Election

1 octubre 2000

            Election, la película de Alexander Payne que comentamos este mes, guarda notables paralelismos con American beauty y se trata, por tanto, de una obra muy útil para seguir ahondando en ese análisis despiadado de la realidad que se nos está proponiendo desde las pantallas de cine en los últimos meses. Otra vez tenemos al adulto acomodado que se degrada, otra vez la sociedad americana, impoluta en apariencia y rastrera por evolución, de nuevo un mundo en el que los deseos reprimidos surten de repente y acaban por arrasar la vida ordenada de individuos infelices…
No obstante, hay apuntes que transforman la acidez en el fondo benevolente de American beauty (no olvidemos que su protagonista era un muerto que narraba irónicamente unos acontecimientos lamentables, sí, pero que se redimía por el mero hecho de contarlos desde la consciencia de sus errores) en destructiva corrosión. Mientras en la oscarizada película protagonizada por Kevin Space se salvaban finalmente los trastos con la muerte de su personaje central y la lucidez de un par de adolescentes fugitivos de aquel mundo infame, en Election vuela por los aires todo el sistema, ciudadanos, democracia y sueños de progreso humano incluidos en el lote de la catástrofe.
 
Election nos presenta las peripecias de un joven profesor, entusiasta de su oficio, educador nato y esposo fiel, que en unas semanas fatídicas desmorona a cabezazos el hermoso castillo de arena de una vida sólo superficialmente plena. La responsable indirecta de todo esto es una alumna sobresaliente (e insoportable), pura campaña de imagen andante toda ella, empeñada a toda costa en ganar las elecciones al comité de alumnos del instituto. Nuestro profesor, por pura fobia a la artificialidad de esta candidata eternamente sonriente y bien planchada, intenta obstaculizar su ascenso fulgurante y, en una refriega que por momentos se transforma en guerra sucia, acaba por destrozar los pilares de su propia existencia: sus principios éticos, la estima de sus alumnos, su puesto de trabajo. Por si esto no fuera bastante, Matthew Broderick (actor que encarna al pobre infeliz) se enamorisca de la exmujer de un amigo. Su esposa se entera y lo defenestra… todo esto subrayado por la insidiosa picadura de una abeja que acaba por deformar su cara casi tanto como lo está su misma biografía.
Si como crónica de un fracaso Election no aporta nada nuevo, aparte de la propia y afilada causticidad de su tono al retratar cómo un sujeto, en el momento en que deja que fluyan libremente aquellas insatisfacciones, deseos y fobias que ha incubado a lo largo de una existencia equivocada, se corrompe, como singular varapalo a la política moderna la película no tiene desperdicio. Nos ceñiremos al perfil de los tres candidatos que, por diversas causas (todas ajenas al servicio a la comunidad), entran en liza en esas elecciones a las que alude el título y que no son más que una metáfora desencantada de cualquier referéndum:
 
¡ Uno de ellos es el cachas del instituto, una buena persona sin medio dedo de frente pero con un atractivo arrollador que camufla su nulidad como líder.
¡ El otro, la hermana del anterior, se presenta a las elecciones por venganza (su hermano le ha birlado la novia). En el discurso previo a las votaciones lanza una soflama anarquista en la que denuncia que el comité de alumnos es una inutilidad: sus palabras cosechan una ovación cerrada, significativa denuncia del desencanto que genera una forma de regir la soberanía popular de un colectivo que no deja de ser la menos mala.
¡ Finalmente, la última candidata, a la que ya conocemos, aparece como la paráfrasis del político norteamericano ideal, ese que conquista votos a fuerza de vender su imagen de imposible ciudadano perfecto. En el fondo, sólo le mueve el espíritu depredador, el deseo de cumplir sobre su piel el sueño americano a cualquier precio. Inteligente, capacitada para la demagogia, su afán insaciable de poder y su prepotencia convierten a los otros en meros instrumentos a su servicio. Ningún obstáculo ni ningún principio podrán impedir lo imparable de su carrera.
 
Con estos aspirantes al gobierno, Election nos plantea, desde luego, una elección casi imposible, que resulta, tristemente, demasiado habitual más allá de las pantallas.
 

JESÚS VILLEGAS

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