El voluntariado como proceso educativo

1 enero 2001

[vc_row][vc_column][vc_column_text]PIE AUTOR
Luis A. Aranguren Gonzalo es el Coordinador del Programa de Voluntariado de Cáritas Española.
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
La necesidad de vincular el voluntariado a procesos educativos es una de las exigencias más sentidas dentro y fuera del mundo de los voluntarios. Éste es el tema que aborda el artículo, proponiendo un itinerario concreto, cuyo punto de partida lo constituye la persona del voluntario o voluntaria, postulando no tanto un punto cuanto un «horizonte de llegada» donde descubrir y potenciar «redes de solidaridad». El autor se detiene, además, en la definición de las opciones de fondo y los momentos de dicho itinerario educativo.
 
 
 
 
El tiempo teje despacio
RIGOBERTA MENCHÚ
 
Si existe un amplio consenso en el mundo del voluntariado de acción social, tal vez encontremos el de mayor calado en aquel que remite a la necesaria formación de los voluntarios para que puedan enfrentarse con calidad y altura de miras a los vaivenes de la acción solidaria. Así, hablamos de que «con la buena voluntad no basta, hay que formarse». Ahora bien, como educadores, no sólo hemos de reflexionar sobre los cambios que hemos de introducir en los contenidos y metodologías de nuestra formación, sino que hemos de estar atentos a los cambios que afectan a los mismos sujetos voluntarios. En efecto, desde mi punto de vista, deberíamos estar atentos al perfil del voluntario, y más si éste es joven, que llega a nuestras organizaciones. Así, podemos hablar de que:
 
¡ Hemos pasado de un sujeto comprometido, que  sabía lo que quería, a un voluntario que se inclina a satisfacer sus necesidades personales de sentirse bien, hacer cosas útiles o rellenar su tiempo libre.
¡ Hemos pasado de un sujeto que vivía su compromiso desde una referencia de valores compartido en un grupo, en una comunidad, a un voluntario que viene sin anclajes referenciales, y que incluso diversifica su pertenencia simultaneándola con otros voluntariados.
¡ Hemos pasado de un sujeto utópico, cargado de futuro, a un voluntario que se aferra al presente y al valor de lo concreto, aunque sea pequeño.
 
Evidentemente, esta tendencia no es generalizable a todos los casos, pero si hemos de ser sinceros, el voluntario aguerrido, comprometido hasta las cejas, a tiempo pleno, eternamente disponible, intrépido y audaz,… de esos ya quedan pocos.  Este hecho nos debe hacer reflexionar sobre la raigambre educativa que impulsamos en los diferentes voluntariados entre jóvenes.

  1. Los acentos educativos

 
Con frecuencia, al abordar la cuestión de la formación de los voluntarios, el discurso se desliza por la clasificación en diferentes modelos formativos, como si fueran excluyentes entre sí.  Por mi parte, entiendo que debemos abordar este asunto desde los distintos, y acaso complementarios, acentos que se puedan poner en marcha en el trabajo educativo con los voluntarios.
 
En un primer caso, podemos poner el acento en los contenidos que hemos de transmitir a los voluntarios. Importa que el voluntario sepa que es eso de ser voluntario, como se entiende el voluntariado en nuestra entidad, cuáles son los principios de la acción social, qué tipo de análisis de la realidad presentamos. Se trata de que el voluntario aprenda una serie de conocimientos que le hemos enseñado en el ámbito de lo que, de una manera coloquial, se denomina espacio de formación básica o inicial.  Esta formación acontece fundamentalmente en unas sesiones formativas  en las que unas personas cualificadas imparten formación a unos voluntarios, destinatarios de esa formación. La palabra clave en este acento es la identificación del voluntario con su entidad, con el ser del voluntario y con la realidad social en la que va a trabajar.
 
En segundo lugar, podemos poner el acento en la necesidad de lograr resultados prácticos, en tanto que lo realmente importante es que la acción voluntaria se haga con calidad, y para ello hay que estar preparado con el fin de responder  bien a las diferentes situaciones que plantea un enfermo terminal, o un toxicómano en pleno «mono», o una persona sin hogar que llega bebida al albergue, o una mujer prostituida al que el «chulo» le pisa los talones, o un inmigrante que viene con lo puesto. Sin duda, la acción voluntaria ha de alimentarse de destrezas que tienen que ver con la buena relación de ayuda, con habilidades sociales, con la interiorización del sentido educativo en la acción social. En este caso se acentúa la llamada formación específica que de nuevo se remite a unas sesiones formativas, donde expertos cualificados en cada uno de los colectivos con los que se trabaja, imparten «su» curso específico. Lo que aquí importa es que el voluntario se capacite, sea capaz de enfrentarse con recursos técnicos suficientes a la problemática con la que se va a encontrar.
 
Pero en el trabajo educativo con los voluntarios podemos poner el acento en el hecho de desarrollar con y desde ellos procesos personales y grupales que facilitan tanto el crecimiento personal y grupal, como asimismo incidir en la necesaria transformación social. Ante la  nueva realidad del voluntariado, no basta con formar en contenidos y en habilidades sociales, sino que hemos de impulsar un proceso de crecimiento y de transformación del voluntario y su entorno, de manera que rescatemos el valor del proceso educativo como un ámbito de trabajo más amplio que el espacio de la formación formal. El proceso educativo se interesa por la formación básica o específica, pero no descuida el acompañamiento personalizado o el valor educativo de la acción. La clave de este acento la situamos en la tensión por integrar momentos y elementos distintos pero complementarios: integrar formación formal e informal, formación individual y grupal, de voluntarios y de contratados, al mismo tiempo. En síntesis, podemos distinguir estos tres acentos a través del siguiente esquema[1].
 

EN EL TRABAJO CON LOS VOLUNTARIOS PODEMOS PONER…

El acento en: Con el horizonte de: Como objetivo: Primera preocupación:
 
CONTENIDOS
Transmitir conocimientos.
Ä IDENTIFICACIÓN
Que el voluntario APRENDA ¡ Elaborar una lista de temas.
¡ Importa dar información
¡ Desde lo que tienen que escuchar.
 
RESULTADOS PRÁCTICOS
Cambiar su conducta, destrezas y habilidades.
Ä CAPACITACIÓN
Que el voluntario SEPA HACER,
sea competente
¡ Qué tiene que saber hacer el voluntario
¡ Mucha importancia a las técnicas
 
PROCESOS
PERSONALES Y GRUPALES
 
Facilitar el crecimiento personal y grupal y la transformación social.
Ä INTEGRACIÓN
 
Que el voluntario PIENSE
Y CAMBIE SU
REALIDAD
¡ Cómo podemos aunar crecimiento y transformación.
¡ Cómo integramos conocimientos, información y técnicas en el marco del proceso del voluntario en su grupo.

 
 

  1. El itinerario del voluntariado, como propuesta de fondo[2]

 
Ningún itinerario educativo es neutral. O lo que es lo mismo: todo itinerario encierra una intención que expresa con mayor o menor nitidez. En este caso, soy de la opinión de que el voluntariado de acción social precisa dotarse de un itinerario global, que tiene un marcado carácter educativo ya que partimos de la base de que las personas voluntarias, a partir de su acción, se introducen en un proceso de aprendizaje que hemos de explicitar y poner nombre.
 
El término itinerario proviene del latín, iter, que significa «camino». Pero no sólo describe una trayectoria, sino que también hace mención de la dirección que lleva y de los lugares, accidentes, paradas y vericuetos que se encuentran en ese camino. En nuestro caso, se trata de un camino educativo que realizamos con las personas voluntarias. Y es en el seno de cada organización sociovoluntaria donde han de marcarse las líneas básicas de este proceso educativo. En él han de participar los voluntarios, pero en este caso entiendo que quien debe tener las ideas claras al respecto son las personas responsables de la formación y el acompañamiento de los voluntarios. Lo que caracteriza a cada itinerario es su punto de partida, su punto de llegada y las opciones de fondo antropológicas, pedagógicas y políticas que lo acompañan[3]. Vayamos por partes.
 
 
        2.1. Punto de partida
 
Nuestro punto de partida es la persona del voluntario, en su situación vital, con sus motivaciones iniciales, con su escasa o abundante experiencia previa, con sus miedos y temores, con sus idealismos y sus prisas, con su ignorancia y con su sabiduría. No son las tareas, las urgencias, los proyectos y todo lo que queda por hacer quienes marcan la acción voluntaria. Con demasiada frecuencia y en nombre de causas muy dignas hemos pasado por encima de la persona del voluntario y de su circunstancia, tratándola más como una prolongación de la tarea, es decir, como  un medio con el que conseguimos nuestros nobles fines, y no como una realidad valiosa en sí misma, portadora de una eminente dignidad, la de ser persona.
 
El punto de partida del itinerario del voluntariado ha de ser la persona, en su doble condición de ciudadano y de itinerante. Como persona, al voluntario le asiste el derecho a participar en los asuntos que le afectan por el mero hecho de ser persona que vive en sociedad con otros y en tanto que le duele el sufrimiento y la injusticia que padecen otras personas y otros pueblos. Al mismo tiempo, hablamos de persona en su condición de itinerante, de ser inacabado —como insiste Freire—, de realidad susceptible de crecer dinámicamente, esto es, de ir dando un poco más de sí en actitudes, en capacidades, en disposición. Crecer es activar la capacidad de cambiar y modificar conductas, comportamientos, motivaciones y modos de actuar.
 
 
        2.2. Horizonte de llegada
 
En este itinerario no podemos hablar de punto de llegada. Nuestro imaginario no es una carrera de obstáculos, sino un camino que en sí mismo es transición vital para quien lo pisa. No existe una llegada concebida como el hecho de que el voluntario se perpetúe en la organización. Es decir, el voluntariado representa una opción de entrega, trabajo y colaboración que ni es a tiempo pleno ni es de por vida. Esto es importante. Otra cosa será lo que el voluntariado aporta y remueve en la vida de cada cual, impulsando a tomar decisiones profesionales, familiares, económicas o de relaciones que vayan en la dirección de impulsar una cultura de la solidaridad crítica y creativa. Los estudios sociológicos nos muestran que el ciclo vital del asociado a una entidad de voluntariado sigue la siguiente secuencia cronológica: tras una dedicación alta en el periodo de la primera y segunda juventud, se produce una fuerte disminución en la implicación en la organización durante los últimos años de estudios universitarios, primeros trabajos, nuevas realidades familiares, desplazamientos por motivos laborales, etc. Con el final de la etapa laboral se observa un nuevo aumento en la implicación de los voluntarios en sus organizaciones.
 
Siendo, pues, realistas, no podemos hablar de un único punto de llegada para una realidad tan diversa, tan poco homogénea y, en ocasiones, tan dispersa. Acaso podamos atisbar un horizonte de llegada. Un horizonte que se despliega en la esfera de la persona, de los ambientes y de las estructuras. En primer lugar, el horizonte personal  se establece en la posibilidad de que el voluntario vaya integrando su acción voluntaria en su proyecto vital, de manera que no cultivemos la disociación existencial, sino todo lo contrario: expresado con otro lenguaje: hay que ocuparse más del compromiso personal con y en la sociedad que del «voluntariado», como si éste fuera el único cauce de acción comprometida. El voluntariado no es ningún absoluto; en la persona importa sobremanera su proyecto vital, hacia dónde dirige sus esfuerzos, ilusiones y opciones más importantes. En este sentido, el tiempo de voluntariado (sea éste de dos horas semanales, de dos años o de veinte) es un tiempo donde la persona descubre, estima y verifica una serie de valores humanizadores que tienen que ver con la consideración de la realidad absoluta de la persona, el vigor de la solidaridad, la necesidad de practicar un consumo responsable y austero, el sentido del encuentro interhumano, etc. Sería peligroso asociar el voluntariado con un cierto «papel» bonachón que uno realiza durante unas horas y que nada tiene que ver con el resto de las cosas y de la vida. Nuestro horizonte educativo, de este modo, instaura un proceso educativo que reclama puertas y ventanas abiertas, flexibles y dinámicas; busca relaciones  que interroguen, que cuestionen, que lejos de petrificarse en la estructura que los sustenta, sirvan para modelar ese proceso y adaptarlo a cada circunstancia.
 
En las tramas relacionales y ambientales, el horizonte de llegada se sitúa en el descubrimiento y potenciación de las redes de solidaridad,  ya sea entre los mismos voluntarios, entre las distintas organizaciones, entre los colectivos con los que se está trabajando, en los barrios, pueblos y proyectos en los que se encuentran. Esto significa que, por ejemplo, quien realiza su labor voluntaria entre toxicómanos de un barrio comprenda que su acción  ha de vincularse a un proyecto más integral de trabajo en el territorio, con otros agentes, otras organizaciones, sin aferrarse al pequeño mundo del proyecto concreto. De un modo más global, por tanto, el horizonte de llegada se sitúa en los pasos que personal y colectivamente el voluntariado va realizando en favor de una sociedad inclusiva y justa, con conciencia de la lentitud del cambio y de la dureza de los procesos.
 
En el contexto en el que escribo este artículo me importa destacar que, desde mi punto de vista, el horizonte de llegada de un itinerario educativo del voluntariado no es la incorporación de los voluntarios a la comunidad cristiana. El voluntariado no es un catecumenado, aunque sería muy conveniente que los catecúmenos se comprometieran en  labores de voluntariado. El voluntariado constituye un haber compartido por la acción colectiva que nos vincula a muchas gentes diversas, incluso en el seno de las organizaciones de voluntariado de Iglesia. No forcemos, una vez más, a la exclusividad, a la división entre «puros» e «impuros».
 
Por otra parte, cabría reflexionar este horizonte de llegada en términos de producto o de resultado final, tal como se hace en el mundo relacionado con la acción social en su conjunto. Todo proceso desemboca en unos resultados que, de un modo u otro, se pueden verificar. En el caso de los procesos educativos y, en particular, en el itinerario del voluntariado estimo -con Francisco Gutiérrez- que podemos hablar de productos de orden pedagógico cuando son el resultado permanente del proceso, de tal suerte que “proceso y productos están esencialmente relacionados»[4]; más aún: la dinamicidad, flexibilidad, amplitud de miras y armonía del proceso constituyen los primeros productos con que nos hemos de topar a través de un itinerario educativo como el que presentamos.
Desde el punto de vista pedagógico, los productos han de ser[5]:
 
¡ Tangibles: que puedan ser sentidos y tocados físicamente por los participantes. No son productos teóricos para acumular conocimientos, sino valores, relaciones, sentimientos y cosmovisiones que se van incorporando a la persona, en la medida en que ésta los interioriza sin falsas culpabilidades y con conciencia de ganancia.
 
¡ Interrelacionados: la dinámica del proceso genera nuevas visiones de la realidad, comportamientos y opciones que no están desconectados entre sí. Al contrario, la experiencia de compasión con el que sufre ha de acercar al voluntario a su entorno vital y familiar al tiempo que da pie a una más amplia comprensión del sufrimiento causado por dinámicas estructurales injustas y a una mayor participación en otros grupos sociales y/o políticos.
 
¡ Permanentes: Insistimos en que no hablamos de un producto final, sino de un producto que se verifica en la experiencia misma del proceso; por eso es un resultado gradual, que en cada momento va generando una serie de frutos. Hay resultados día a día: hoy percibo que se va modificando la motivación inicial centrada en mis problemas o carencias; en otro momento descubro el valor revolucionario y transformador del encuentro con este enfermo terminal; otro día tomo conciencia de la dimensión política y reivindicativa del voluntariado, a raíz de una movilización en favor de las personas sin hogar.
 
¡ Participativos. Los resultados no pueden ser fruto de la imposición de un líder ni de la exigencia de una junta directiva. La lógica del proceso educativo cuenta desde el comienzo con el diálogo entre el voluntario y su circunstancia, entre el voluntario y la organización, entre el voluntario con los compañeros voluntarios y/o contratados. La participación no es sólo la capacidad para expresar opiniones en una reunión, sino la posibilidad de ser el co-protagonista del proceso educativo en cuestión.
 
Estos criterios nos previenen igualmente acerca de nuestras prisas por contar con indicadores adecuados para evaluar ajustadamente el proceso educativo que estamos llevando a cabo. Quizá estamos muy polarizados ante indicadores exclusivamente cuantitativos, que miden la realidad a través de los números: el número de voluntarios incorporados, el número de cursos formativos realizados, el número de reuniones de equipo, el número de folletos repartidos. Por mi parte, coincido con Ernesto Sábato en el hecho de que la vida se hace en borrador, de modo que los números hay que tenerlos en cuenta, pero corremos el riesgo de pasar de largo ante lo verdaderamente importante: el crecimiento personal y comunitario, la construcción de una ciudadanía responsable y comprometida con su realidad o la sensibilización ante la realidad de injusticia que preside nuestro mundo. Y en estos procesos, el esbozo, el tanteo, el borrador cobran una relevancia capital.
 
 
        2.3. Opciones de fondo
 
El punto de partida y el horizonte de llegada constituyen dos referencias importantes del itinerario. La trayectoria del mismo será la apropiada si acertamos a diseñar una serie de opciones de fondo que le vertebren y dirijan. Importa, pues, articular una serie de opciones fundamentales acerca del voluntariado y de la misma organización, que hemos de explicitar.
Así las cosas, las opciones de fondo que se han de visibilizar en este itinerario educativo son:
 
El cuidado de la persona
Ha de primar la atención a la persona por encima de las tareas. Hablar en términos de cuidado personal no representa una rendición ideológica hacia la cultura emotivo-posmoderna, sino una exigencia de humanidad. Este cuidado implica fe en las posibilidades de cada cual, la certeza de que cada persona puede crecer hasta límites insospechados, y que es capaz de cultivar con nuevos aportes su veta solidaria.  Este principio conlleva la adopción de mecanismos pedagógicos y estructurales que den cuenta de esta atención lo más personalizada posible. Sentimos —con Freire—  que “el nuestro es un trabajo que se realiza con personas, jóvenes o adultas, pero con personas en permanente proceso de búsqueda. Personas que se están formando, cambiando, creciendo, reorientándose…”[6]
 
La prioridad de la acción
La acción es el referente donde se verifica y se valida el voluntariado, más allá de las palabras, las intenciones y la buena voluntad. Esto significa que los elementos formativos, tanto formales como informales, han de estar en conexión directa con la acción de los voluntarios. Será en la acción concreta y no en una reunión, donde el voluntario atraviese la prueba de la validez de su aportación. Pero ello significa que en el seno de las organizaciones sociovoluntarias ensanchemos el concepto de acción, que, en mi opinión, representa:
 
¡ La realización de la tarea concreta en la que el voluntario se ha comprometido (por ejemplo, la responsabilidad de realizar tareas de apoyo escolar en un proyecto con adolescentes en un barrio marginal).
¡ El significado que esa acción representa en la vida y crecimiento personal del voluntario (en no pocos casos, la acción voluntaria ha despertado en las personas voluntarias  iniciativas diversas de orden profesional, familiar o relacional).
¡ La acción, por último se entronca con el grado de transformación social que genera (en nuestro ejemplo  del aula de apoyo escolar  habrá que descubrir en qué medida esta acción, que no es sólo de este voluntario, sino de un proyecto colectivo, ha generado pequeñas transformaciones entre los adolescentes «condenados» al fracaso escolar, y ha posibilitado nuevas medidas de intervención en el seno de las familias, de los centros educativos, etc).
 
Así, pues, tarea concreta, significados personales y transformaciones sociales van de la mano cuando hablamos de la acción voluntaria.
 
¡ La relación
como elemento constitutivo del quehacer del voluntariado. Importa descubrir que buena parte de nuestra capacidad para transformar la realidad pasa por la creación de redes y vínculos humanos. “En la mayoría de los casos no consideramos el trabajo voluntario como un modo de cultivar relaciones duraderas con la gente a la que atendemos. Tratamos a estas personas como clientes casuales, extraños que entran  y salen de nuestras vidas  con suma rapidez”[7]. El encuentro transforma más de lo que imaginamos. Y ello requiere educar en el significado de las acciones y profundizar en la carga transformadora que genera el encuentro entre personas.
 
¡ La relevancia institucional
que estos procesos conllevan. De nada vale que una organización sociovoluntaria  apoye teóricamente un itinerario del voluntariado si, al mismo tiempo,  no pone en marcha medios, libera personas para acompañar estos procesos, y se plantea visones  a largo plazo en el mundo del voluntariado. Con demasiada frecuencia se tiene claro el proyecto a largo plazo con los colectivos afectados por la exclusión social, mientras que con el voluntariado se trabaja con mentalidad de «deprisa, deprisa», y en este trance la formación formal constituye el mejor catalizador que garantiza —en teoría— la tarea bien hecha. Sin embargo, entiendo que el voluntariado merece un trato de atención no de favor, sino de atención personalizada y justa. Por otro lado, y dadas las características del itinerario que aquí se propone, cada organización puede establecer sus prioridades, destacando unos u otros momentos de este proceso,  ya que no se trata de un itinerario lineal donde los momentos se han de dar de forma consecutiva.
 
¡ El tiempo educativo
No se nos oculta que todo lo anterior requiere tiempo, paciencia y sentido de la modestia. Llegamos a donde podamos llegar. Ello significa que deberemos trabajar siguiendo el criterio del poco a poco, de menos a más, y, todo ello, con buenas dosis de flexibilidad. En tiempos donde todos ponemos nuestros ojos en el microondas, el concepto de «tiempo educativo» corresponde al de la cocina de leña, donde los alimentos sólo adquieren sabor  cocinados a fuego lento. Para esta empresa, más que técnicos de la técnica formativa se precisan artistas que saboreen el arte educativo y afilen los sentidos y el pensamiento a esta suerte de conocimiento que se desarrolla sin las muletas de la receta de turno, si bien la destreza en ciertos conocimientos específicos siempre ayuda y en modo alguno hay que despreciarla.
 
 

  1. Momentos del itinerario

 
Hablamos de un itinerario que se desarrolla en forma de espiral, donde no hay un momento primero al que le sigue uno segundo, y así sucesivamente. Todos los momentos están entremezclados. Es un itinerario que se desarrolla en el seno de un campo de juego amplio y diverso, de manera que de un momento se puede saltar a otro. Es importante, por ejemplo, acoger al voluntario y que se instaure un  espacio de acogida a la persona que se ofrece a colaborar en una entidad  de voluntariado; pero ese momento se puede instaurar después de poner en marcha un dispositivo de acompañamiento a los voluntarios en su acción, o viceversa. En cualquier caso, este proceso, se vertebra a través de dos ejes que alimentan su desarrollo:
 
¡ La sensibilización
como la instauración del chip, marca de calidad del voluntario, a saber, la adopción de una actitud permanente de escucha, atención, análisis y mirada hacia una realidad sufriente e injusta que exige respuestas renovadas y compartidas. La sensibilización, entonces, conecta con la posibilidad de abrirnos a la realidad social, mirarla a la cara, ponerle nombre y dejarse afectar cordialmente por ella, en la esperanza de que nuestra aportación, con toda su modestia, impulsa semillas de transformación social. La sensibilización, entonces, no es aquello que exigimos a los voluntarios, sino que es aquello que los voluntarios han de notar y descubrir en los más «viejos de lugar», en los veteranos que impulsan los proyectos de acción concretos.
 
¡ El acompañamiento
como eje pedagógico que apuesta por el «¿cómo estás?» al «¿qué has hecho hoy?». Se acompaña a la persona toda, en la medida en que ésta se deja acompañar. Y se acompaña allí donde se desarrolla la acción voluntaria: en la calle, en el taller, en el albergue, en el piso de acogida, en el bar. Más que sobrecarga añadida, el acompañamiento conlleva una manera de estar y de ser con los voluntarios en tantos momentos que ya de por sí se comparten con ellos.  Según los distintos momentos de la acción que desarrolla el voluntario, el acompañante habrá de ser cuidador, vigía y oteador de vías de crecimiento personal y de apoyo para el cambio social.
 
A partir de estos dos ejes, tan sólo nos queda describir de modo breve, los momentos del itinerario educativo:
 
¡ Convocatoria
Más que «captar» voluntarios, lo que una organización sociovoluntaria debe plantearse es su capacidad y estilo de convocatoria. El voluntariado, más que un hacer es un quehacer, una forma de construirse y crecer como persona en tanto que construye un nuevo tipo de sociedad. Así, hemos de hablar de convocatoria en términos de invitación cordial y amable a incorporarse a un proceso de acción y de reflexión, que va más allá del ingreso en un proyecto de trabajo concreto.
 
¡ Acogida
         Más que un registro de entrada, la acogida se convierte en un ámbito de encuentro, de diálogo y de primer acompañamiento en la buena orientación al nuevo voluntario, que se ofrece y que llega con la más variopintas motivaciones; y se le acoge incondicionalmente para ayudarle a descubrir en qué proyecto y en qué tipo de acción puede dar más de sí, y se le acoge incondicionalmente para decirle que en ese momento, quizá la acción voluntaria no es el mejor camino para esa persona (recordemos los muchos casos de voluntarios que llegan con graves trastornos de salud mental y que el voluntariado no es en ese momento la mejor opción).
 
        ¡ Integración en la acción
         Más que a la «tarea» concreta, al voluntario hay que integrarle en la acción global de la entidad, en la mirada que realiza sobre la realidad; hay que vincularle a un proceso de acción-reflexión permanente y gradual. Hay que integrar al voluntario a una dinámica de trabajo en equipo donde juntos hacemos y juntos decidimos.
 
¡ Espacios formativos  formales
Desde mi punto de vista, el momento primero de formación básica o inicial del nuevo voluntario ha de venir tras un breve periodo de  experiencia en la acción, donde el voluntario ha podido explorar la realidad en la que le toca trabajar y ha explorado su propia realidad de fragilidad, miedos, carencias y posibilidades. En cualquier caso, un itinerario educativo como el que aquí se plantea, necesariamente trastoca los esquemas, contenidos y metodologías de los espacios formativos tradicionales: formación básica y formación específica.
 
¡ Presencia pública
Más que tareas paliativas, el itinerario educativo apuesta por una presencia pública del voluntariado en tanto que trata no sólo de se agente corrector de los desvaríos de un sistema económico y político injusto, sino que debe ser agente catalizador de nuevas realidades más justas y solidarias. Así, no es extraño que el voluntariado se manifieste a favor de la condonación de la deuda externa para los países del Sur, y sería muy interesante que el voluntariado que trabaja con inmigrantes se pronunciara respecto a la ley de extranjería, y que el que camina de la mano de la infancia diga en alta voz lo que piensa sobre el maltrato a los niños. Es decir, que el voluntariado ha de encontrar su vertiente movilizadora y provocativa en una sociedad marcada por la indiferencia y por la seguridad en términos de defensa ante el extraño.
 
Para llevar hacia delante todo este proceso educativo es importante descubrir la figura del animador del voluntariado, como agente que acompaña y dinamiza este proceso en unión con otros animadores-compañeros con los que configura una red de animadores de la entidad, del proyecto. Una red que se convierte en el observatorio permanente tanto del voluntariado con el que contamos como del proceso educativo que hemos instaurado. Una red que nos permitirá adaptar y concretar a nuestra escala humana los pasos y momentos de un itinerario educativo ambicioso, al tiempo que cercano. ¡
 

Luis A. Aranguren Gonzalo

estudios@misionjoven.org
 
 
 
 
[1] Esquema que nace del diálogo y trabajo compartidos con mi amigo y compañero Paco Aperador.
[2] Resumimos aquí lo ya expuesto con más detalle en L.A. ARANGUREN GONZALO, Cartografía del voluntariado, PPC, Madrid 2000, cap. 5.
[3] El desarrollo narrativo de este itinerario y las pautas metodológicas para su adaptación a las diferentes organizaciones de voluntariado las desarrollamos en Somos andando, Cáritas Española, Madrid 1999.
    [4] F. GUTIÉRREZ, Ecopedagogía y ciudadanía planetaria, ILPEC, Costa Rica 1996, 46.
    [5]Adapto los criterios que propone F. Gutiérrez en Ecopedagogía y ciudadanía planetaria, o.c., p. 33.
[6] P. FREIRE, Pedagogía de la autonomía, Siglo XXI, Madrid 1998, 137.
[7] R. WUTHNOW, Actos de compasión, Alianza, Madrid 1996, 375.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]