En busca de un nuevo paradigma de evangelización de los jóvenes

1 marzo 2000

Pie Autor:
Vicente Marqués dirige el «Centro Arrupe» (Valencia) para el diálogo fe-cultura y fe-justicia.
 
Síntesis del Artículo:
El «Centro Arrupe» de Valencia está desarrollando a lo largo de este curso 1999-2000 un «Forum sobre la evengelización de los jóvenes». El artículo recoge los planteamientos y propuesta del mismo: ir más allá de los modelos tanto doctrinales como antropológicos para caminar hacia otro más integrador: un «paradigma místico» de evangelización de los jóvenes.
 
 

  1. «Forum de Escuela Cristiana y Evengelización Juvenil»

 
El «Centro Arrupe», centro para el diálogo de fe-cultura y de fe-justicia, desarrolla en Valencia una ilusionada oferta de actividades —seminarios internos, cursos, conferencias, encuentros…—, encuadradas en las áreas de Cultura, Psicología y desarrollo personal, Matrimonio y Familia, Espiritualidad y Ejercicios Espirituales, Escuela de Teología para laicos, Temas Monográficos. A estas áreas se ha unido el «Forum de Escuela cristiana y agentes de pastoral juvenil»: un punto de encuentro y reflexión de educadores y evangelizadores de jóvenes que buscan alternativas para la inculturación de la fe en el mundo joven y dialogar con su cultura desde los valores del Evangelio. El programa del Forum de este curso se centra en una reflexión en torno a la «Situación y nuevos planteamientos de la evangelización de jóvenes».
 
 

  1. Malestar actual en la evangelización juvenil

 
Es indudable que, hoy día, bastantes agentes de evangelización, en particular del mundo de los jóvenes, se cuestionan, con un cierto malestar y desconcierto, sus modos evangelizadores y pastorales. ¿Bastaría sólo una renovación de esos modos o, quizás, habría que cambiar el paradigma mismo, los principios y modelos teológicos y sociales de que parten? ¿No se cae hoy día en un cierto reduccionismo de la Buena Noticia en un humanismo social? ¿No se está dando una psicologización de la evangelización frente a una más honda experiencia del Dios vivo? ¿No hay una vergonzante apologética, contagiada por los mitos y la sospecha del secularismo frente a la fe, que trata de justificarla, acomplejadamente, desde lo que hace y no desde ella misma?
 
Por otra parte los estudios y evaluaciones actuales de la evangelización juvenil confirman, desde la teología y la sociología, el malestar y el cuestionamiento sobre la validez actual del paradigma evangelizador de los últimos veinticinco años. Ha producido un cristianismo al que se ha identificado como «cristianismo de tareas»: busca la eficacia del Amor y olvida la gratuidad, el don, el misterio que es el Amor. Ha primado la opción y la voluntad, lo profético, el compromiso y la denuncia, frente a la gracia, la experiencia, la seducción, la comunicación, la ternura y el anuncio, sin conseguir una integración.
 
 

  1. Paradigmas evangelizadores

 
La reflexión del Forum ha llevado al análisis de los últimos paradigmas evangelizadores y de sus posibles alternativas. Sería vano no asumir el riesgo de simplificación y hasta de caricatura al querer caracterizarlos a grandes trazos. Tal vez se podrían describir sumariamente como modelo «doctrinal» y modelo «antropológico». Y, en la búsqueda de una superación dialéctica e integradora de los mismos, parece entreverse un paradigma alternativo al que podríamos nombrar como «místico». Corresponden aproximadamente a tres dimensiones de la vida cristiana: dimensión racional o crítica (conocer lo que creemos), política o ética (hacer lo que creemos) y lírica y mística (experimentar y celebrar lo que creemos). Ojalá se vivieran integradamente esas dimensiones.
 
El modelo «doctrinal» subrayaba el conocimiento, la «doctrina cristiana», y la deducida y consecuente moral: lo que había que «creer, cumplir y practicar» de los viejos catecismos.
Creer: subrayado del conocer, más que del saber; la ortodoxia, más que la ortopraxis liberadora. A veces desembocaba en una fe no personalizada, en creencia, más que en experiencia; incluso en una fe que se ha llamado «por procuración», por la aceptación de la fe de otros («doctores tiene la Iglesia que nos sabrán enseñar»).
Cumplir: los comportamientos cristianos podían concretarse en cumplimiento, en ley, más que en su plenitud que es el amor.
Practicar: la misma vida sacramental y oracional no tanto en celebración, fiesta y compromiso, cuanto en cumplimiento, en «prácticas».
Con su innegable adecuación a su ya lejano tiempo, a este paradigma le faltaba integración de las diversas vertientes de la fe y vida cristiana, aunque se vivía con una admirable fidelidad y entrega, sin cuestionamientos. Era un modelo de evangelización y de fe de trazos muy precisos, basado en una teología razonadora e intelectual, que respondía, por otra parte a un mundo de fe socializada, a veces impuesta, de masa, el nacionalcatolicismo.
 
El paradigma antropológico, aún vigente, es hijo de una teología que asumía el llamado giro antropológico de la fe. Intenta llevar a la fe desde la experiencia humana profundizada, centrándose, de hecho, más en el sujeto a evangelizar que en el Dios salvador; más en la voluntad y la opción personal que en la gracia.
Extremando la descripción, el seguimiento de Jesús se concibe antes que nada como compromiso por el cambio del mundo. Reduce tal vez el ser al hacer («Yo soy lo que hago»): optar por Jesús, no sería tanto vincularse personalmente con Él, como el hacer por los demás. La comunidad que nace de estos presupuestos es, con frecuencia, una comunidad cálida y protectora ante el medio hostil o indiferente a la fe y sus valores, que intenta ser profética y comprometida; de un cierto elitismo también y ensimismamiento e insularidad eclesial, pues se genera a sí misma y atiende más a la denuncia que al propio pecado.
La práctica-símbolo de este modelo, en la evangelización juvenil, podría ser la «convivencia», que prima el encuentro gratificante, la comunicación y la liberación personal; pero en la que la experiencia de Dios, a pesar de voluntariosos intentos, no es fundante, radical e integradora. El resultado quizás de este tipo de evangelización, en general, ha sido un joven sensible a lo social, pero sin apenas vivencia interiorizada y personalización de la fe.
 
Subrayar, por lo demás, que este modelo antropológico, a pesar de sus carencias, descubre algo tan importante y esencial, y, con frecuencia olvidado, como la dimensión social de la fe, la justicia en la que la fe exige expresarse y el valor comunitario.
 
 

  1. Perspectivas nuevas: un modelo integrador de evangelización

 
Un poco por todas partes la reflexión sobre la evangelización busca un paradigma nuevo. Al modelo antropológico de los años 70, aún en uso, se le impone un giro a uno «místico», en cuanto lo caracteriza la experiencia personal de Dios (no necesariamente extraordinaria, pero siempre verdadera y profunda, no sensiblera o superficial), de la que brotan la capacidad profética y el compromiso por el mundo. Los ejes básicos de este modelo vendrían dados por el primado y la centralidad de la experiencia de Dios —“El cristiano del futuro o será un místico, es decir habrá experimentado a Dios, o no será cristiano” (K.Rahner)—.
 
Más que preocuparse por «transmitir» la fe, con un cierto extrinsecismo, se trataría de despertar la experiencia de la presencia y acción de Dios en el corazón de la persona y de la historia; una presencia y una acción que se perciben como gratuidad y amor incondicional, “la interior ley de la caridad y amor que el Espíritu escribe e imprime en los corazones” (Ignacio de Loyola). Esa experiencia es un conocimiento de Dios más allá del noético, no meramente informativo de objetos, sino de relación interpersonal, unitivo; conocimiento que no poseo, sino que me posee y se me regala; de intuición global, no discursivo, clarividente e íntimo; vivencial, me llega con tal inmediatez que se entrelaza e integra en toda mi persona, incluso en mi afectividad y, por eso, me transforma por connaturalidad y cercanía.
 
Se trataría de propiciar y discernir esa experiencia real de Dios, con su fuerza de seducción, que cambia la propia identidad de tal modo que sólo refiriéndonos a ella podemos explicar quiénes somos y por qué nos situamos en el mundo desde una perspectiva liberadora. Porque, desde la experiencia de Dios, nuestro compromiso con los demás brota de lo más hondo de uno mismo y no impuesto desde fuera, más libre y espontáneo, tierno y respetuoso; se hace comunión de amor, ama a Dios y al prójimo en única dinámica, en un mismo gesto.
 
 
            4.1. Recuperar la comunicación de la experiencia de Dios
 
Recuperar la comunicación de la experiencia de Dios, el testimonio compartido de las «magnalia Dei» que se descubren en la propia vida y en la historia como salvación.
“El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan; y si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio” (EN 51).
Pasar del lenguaje meramente informativo, para pensar, a la comunicación en la que se sugiere y entrega personalmente a los demás la experiencia personal y comunitaria de Dios mismo.
Contar la experiencia es decir a los demás algo que ha acontecido en mí, que no necesita ser probado, que está ahí con su evidencia discernida. Contarla a balbuceos, con sugerencias y alusiones, en palabras densas de sentido, vivas, porque es inexpresable: una explicación meramente lógica la empobrecería y mentiría. Mostrarla en sus efectos, en la plenitud que me regala y hacerla así incitación y acercamiento a una experiencia parecida en los otros.
 
 
4.2. Ayudar a la creación de comunidades de memoria de la salvación
 
“Compartían la Fracción del pan… Vivían todos unidos… Proclamaban la Resurrección del Señor… No había necesitados entre ellos…” (Hechos de los Apóstoles).
La experiencia de Dios y el testimonio compartido y anunciado, la comunión en Cristo, más que los vínculos humanos, son la raíz y el estilo de tales comunidades.
Comunidades, por eso mismo, más abiertas y eclesiales, en red de interrelación, comunicación y colaboración solidaria y mútua, confesantes, testimoniales y anunciadoras y, a la vez e integradamente, samaritanas, liberadoras.
Comunidades de referencia, alternativas, testigos y anticipaciones de un mundo distinto, ante las que la indiferencia es imposible, porque invitan indeludiblemente a la atracción o al rechazo, al acercamiento o a la distancia.
 
 

  1. Cuestiones para la práctica de la evangelización

 
El cambio de paradigma evangelizador que se avizora no habría de ser una basculación o reacción culpabilizada que niega los anteriores, sino que lo integra en una síntesis más rica. Y es, sobre todo, como lo fueron otros modelos, una respuesta a lo que demanda y produce cada situación histórica, que no se puede juzgar ni condenar desde otro contexto.
 
Por otra parte puede darse una reacción de rechazo frontal a este modelo de evangelización, por temor a una posible y peligrosa involución intimista. Es cierto que hay que discernir la verdad de la experiencia de Dios, pero no más que la del prepotente racionalismo. “La intimidad se hace sospechosa a los ojos de la ideología, porque es potencialmente subversiva. Lo que se vive desde «el hondón del alma» (Unamuno) se suele autentificar por sí mismo… Además los evangelizadores somos, o deberíamos ser, «expertos en intimidad» como una natural consecuencia del primado de la experiencia íntima en el Espíritu” (Xavier Quinzá).
 
¿Cómo, pues, articular para la práctica esas grandes intuiciones de una evangelización que quiere fundamentarse en la experiencia personal y comunitaria de Dios, narrarla como referencia testimonial y anuncio liberador? La teología actual, que se proclama narrativa, la pedadogía y la práctica que se evalúa a sí misma tendrán que enseñarnos.
 
En concreto, ¿qué valores disponen a esa experiencia? ¿ Cómo educar, por ejemplo, en la admiración y el asombro, la sensibilidad al misterio, la gratuidad y la gratitud, la fiesta, la interioridad no ensimismada o narcisística, la búsqueda de sentido, la contemplación de la realidad atenta, desinteresada y no posesiva…?
¿Cómo, sobre todo, enseñar la alegría del descentramiento de uno mismo para propiciar la acogida y el amor? ¿Cuáles serían las etapas y procesos de esa experiencia a la que pretendemos ayudar? ¿Qué tipo de lenguaje exige la comunicación de la experiencia, inefable de por sí?
¿Qué palabras que evoquen el Misterio y nombren al que no tiene nombre; palabras que alcancen el centro del hombre, su corazón? ¿Habrá que recurrir al símbolo? Y, por encima de todo, ¿cuáles son las mediaciones en que Dios se comunica? ¿Situaciones límite o de plenitud? ¿El amor, la comunicación, la entrega? ¿El imperativo absoluto del bien?
 
Por supuesto el encuentro con Jesús, Imagen de Dios; el encuentro con los hombres y mujeres, imágenes de Jesús; los pobres, vicarios de Dios… ¿Cómo disponer, en la práctica, al acercamiento y al habitar en esas mediaciones, al vivir la vida en Dios y no sólo pensarlo? «Dios es la casa del hombre», decía ya Heráclito.
 
He ahí algunas tareas para la reflexión y la práctica de la evangelización de los jóvenes. Habrá que liberarse de la rutina del cada día y buscar respuestas de futuro. n
 

Vicente Marqués