[vc_row][vc_column][vc_column_text]Joaquín García Roca es profesor en la Universidad de Valencia y profesor invitado en la UCA de San Salvador.
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El paisaje del voluntario, dibujado con relatos, corre peligro de romantizarse. Es necesario recomponer críticamente las narraciones, reconstruir las metáforas que lo identifican. El autor trata de recuperar la identidad simbólica del voluntariado y de activar sus energías solidarias a través de tres imágenes: la navegación, la red y los puentes levadizos.
El paisaje del voluntariado se ha construido con relatos y narraciones; cuando se encuentran dos voluntarios se cuentan historias; su código comunicativo es básicamente narrativo: «Estoy yendo al barrio de…», «conozco a…», «te contaré lo que me sucede en el hospital…», «ayer me sorprendió…» Y te cuentan una anécdota, o te nombran a una persona, o te hablan de sí mismos.
Y sus relatos están repletos de invocaciones, apelaciones e incluso de fantasías sentimentales. Resulta imposible residir en el escenario del voluntario sin dejarse influir por las figuras metafóricas como vehículo exploratorio para adentrarse en la realidad e incluso para infundir un espíritu en el ejercicio de la acción voluntaria. El modo ordinario de encarar la acción voluntaria es la metáfora y resulta difícil ejercerla sin dejarse influir por ellas. El peaje de esta operación ha sido una romantización del voluntariado y una transfiguración literaria de sus funciones que se ha convertido en el reflejo más vehemente de su prestigio.
Cada tiempo no solo necesita recrear sus dispositivos teóricos y reflexivosi[1] sino también recomponer las metáforas del voluntariado de modo que le acerquen a la experiencia humana más cotidiana. Proponer y aclarar la identidad del voluntariado, sus tareas y funciones, su presente y su futuro a través de algunas metáforas es el objeto de estas páginas. ¿Qué metáforas pueden identificar y activar las energías solidarias? Desde el ejercicio de la acción voluntaria, en íntima sintonía con el rumor de los que sufren o con el silencio de los que malviven, se perciben algunos mensajes y apelaciones que van cristalizando en nuevas metáforas.
- El arte de la navegación
La navegación se asienta sobre tres principios básicos, que constituyen la fisonomía misma de la acción voluntaria. La navegación y el voluntariado son fruto de una misma sabiduría que hermana las convicciones con las responsabilidades, incorpora los afectos a la razón, y une el cuerpo a la cabeza; el secreto del voluntario así como del navegante consiste en convertir en oportunidad las amenazas, en hacer entrar el viento entre las velas y así vencer el mar, aprovechar a su favor las fuerzas que están en su contra; asimismo, la navegación es una aventura colectiva que pivota sobre la tripulación del mismo modo que el voluntariado es una organización de capital humano.
1.1. La sabiduría del navegante
La acción solidaria convierte las amenazas en oportunidades; en el arte de navegar el viento extraviado sale por donde puede, que es por donde el navegante quiere. Los navegantes no conocen los caminos trillados ni las rutas señalizadas, pero se mantienen a flote y llegan así a buen puerto. Y si sobreviven es porque no desfallecen ni se abandonan, porque tienen energía para emprender y la disposición para mantenerse en el empeño. Navegan incluso en el interior de horizontes opacos, cargados de nubarrones y miasmas.
Si en el camino es posible la ingeniería social que se despliega en planes, estrategias o etapas, en la navegación se necesitan reflejos como los que, en otro orden de cosas, nos hacen retirar la mano si nos hemos pinchado con algo. Navegantes y voluntarios comparten un mismo saber que está hecho simultáneamente de información y de sentimientos, de razón y de afectos, de inteligencia y de emociones, una inteligencia emocional que incluye el autodominio, el celo y la persistencia, y la capacidad de motivarse uno mmsmm2. La voluntad nos permite adentramos en la realidad sin perdemos, vivir en el interior de la turbulencia sin rompemos, captar los sonidos múltiples sin quedar ensordecidos. Para este cometido, no solo se necesitan convicciones sino que se requieren responsabilidades; en la navegación, se necesita el tacto para encontrar la orientación del viento; cuando en las regatas se da la señal de salida, cada tripulación se dirige hacia un lugar diferente, persigue una estela diversa ya que en su arte está crear las condiciones mismas de la ruta.
La sabiduría del voluntario se parece a la del navegante; no se conforma con la racionalidad ilustrada, sino que postula otro tipo de sabiduría que vuelve a unir el cuerpo a la cabeza, zarandea la prepotencia de ciertas racionalidades técnicas que han entronizado una objetividad que para ser legitima tiene que prescindir de los afectos, ha enfatizado el ejercicio profesional que para ser correcto tiene que anular los sentimientos e ignorar el sufrimiento.
Navegantes y voluntarios incorporan la experiencia vital, estiman la emoción y el afecto como vehículos del conocimiento, la mente emocional y la racional deben operar en ajustada armonía, entrelazando sus diferentes formas de conocimiento para guiarse por el mundo. La cartografía no suprime la incertidumbre, sino que guarda en su corazón un núcleo de perplejidad[2]. Todo está enredado de esperanzas y citas, ofensas y desaires[3]. La sabiduría de los voluntarios abre su conocimiento a la implicación personal, al llamado ético, a la empatía de un sufrimiento compartido; las razones se sentimentalizan, allí donde mira al ser humano singular y vinculado, allí donde fenece el antiguo paradigma que sostenía un ideal de razón liberado de la tensión emocional y nos obliga a no pasar de largo por el lado oscuro del sufrimiento humano.
Desde esta sabiduría de la inteligencia emocional abrigar esperanzas significa para el voluntario no ceder a una actitud derrotista ni a la desesperanza cuando se enfrente a desafíos o contratiempos, más bien consagra el derecho a caminar y a buscar sin metas claras, sin
controles previos ni predicciones lineales. Es posible actuar con la sensibilidad abierta hacia lo impredecible. La meta nunca puede ser predicha con certeza, ya que siempre tiene un componente de regalo. La posibilidad del azar pertenece a la riqueza humana. Es el azar quien desata los patrones de alerta y búsqueda y obliga a convivir con amplias zonas de incertidumbre.
El arte de navegar tiene hoy una máxima actualidad cultural ya que permite superar el determinismo y la impotencia que preside un cierto clima cultural, mantenerse en pie a costa del oleaje, engañar a las olas para avanzar hacia donde se quiere, plantar cara al aire encrespado. La invención y la creatividad triunfan sobre la necesidad en un viaje donde la perplejidad de las metas obligaba a nadar contracorriente. El voluntariado es hijo de aquella intuición de Kafka, cuando oscurece, se enciende una candela, y cuando la candela acaba, entonces hay que quedarse sosegados, esperando en lo oscuro.
1.2. El mundo de las posibilidades
El voluntariado como el navegante cae de parte de las oportunidades; antes de dejarse llevar por el presentimiento de la catástrofe, acentúa la capacidad de llegar a puerto. El naufragio es el cierre del horizonte, que se expresa en forma de desánimo, resignación e impotencia. El voluntariado como institución moderna participa de la cultura del cambio social; existe porque las cosas pueden ser de distinta manera, y porque está en nuestras manos cambiarlas y mejorarlas. Le resulta de este modo esencial la función política que se despliega como incubadora de nuevas ideas y ejercicio de defensa de los derechos.
Las tareas del voluntariado se sitúan en el interior de un horizonte de transformación. La vuelta de lo social que propugna el voluntariado no responde a formas, nostálgicas sino a acciones anticipatorias; aspira a crear e inventar posibilidades nuevas y posee una connivencia esencial con la creatividad y la anticipación. Lo suyo es inventar posibilidades que la realidad admite: ahí están para testimoniarlo los grupos que con su presencia en el campo de la droga, de las minusvalías, de la ancianidad, de menores en riesgo se han anticipado ,a las leyes y a las respuestas institucionales. La acción voluntaria enlaza las posibilidades con la realidad, más allá de construir castillos en el aire es un buscador continuo de nuevas fronteras. Cada acción voluntaria es o la realización de posibilidades, o es arranque de posibilidades, o ambas cosas a la vez[4]. No es su intención restaurar una comunidad orgánica y propiciar la vuelta al orden natural ante la mutación producida por la modernización, sino que abre las puertas a nuevas formas de experiencias y se constituye si no en vanguardia de lo social, al menos en laboratorio de proyectos alternativos[5].
La navegación como el voluntariado están minados por los desánimos y por la falta de perspectiva; ante los problemas acontecidos en la última década, sea el desempleo masivo, las inmigraciones, la exclusión social, la violencia gratuita, la droga o el SIDA vivimos colectivamente una situación de desconcierto. Para los graves problemas actuales no hay soluciones reales, pero ni siquiera conceptos teóricos adecuados. Incluso, el horizonte hacia el que caminamos se ha quedado sin nombre para describirlo[6]. Sentimos a pie de obra que hay problemas para los cuales no hay solución todavía. La búsqueda y el deseo de una sociedad alternativa se queda sin visibilidad, sin concretez, sin arquitectos que tengan capacidad de señalar caminos. Superar, erradicar y amortiguar los problemas sociales se ha de hacer en un tiempo que nos ha dejado sin imágenes de lo buscado y deseado.
Los problemas sociales hacen a los voluntarios más silentes que habladores, y reclaman no tanto certezas cuanto la potencia de los testigos y la energía de los vigías. Asimismo, nos ofrecen un lugar desde donde acertarse a la utopía de la vida; utopía es que se resuelva el SIDA, es la vida justa y digna de los empobrecidos, es que los orillados del bienestar se sienten en el banquete, y que «las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad’ (Garciá Marquez).
1.3. La producción comunitaria
La navegación es un asunto que compete por igual a toda la tribulación, es una aventura colectiva que se sostiene sobre la coordinación del grupo. La embarcación que permitirá llegar a buen puerto, son los propios tripulantes, sus potencialidades endógenas. No es manteniendo el mito del capitán del -barco como podrá sobrevivir la embarcación, sino insertándose en el seno de un movimiento que se sustenta sobre la colaboración. La preocupación mayor del voluntariado consiste en activar los dinamismos comunitarios, despertar lo que está dormido en la sociedad, activar el protagonismo del propio grupo, y activar sus potencialidades.
El voluntariado no se aproxima a las situaciones sociales como déficit, carencia o negatividad, y nunca reduce a la persona humana a su negatividad. La acción voluntaria, por el contrario, ve en la carencia también una oportunidad, y en todo déficit una potencialidad; los ciudadanos no solo tienen problemas sino que también tienen soluciones; se trata de trabajar a partir de las potencialidades endógenas. No hay ningún contexto en punto cero, todos están habitados por algún tipo de posibilidad. Es un principio básico de la acción voluntaria actuar no tanto sobre las personas, sino con ellas y a partir da ellas. Sea cual sea la situación, ésta es parte de la solución y no solo parte del problema. En la acción voluntaria, la persona tiene presencia real y no se diluye en abstracciones estadísticas o en procesos macro-sociales. La acción solidaria está vinculada al desarrollo comunitario, a la auto-organización, a la búsqueda de salidas protagonizadas por las personas. Rompe el esquema «tú eres el problema y yo soy la solución», para generar el «nosotros somos el problema y nosotros somos la solución».
El voluntariado fomenta y se apoya en la fuerza transformadora de la tradición comunitaria, es decir, en el papel activo y decisivo de las comunidades en la gestión de sus propios riesgos, por la cual las poblaciones dejan de ser objeto de atención para considerarse sujeto. La población no es un simple objeto de intervención sino que es a la vez sujeto y objeto. Sin su protagonismo no hay solución posible a ningún problema social[7].
Como en la navegación, el voluntariado postula una forma de relacionarse los sujetos sociales entre sí, que consiste en obtener un mayor nivel de interacción a través de mayores reciprocidades. La tradición comunitaria, de este modo, se propone que los ciudadanos pasen de consumidores a co-productores de servicios e intenta delinear estrategias de complementariedad que produzcan un enriquecimiento mutuo. La fuerza transformadora de esta tradición ha sido últimamente advertida por E. Galeano quien cuenta cómo escuchó de boca de uno de los indios quichés explicar así la cacería que su pueblo padece .por parte del ejercito: «Nos matan porque trabajamos juntos, comemos juntos, vivimos juntos, soñamos juntos».
La densidad de la exclusión muestra que no se puede superar, resolver o mitigar por la vía impositiva, sea por coacción física, moral, jurídica o administrativa sino que precisa una solución que pase por la colaboración. Por la vía de la imposición se puede tratar el SIDA pero no prevenirlo, se puede controlar el crecimiento demográfico pero no humanizarlo. La imposición puede ser adecuada para formular un tratamiento o diseñar una ingeniería social pero dejan los problemas sociales sin resolver y lo que es peor dejan la decisión sobre los problemas en manos de organizaciones externas, tales como las organizaciones o grupos de presión internacionales.
La solidaridad que se sustancia en la acción voluntaria sabe que sólo un enfoque cooperante está en condiciones de abordar los problemas sociales. El enfoque de la cooperación en lugar de recurrir a presiones condenatorias, o a restricciones legales, o a coacciones morales que reducen significativamente las posibilidades de elección, aspira a fundarse en las decisiones racionales de hombres y mujeres, a quienes se les ofrece un amplio margen de elección, garantías de seguridad personal y colectiva, y la posibilidad de informarse a través de un diálogo abierto y de debates públicos de amplia difusión.
El enfoque de la cooperación inmuniza al voluntariado frente a todo caudillismo o mesianismo social y en su lugar le remite a crear estructuras que posibiliten y amplíen la responsabilidad común, a conformar lugares, instituciones y mecanismos que permitan la colaboración, aunque sea a través de la confrontación, la negociación, el dialogo y la convergencia.
- Las redes sociales
La importancia de las redes sociales ha sido ampliamente documentada por la antropología y ha mostrado sus virtualidades en el campo de la salud, de la protección y de la educación. En la medida que las redes sociales intervienen en la creación del problema y son parte del mismo, no hay acción voluntaria que no sea un trabajo en y sobre los contextos sociales. Las experiencias más acreditadas son aquellas que superan el dilema y la contraposición entre recursos institucionales, profesionales, técnicos y formales por una parte, y los recursos comunitarios, voluntarios, informales, difusos, poco estructurados. El punto crucial para erradicar la exclusión consiste en romper el tabique que separa ambos dispositivos, desmontar la polarización que existe entre organización y técnica por una parte, y lo informal y espontáneo por otra Esta dimensión obliga a la acción solidaria a comprenderse como creadores de redes sociales, al modo y manera de la red de circo.
En la red del circo se significan tres dimensiones de la acción voluntaria. En primer lugar, su capacidad de acoger y de amortiguar el golpe reduciendo de este modo la vulnerabilidad de la existencia en las sociedades complejas; la red recoge al trapecista cuando le falla el ejercicio o pierde el equilibrio. En segundo lugar, el voluntariado como la red intentan favorecer la autonomía personal al relanzar el salto, activando, los dinamismos vitales de las personas; la red devuelve al salto, le confiere de nuevo su sincronía y convierte el error en posibilidad. Finalmente, el modo de presencia del voluntariado parece la presencia ligera de la red sin sustituir a nadie ni fragilizar su responsabilidad personal; la red pasa desapercibida, nadie le mira, y sin embargo resulta decisiva.
2.1. Organizaciones de capital humano
Las amenazas, que golpean la existencia humana, han cambiado de naturaleza en los últimos años. Todos los problemas sociales que se han originado en las últimas décadas pertenecen a la categoría del riesgo: la persistencia del desempleo, el uso indebido de la droga, la enfermedad crónica del SIDA, el desamparo de la infancia, la violencia gratuita de los jóvenes, los maltratos a los niños, la soledad de las personas mayores, la inmigración masiva.. La sociedad actual ha cambiado los peligros tradicionales por los riesgos actuales. Los riesgos tienen una existencia errática, disuelta, capilar, de modo que están pegados a la sociedad de la que forman parte de la misma manera que la piel se pega al cuerpo con idéntica intimidad y encarnadura, en cada repliegue, en cada curva, con lo cual resulta invisible ya que se confunde con la sociedad misma. La emergencia de la sociedad de riesgo exige otros modos de producir la solidaridad. Para reducir la vulnerabilidad humana en la sociedad de riesgo, el voluntariado ha de desplegase en micro-organizaciones que se caractericen por la proximidad.
Si los peligros sociales generaron una intensa demanda de instituciones potentes, abstractas y formales, los riesgos sociales solicitan potenciar los lugares intermedios y las organizaciones de capital humano, multiplicar los espacios sociales de vigilancia y de acogida, recrear los servicios de proximidad que amortigüen y creen resistencias, activar la indeclinable responsabilidad individual y colectiva, hacer visibles los riesgos, permitir que emerjan y no se oculten ni se naturalicen[8].
Las pobrezas y las marginalidades, por su parte, afectan a los contextos inmediatos, a las tramas sociales, a los mundos vitales, a las relaciones; con mucha frecuencia, producen la disolución de los vínculos sociales, la desafiliación y la fragilidad del entramado social. La exclusión como la vida tiene también un componente micro-social compuesto por las resistencias contextuales y por las redes sociales que sostienen o malogran a las personas. Dos elementos conforman el perfil de la vulnerabilidad: el grado de las resistencias y la densidad de las redes sociales.
Las prácticas del voluntariado son aquellas que recuperan la dimensión contextual de la marginalidad, que afectan a familias enteras, o a determinados colectivos, o a territorios que sufren una particular deprivación; y promueven las estrategias de reconstruir las redes que se han debilitado y recrear las que se han destruido.
El voluntariado actual ha descubierto el valor y la fuerza de la organización. Mientras el voluntariado vivió de espaldas a todo intento por organizarse conoció sin duda la generosidad individual e incluso el heroísmo personal, pero no llegó a significarse como interlocutor social. No importa que se haga defensa del excluido o atención hospitalaria, defensa de la naturaleza o promoción de la salud, lo decisivo es que se realice en el interior de una organización que considere las capacidades humana como su mayor capital, de este modo, el voluntario se incorpora a «la ecología social de la sociedad post-industrial»[9]. El voluntariado actual no es una aventura individual sino un proyecto colectivo. No se es voluntario individualmente, sino que le es esencial estar organizado en el interior de una asociación. Probablemente ha sido este hecho lo que ha marcado el salto cualitativo de mayor calado en la historia del voluntariado. En general, el voluntariado en términos generales ha ido asumiendo el estatuto de grupo organizado, al tiempo que disminuye el número de voluntarios que realizan su actividad de manera individual.
Las Organizaciones de Voluntarios hacen del potencial humano su recurso más esencial; de este modo, se diferencian de otras organizaciones basadas en bienes o en patrimonios; no es una empresa caracterizada por la gestión del dinero y de los bienes sino una organización cuyo capital son los mismos voluntarios, con sus potenciales y sus iniciativas, con su creatividad y sus ilusiones, con su generosidad y sus innovaciones. Son infinitas las expresiones que utilizan los voluntarios para expresar esta nueva dimensión: «yo aporto mi persona y mi tiempo», «no siempre acierto pero intento hacerlo lo mejor posible», «los recursos económicos son pocos, pero son muchos los recursos personales: ganas de trabajar, ilusión, deseos de ayudar a quien lo necesite», «poner a disposición de los otros parte de mi tiempo», «estoy harto de quejarme contra esta estúpida guerra y quiero hacer algo», «ante las escasas expectativas que ofrece la vida real no podemos menos que dar lo poco que tenemos: nuestra ayuda y nuestro tiempo»[10].
Los voluntarios son conscientes de que no son una empresa, lo cual se traduce en un continuo rechazo hacia los amagos burocráticos, y se muestran fuertemente críticos con las relaciones jerárquicas y anónimas en el interior de sus propias organizaciones voluntarias. Cada vez más el sentimiento de pertenencia a las grandes organizaciones del voluntariado sigue siendo tibio, distante y circunscrito. Hay una expectativa generalizada en el ámbito del voluntariado que reclama de sus organizaciones mayor preocupación por la preparación de sus miembros y mayor exigencia formativa y sobre todo el apoyo para desarrollar las habilidades que son requeridas para afrontar sus compromisos. Piden que su organización sea capaz de crear objetivos compartidos, motivar a sus miembros y sobre todo precisan de unos dispositivos adecuados para la «movilización cognitiva». «Sólo una misión clara, centrada en un objetivo común puede mantener unida a la organización y permitirle producir resultados; además, sin una misión clara y centrada en un objetivo, la organización pronto pierde credibilidad.».
Las expectativas mayormente señaladas por los voluntarios son aquellas que reclaman una organización de personas iguales. Ningún capital humano tiene más valor que el otro; quien acompaña a los enfermos terminales con sus habilidades comunicativas no precede a quien les sirve la comida con sus capacidades relacionales. La grandeza del voluntariado está en ser un equipo de asociados en el que todos tienen el mismo valor e idéntica dignidad. Los voluntarios t en a las organizaciones que introducen mellas las diferencias de trato, o una jerarquización innecesaria o una estratificación inadecuada. No pueden asentarse sobre la distinción entre el que sabe y el qué no sabe, entre el que se dedica más y el que se dedica menos, sino en el modo de servir en la organización. La organización voluntaria es como una orquesta en cuyo interior hay trompetas, tambores y violines, ninguno de ellos por sí mismo produce una sinfonía pero sin ellos no sería posible.
2.2. Nicho ecológico
Las redes no solo amortiguan el golpe sino que relanzan el salto; convierten la equivocación en una nueva posibilidad y la caída en vuelo. Como la pelota sale despedida al dar sobre la pared, así el gimnasta es reenviado de nuevo al aire a causa de su elasticidad y de su firmeza.
Así como la libertad del salto, depende en gran medida de que la red esté bien puesta, del mismo modo las Organizaciones del Voluntariado son inductoras de libertad, en dos sentidos convergentes, como ejercicio de la ciudadanía y promotor de la autonomía personal. La irrupción actual del voluntariado se inscribe en aquella tradición que reconoce la constitución del individuo como una realidad autónoma y soberana, que decide libremente su propio compromiso; gracias a ello el voluntariado responde a un ejercicio de libertad y nace como expresión de la voluntad de cooperar. Existen voluntarios porque hay personas que son conscientes de su ciudadanía y ponen voluntad a la acción y acción a la voluntad. Su espacio natural es la profundización de las libertades individuales, el reconocimiento de los derechos de las personas y el desarrollo de la responsabilidad individual. El voluntariado responde a la exaltación de la cultura del «dar libremente» sin obligaciones ni derechos, presta su acción porque así lo quiere y no porque esté obligado ni se lo deba a nadie; expresa el compromiso adquirido en libertad sin que lo imponga nadie desde fuera. «Son los valores que consagran al individuo y a su libertad los que han permitido realzar el prestigio del voluntariado»[11].
Asimismo, las Organizaciones de Voluntarios son inductoras de la participación, y de la implicación personal tanto propia como de las personas con quienes trabajan. El resurgimiento actual del voluntariado incorpora igualmente elementos de la cultura de la participación que asume el valor de la implicación personal y la dignificación de las propias capacidades. La cultura de la participación ha aportado la convicción sustantiva de que los ciudadanos no sólo tienen problemas sino que también tienen soluciones, no sólo tienen demandas que dirigen hacia fuera del grupo, sino que producen también respuestas. Existen voluntarios porque hay ciudadanos que se han tomado en serio su derecho a participar organizadamente en la vida de las instituciones y en los procesos colectivos; este impulso cristaliza de este modo en movimientos sociales, en organizaciones barriales, en asociaciones de defensa de la naturaleza.,.., etc.
Por último, las Organizaciones de Voluntarios son inductoras de fraternidad. Ser voluntario es ser responsable (ciudadanía) ante los sujetos frágiles, portadores de derechos y deberes no sólo para si’ sino para aquellos que no los tienen reconocidos; ser voluntario es construir (participación) un mundo habitable no sólo para los fuertes y autónomos sino para los más débiles e indefensos. De este modo, la ciudadanía y la participación se sustancian en el ejercicio de la fraternidad. La conciencia actual del voluntariado se ha construido en diálogo con los sujetos vulnerables, en confrontación con la exclusión no deseada, en referencia a una sociedad alternativa y más habitable; se ejercita a favor de la calidad de vida y en particular de los ciudadanos excluidos cuya existencia está sometida al riesgo, al desamparo y a la inadaptación. Habrá voluntariado mientras se alimenten la cultura de la ciudadanía y de la participación, pero sobre todo mientras hayan existencias que lo requieran y colectivos que sufran el rigor de la exclusión social.
En conclusión, los rasgos sustantivos que definen y circunscriben al voluntariado en el interior de sus distintas y variadas expresiones son los siguientes: a/ Ser un ejercicio de la ciudadanía mediante la donación altruista libremente realizada; b/ Participar en un servicio concreto que se ubica en la gestión de los cotidiano; c/ Ejecutar una acción solidaria no mercantil ni administrada; d/ Pertenecer a una organización.
2.3. Presencia ligera
La visibilidad es un atributo de las organizaciones del voluntariado que de este modo adquieren su identidad social y posibilitan la pertenencia de los voluntarios. La cuestión esencial hoy consiste en saber qué tipo de visibilidad es
apropiada para el ejercicio de la solidaridad. Visible es una pared y visible es el amor; visible es el maestro que se impone con su grito y visible es el maestro que guía sutilmente su clase; visible es la disciplina y visible es la indiferencia, visible es el árbol sobre el que anidan Ios pájaros y visible es la semilla que fructifica por caminos de auto-destrucción.
Hay un modo de presencia que es propio de la red del circo; pasa desapercibida y sin embargo no pierde su eficacia. Nadie la in apenas se observa su existencia y sin embargo es un lamento sustantivo. Nadie la mira en el circo y sin embargo es lo más real; de no existir, ni siquiera sería posible el salto del gimnasta o la pirueta del malabarista. El voluntariado, como la red, está recuperando los dinamismos de desaparición, que permite que el otro crezca con presencias y ausencias, con palabras y silencios. Ciertamente sólo existen voluntarios, si están organizados; pero no cualquier Organización es adecuada.
En primer lugar, devuelve el éxito del resultado al asistido; para lo cual huye de la visibilidad plúmbea, densa y pesada. Sabe desaparecer a tiempo cuando crea dependencia, se retira si con su presencia fragiliza la debilidad del otro. En el mundo de la acción voluntaria no existen microondas, sino tan sólo procesos; el tiempo propio lo marca el receptor de la acción solidaria; no existe el corto plazo sino procesos largos y secuencias.
Las Organizaciones de Voluntarios tienen la visibilidad de lo humano ya que su poder y su presencia son las personas mismas: su creatividad y su imaginación, sus habilidades y sus deseos. No están interesados por la .potencia que da la organización burocrática, sino por la presencia que da la relación humana.
De este modo, el voluntariado se ha distanciado de la moral del deber que le convierte en un ejercicio de austeridad y de esfuerzo. Cada vez son menos los voluntarios que sostienen su acción voluntaria sobre la moral del deber y en su lugar se arraigan en la moral del amor. Mientras la moral del amor es una moral de la alegría, la del deber lo es del esfuerzo; mientras en la moral del amor la acción voluntaria se realiza con el corazón abierto y con placer; en la moral del deber, la acción voluntaria se realizaba con esfuerzo, a disgusto, contra la propia espontaneidad. Interrogados sobre sus móviles profundos, muchos voluntarios responden que no actúan movidos por ningún para qué sino porque les gusta: sólo por propio gusto. En muchas ocasiones tendrán que renunciar incluso al propio derecho para que los otros puedan vivir, pero lo harán sin renunciar al gozo de la acción voluntaria. Incluso allí donde destruye y estropea la felicidad consumista del ciudadano-telespectador, lo hace como un capitulo esencial de una felicidad alternativa.
- Puentes levadizos
La batalla entre los excluidos y la sociedad excluyente resulta tan desigual que requiere mediadores; del mismo modo que el árbitro es reclamado para detener un combate o ponerse en medio para evitar lo peor, así hay una interpelación hacia las organizaciones de mediación. Desde la experiencia cotidiana del puente, se pueden significar tres funciones sustantivas del voluntariado como ejercicio de la mediación. Hacer de puente es situarse-en-medio, para unir lo que está separado, comunicar lo que está fracturado, reconstruir la comunicación rota. Echar un puente es ejercer una ayuda a quien está perdido; hacer un puente significa facilitar que entre energía de modo y manera que se puedan recrear los propios dinamismos vitales.
3.1. Hacer de puente
Hay situaciones que rompen toda comunicación con el exterior, con los otros y con la sociedad; sus puentes están todos alzados cuando no cortados. Nadie lo ha expresado mejor que A. Camus en su novela póstuma de carácter autobiográfico «El primer hombre». Camus vuelve a Argelia a la búsqueda de su infancia, «de la que nunca se había curado, a ese secreto de luz, de cálida pobreza que lo había ayudado a vivir y a vencerlo todo» (p. 44); «el que había crecido en una pobreza desnuda como la muerte» necesita recuperar la memoria de los pobres. Esa memoria que como él mismo dice «tiene pocos puntos de referencia en el espacio, puesto que rara vez dejan el lugar donde viven, y también menos puntos de referencia en el tiempo de una vida uniforme y gris. Tienen, claro está, la memoria del corazón que es la más segura, dicen, pero el corazón se gasta con la pena y el trabajo, olvida más rápido bajo el peso de la fatiga» (p. 75).
En el interior de aquel barrio «como un cáncer aciago, exhibiendo sus ganglios de miseria y fealdad», A. Camus salva su densa soledad y su desesperación sin limites a través del maestro. «Solo la escuela proporcionaba esas alegrías de niño. E indudablemente lo que con tanta pasión amaban en ella era lo que no encontraban en casa, donde la pobreza y la ignorancia volvían la vida más dura, más desolada, como encerrada en sí misma; la miseria es un fortaleza sin puentes levadizos» (pp.127-128).
Cuando buscaba su infancia, Camus se encuentra con la figura del maestro «uno de esos seres que justifican el mundo, que ayudan a vivir con su sola presencia» (p. 39). Del maestro le vino a Camus «el único gesto paternal, a la vez meditado y decisivo, que hubo en su vida de niño. Pues el señor Bernad, su maestro de la última clase de primaria, había puesto todo su peso de hombre, en un momento dado, para modificar el destino de ese niño que dependía de él, y en efecto, lo había modificado» (p. 120). Es de justicia reconocer, si no queremos quedarnos ciegos de tanta oscuridad, que el maestro y la escuela han sido para muchos excluidos los únicos puentes levadizos que les han vinculado a otra historia.
Desde la experiencia de Camus, su maestro se convierte en el puente levadizo por donde puede transitar desde su pobreza. El voluntario rompe de este modo el destino de la pobreza, y desactiva el veneno de las exclusiones. La escuela no sólo les ofrecía una evasión de la vida de familia, como sabemos bien los que vivimos en situaciones similares, sino que «en la clase del señor Bernard por lo menos la escuela alimentaba en ellos una hambre más esencial todavía para el niño que para el hombre, que es el hambre de descubrir. En las otras clases les enseñaban sin duda muchas cosas, pero un poco como se ceba a un ganso; les presentaban un alimento ya preparado rogándoles que tuvieran a bien tragarlo». «En la clase del señor Germain (aquí le da el verdadero nombre), sentían por primera vez que existían y que eran objeto de la más alta consideración: se los juzgaba dignos de descubrir el mundo». «Más aún, el maestro no se dedicaba solamente a enseñarles lo que le pagaban para que enseñara: los acogía con simplicidad en su vida personal, la vivía con ellos contándoles su infancia y la historia de otros niños que había conocido, les exponía sus propios puntos de vista, no sus ideas» (p. 128).
Y finalmente, recuerda Camus el último acto de grandeza de su maestro, que «había asumido sólo la responsabilidad de desarraigarlo para que pudiera hacer descubrimientos todavía más importantes» (p. 139). Recuerda aquel momento en el que le consigue una beca para seguir estudiando ya fuera del barrio y le despide diciéndole: «Ya no me necesitas -le decía- tendrás otros maestros más sabios. Pero ya sabes dónde estoy, ven a verme si precisas que te ayude». Y al despedirse, mirando a su maestro, que lo saludaba por última vez y que lo dejaba solo, «en lugar de la alegría del éxito, una inmensa pena de niño le estremeció el corazón, corno si supiera de antemano que con ese éxito acaba de ser arrancado el mundo
inocente y cálido de los pobres, mundo encerrado en sí mismo como una isla en la sociedad, pero en el que la miseria hace las veces de familia y de solidaridad, para ser arrojado a un mundo desconocido que no era el suyo donde no podía creer que los maestros fueran más sabios que aquel cuyo corazón lo sabía todo» (p. 152).
3.2. Echar un puente
En el voluntariado se produce una inversión de la ideología del conquistador que siempre ha estado viva en la historia de la humanidad, en forma del guerrero antiguo o del actual ejecutivo. El guerrero de ayer ha sido la gran figura de occidente que convirtió el mundo en un objeto de conquista, y al otro en objeto de dominio. Nuestro tiempo también es prisionero de la ideología del conquistador en la forma del ejecutivo que se mueve por el afán de éxito y el deseo de acumulación: contabiliza su cuota de poder, su capacidad adquisitiva, su fama individual y sacraliza su ambición. La tendencia más generalizada de nuestro modelo cultural es la equiparación del sentido de la vida al éxito. Está impregnado por el mito de la cima que celebra los atributos duros de la masculinidad, los estereotipos viriles, las imágenes provocadoras del macho bravío, cuya figura suele estar representada por el hombre agresivo, implacable, duro y despiadado que se hace impermeable a la invitación tanto en forma de oferta como de gracia[12]. Le gusta la propiedad y de este modo siempre está encarado hacia sí mismo, lo cual le hace blindarse en su propio autismo. El símbolo máximo hoy de esta forma de pensar es la tarjeta de crédito fruto de una conquista y de una acumulación[13]. Atrapados por la productividad, la eficacia y la ganancia, se cierran a la experiencia de la gratuidad. Se les somete al permanente desgaste de la competitividad con todo y con todos. Obligado a ser más que los demás, ha cambiado la vinculación a las personas, por la dependencia a un sistema monetario abstracto y burocrático, negando de plano la posibilidad de alimentarse de la gratuidad de la existencia. La norma es invertir siempre en nosotros mismos, para seguir compitiendo, con ventaja si es posible, sobre los demás.
Ambos -el guerrero y el ejecutivo- pueblan de objetos, salarios y mercancías sus vidas, y establecen con la naturaleza y con las personas una relación funcional, tratan las aguas, los bosques y los animales como recursos aptos para dominar o mercadear. Nada debe sentir el conquistador, bien sea el esclavista de siglos anteriores o el actual ejecutivo multinacional, que pueda distraerlo de su objetivo único y grandioso: someter a los demás a su hegemonía política y económica.
El voluntariado es la antípoda de estas figuras, y en su lugar propone la vinculación a las personas mediante la gratuidad y el desinterés, cuestiona y desacredita la sagrada competitividad que fomenta la violencia y la frustración de los débiles, hace de sus vidas un tejido marcado por asombros y abismos, deshabitúa la rutina de la vida diaria para entrar en relación con mundos posibles. El voluntariado nace del derecho a la ternura, que es el auténtico punto de encuentro entre él y el beneficiario de su acción[14]. Si algo caracteriza la ideología del conquistador y la racionalidad funcional, es su incapacidad de sentir y su imposibilidad de amar ya que se mueve en el mundo de lo impersonal. Si para ser guerrero o ejecutivo hay que mantener la distancia, para ser voluntario hay que recuperar el poder de la ternura.
Si la ideología del conquistador homogeneiza los espacios que caen bajo su dominio, quien anida en la ternura está de entrada asaltado y derrotado, fracturado y tensionado por lo singular. Lo único que no se permitirán los guerreros ni los ejecutivos, ni comprenderá siquiera la razón tecnológica es el derecho a la ternura, más bien la racionalidad funcional lo convierte todo en prostitución general. Abrirse a la dinámica de la ternura parece ser el gran advenimiento de nuestra época, como ha subrayado el siquiatra colombiano L.C. Restrepo. Somos tiernos cuando abandonamos la ideología de los conquistadores, la arrogancia de la certeza y de la lógica universal y nos sentimos afectados por el otro. Somos tiernos cuando nos abrimos al lenguaje de la sensibilidad, captando en nuestras vísceras el gozo o el dolor del otro. Somos tiernos cuando reconocemos nuestros limites y entendemos que la fuerza nace del compartir con los demás el alimento afectivo. Somos tiernos cuando fomentamos el crecimiento de la diferencia, sin intentar aplastar aquello que nos contrasta. Somos tiernos cuando abandonamos la lógica de la guerra, protegiendo los nichos afectivos y vitales para que no sean contaminados por las exigencias de funcionalidad y productividad a ultranza que pululan en el mundo contemporáneo[15].
3.3. Hacer un puente
Hay situaciones que hacen perder los dinamismos vitales, fragilizan las energías vitales y debilitan las expectativas. Golpean y marcan las formas de amar y de esperar, los modos de significar y de imaginar, las formas de proyectar el futuro o de silenciarlo. En las enfermedades, en las pobrezas y en las exclusiones sociales quedan afectados los dinamismos vitales de la confianza, de la identidad, de la reciprocidad. La acción voluntaria ha de incorporar elementos propios del acompañamiento que se ejerce a través de la tutoría social, y de los servicios de proximidad.
Hacer un puente significa hacer que entre energía, tal como sucede en el coche que no arranca y se le hace un puente. ¿Qué puede significar en este contexto hacer un puente en la fortaleza de la miseria y la soledad, la enfermedad y el aislamiento? La acción voluntaria incorpora la tutoría como un itinerario personal de acompañamiento, empatía y encuentro que integra conocimientos y experiencias, expectativas y habilidades, media entre la necesidad y su resolución, vincula todos los mundos vitales de manera coherente. La función tutorial es una invocación al reconocimiento y al seguimiento personal, la exclusión social invoca un acompañamiento individualizado ya que toda carencia está vinculada a la propia historia de la carencia. Los dinamismos vitales: circulan por las vías de lo cotidiano, de lo trivial, del encuentro personal. Contra la fragilidad che los dinamismos sólo son apropiados los recursos relacionales que anteponen la compañía a la organización, lo eventual a la normatividad, la interacción del cara a cara a la distancia.
Sólo la cercanía puede rehacer las últimas significaciones, sólo esa presencia golpea la frivolidad ambiental, la mezquina insolidaridad, el consumismo salvaje, el fundamentalismo del dinero. El voluntariado actual se propone recrear y reinventar el espacio de la proximidad, la comunicación y la personalización, aquel espacio que se estructura como alianza, se sostiene sobre estrategias cooperativas y tiene su base moral en la gratuidad que se sitúa más allá de la lógica mercantil.
Joaquín García Roca
[1] Es el objetivo propuesto en mi libro sobre Solidaridad y voluntariado, Ed. Sal Terrae, Santander 1994.
[2] F GUATTARI, Refundar las prácticas sociales, en “Le Monde Diplomatique” (12.5.1996).
[3] J.A. MARINA, El laberinto sentimental, Anagrama, Barcelona 1996,17.
[4] J. A. MARINA, Ética para náufragos, Anagrama, Barcelona 1994.
[5] Cf. J. GARCIA ROCA, Itinerarios culturales de la solidaridad, en «Corintios XIII» 76(1995).
[6] Puede constatarse hoy sin ninguna duda que, en palabras de Claus Offe, «el concepto de socialismo como fórmula estructural de amplio alcance para el ordenamiento de la sociedad según una emancipación efectiva se encuentra operativamente vacío»(p. 329) así como el concepto de Estado de Bienestar como formula coyuntural para el ordenamiento de una sociedad más razonable, se encuentra igualmente vacío y sometido a una intensa cautela. Cf. C. OFFE, La gestión política, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid 1994.
[7] J. GARCÍA ROCA, Público y privado en la acción social, Ed. Popular, Madrid 1992.
[8] Las consecuencias que esta transformación tiene para el ejercicio de la procura y de la ayuda las he desarrollado en mi libro sobre Solidaridad y voluntariado.
[9] P DRUCKER, La sociedad pos-capitalista, Apóstrofe, Barcelona 1993, 60.
[10] Para la comprensión del voluntariado a partir de sus historias de vida, puede verse J. GARCÍA ROCA-J.A. COMES, El voluntariado como recurso, Fundación Bancaixa, 1995.
[11] G. LIPOVETSKY, El crepúsculo del deber, Anagrama, Barcelona 1994, 143.
[12] J. GARCÍA ROCA, Dificultades sociales para creer en el Dios de resús, en «Iglesia Viva» 1996.
[13] La libreta de ahorro, máximo orgullo de los moralistas, es para el psiquiatra Luis C. Restrepo una manera de endurecernos, momificarnos y hacernos impermeables a la gracia. Cf. El derecho a la ternura, Arango Edit., Bogotá 1994, 153.
[14] Cf. LC. RESTREPO, El derecho a la ternura, o.c. p. 84.
[15] Ibíd., pp.139-140.
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