Puesto que no sé quién soy…
que lo decida la suerte.
¿Cara o cruz?
(León Felipe)
En un coloquio se lamentaba un educador de que los adolescentes no se decidían a expresar su propia manera de pensar. Y les decía: “estamos dispuestos a daros lo que pidáis, pero decid al menos, lo que queréis”. A estas palabras respondió uno de los adolescentes puntualizando que todo el problema consistía precisamente en que ellos mismos no lograban formularse a sí mismos, de manera concreta, sus deseos y aspiraciones frente a la crisis de la sociedad actual. Y terminaba con estas palabras: “lo que pedimos a los adultos es que respeten nuestra incertidumbre”.
¿Es cierto que los adolescentes se mueven en la incertidumbre y en la inseguridad? ¿Atraviesan un laberinto de experiencias -van y vienen, hacen y pasan- sin sentido y sin salida? ¿Se desvanecen en ellos los ideales, las utopías, los horizontes? ¿Están ya marcados por el desencanto y el desconcierto vital? Siempre ha resultado difícil a los adultos entender este período de la existencia humana. Hoy parece que las dificultades se agrandan y agravan. Porque, en una sociedad movida por la dinámica acelerada del cambio social, también los adolescentes cambian de una generación a otra de forma muy rápida. Y lo que hoy vale, no vale mañana.
Un dato parece incuestionable. La adolescencia ha dejado de ser un mero trámite, un simple y breve período de transición entre la infancia y la juventud para convertirse en una etapa que a los adultos se nos presenta llena de interrogantes sin resolver. Los niños quieren salir muy pronto de la infancia y tardan mucho en llegar a la emancipación dejando atrás la tutela de la familia. Nos encontramos entonces con una adolescencia prolongada, a través de la cual, entre muchas zozobras, los adolescentes realizan el viaje errático de la tortuosa búsqueda de identidad. Puede constituir una verdadera odisea, en la que existe incluso el peligro de perder de vista a Ítaca, de quedarse anclado en un modelo de vida que se desvanece entre los brazos de Calipso o los hechizos de Circe (Jesús Rojano). Para muchos, constituye la etapa evolutiva más difícil de comprender.
¿Cómo educar hoy a estos adolescentes? ¿Cómo educar a los adolescentes con problemas y conflictos de inestabilidad emocional, de inadaptación social, de comportamientos violentos? (Mº. Angustias Roldán) ¿Cómo educarlos, especialmente, en la fe? Padres, profesores, catequistas, educadores de la fe, nos encontramos ante el reto de pasar del suspirar (“ya no sé qué hacer”) al contemplar; de pasar de una pastoral del lamento a una pastoral del desvelamiento. Porque estas y estos chavales del piercing, del móvil y del disc-man, hipnotizados por los videojuegos, ante el abismo de las drogas, de la anorexia o del sexo, llevan en sí todo lo necesario para encontrarse con Dios y para experimentar su presencia (Elena Andrés).
Es posible que existan en la vida de los adolescentes muchas dificultades para vivir la fe; que la tarea de transmitirla y educarla resulte verdaderamente difícil. Lo es siempre para toda persona, adolescente o adulta, que en la vida no encuentra su propio centro, que no es capaz de entrar dentro de sí misma, que vive en la superficie, que se mueve en la periferia de sí misma, que está dominada por el interés egocéntrico. Pero quizás también en la misma vida de estos adolescentes se encuentran los vestigios de muchas posibilidades que facilitan el camino hacia la experiencia de la fe. Es necesario acercarse a su vida, conocerlos y amarlos. Sólo educa quien conoce y ama. Se trata de un conocimiento interior y profundo, sapiencial, propio de quien está dispuesto a escuchar y a compartir; y de un amor fraguado en la cercanía y en la simpatía, vivido en el acompañamiento.
En este primer mes del año Misión Joven quiere asomarse a la encrucijada adolescente, desde la com-pasión y sim-patía. Quiere llegar a esa embarcación que navega entre Escila y Caribdis, e intentar proporcionar a los educadores de la fe, como solicita el último Informe sobre la educación de la Unesco, algunas de las cartas náuticas de un mundo complejo y agitado y, al mismo tiempo, la brújula para poder navegar con tino. El proceso de convertirse en persona, ayudándole a reconocer quién es, representa una aventura tan apasionante, que no puede quedar a la decisión del destino, al cara o cruz.
EUGENIO ALBURQUERQUE
directormj@misionjoven.org