Luis Aranguren es Director de Publicaciones de PPC.
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
De una manera concreta, el artículo propone el voluntariado como lugar de encuentro entre ciudadanía y fe, intentando mostrar sus conexiones con la dimensión social de la persona, especialmente en lo que se refiere a ser generador de ciudadanía activa y a la consolidación del compromiso cristiano. Para ello, establece un sistema de relaciones entre voluntariado, ciudadanía y praxis cristiana, y entre ciudadanía y vivencia cristiana desde el compromiso voluntario.
A Salvador Pellicer, in memoriam
Uno de los fenómenos sociales que más interés ha despertado durante los últimos años ha sido el voluntariado, esto es, la decisión de no pocas personas por entregar parte de su tiempo y de su vida en beneficio de otros, de una manera organizada y en contextos no siempre fáciles; antes bien, el voluntariado transita en lugares donde la exclusión social y el desamparo callejean a sus anchas, encontrándose cada persona voluntaria cara a cara con el rostro del dolor, de la soledad y de la injusticia.
Para algunos el voluntariado es un anticuerpo que el propio sistema económico genera para paliar sus desajustes, mientras que para otros es la expresión de que aún existen ángeles de la guarda que aparecen como por arte de magia. En mi opinión, ninguna de las dos apreciaciones se ajusta a la realidad, una realidad ciertamente compleja sujeta a una variedad de formas y de modelos notable.
Lo que intentamos mostrar en el presente estudio son las conexiones que tiene el voluntariado con la dimensión social de cada persona; especialmente en lo que se refiere a ser generador de ciudadanía activa y en la consolidación de un compromiso cristiano efectivo. Si logramos situar el voluntariado para los jóvenes cristianos, o en proceso de búsqueda, en estos dos ámbitos (ciudadanía y compromiso cristiano) habremos conseguido romper ciertas barreras y desencuentros favoreciendo la presencia cristiana que expresa signos del Reino, en el seno de una sociedad plural y secularizada. En ese sentido, el voluntariado puede ser un magnífico lugar de encuentro entre ciudadanía y fe.
Para ello vamos a mostrar en primer lugar las conexiones entre voluntariado y ciudadanía; a continuación abordaremos la vinculación entre voluntariado y praxis creyente para en tercer lugar abordar la relación entre ciudadanía y vivencia cristiana desde el compromiso voluntario.
- Voluntariado y ciudadanía
Durante los últimos años se insiste en la llamada a la construcción de una ciudadanía activa: desde el ámbito educativo hasta el de la acción social pasando -cómo no- por todas las esferas de la política. Sabemos que las palabras a fuerza de repetirlas terminan por cansar, pero quizá si partimos de datos de nuestra realidad cotidiana podemos entendernos mejor.
– En un pueblo grande andaluz los vecinos se echan a la calle porque en su barrio se está construyendo un centro de Día para enfermos mentales y eso puede ser peligroso para la seguridad de las familias del barrio.
– La nueva cumbre política sobre alimentación en los países más pobres de la Tierra vuelve a ser un fracaso con declaraciones de intenciones y ausencia de acuerdos.
– Centros escolares del centro de Madrid cuentan con más del 80 % de alumnado proveniente de países del Sur.
Se trata de tres datos que hablan sin embargo de una realidad común: los mensajes alarmantes que muestran el miedo y la sospecha instalada frente a los que son diferentes, al tiempo que en el plano de los grandes ámbitos de decisión se adopta la táctica del avestruz, tapándose los ojos y permaneciendo ciegos ante la escalada de miseria de nuestro planeta. En todos estos casos nos encontramos en una situación de minoría de edad respecto a lo que sea ciudadanía.
1.1. La ciudad habitable
En efecto, la ciudad no es un lugar físico, es una construcción moral en la cual habitan los ciudadanos y se esfuerzan para que sea un lugar habitable. La persona, en su versión social se constituye en ciudadana y en ese tránsito intenta apropiarse de aquellas posibilidades que conducen a vivir bien juntos, y por tanto el punto de mira no radica en el bienestar personal sino en la buena salud social de la colectividad.
Pues bien, el voluntariado es un agente contracultural ante el actual estado de sociedad sin ciudadanía activa. Antes que alguien que hace una tarea encomiable durante unas horas a la semana con un colectivo determinado (inmigrantes, infancia, enfermos, personas sin hogar, etc.) la persona voluntaria a través de la organización con la que colabora es un agente de sensibilización de que las cosas pueden ser de otro modo. El voluntario interioriza el dolor y la soledad del otro y le conduce a vislumbrar un “juntos” en el que quepamos todos. Esta es la fuerza social del voluntariado: la de ser capaz de aglutinar voluntades para construir un proyecto colectivo desde un nosotros inclusivo, donde la diversidad, con ser un dato de la realidad fomente la creación de espacios comunes de encuentro.
Como agente de sensibilización el voluntariado pone la primera piedra de construcción de una ciudadanía donde personas y colectivos diferentes nos podamos mirar con confianza a los ojos. Desde este punto de vista, la pregunta que campea por nuestras calles y plazas poniendo la visita en el horizonte próximo es ¿podremos vivir juntos? La ciudadanía no genera problemas teóricos ni conceptuales; no se trata de pelearnos por este o aquel modelo de ciudadanía, como si fuera algo que pertenece a un orden ontológico. Más que ser, la ciudadanía nos conduce a modos de estar en la realidad. Es más bien una urgencia práctica que nos pregunta sobre la posibilidad de una convivencia real en un mismo territorio.[1] Y en ese dilema práctico el voluntariado acude desde su modesta praxis, que sabe de trenzar redes, provocar encuentros, facilitar relaciones y crear campos de juego donde interactúen gentes y organizaciones diversas. Desde ese trabajo cotidiano el voluntariado construye ciudadanía y realiza un proyecto de sociedad inclusivo.
Dicho de otro modo: hoy la ciudadanía se juega en la posibilidad de vivir juntos en un mismo espacio, en una misma ciudad. La polis no es la ciudad solo sino la ciudad habitada y habitable, y en ese sentido la ciudadanía abre la puerta a nuevos modos de vivir unos y otros, modos de convivencia pacífica.
1.2. Identidades en juego
En ese espacio común los diferentes voluntariados parten de identidades particulares que hunden sus raíces en experiencias religiosas, unos; en horizontes ecologistas, otros; en ideales ilustrados, algunos; y así hasta un amplio abanico de agrupaciones que cuentan con identidades propias bien marcadas. Pero la construcción de la ciudadanía activa no significa guerra de identidades; al contrario, es la puerta de acceso a un “poder trabajar juntos” bajo el paraguas de una misma actitud y praxis: lo que académicamente se denomina ética cívica, es decir, aquel conjunto de valores humanizadores en el que estamos de acuerdo unos y otros, con independencia de nuestros credos fontanales. Dicho de otra manera, cada credo fontanal, cada identidad particular ilumina y facilita la expresión de valores compartidos. ¿Podremos vivir juntos? Solo es afirmativa la respuesta cuando seamos capaces de articular proyectos compartidos en esta sociedad plural, donde la dignidad de la persona sea valor central respetado y defendido, la responsabilidad aflore como servicio y sentido de anticipación, donde la justicia social sea la expresión de la defensa de los últimos y más desprotegidos, exigiendo a los poderes públicos se hagan cargo igualmente de sus responsabilidades y obligaciones en relación con la protección de los derechos de todos.
La ciudadanía que construye el voluntariado, por tanto, nos aporta el regalo de la creación en la práctica de identidades realmente cosmopolitas, más allá de la noción de Estado, de nación, de patria o de pertenencia religiosa. La identidad cosmopolita comparte un nosotros inclusivo que se sostiene desde valores universales y que trascienden al territorio concreto[2]. Porque la territorialidad no es, sin más, una necesidad humana; es una disposición adquirida y transformable en el ámbito de cada cultura. Y el territorio en tantas ocasiones es símbolo de arma arrojadiza frente al extraño: un artefacto al servicio del poder y del control. De ahí que el voluntariado se enfrente a una tarea ardua donde debe desmitificar el pronombre “nosotros” utilizado bajo la forma exclusivamente posesiva y excluyente y poner empeño en crear –junto con otros movimientos, asociaciones y colectivos igualmente cosmopolitas- las bases cívicas de una nueva morada: el territorio habitado desde la capacidad de adaptación a una nueva vida en común donde todos quedamos recolocados.
1.3. Escuela de ciudadanía
De esa manera el voluntariado se constituye en una escuela de ciudadanía, en la que cada persona voluntaria aprende el ejercicio de ser ciudadana no tanto porque hace cosas, dedica unas horas más o menos sino porque está ejerciendo con conciencia y responsabilidad su derecho a participar en la mejora de su comunidad. Las horas de voluntariado para cada persona concreta son un tiempo significativo y de aprendizaje vital. En la acción concreta la persona voluntaria aprende actitudes, valores y pautas de actuación que salen de la esfera de sus horas de voluntariado para abrirse a otros espacios de participación ciudadana, para analizar más críticamente la realidad, para saborear y degustar esa misma realidad sin que venza el pesimismo, para tener opinión en relación con otros asuntos de la vida social, económica y política. Ahí se están gestando ciudadanos. Ahí se está gestando una nueva sociedad en la conciencia de que “cada sociedad produce a lo largo de la historia un sistema de creencias, valores, instituciones, obras, costumbres que pretenden resolver los problemas planteados por la relación con el entorno físico o social”[3]. Así, el voluntariado intenta modestamente organizar todo un modo de convivencia entre sus semejantes.
- Voluntariado y praxis creyente
En tiempos donde la condición de creyente se mide fundamentalmente en términos de ortodoxia, bueno es que el voluntariado sea expresión de una correcta ortopraxis cristiana.
Una dimensión esencial de la fe cristiana es la del servicio y compromiso hacia los demás, hacia los otros, que son el rostro de Dios en el aquí y el ahora que vivimos. La fe cristiana se expresa haciéndose historia; también existen otras expresiones de tipo celebrativo y kerigmático, pero esa versión hacia la diaconía entre los más desfavorecidos es una dimensión que no podemos olvidar.
Ciertamente en la praxis pastoral entre los jóvenes no prima actualmente el ardor hacia el compromiso social. De hecho, cuando no existía la palabra voluntariado muchas personas (al menos de mi generación) nos encontramos de bruces con el misterio de la fe cristiana comenzando nuestra andadura en campos de trabajo, alfabetizando en barrios marginales, acudiendo a los llamados “asilos” de ancianos, haciendo de la calle un campo de juego fructífero para descubrir y avivar la fe. Entonces interiorizamos con fuerza que creer es comprometerse. Y no se nos escapa que en esa dirección muchos compañeros de camino se quedaron en la cuneta de la decepción, el cansancio o el escaso cuidado que se tuvo con ellos.
Y sin embargo, algunas de las exageraciones del pasado no pueden dar la espalda a la exigencia de que el evangelio se ha de saber vivir también a la intemperie trabajando y actualizando aquellos signos del Reino que le visibilizan y le hacen creíble en nuestro mundo. Paz, justicia, amor, solidaridad y compasión son también formas de nombrar a Dios hoy en este cambio de época en el que nos encontramos. Y en ese sentido para no pocos creyentes de todas las edades el voluntariado está siendo una experiencia real de que la fe sin obras es una fe muerta.
Al fin y al cabo la persona voluntaria que es cristiana no forma parte de ningún colectivo organizado llamado “voluntariado cristiano”, puesto que lo cristiano no califica a ningún sustantivo. Y en modo alguno el voluntariado es lo sustancial; en todo caso lo sustantivo es ser cristiano, y la dimensión de compromiso de fe ciertos cristianos la expresan a través del voluntariado.
2.1. Hacer lo que hizo Jesús
¿Y qué es lo específico del creyente voluntario? Tratar de hacer y vivir lo que hizo y vivió Jesús. Para ello adopta las actitudes, la mirada y la capacidad de contemplación de la realidad que desarrolló el mismo Jesús.
“No componen una masa anónima. Tienen rostro, aunque casi siempre esté sucio y aparezca demacrado por la desnutrición y la miseria extrema. De ellos, muchos son mujeres; hay también niños huérfanos que viven a la sombra de alguna familia. La mayoría son vagabundos sin techo. No saben lo que es comer carne ni pan de trigo; se contentan con hacerse con algún mendrugo de pan negro de cebada o robar unas cebollas, unos higos o algún racimo de uvas. Se cubren con lo que pueden y casi siempre caminan descalzos. Es fácil reconocerlos. Entre ellos hay mendigos que van de pueblo en pueblo y ciegos o tullidos que piden limosna junto a los caminos o a la entrada de las aldeas. Hay también esclavos fugitivos de amos demasiado crueles, y campesinos escapados de sus acreedores. Entre las mujeres hay viudas que no han podido casarse de nuevo, esposas estériles repudiadas por sus maridos y no pocas prostitutas obligadas a ganarse el pan para sus hijos. Dentro de ese mundo de miseria, las mujeres son sin duda las más vulnerables e indefensas: pobres y, además, mujeres.
Rasgos comunes caracterizan a este sector oprimido. Todos ellos son víctimas de los abusos y atropellos de quienes tienen poder, dinero y tierras. Desposeídos de todo, viven en una situación de miseria de la que ya no podrán escapar. No pueden defenderse de los poderosos. En realidad no interesan a nadie. Son el «material sobrante del Imperio». Vidas sin futuro”[4].
Esta es la magnífica descripción que realiza José Antonio Pagola de la sociedad en la que vivió Jesús. Descripción que en general, por desgracia, se asemeja a la sociedad globalizada y dividida de nuestro tiempo. El voluntariado intenta mirar con la mirada compasiva de Jesús hacia los últimos de nuestro mundo. El voluntariado, desde esa mirada compasiva, cree y se adentra en la práctica de los signos del Reino, entendiendo que es una buena noticia en especial para los que sufren y son expulsados del banquete de la sociedad del bienestar. El voluntariado, aprendiendo de Jesús, cree que a Dios solo se le puede acoger construyendo un mundo que tenga como primera meta la dignidad de los últimos. El voluntariado, confiado en la buena praxis de Jesús, se adentra en la experiencia de sanación de los orillados en los márgenes y personas envueltas en redes de malestar a todos los niveles, para ofrecerles el calor del encuentro rehabilitador y sanador.
2.2. Son cosas concretas
El voluntariado, insistimos, no hace más que intentar actualizar en cada momento de su acción solidaria, aquella imagen de Jesús que narró a través de la parábola del Juicio Final (Mt, 25, 31-46) El criterio que marca Dios para discernir a los benditos de los malditos, a los seguidores de la causa del Reino de los habladores de la causa del Reino es precisamente un criterio de orden eminentemente práctico: unos han reaccionado con compasión ante los necesitados mientras que los otros han vivido indiferentes a su sufrimiento. Y esa compasión se expresa en múltiples gestos concretos. Como indica Pagola, al explicar este texto de Mateo:
“El rey habla de seis situaciones de necesidad, básicas y fundamentales. No son casos irreales, sino situaciones que todos conocen y que se dan en todos los pueblos de todos los tiempos. En todas partes hay hambrientos y sedientos; hay inmigrantes y desnudos; enfermos y encarcelados. No se dicen en el relato grandes palabras. No se habla de justicia y solidaridad, sino de comida, de ropa, de algo de beber, de un techo para resguardarse. No se habla tampoco de «amor», sino de cosas tan concretas como «dar», «acoger», «visitar», «acudir». Lo decisivo no es un amor teórico, sino la compasión que ayuda al necesitado”[5]
Al voluntario de a pie estas cosas no le suenan raras ni le sitúan en un posible fuera de juego; al contrario, es su campo juego, ahí donde se siente a gusto y en casa. Y no es algo que ha conquistado por vanidad o deseo de poder sino porque en esa praxis han reconocido un nuevo y liberador modo de relación con Dios. La persona voluntaria que desde su fe se adentra en las entrañas de la solidaridad con los más desfavorecidos entiende que el camino que le conduce a Dios no pasa primordialmente por la religión entendida como culto o confesión de fe sino por la compasión hacia los hermanos más pequeños. Precisamente esa es la gran revolución religiosa llevada a cabo por Jesús: situar el seguimiento hacia su persona, su mensaje y su propuesta de felicidad en una vía de acceso distinta al de los cauces tradicionales marcados por la ley y el culto, la vía de la compasión hacia el necesitado: y esta es la apuesta sincera de los cristianos voluntarios.
Al mismo tiempo el voluntariado realiza este tipo de acción desde la absoluta conciencia de gratuidad, que no es aquella de la que hablan las leyes del voluntariado. En éstas, la gratuidad consiste en no recibir dinero a cambio de la acción voluntaria y que tampoco esa actividad reporte gastos para los voluntarios. En el caso del creyente voluntario, la gratuidad descansa en la convicción y la experiencia de que es Dios mismo el que ha salido al encuentro del voluntario colocándole en el camino de los prójimos heridos y caídos y ante los cuales la don-acción es un trayecto de ida y vuelta, donde la tarea gratuita de la persona voluntaria retorna a ella en forma de regalo de un encuentro inolvidable, una experiencia que marca, una mirada que siempre quedará impresa en la memoria, una aventura colectiva de lo que está por venir. El voluntario da, se da; y al tiempo es consciente de recibir gratis mucho. Y en su ánimo tantas veces pesa el hecho de que recibe mucho más de lo que da. Es el juego de la gratuidad cristiana.
- Creyentes y ciudadanos
Escribe Pedro Casaldáliga. “Piensa también con los pies sobre el camino cansado por tantos pies caminantes”. La reflexión sobre ciudadanía y cristianismo y más en contextos educativos y pastorales se nutre de un pensamiento anclado en la acción concreta. Ese pensamiento en acción propicia que los cristianos no nos sintamos portadores de ninguna solución en exclusiva para los problemas de nuestro mundo. Y por eso entendemos la ciudadanía como una construcción moral que cuenta con muchos y variados agentes que constituyen un sujeto plural y mestizo.
Ahora bien, hemos de considerar la realidad de un voluntariado que entre cristianos y en instituciones cristianas, levanta en ocasiones alguna sospecha. De nuevo el problema de las identidades se refleja en este caso al hablar de un voluntariado católico. Veamos algunos casos.
En primer lugar hemos de considerar a los cristianos que, en tanto que tales, expresan parte de su compromiso a través de un voluntariado social, en una organización de la Iglesia o en cualquier otra organización. Y en esta cuestión no hay ningún problema, a no ser el de sobredimensionar el voluntariado como el núcleo duro de la fe. El voluntariado expresa parte del compromiso cristiano, pero en ningún caso lo agota. El colectivo del voluntariado no es una alternativa a la fraternidad de los creyentes; han de ser dos estructuras complementarias y dinamizadoras de experiencias de crecimiento personal y de transformación social.
En segundo lugar, nos encontramos con voluntarios que, confesándose no creyentes, realizan su voluntariado en organizaciones sociales de la Iglesia. En este caso, y desde mi punto de vista, nos encontramos ante una novedad histórica, una riqueza y una oportunidad de enriquecimiento recíproco. Si bien es cierto que el voluntariado puede convertirse en parte del discipulado del cristiano, no todo voluntario tiene por qué ser discípulo de Jesús. En un mismo proyecto de trabajo con chavales de la calle o con personas mayores tienen igual espacio los que acuden desde motivaciones explícitas de fe (porque son cristianos) y quienes lo hacen desde un humanismo o altruismo que no atiende a presupuestos religiosos. Lo único que es lógico pedir al voluntario no creyente en una organización cristiana es que acepte y respete los principios y fundamentos de esa organización, de la Iglesia, en definitiva. Y eso, en la práctica cotidiana, se da con enorme normalidad y cordialidad.
Esta variedad de situaciones hemos de saber vivirlas institucionalmente con la misma normalidad que la viven las personas voluntarias. A día de hoy el voluntariado es un lugar de encuentro privilegiado entre creyentes y no creyentes en el ámbito de instituciones católicas; quizá, por desgracia, sea el único lugar de encuentro. Por otra parte, el voluntariado es el reflejo de la misma realidad social en la que vivimos, donde la pluralidad y la diversidad constituyen dos datos emergentes de esa misma realidad.
- Posibilidades y límites de la pastoral y el voluntariado
Sin lugar a dudas el voluntariado asoma como una posibilidad y una apuesta pastoral de primer orden en el campo de no pocas organizaciones de Iglesia. Los mismos jóvenes dicen de sí mismos que se sienten más felices si viven de forma comprometida en el seno de su sociedad.[6] Y este dato hay que saber canalizarlo.
No puede utilizarse el voluntariado como alternativa de convocatoria pastoral sin más, en un momento de fuerte retroceso de la presencia de los jóvenes en la Iglesia, en términos comparativos con décadas recientes. Si esto fuera así, estaríamos haciendo un flaco favor tanto al voluntariado en cuanto personas ubicadas en una determinada acción, como a las comunidades cristianas y a los catecumenados.
Un itinerario educativo del y para el voluntariado, incluso en una organización católica, no es un itinerario catequético; éste, por definición, parte de la fe inicial del catecúmeno, y plantea un proceso donde se inicie al convertido en la vida cristiana, en el proyecto de Jesús de Nazaret asumido como Señor de la Vida, de manera que se favorezca la incorporación plena del catecúmeno en la comunidad cristiana. En cambio, el itinerario formativo que se inicia con la persona voluntaria parte de un punto inicial diferente: parte de la persona, sin más; de sus motivaciones iniciales, sean las que fueren, de sus expectativas, y trata de integrar, como horizonte de llegada, ese voluntariado que expresa valores como solidaridad y lucha por la justicia. Si en ese recorrido la persona no creyente se ve tocada por el don de la fe y lo expresa, habrá que invitarla a la comunidad cristiana, y a los procesos educativos y catequéticos que tengan establecidos en cada caso.
Por otro lado, la construcción de una ciudadanía activa no deja de ser un elemento movilizador y apremiante igualmente para la comunidad cristiana. Cabría decir que en tanto que apuesta por la convivencia entre diferentes y defensa de los derechos de todos, especialmente de los más vulnerables, la ciudadanía se convierte en un signo de nuestro tiempo, un signo que habla de la buena nueva del Reino que se hace presente y se construye con ladrillos de todo tipo, siempre que humanicen las relaciones, los espacios y el paisaje. En este caso la ciudadanía es una conquista histórica de una sociedad secularizada que en nada se opone a la confesionalidad de la fe, sino que la complementa.
En definitiva el voluntariado configura con otros agentes históricos (movimientos sociales de solidaridad, pacifistas, ecologistas) todo un entramado global que busca hacer más habitable y humano nuestro mundo; por ahí camina la senda de la ciudadanía.
Para finalizar tomamos la descripción del buen ciudadano que propone José Antonio Marina.
“Buen ciudadano es el que sabe convivir bien, el que ayuda a crear una sociedad que aumente el bienestar de cada individuo, amplíe sus posibilidades vitales y defienda su dignidad (…) Se siente autor de un Gran Proyecto ético, para colaborar en el cual debe fomentar las grandes virtudes de la inteligencia social: la sociabilidad, la compasión, la lucidez crítica, el respeto, la valentía, la capacidad de disfrutar de lo bueno y de indignarse contra lo malo”[7].
En este sentido la persona voluntaria es un miembro activo de la sociedad: como uno más se sensibiliza y trata de sensibilizar a otros en la línea de que es mejor cooperar que rivalizar, tratar de arreglar los conflictos dialogando antes que peleando, mantener relaciones abiertas y cordiales en lugar de cerrarse en la burbuja del pequeño mundo de cada casa particular. Antes que nada el voluntario es ciudadano, es vecino y por eso su ciudadanía no viene diseñada desde su acción voluntaria sino que es una muestra de su saber vivir con otros. Para esta actuación no se necesita una vinculación a un voluntariado determinado; no es cuestión de horas ni de colaboración con unos u otros colectivos desfavorecidos. En este caso la ciudadanía es expresión de una cierta mentalidad y se asemeja a un chip que nos conduce a convivir, más que a competir o a sobrevivir.
Ahora bien, el buen ciudadano que además colabora como voluntario en una acción concreta, se adentra en los bajos fondos de la ciudadanía activa, allí donde nacen otras formas de convivencia. Siguiendo con la descripción de Marina, en esta profundización de la identidad del buen ciudadano, éste se define ante todo como el se afana por crear; es un creador, que es mucho más que ser imaginativo. “Crear es hacer que algo valioso que no existía, exista. La realidad está ante nosotros en estado bruto, esperando a que descubramos en ella las mejores posibilidades”[8]. Esa es la fuerza del voluntariado; allí donde solo había un local inerme el voluntariado lo ha convertido en lugar de encuentro de gente sin esperanza que vive en la calle; allí donde los enfermos ven pasar sus horas muertas el voluntariado emerge como mano tendida y sanadora; allí donde la indignación ciudadana sembraba la sospecha frente a una casa de acogida a inmigrantes el voluntariado ha demostrado que el movimiento de la convivencia y la creencia en el otro se demuestra andando y colaborando en esa casa haciéndola habitable. Si existe una patria en el mundo del voluntariado esa es laposibilidad, entendida como el movimiento de convertir una idea, un deseo, un proyecto en una realidad tangible, modesta y al tiempo significativa.
Por último, el buen ciudadano no es un héroe ni un santo; es uno más que trata de ser feliz, que discurre para llegar a fin de mes, que quiere disfrutar de la vida, que le gusta salir con los amigos, que tiene necesidad de de sentirse querido al tiempo que trata de querer. No hemos de perder de vista que la ciudadanía como horizonte de transformación que se ajusta a un nuevo orden de convivencia se asienta en la acción de personas reales con necesidades reales. Y a este estado de cosas el voluntariado actual se ha enfrentado con toda naturalidad; es decir, ha dicho claramente: “a mí el voluntariado me hace más feliz”. Ciertamente hay que huir del voluntariado terapéutico y del acomodaticio a una especie de moda del voluntariado por la autorrealización personal.
Pero también es verdad que es preciso vincular de manera natural y responsable la felicidad personal con la justicia social (o felicidad pública, como la denomina Marina), de modo que “buen ciudadano es el que se esfuerza en realizar su proyecto de felicidad colaborando al mismo tiempo a la felicidad pública. Es el poeta de la acción”[9] Y este poema se está escribiendo desde muchos lugares, con muchas manos, desde distintas posiciones: creyentes y no creyentes comparten esta enorme y apasionante tarea: habitar la ciudad de todos.
LUIS ARANGUREN GONZALO
[1] Sobre los diferentes modos de realización de la ciudadanía puede verse el magnífico trabajo colectivo: AGUILAR, T., y CABALLERO, A. (coords.) Campos de juego de la ciudadanía, El Viejo Topo, 2003.
[2] Sobre el concepto y consecuencias prácticas de la identidad cosmopolita puede verse BILBENY, N., La identidad cosmopolita, Kairós, Barcelona, 2007.
[3] MARINA, J.A., Aprender a convivir, Ariel, Barcelona, 2006, 19.
[4] PAGOLA, J.A., Jesús. Aproximación histórica, PPC, Madrid, 2007, 181-182.
[5] IBI., o.c., 192-193.
[6] ELZO, J., Los jóvenes y la felicidad, PPC, Madrid, 2006.
[7] MARINA, J.A., Aprender a convivir, o.c., 191
[8] IBID.
[9] IBID.