Vicente Morales Gómez
Vicente Morales, 67 años. Casado con Rosy Escala. Trece hijos, veintidós nietos y tres en camino. Miembro de la Comunidad de Pueblo de Dios en Candón (Huelva).
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Desde una perspectiva testimonial, intentando narrar “lo visto, oído y tocado”, Vicente Morales nos conduce a las raíces mismas de la comunidad cristiana. No son otras que la Palabra de Dios, el mensaje de Jesús. De ahí nace y ésa es precisamente su tarea: contemplar, vivir y anunciar la buena nueva del Reino.
Se me pide dar mi opinión, hacer una reflexión en torno a la Comunidad Cristiana. Hay mucho que rescatar y poner en claro, mucho que escudriñar y conocer en lo más profundo de su fundamento, su esencia y su trascendencia. Siempre tendrá como filtro y telón de fondo la Palabra de Dios. Cuanto expongo estará sumergido a su vez dentro del contexto total de rasgos fundamentales contenidos en el evangelio. ¿Cómo, dónde si no en la Palabra de Dios, la Comunidad podrá encontrar razones a su “apellido” Cristiana? Tal trabajo de conocimiento y profundización conlleva al mismo tiempo otra tarea, no menos importante y sí más difícil: la de desentrañar y poner en claro toda esa circunstancialidad que la embadurna, que no la permite contemplar en su raíz, todo eso que se ha ido creando en torno a ella a través de la historia. ¡Cuánto hay en la comunidad y en su búsqueda que ni huele a evangelio ni se resuelve con el evangelio!¡Y cuánta esperanza puede generar una comunidad de Dios!.
- “El grupo de los creyentes”
La razón de lo que apuntamos la encuentro en lo que para mi supone el aval de mi vivencia en comunidad, cómo la vivimos y lo que transmitimos cuando hablamos de ella. Dicho aval encuentra su garantía, fidelidad y raíces en los sumarios que sobre ella se nos da en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Aunque nunca lleguemos a alcanzar la altura de lo que anuncia con ello tratamos de no olvidar ni aparcar en caso alguno lo que supone el papel que está en manos del grupo de creyentes como testigo, realizador y signo visible del mensaje cristiano. Creyentes que estiman a los otros como superiores; que no quieren tener otra deuda que la del amor; que se entrenan en no hacer nada por rivalidad ni por vanagloria; que le dan más importancia a la vivencia del “Todos Juntos” que a una vivencia individual, aunque sea buena. Sin valores evangélicos nunca podríamos decir con garantía de Dios que estuviésemos hablando del espíritu y la verdad que la hacen ser lo que es. Solo desde ahí, con la conciencia que incluye y arrastra, la comunidad puede cumplir su tarea con conocimiento adulto y fiel, sabiéndose actuando dentro de la inmensidad compleja de la Historia de la Salvación.
- Análisis, sí; juicios, no
Sin hacer juicio alguno, manifiesto que comprendo y justifico totalmente todo lo que me pueda parecer alejado o des-centrado de su raíz. Las referencias y datos que señalo dentro de lo que supone mi experiencia en su búsqueda y su vivencia, llevo buscándola con Rosy, mi mujer, 43 años; vivencialmente, con otros muchos y a tiempo completo, 23 años. Me siento en la obligación, tanto en razón de lo que se me pide como en función de lo que para mi comunidad significa manifestar “lo visto, oído y tocado”, muy importante en la tarea evangelizadora. Durante muchos años hemos estado analizando por qué razón lo que ha de dar vida y veracidad visibles al mensaje de Jesús, sin pretenderlo, no acaba de darse tal y como nos lo presenta la Palabra. Hacerlo con conciencia, sabiéndome indigno y lejano, supone para mi la causa que ha movido mi vida desde que tengo uso de razón y descubrí su papel crucial en el contexto de la Palabra de Dios.
Estoy convencido que, puestos en presencia del Espíritu y tratando de estar a la escucha de lo que ÉL nos manifiesta a través de la Biblia y de los acontecimientos del mundo, la comunidad cristiana es la que fielmente da en nombre de Dios autoridad y credibilidad visibles a Su Proyecto de Fraternidad Universal. Si la comunidad no es signo referente del plan del Dios vivo manifestado en la oración del Padre Nuestro, algo o mucho – aunque nos parezca un atentado contra lo mejor de nosotros – no nace de sus raíces, y desde ahí jamás será posible “en la tierra como en el cielo”. Si contemplando los frutos vemos que no se dan los resultados que se dan en la primera Comunidad de Jerusalén, creo que cualquier cristiano que se sepa adulto, responsable y transmisor de la Buena Noticia está en la obligación de gritar con conciencia y honestidad que eso ocurre porque no tenemos fe en Dios, ni en su Palabra, ni en el mensaje que vino a traernos Dios-hecho-hombre. Un mensaje que en definitiva vino a decirnos que la preferencia íntima y vital del seguidor de Jesús de Nazareth es el Reino del Padre, y que éste ha de ser – como manifiesta su Oración y ya hemos apuntado anteriormente – “en la tierra como en el cielo”.
- Lo incomprensible
Mi experiencia es que ante la contundencia con que es nos expone la comunidad en la Palabra y la rica experiencia que Dios nos ha regalado a lo largo del tiempo, se levantan muchas voces que sin querer desvían o combaten algo esencial para el cristianismo desde razonamientos que no tienen fundamento en el evangelio. Estoy convencido que se hace por evitar que muchos caigamos en depresión al poder comprobar que nuestros buenos deseos no están en razón de lo que creemos, o pensar que eso no es para nosotros, o que nos impone algo imposible. En general, estas voces se sitúan o proclaman diciendo: “El Reino comienza aquí pero se culmina en el más allá, en el cielo”.
Ante esto, vuelvo a repetir que si Dios lo hubiese querido así no puedo entender la presencia de su Hijo encarnado en medio de su pueblo; no entiendo su vida toda orientada para confirmar la oración universal; no entiendo su muerte que, de no ser y haber ocurrido así, dentro de algo imposible de comprender por nuestra mente, nuestra conciencia y mentalidad hubiera quedado de igual manera que antes de hacerse presente en la tierra de los hombres. Dios lo habría seguido intentando a través de patriarcas, jueces, profetas u otro modo por el que través del hombre nos lo hubiera hecho entender. La realidad es que no fue así. Vino Él en vivo, hecho hombre, a recordarnos lo que de Dios había en cada uno de nosotros y que el hombre había olvidado. En el momento en que comprendiésemos la presencia de Jesús entre nosotros, obviamente y por lógica pura y sin milagros, ya habríamos entendido todos a Dios como el Enmanuel apocalíptico – Dios-con-nosotros -, y ya, por añadidura y sin más, sería “en la tierra como en el cielo”
- Cuestionamiento obligado
Desde esta argumentación hemos de cuestionarnos necesariamente, ¿qué impide el que esa herramienta evangélica que es la comunidad cristiana no pueda desempeñar su tarea tal y como nos lo plantean los sumarios de los Hechos de los Apóstoles? ¿Por qué no acabamos de ver que en su fiel observancia se fundamenta la posibilidad y realización del mensaje cristiano en toda la faz de la tierra? En base a esto, lo que he visto es la falta de presencia, la dimensión aparcada, si no olvidada, de la contemplación y aplicación fiel de la Palabra de Dios.
Al entender esto, al ver que no estamos en la onda de Dios según debe ser la comunidad cristiana, ¿no es fácil comprender que la vivencia de la comunidad no es ni puede ser según el espíritu y la verdad con que se nos transmitió? ¿No es fácil comprender que los primero discípulos no lo comprendieron hasta que estando todos juntos se hizo presente el Espíritu Santo en Pentecostés? ¿Qué la fe no tiene garantía, ni aguijón, ni frutos si queremos vivirla individualmente? ¿Qué de vivirla en colectividad y no obtener dichos frutos no es sino porque cada miembro vive el cristianismo desde como mejor lo entiende?
Se ha oído decir que quién vive en comunidad está exento de pasar por el purgatorio. Hacernos reír en un contexto donde todos estamos tristes, huraños, sin fuerzas para la esperanza… es positivo. Pero reírnos con conciencia de lo que es un desconocimiento de su raíz y misión, se convierte en la afrenta más increíble que podemos hacernos a nosotros mismos y al mismo tiempo al cauce con mayor autoridad del Proyecto de Dios. Vivir en comunidad significa ser “Hombre Nuevo”, solo posible con mente y corazón nuevos. Esto conlleva convertirnos en ese odre capaz de recibir con gozo y conciencia el vino nuevo que nos da a beber la Palabra… y a eso normalmente no estamos dispuestos. ¿Cómo, pues, esperar que convivan el vino nuevo dentro de un odre viejo que no queremos abandonar? ¿Cómo entonces decir que vivimos en la comunidad que nos plantea el proyecto de Dios?
“Un solo corazón. Una sola alma. Todo en común. No haciendo nada por rivalidad, sino sintiendo a los demás mejores que a nosotros mismos. En libertad, la que da gloria a Dios, haciéndonos esclavos por amor, en clave de ofrecimiento como víctima santa y agradable a Dios tras descubrir lo bueno, agradable y perfecto. Abajándonos, siendo UNO, amándonos como Él nos amó”. Todo es Palabra de Dios. Todas nos recuerdan en definitiva que “El que quiera permanecer en Él tiene que vivir como vivió El”. Si en nuestro intento de vivir en Comunidad para ser signos visibles de Dios, no ven a Él sino a nosotros, ¿quién puede decir que vive con conciencia en clave de comunidad cristiana?
La comunidad es santa cuando cada miembro siente la necesidad de ser UNO trinitariamente con el resto, no sabe vivir ni proyectar si no es con el resto de los miembros; cada miembro “no es él” si no “es con el resto”. Huimos de la comunidad porque no alcanzamos a comprender esto y el gozo y trascendencia gozosa que supone para toda la humanidad. La buscamos porque Dios nos la pone en el corazón, y vamos tras ella como la cierva busca las aguas tranquilas que están en nuestro interior y quieren confundirse con el manantial de Dios, del cual proceden. Bienaventurados las mujeres y hombres que lo advierten. Bienaventuradas las mujeres y hombres que hacen que otros lo descubran. Sus nombres, desapercibidamente, están construyendo el Cielo Nuevo y la Tierra Nueva ya en esta tierra.