyente porque creo en un Dios que me ha mostrado un camino que me convence, y practicante porque sigo las directrices propias de su doctrina. Soy una aprendiz, de todo esto, como decía también un amigo, pero ahí estoy.
La excelencia universitaria y la fe
No voy a negar que un espacio de trabajo, donde prima lo científico y racional, no parece, a priori, el más indicado para intercambiar vivencias de fe. De hecho, cuando mostramos nuestro lado más científico lo alejamos, consciente o inconscientemente, de cualquier aspecto relacionado con lo emocional y lo espiritual. Nos cuesta reconocer que hay otros lenguajes más allá de las palabras que expresan muchas de las cosas que queremos decir que hablan de nosotros, que le dan cualidad a aquello que expresamos. A propósito recuerdo a una profesora argentina, invitada a impartir una conferencia en nuestra Facultad, que en la intimidad de la comida me dijo algo que no he olvidado: “Ustedes con el tiempo no recordarán nada de lo que yo les diga, únicamente recordaran cómo actué, cómo me comporté”. Me pareció exagerado pero confieso que así ha sido.
Aquella experiencia, y otras que se han ido sumando, me han convencido de la necesidad de expresar lo máximo de mí misma en cada actuación que realizo, también en la Universidad. No podría concebir mi vida sin mi dimensión emocional y espiritual, y en mi caso, cristiana. Mi trabajo implica unas actitudes que van desde la responsabilidad en las tareas a realizar hasta las relaciones entre unos y otros, pasando por la implicación en temas solidarios y acabando con denuncias que también las ha habido.
Quisiera resaltar uno de los aspectos mencionados: el de la solidaridad. Me enorgullece decir que algunos profesores, profesoras y estudiantes, iniciamos hace cuatro años un grupo solidario en el Campus de nuestra Facultad. Nació con la finalidad de sensibilizarnos, y sensibilizar a la comunidad universitaria, sobre temas que nos preocupan como la pobreza, la inmigración, el voluntariado, la interculturalidad. Cada uno/a de nosotros tiene sus propias razones para estar en el grupo. Las mías tienen mucho de compromiso cristiano, que indudablemente me lleva al compromiso humano.
¿Donde acabo como persona y empiezo como cristiana? No puedo hacer esta distinción, no existe. Es parecido a querer explicar a los/as estudiantes dónde acaban como sujetos y empiezan como profesionales; tampoco existe, unas veces se percibe más una cosa que otra, pero todo está integrado
Sin embargo cuando se habla de la excelencia en la universidad, se refiere habitualmente a la realización de más o menos acciones que tengan cuantificación: más títulos, más publicaciones, más cargos. Todo esto es necesario, pero el sentido común, que lo suele dar el pueblo llano, valora, cada vez más, otros aspectos en las personas, como el saber trabajar en equipo, tener cualidades para integrarse en una organización, saber empatizar con los demás, saber cooperar, saber resolver adecuadamente los conflictos. Todo ello ha obligado a realizar cambios que integren estos aspectos en la currícula académica universitaria. Cambios que pretenden reforzar dimensiones de la persona para que a parte de hacer, sea. Dicen las estadísticas que los que “sean más” tendrán más posibilidades en el mercado de trabajo. De manera que no es baladí todo esto. Creo sinceramente que la perspectiva espiritual hace aportaciones en este sentido.
Las creencias están pero no se muestran
Creo que mi condición de creyente puede ser perceptible para las personas que tienen vivencias parecidas a las mías, si no es así sospecho que tendrán dudas, o simplemente ni se lo cuestionarán. En general, desconocemos en nuestros ámbitos de trabajo, al menos en el mío, cosas importantes de nuestras vidas como puede ser si estamos a gusto cómo vivimos, cuáles son nuestras aficiones favoritas, qué libros leemos, si tenemos alguna enfermedad dolorosa, también qué religión profesamos. Todas estas cosas, y otras de la misma naturaleza, las hemos relegado, con el beneplácito de la mayoría, al ámbito privado.
Confieso que, aunque actúo con naturalidad, no he encontrado necesario, o no he visto adecuado, mostrar abiertamente mi dimensión cristiana en la Universidad. No sé si es por la visión a la que hacía alusión al inicio, de una cierta incompatibilidad entre ciencia y fe, o simplemente por una especie de pudor ante el adoctrinamiento que significa ser creyente, especialmente para los más escépticos.
Sí puedo afirmar que cuando por circunstancias he comentado con algún compañero o compañera mi condición de creyente cristiana, y lo que ello me conlleva, he encontrado un eco muy positivo, rayando la admiración, que me lo ha reforzado.
Tampoco quiero ocultar que, en ocasiones, me he visto a mí misma haciendo malabares por esta especie de tendencia a no nombrar a las cosas religiosas por su nombre. Pongo el ejemplo de un pequeño fragmento de conversación con una compañera profesora , a la vuelta de las vacaciones de Semana Santa::
-Dónde has pasado estos días de vacaciones (en días de Semana Santa y
dirigiéndose a mí)
-No hemos salido de Valencia, siempre solemos estar aquí en estas fechas
-Nosotros también
-Hay mucha faena…
-Exacto, estos días son muy especiales
-Sobre todo para algunas personas……
-Yo no lo cambiaría
-No, yo tampoco
(por la manera de hablar ya va estando claro a dónde se ha ido estos días)
-Es una responsabilidad que tenemos
-Pues sí…yo también pienso así…
Bien mirado es un poco ridícula esta conversación, pero confieso que ha existido, incluso que puede ser bastante habitual, en el ambiente que estoy describiendo. Sin negar todo lo anterior podríamos decir que el dar por sobreentendidas este tipo de cosas sin mencionarlas representa una cierta negación y ocultación del hecho religioso que, aunque no impide que cada uno/a tenga sus vivencias, puede privar compartir con otros experiencias que podrían enriquecer. Todo esto me lleva a deducir que: la dimensión espiritual no se verbaliza en todos los ámbitos donde nos movemos , que se guarda, a veces se oculta, para vivirla en familia, con amigos afines, en el grupo de fe. Podríamos sopesar si esta situación puede impedir que se desarrolle y se propague.
Vividas así las cosas, también digo, que es muy gratificante cuando por casualidad, habitualmente suele ser por causalidad, en la fotocopiadora a partir de unos textos muy específicos, en la cafetería hablando sobre el propio posicionamiento de algún tema religioso de actualidad, o en una charla informal… te encuentras con personas que comparten tus mismas creencias Este reconocimiento produce verdadera satisfacción, a veces incluso sorprende.
Despegándome de la Universidad, y haciendo una reflexión más general, me pregunto ¿por qué suceden así las cosas?. ¿Por qué se vive así el hecho religioso? Y creo que en el caso de la fe cristiana, aún sin saber a ciencia cierta la respuesta, pienso que puede tener que ver con lo siguiente: por una parte no se tiene costumbre de expresar sentimientos y emociones, y el hecho religioso tiene mucho de esto. También porque con frecuencia la vivencia espiritual suele ser considerada como una especie de aborregamiento más propio de personas sin cultura o fanáticas. Por otra parte pertenecer a una religión concreta se identifica con todo cosas accidentales que llaman la atención o que no son positivas, o incluso que son negativas. Por último creo también que, en general, los y las creyentes, no tenemos demasiados argumentos para rebatir o para comentar temas y aspectos religiosos: nos hemos quedado, en general, con más o menos sentimiento religioso, pero con falta de datos y conocimientos de los acontecimientos que la definen; y ante la idea de quedar como un iluminado/a se opta por callar.
También hay otros acontecimientos de carácter general que no ayudan al hecho religioso, podríamos destacar: los valores poco favorables al mensaje cristiano que nos ofrece el contexto en el que vivimos, y la dificultad de la Iglesia por integrar los acelerados cambios sociales actuales, ofreciendo, a mi parecer, una imagen algo anticuada y poco encarnada… confieso que no es fácil.
Lo que de verdad me ayuda a ser persona creyente
Tengo una gran familia que me ayuda en el día a día. Con ellos comparto todas las vivencias, también las de fe. Decidimos entre todos qué hacer en muchos ámbitos de la vida. Les quiero y admiro, creo que son muy fieles y comprensivos conmigo. Tengo una parroquia viva con actividades que me mueven y propulsan a la acción solidaria, y también tengo un grupo de fe: mi grupo de fe, ¡le debo tanto de lo que soy como cristiana!. Él consigue que cada semana, desde hace ya muchas, abandone mi cómodo sofá, a las 10 de la noche, y me encamine hacia nuestro espacio de oración y reflexión.
Afirmo que una de las cosas que está a nuestro alcance, y que puede hacer una gran aportación en el contexto en que vivimos, es suscitar la creación de grupos de fe: crear grupos, mantenerlos, aportar información, formación, y suscitar el debate. Todo ello podría colaborar a extender el cristianismo y a reforzar a los creyentes.
Digo con tranquilidad que mi ciclo vital actual me ayuda a ser cada vez más lo que soy en realidad, me preocupa menos el que me quieran los demás y estoy bastante ocupada en quererme yo misma que en mi caso se traduce en ser lo más coherente posible y hacer concordar al máximo lo que soy con lo que hago, guste más o guste menos, lo asumo.
Para finalizar decir que soy una persona, corriente, del montón, me gusta serlo, pero también creo que la vida me ha regalado muchas cosas importantes. Ahí me siento un poco privilegiada. Sin duda una de ellas es poder gozar de mi experiencia de vivir mi fe cristiana en familia, en parroquia y en grupo, y no tengo dudas de que este halo, es decir, el enriquecimiento que me producen, se percibe, de una u otra manera, también en mi lugar de trabajo, la Universidad.
Esther Escoda Porqueres