En la muerte de Antonio Vega

1 julio 2009

Jesús Rojano
Acaba de morir (12 de mayo) el cantante Antonio Vega, que fue alma en los 80 del grupo Nacha Pop y, después, una de las principales referencias entre los cantantes que escribían letras “que decían algo” en la música pop-rock española contemporánea. Ni se me pasa por la cabeza hacer una recopilación de su vida o reproducir los lugares comunes que los lectores habrán leído o escuchado en los telediarios o en los periódicos estos días. Menos aún hacer ningún juicio que santifique o condene al personaje: “¡No juzguéis y no seréis juzgados…!”
Pensando en la pastoral con jóvenes, mi preocupación va a ser otra. Todos conocemos la importancia que atribuyen hoy la gran mayoría de los jóvenes a la música pop, rock, etc. A veces se oyen juicios de condena global a la música moderna, a sus autores, se piensa que es uno de los campos más secularizados y que a los cristianos no tiene nada (bueno) que decirnos. Durante años (ya van 18) me he dedicado a analizar cada mes en Misión Joven las letras de las canciones comerciales actuales, y tengo que decir que afortunadamente no todo es chiky-chiky y bakalao… En esa sección de la revista hemos considerado todo este tiempo que estábamos haciendo nuestra pequeña aportación a este reto que nos lanzó este texto del Concilio Vaticano II:
 
Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza (GS 4).
 
Pues bien, hay dos letras de Antonio Vega que deberían escuchar y releer los que creen que detrás de ese mundillo sólo hay secularización plana y vaciedad. Aquí está la primera:
 
Lucha de gigantes (Antonio Vega)
 
Lucha de gigantes
convierte el aire en gas natural.
Un duelo salvaje advierte
lo cerca que ando de entrar
en un mundo descomunal,
siento mi fragilidad.
¡Vaya pesadilla!, corriendo
con una bestia detrás.
Dime que es mentira todo,
un sueño tonto y no más.
Me da miedo la enormidad
donde nadie oye mi voz.
Deja de engañar,
no quieras ocultar
que has pasado sin tropezar.
Monstruo de papel,
no sé contra quién voy
¿o es que acaso hay alguien más aquí?
Creo en los fantasmas terribles
de algún extraño lugar
y en mis tonterías
para hacer tu risa estallar.
En un mundo descomunal,
siento tu fragilidad.
Deja de engañar
no quieras ocultar
que has pasado sin tropezar.
Monstruo de papel,
no sé contra quién voy
¿o es que acaso hay alguien más aquí?
Deja que pasemos sin miedo.
 
Es fácil, a poco que nos detengamos, percibir en la letra anterior la angustia y búsqueda de autenticidad y verdad por parte del ser humano contemporáneo, que se sigue haciendo preguntas sobre el más allá, la trascendencia, los límites y posibilidades del ser humano. Esa lucha contra la pregunta que somos y llevamos dentro (¡San Agustín!) es la “lucha de gigantes” que describe el título de la canción. Por eso “siente su fragilidad al entrar en un mundo descomunal”. Hay preguntas pero no respuestas esperanzadas. Es la tragedia de nuestra época, y quizá también su grandeza cuando el ser humano, con tal que sea capaz de encontrar en esa lucha la trascendencia y el amor del Dios que nos ha creado y se ha encarnado en nuestro mundo.
Esta letra me recordó  desde la primera vez que la escuché uno de los textos más llamativos de la Biblia, la lucha de Jacob con el mismo Dios (¡Israel!) para encontrar esperanza y sentido: “Y habiéndose quedado Jacob solo, estuvo luchando alguien con él hasta rayar el alba. Pero viendo que no le podía, le tocó en la articulación femoral, y se dislocó el fémur de Jacob mientras luchaba  con aquél. Este le dijo: «Suéltame, que ha rayado el alba.» Jacob respondió: «No te suelto hasta que no me hayas bendecido.» Dijo el otro: «¿Cuál es tu nombre?» – «Jacob.» – «En adelante no te llamarás Jacob sino Israel; porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres, y le has vencido.» Jacob le preguntó: «Dime por favor tu nombre.» – «¿ Para qué preguntas por mi nombre?» Y le bendijo allí mismo. Jacob llamó a aquel lugar Penuel, pues «He visto a Dios cara a cara, y tengo la vida salva.»” (Gn 32, 25-32). Lo malo es que la canción de Antonio Vega no acababa con una respuesta positiva, sino en una pregunta (que no es poco): “No sé contra quién voy, ¿o es que acaso hay alguien más aquí?” Seguramente ahora ya ha obtenido su respuesta: sí hay Alguien ahí, y es Amor.
En cuanto a la otra canción, ¿quién dijo que la gente ahora no se hace ya preguntas profundas por el origen y meta del universo? Os invito a releer (mejor, escuchar cantada) esta poesía de Antonio Vega:
 
Océano de sol
 
Océano de sol, por ti alcé la voz.
Sin » dónde » ni con » quién «, sin » luego » ni «también».
Buceo en la razón, estrella de carbón.
Dejé en la orilla un hola y un adiós.
Quiero tener tu edad: madura juventud.
Hoy cerca del hogar, ayer a un año-luz.
Era un planeta azul, éranse Norte y Sur.
Tan cierto, tan veloz como el azar.
 Puedo recordar sueños de un millón de años atrás.
soy guardián del fuego original,
no me olvido de que soy animal.
historia universal, dime cómo era el mundo al empezar.
yo partí hace mucho tiempo ya, soy el fruto de la relatividad
Océano de Sol, me entrego a tu fulgor.
Profunda creación, nadé sin condición.
Desde el vacío pude ver mejor
Puedo recordar sueños de un millón de años atrás.
soy guardián del fuego original, no me olvido de que soy animal.
historia universal, dime cómo era el mundo al empezar.
yo partí buscando vecindad, la paciencia fue mi gran rival.
 
En definitiva, el ser humano contemporáneo, también en las manifestaciones culturales más cercanas a los jóvenes, como en estas letras de canciones de Antonio Vega, hay preguntas radicales. Se necesitan cristianos atentos a la cultura actual e impregnados de mentalidad evangélica que sepan unir los dos cabos, las preguntas humanas de siempre (expresadas en el lenguaje de hoy), y la respuesta cristiana de siempre, el evangelio, también comunicada a los hombres y mujeres del siglo XXI.
Dejamos otros textos llamativos de Antonio Vega (selección inspirada enwww.elmundo.es del 13 de mayo de 2009):
 
«Tuve que correr, cuando la vida dijo ve. No hubo manera de pararme.
Correr que fue volar. Beber de un solo trago todo el mar. Y no sació mi sed el agua.
En el camino, tropecé. Con esa piedra, desde la que arranqué…

Tuve que correr cuando en el viento pude oír que igual que vine habría de marcharme».
Tuve que correr
(Anatomía de una ola, 1998)

 
«Y es que hoy aún quedan ojos que mirar.
No se oiga ni una queja más…
Del elixir de juventud bebimos juntos prometiéndonos la vida
¿quién nos llamó?, ¿qué pudo ser? Nos puso de la mano desde el primer día».
Elixir de juventud (Océanos de sol, 1994)
 
«Es que no hay nada mejor que imaginar… la física es un placer.
Es que no hay nada mejor que formular, escuchar y oír a la vez.
Miré el ángulo formado por ti y por mí, es la solución a algo muy común aquí.
Es que no hay nada mejor que revolver el tiempo con el café.
Es que no hay nada mejor que componer sin guitarra ni papel.
Paralelas vienen siguiéndome espacio y tiempo juegan al ajedrez».
Una décima de segundo
(Nacha Pop, 1980)

 
«Despierta ya, mira qué luz. Nada envidia el norte al sur.
Recuérdame que lo de ayer no se olvida sin querer.
Éramos uno y uno y luego dos. Más cerca cada vez de un sueño sin adiós».
Desordenada habitación
(El momento, 1987)

 
«Cuál podría ser mejor, cuál de mis tesoros el peor. Balanza tan igual,
 siempre condenada a bascular.
Nunca pudo decidir. Siempre tuvo cerca su botín. El sueño era fugaz. Con un ojo abierto y otro en paz.
Suena un despertador y él da la vida sin ser dios, por una antigua vocación. Qué haría mi animal , si comprendiera que es genial no dejaría de pensar».
Tesoros
(No me iré mañana, 1991)

 
«Deja de tragar, deja desatarse el huracán,
deja que tu ser ande y haga por andar y hacer.
Y de pronto descubrir una puerta sin abrir

y sentir que al otro lado
algo hay que espera por ti.
Síguelo, con todas tus ganas, síguelo».
Síguelo
(No me iré mañana, 1991)

 
«No me iré mañana. No sin antes algo más que ver.
No me iré mañana, aún es pronto para envejecer.
No me iré mañana. No sin nadie más que conocer.
Caminos hacia el frío calor futuro, mirar este mundo en paz y nunca de reojo más.».
No me iré mañana
(No me iré mañana, 1991)