María Dolores L. Guzmán
María Dolores L. Guzmán es Profesora en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas a distancia “San Agustín”.
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Parte el artículo del poco interés que parecen suscitar los asuntos de la Iglesia católica, del amplio descenso de las manifestaciones religiosas (misa, sacramentos, oración) y, al mismo tiempo, del creciente éxito de “nuevas” formas de espiritualidad. Siguiendo algunos relatos bíblicos hace ver los obstáculos y escollos que impiden crecer espiritualmente y señala también algunos aspectos del itinerario que es preciso recorrer para llegar a una verdadera espiritualidad, en la que somos conducidos por el mismo Jesús por el camino de la encarnación.
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Este era el mensaje en papel que me encontré en la mano a la salida de una céntrica estación de metro de la capital. Un repartidor se aseguraba la supervivencia a golpe de promesas gratuitas de bienestar. Todo tiene solución en la vida. Los problemas son meros accidentes. ¡Existe el elixir de la felicidad! Es una mera cuestión de dinero y de confianza ciega en la asombrosa capacidad de algunos individuos de resolver las dificultades cotidianas que desbordan al común de los mortales. ¿No dicen los científicos que el ser humano todavía no utiliza más que una pequeña parte de su cerebro? Existen muchos recursos desaprovechados en la naturaleza del hombre. Menos mal que quedan estos expertos en agudeza visual y en corazones rotos que saben sacar partido a esas malgastadas zonas de la inteligencia. ¡Qué necesitados andamos de consuelo!
Una buena sobredosis de fe y desesperación asoma detrás de la persona que termina en el consultorio de cualquiera de esos iluminados. Es evidente que en nuestra sociedad, volcada en solucionar los problemas materiales, asoman innumerables grietas que descubren la fragilidad de las propuestas comerciales y del bienestar. Resulta que el alma está viva y que forma parte del ser humano. No somos sólo cuerpo, no sólo de pan vive el hombre (Mt 4,4). Y el espíritu está empezando a resentirse porque, siendo similar al aire, le falta oxígeno y espacio para moverse y respirar. A nadie le gusta que le arrinconen, menos aún al Espíritu que tiene ese carácter salvaje de ir y venir a sus anchas siguiendo sus intuiciones y su voluntad (Jn 3,8). El hombre y la espiritualidad se están buscando mutuamente. Es una cuestión de supervivencia y de realidad.
- Coletazos de fe
A pesar del poco interés informativo que despiertan los asuntos de la Iglesia (a no ser que se les puedan sacar la punta del escándalo o de la polémica política) también pueden encontrarse en la prensa titulares tan sorprendentes como: EE. UU financia un estudio para saber el efecto terapéutico de la oración[1] -eso sí, para descubrir el impacto de los rezos en las reconstrucciones de los pechos de las mujeres que deciden acudir al quirófano por causas estéticas-; o bien, La genética de la religión. Un investigador asegura que las creencias espirituales tienen una raíz biológica en el ADN humano[2] -para tratar de demostrar, con las mismas armas de una sociedad que rinde culto a los genes, que la oración está registrada en la naturaleza humana-; o evidencias como El porcentaje de jóvenes católicos practicantes cae a la mitad en cuatro años[3], respaldado todo ello por estudios solventes y estadísticas arrolladoras del Instituto de la Juventud.
En cierto modo, y a pesar del deseo de algunos de dar por finiquitado, sin discriminación, el mundo que rodea la espiritualidad cristiana (oración, manifestaciones piadosas, referencias eclesiales, etc.) como exponente de comportamientos prehistóricos y poco saludables para el hombre moderno, parece que la resistencia de ésta a ser enterrada es mayor de lo previsto. Tampoco sería conveniente que desapareciera totalmente del mapa dado el juego que da en la portada de los noticiarios. Así que la convivencia entre cultura actual y religiosidad, a pesar del rechazo mutuo, está garantizada, aunque probablemente no sea del modo que muchos deseamos.
1.1. Sin consuelo
Todo lo relacionado con el mundo católico está de capa caída tal y como efectivamente demuestran los datos comparativos. La práctica sacramental en el sector juvenil de la población ha descendido notablemente en las últimas décadas: si en 1968 el 53% de los jóvenes asistían a Misa al menos una vez a la semana, ese porcentaje ha descendido en 2002 al 15%. Y en tan sólo ocho años, la tasa de jóvenes que no reza nunca o casi nunca ha subido desde el 41,6% en 1994 hasta el 53% en 2002, año en que sólo el 13% dice rezar con frecuencia[4]. Al mismo tiempo, se detecta un incremento, lento pero progresivo, de la presencia de otras experiencias espirituales y religiosas que responden al reclamo de “lo sagrado”. Nueva Era, Ocultismo y hasta Satanismo se están haciendo un hueco en las agendas y, lo que es peor, en el corazón de los occidentales.[5]
En la Aldea Global, el sujeto experimenta una soledad de dimensiones planetarias, una sensación de vértigo alarmante ante la incapacidad de asumir y solucionar conflictos de carácter internacional, y una sobrecarga de información que genera confusión y desorientación. No es extraño que se busquen, al precio que sea, alternativas que den respuesta y alivien el peso de vivir en este mundo. Da la sensación de que los cristianos no terminan de encontrar el modo de trasladar a la vida de las personas las palabras liberadoras de Jesús: Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso (Mt 11,28).
La Iglesia olvida con frecuencia la “atención primaria” y personal. Busca personas capaces de cargar con el cartel de “ocupado: sujeto comprometido” como marca diferenciadora de los nuevos movimientos religiosos a los que se les acusa, no sin cierta razón, de ser portadores de evasión y de falta de deseos por cambiar la realidad. Sin embargo, esta crítica no debería arrinconar el oficio de consolar, propio del cristiano, que tiene su origen en el Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados” (2Cor 1,3-4).
1.2. Collage de creencias
Quien desee erradicar del todo las creencias religiosas tiene ante sí una ingrata tarea de difícil resolución. El creciente éxito de las “nuevas” formas de espiritualidad contrasta con el ateísmo y el indiferentismo instalado mayoritariamente en los hogares europeos, pero confirma una realidad ratificada por las cifras: el 85% de la humanidad se declara creyente. La increencia es un fenómeno moderno y localizado en Europa occidental. Hablar de la fe no debería ser un acto vergonzante sino un acto de fidelidad a la historia y al ser humano. Algo se mueve en el interior del hombre que le espolea y le incita a ir más allá de sí mismo.
Quizás lo llamativo de esta espiritualidad emergente, que se resiste a ser arrinconada, sea su “carácter recopilatorio”, es decir, su destreza para moverse con asombrosa facilidad entre distintas tradiciones religiosas aglutinando lo supuestamente más interesante y estético de cada una de ellas. Queda bien presentarse como conocedor de las religiones orientales y aporta un halo guay lucir símbolos de la New Age (dragones, eneagramas, representaciones características de la tradición celta y de sabor esotérico…) e incluso proscritos o satánicos (la cabra, la esvástica nazi…), como expresión de un carácter rebelde y contracultural. Más complicado es determinar hasta qué punto penetra en la conciencia y en el corazón de las nuevas generaciones este modo de proceder pero, según las últimas investigaciones 12 de cada mil jóvenes se encuentran en riesgo potencial de pertenecer a sectas destructivas[6] y la venta de artículos relacionados con el ocultismo está aumentando considerablemente, especialmente en Internet. Se estima que los americanos se gastaron el pasado Halloween cerca de 300.000 dólares en productos para celebrar esta fiesta.
Internet se ha convertido en una herramienta tremendamente eficaz para dar a conocer, sin discriminación de público, todas las modalidades posibles de religiosidad. Un doble reto se hace inexcusable: articular desde la legalidad sistemas que protejan a la población más vulnerable y que garanticen la fiabilidad de la información que se recibe; y concienciar a los padres de la necesidad de seguir de cerca los pasos que los hijos dan en la Red. Dejar a un joven ante un ordenador con conexión a Internet, sin ningún tipo de control, es ponerle en la mano una bomba de relojería.
Lo curioso y paradójico de esta práctica compiladora de lo mejor valorado de cada expresión religiosa es la falta de autocrítica. No se busca tanto la conformidad entre lo que se dice que se cree y la forma de actuar en la vida cotidiana, sino el asumir un estilo esteta con el que la persona se identifica y se siente cómoda sin más. Es el imperio de la moda que llega también al ámbito espiritual. Detenerse en llevar hasta las últimas consecuencias ideas tan en boga como la reencarnación o la meditación zen requeriría demasiado esfuerzo. Sin embargo, conviene no rendirse demasiado pronto ante esta situación; los jóvenes, a la larga, no son indiferentes a la autenticidad. La llamada a la coherencia es fuerte en ellos y, en este sentido, se abre un camino de diálogo importante. Ofrecerles preguntas –en lugar de imperativos– que les hagan cuestionarse la radicalidad de sus creencias y de sus acciones sería el mejor modo de no generar en ellos rechazo ante quien pone en entredicho el basamento de sus valores. Que ellos detecten preocupación por su modo de ser y de sentir, sin imposiciones ni aspavientos, es fundamental.
1.3. Escarbar en el corazón
Estas estridentes mezclas religiosas en las que cabe de todo revelan, entre otras, dos realidades: la pérdida de capacidad comunicadora de la Iglesia católica y la necesidad de trascendencia del hombre. Es un hecho verificable que se sigue buscando respuesta a las inquietudes sobre el sentido de la vida y del dolor.
Para seguir adelante con el deseo de difundir el evangelio, a pesar de la panorámica descrita, es requisito indispensable contar con una fuerte capacidad de autocrítica, con enormes ganas de comprender al otro, con el convencimiento profundo de que la fe en Jesucristo mueve montañas (Mt 17,20), y con la confianza de que el corazón humano difícilmente se resiste a ser atendido, cuidado y amado. No se puede renunciar a estar cerca de la gente, a palpitar con sus problemas por muy insólitos y estrafalarios que nos parezcan, y a reducir el mensaje cristiano a pura legalidad. Debe hacernos reflexionar el hecho de que la imagen de la Iglesia esté comúnmente asociada al cumplimiento de normas y mandamientos (con especial énfasis en unos más que en otros) y a la asistencia al culto dominical.
La “vía de la experiencia” que tanto se ha propugnado en los últimos tiempos parece que no está dando los frutos deseados. Se había detectado la urgencia de potenciar testigos, es decir, transmisores de un acontecimiento visto y oído en primera persona (Hch 4,20). Sin embargo, cuando se habla de la experiencia personal de la fe, brotan con relativa frecuencia discursos melifluos carentes de entidad con una tendencia inquietante hacia el sentimentalismo más ramplón. En realidad poco se diferencian de los discursos y las actitudes que manifiestan algunas personas vinculadas a los nuevos movimientos religiosos. Cambian las palabras, pero el contenido y lo que se busca de fondo es similar. Por ello merece la pena situarse ante el otro como un auténtico hermano dejando de lado los reproches y el complejo de superioridad.
Es necesario escarbar en el corazón –en el propio y en el de los demás– y despojarlo de ropajes y adherencias. Sólo así encontraremos el Espíritu que nos habita. En ese rincón virgen de nuestra alma las palabras de Jesús seguro que tendrán una buena acogida.
- Enemigos a las puertas
La vida está llena de “escollos” que salen al paso impidiendo a la persona crecer en verdad, llenándose de sabiduría (Lc 2,40). La ingenuidad no es buena compañera y es importante conocer esos “gigantes” de nuestro mundo que viven empeñados en hacernos creer que es mejor evadirse que comprometerse. Los enemigos de la verdadera espiritualidad acechan y trabajan afanosamente para despojarla de su dimensión más vital y real. Para enfrentarse a ellos conviene asumir sin titubeos que “tener parte con Jesús” es lo genuino de la vida espiritual[7]. Seguir de cerca los pasos del Señor se presenta por tanto como condición sine qua non para conocer a la tercera persona de la Trinidad.
Cuatro momentos de la Historia de la Salvación resultan especialmente clarificadores: la creación del hombre -Yahvéh insufló en sus narices aliento de vida (Gn 2,7)-, el bautismo de Jesús –el Espíritu de Dios bajaba en forma de paloma y venía sobre él (Mt 3,16)-, la muerte en cruz –inclinando la cabeza, entregó el espíritu (Jn 19,30)-, y la efusión del espíritu en Pentecostés –una ráfaga de viento impetuoso llenó toda la casa (Hch 2,2)-. Vida y humanidad, entrega y renuncia, comunión y misión, y referencia inexcusable a Jesucristo, son los rasgos más sobresalientes. Nada que ver con el gusto por lo extraordinario y lo extravagante que habitualmente se asocia a las personas espirituales. Sí, en cambio, con la cercanía, la vitalidad, el amor al límite y la relación personal.
Ya desde antiguo el hombre ofreció enconada resistencia a creer que Dios se encuentre en la realidad cotidiana y que se haya hecho tan humano. Es una convicción extendida pensar que los “maestros” de la interioridad pertenecen a otro mundo más elevado y más puro. Tentaciones de ayer que son las mismas de hoy. Las páginas bíblicas están llenas de ejemplos que traslucen la oposición –más o menos soterrada– del hombre a la humanidad y sencillez de Dios.
2.1. David vs. Goliat
Apenas un adolescente era David cuando el profeta Samuel le ungió delante de todos haciendo pública la elección de Yahveh. Un hecho donde el Creador ya va “marcando estilo”: no es el sujeto interesado quien decide su destino, ni quien se arroga una misión. Son otros los que reconocen en aquel chaval la presencia de Dios. Un suceso que discurre con absoluta limpieza y transparencia. Acontece de un modo público y notorio. Nadie podrá decir jamás que detrás de una “carrera tan meteórica” como la del futuro rey de Israel se produjeran oscuras intrigas palaciegas y malas artes. Propio es del “buen espíritu” la diafanidad.
Un perfecto desconocido. Una persona ajena a los ambientes donde se tomaban las “grandes decisiones” políticas y religiosas. No era habitual del papel couché ni se relacionaba con los personajes más in del momento como sus hermanos mayores, quienes trabajaban para Saúl, el rey. Ni siquiera su padre pensó en él cuando vio aparecer al profeta. Y sin embargo… El menor de los hijos de Jesé, el último de ocho hermanos, es en quien Yahveh deposita sus esperanzas; la mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias pero Yahveh mira al corazón (1Sm 16,7).
Los comienzos de David fueron como los de cualquier chico de su edad. Combinaba dos actividades para ganarse el pan: cuidar el rebaño de su padre en Belén y tocar la cítara en el campamento del rey para amenizar las veladas. Mucho tiempo dedicado a trabajar y a escuchar. Así se forjan las grandes almas.
Pero Israel vivía bajo la continua amenaza de los filisteos que contaban con la fuerza y los alardes de Goliat. La vida está siempre expuesta a múltiples peligros que acechan y que, en ocasiones, arremeten directa y explícitamente contra ella. Así ocurrió cuando salió de las filas de los filisteos un hombre de las tropas de choque con la intención de derrotar a los israelitas (1Sm 17,4). Goliat era alto y seguro de sí. Atrapado por el ego. Un tipo “aparente”. Contaba con notables y cuantiosos recursos: una coraza de escamas, escudero, grebas de bronce, jabalina y lanza. Todo lo necesario para cubrir una buena defensa y un buen ataque. En cambio, David llevaba lo de siempre, lo de todos los días: su zurrón de pastor, el cayado y una honda. A pesar de la evidente situación de desventaja, el ungido de Yahveh, conocía bien sus posibilidades. Había tenido que pelear en numerosas ocasiones con el oso y el león cuando atacaban a sus ovejas.
El éxito que obtendrá David descansa en una historia de fidelidades mutuas (entre él y Dios) vividas en medio de su tarea habitual. Confiaba en Yahveh no por su potencialidad milagrera, sino por su presencia eficaz y salvadora en los problemas de cada día: Yahveh, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará de las manos de ese filisteo (1Sm 17,37).
Pocos efectos especiales y un buen puñado de fe y humildad fueron suficientes para desarmar y desactivar tantas capas de autocomplacencia, de falsa protección y de endeble vistosidad.
2.2. Sansón vs. Dalila y los filisteos
El caso de Sansón resulta aún más chocante que el de David dado el carácter voluble y bravucón del forzudo joven, hijo de Manóaj. Si en los primeros tiempos de buena sintonía con Dios el sucesor de Saúl muestra un comportamiento ejemplar que explica el apoyo incondicional de Yahveh, de Sansón no se puede decir lo mismo. Mujeriego empedernido, osado aventurero, caprichoso y vividor, malgastará el regalo de su consagración en peleas intrascendentes simplemente para demostrar su poder y humillar.
Pero esa imagen de perdonavidas encerraba dos puntos flacos: su propia fortaleza física y su desconocimiento del amor. Sansón actuaba en función de lo que otros esperaban de él. Por eso reaccionaba tan fácilmente con las provocaciones y se defendía tan bien en el “ojo por ojo”. Si de mostrar la fuerza se trataba, él era el mejor. Vivía para su imagen y para justificarse ante sí mismo y ante los demás. No había entendido que su elección por parte de Dios era un acto gratuito de amor que no requería mayores pruebas que su agradecimiento y fidelidad.
Sus enemigos descubrieron enseguida su debilidad. La derrota estaba garantizada si encontraban una persona que canalizara todos los “afectos desordenados” de Sansón. Entonces sería vulnerable. En el fondo era un niño grande, como la mayoría de nosotros. Cuesta madurar. Y se evita porque produce dolor. Una mujer de la vaguada de Soreq, llamada Dalila, se convertirá en la causa de su perdición. Se enamoró de ella y le abrió todo su corazón (Jc 16,17).
Sólo hay un Ser a quien podemos ofrecer todo lo que somos sin que nuestra existencia corra peligro. Se arriesga demasiado cuando se pone la vida entera en manos de otros que, aún siendo importantes, son frágiles también. Se puede caer con facilidad en la idolatría de los sentimientos. Nuestra sociedad actual es buen ejemplo de ello. Pero reverenciar lo que no se debe conduce a situaciones de muerte. “Sólo Yahveh es Dios de vida. La idolatría supone absolutizar lo relativo y caduco y elevar a esa categoría lo inconsistente y vacío. Y así, cuando las referencias absolutas quedan situadas exclusivamente en niveles inmanentes y horizontales, la frustración que genera deriva en violencia. Y la violencia trae consigo la muerte”[8].
Los filisteos habían apuntado bien y habían dado en el blanco. Sus armas habían sido tremendamente eficaces. En primer lugar, la intriga y la murmuración –entérate y sonsácale (Jc 16,4)–, porque habían comprobado que, en el cara a cara, tenían todas las de perder; en segundo lugar, la elección de Dalila, capaz de manipular los sentimientos más nobles en beneficio propio, seductora, obstinada y chantajista –¿Cómo puedes decir “te amo” si tu corazón no está conmigo? Tres veces te has reído de mí y no me has dicho en qué consiste esa fuerza tan grande (Jc 16,15)–; y, por último, el dinero con el que compraban cualquier voluntad –te daremos cada uno cien mil siclos de plata (Jc 16,4)–.
Cuando Sansón entendió por fin que la única fuerza salvadora proviene de Dios, comenzó a recuperarse. Su cabellera, signo de su consagración y pertenencia al Absoluto le empezó a crecer, invocó al Creador y le dijo: Señor Yahveh, dígnate acordarte de mí (Jue 16,28). Y fue escuchado.
- Espíritu en movimiento
El itinerario de estos dos grandes personajes del AT sirve de ejemplo para subrayar algunos de los aspectos que conviven en el interior del ser humano, para bien y para mal, y que contribuyen a su crecimiento en una u otra dirección. Muchos de ellos son fácilmente reconocibles como rasgos no sólo personales sino como característicos de toda nuestra cultura.
En la historia de David habría que destacar tres “movimientos” realizados bajo el influjo del Espíritu:
- Actuar abiertamente y con transparencia.
El ocultismo, tan en boga hoy, encierra un doble engaño: una confusión clara entre lo misterioso y lo escondido, y una justificación de las acciones soterradas y encubiertas. Dios es Misterio porque el hombre no lo puede abarcar, pero se nos ha manifestado y se nos ha dado a conocer en Jesús. El Espíritu de Dios a la vista está.
- Exprimir los recursos de cada día.
Nada de evasiones ni por parte del hombre, ni mucho menos por parte de Dios. Lo importante sería buscar lo extraordinario que hay en lo ordinario. David aprendió a luchar desde su oficio de pastor y se ganó el favor del rey por su arte tocando la cítara. La cotidianidad es el mejor lugar para reconocer la presencia constante y fiel del Señor. Lo contrario sería afirmar la existencia de un Espíritu caprichoso que sólo actuaría movido por algún oscuro interés y su fracaso en la creación de un ser humano defectuoso de raíz.
- Afrontar la responsabilidad y la misión propia.
Aquella que Dios va poniendo en el camino. La que no se busca sino que, sobre todo, se encuentra.
Sansón, sin embargo, no supo cuidar, ni encauzar su vocación primera. Menos mal que Dios está ahí para lo que sea. Pero no cesó de someterla sin cesar a numerosos peligros arriesgándose a perderla:
- La idolatría del yo y del otro
La esclavitud de la imagen y de la afectividad. El mundo de las apariencias fomenta descaradamente la superficialidad impidiendo al ser humano escarbar en el corazón y encontrar los “móviles” y las verdaderas intenciones que esconden sus acciones.
- El desconocimiento del amor auténtico
Es peligroso mirar en la dirección equivocada y seguir la pista de amores postizos. Los sucedáneos del amor son tan numerosos que es difícil no toparse con ellos cada día. La falta de gratuidad sería el rasgo común que tarde o temprano los delataría a todos ellos.
- La dinámica de la Ley del Talión.
El modo de funcionar que se potencia es el del “tanto cuanto”, es decir, tanto tienes, tanto vales; tanto te doy, tanto me debes… Quedo en paz con los filisteos si les hago daño (Jc 15,3) proclamaba orgulloso Sansón planificando una “justa y razonable” venganza. En la mayoría de los movimientos religiosos se habla del amor… pero generalmente ligado a extrañas contraprestaciones.
- Vivir al día, vivir el día
Casi de un modo automático la mayoría de la gente piensa en la espiritualidad de la vida cotidiana como si se tratara de una experiencia espiritual menor. La importante, la que verdaderamente vale –creen–, es la que se distingue del resto, no por su autenticidad y sencillez extrema, sino por su carácter supuestamente elevado, inasequible y excepcional.
Lo asombroso de Dios es que, una y otra vez, trata de convencer al hombre de lo maravillosa que le resulta su vida tal cual es, desnuda de artificio y afectación. Tanto amó Dios al mundo que dio a su único Hijo (Jn 3,16). Y Jesús asumió todas las condiciones a las que está sometida la humanidad “pura y dura”: nacimiento, crecimiento, aprendizaje, enfermedades, tensiones políticas, éxitos, fracasos, muerte… Él libera al hombre de sus esclavitudes, pero no le libra de ellas. Su palabra y sus actos estuvieron encaminados a conducirnos por el camino de la en-carnación.
4.1. Entorno de pobreza
Hoy y siempre al hombre le ha costado enormemente reconocer su condición. El deseo de “ir a más”, siendo legítimo y detector de su vocación a la eternidad, le ha conducido en ocasiones a renegar de su ser criatura y a buscar alternativas en otros “altares”. La sociedad actual tampoco ayuda demasiado. Ha penetrado a fondo la cultura del consumo y de la invitación constante al engrandecimiento de la imagen. Mal camino que terminará generando frustración y desorientación. Sorprende que un materialismo tan salvaje como el que nos rodea, al final desprecie tanto lo concreto para tocar la trascendencia. Los jóvenes son el sector de población más vulnerable a esta propuesta. Poco les importa a los empresarios sin escrúpulos la suerte de los adolescentes si explotando sus talones de Aquiles logran engrosar sus cuentas corrientes. Es una urgencia destapar los engaños y las trampas de estos “espíritus negociantes” condenándolos abiertamente y sin miedo, y tomando postura a favor de las víctimas.
El Espíritu de Dios, en cambio, no es engañoso y va siempre con la verdad por delante, y la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo (Jn 1,17). Es otro estilo y otro modo de ser penetrado de realidad y de realismo. Una propuesta que in-vita, en primer lugar, a “vivir al día”, es decir, a esperarlo todo de Dios, sin reservas – con una confianza ciega y sin provisiones-; y en segundo lugar, a “vivir el día” empapándose de la vida recibida en todas sus dimensiones.
La pobreza no es una elección del hombre. Es su condición de ser.
4.2. Servicio 24 horas
Otra peculiaridad del Espíritu es facilitar al hombre la contemplación del Dios que labora por mí en todas las cosas criadas[9]. La Creación no fue un acto puntual sino que es un hecho continuo. El Señor está disponible para servir y sostener al hombre las veinticuatro horas del día. Un modo de actuar que es una llamada tanto a reproducir ese cuidado del Creador por toda su obra, como a contemplar con atención cada rincón del mundo para descubrir su presencia amorosa. No hay que desviar la mirada de la realidad pues toda ella está habitada por Él. Dios no se confunde con su obra pero está allí para sustentarla y darle sentido. El encuentro con Él no es una cuestión de “fin de semana” sino de diario.
La espiritualidad de la vida cotidiana no es, por tanto, de segunda categoría, sino que es la única espiritualidad posible. Cualquier experiencia de Dios desmarcada y desentendida de las inquietudes comunes y de la “humana realidad” (con su pobreza, sus fragilidades y sus dolores), no podrá considerarse auténticamente espiritual. El Señor “está al día” de nuestras preocupaciones; no en vano Jesús se dedicó a curar a los enfermos, perdonar a los pecadores y ensanchar los márgenes de la ley a favor de la misericordia.
No nos engañemos. Evadirse de la realidad es una tentación constante. Soñamos con ser héroes, pero no de la madera de Jesús. Sin embargo, la oferta sigue en pie cada día: impregnarse de naturalidad y descender a los “bajos fondos” de la humanidad. Y ya se sabe que la llamada es a ser fiel en lo mínimo (Lc 16,10) y a dejarse guiar por el Espíritu, en lo poco y sin cesar, para encontrar la verdadera sabiduría. Y lo demás se nos dará por añadidura.
Siendo joven aún, antes de ir por el mundo,
me di a buscar la sabiduría en mi oración,
a la puerta delante del templo la pedí,
y hasta mi último día la andaré buscando
(Si 51,13-14)
María Dolores L. Guzmán
[1] El Mundo (12-X-2004).
[2] El Mundo (29-XI-2004).
[3] El País (19-I-2005).
[4] VV. AA., Jóvenes 2000 y religión, Fundación Santa María, Madrid 2004, 86-87. 93 pp.
[5] Ver: José Luis Vázquez Borau, Los nuevos movimientos religiosos (Nueva Era, Ocultismo y Satanismo), San Pablo, Madrid 2004.
[6] VV. AA., Jóvenes 2000 y religión, Fundación Santa María, Madrid 2004, 102 p. Cf. Andrés Canteras, Sentidos, valores y creencias en los jóvenes, Madrid, INJUVE, 2003, 148-150 pp.
[7] Dolores Aleixandre, Qué modelo de espiritualidad estamos construyendo, en: VV.AA., Hoy, el evangelio en el mundo, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2004, 27-51.
[8] Mercedes Navarro Puerto. Guía espiritual del Antiguo Testamento (Los libros de Josué, Jueces y Rut) Herder, Ciudad Nueva, Barcelona 1995. p.(86-87)
[9] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales [236].