En memoria de ella…

1 mayo 2003

«Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre,

ni hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús »

(Gal 3, 28).

«Y creó Dios al ser humano a su imagen;

a imagen de Dios lo creó;

hombre y mujer los creó » (Gen 1, 27).



La promoción de la mujer, “signo de los tiempos”
 
El documento del Concilio Vaticano II Gaudium et Spes invitaba a todos los cristianos y cristianas del mundo a saber captar los “signos de los tiempos”, es decir, los rasgos de cambio de nuestra época que sintonizan con valores evangélicos y que hemos de valorar positivamente. La sensibilidad ecológica, por ejemplo, ha ido pasando de ser una preocupación de unos pocos a un rasgo adquirido por la mayoría de los ciudadanos/as e instituciones sociales.
 
Pues bien, ya en 1963, la encíclica de Juan XXIII Pacem in terris, que se está recordando en diversas ocasiones a lo largo del presente año con motivo de su quadragésimo aniversario, reconocía que la preocupación por la dignidad de la mujer es uno de los principales signos positivos de nuestra época: “La mujer ha adquirido una conciencia cada día más clara de su propia dignidad humana. Por ello no tolera que se la trate como cosa inanimada o mero instrumento; exige, por el contrario, que tanto en el ámbito de la vida doméstica como en el de la vida pública, se le reconozcan los derechos y obligaciones propios de la persona humana” (PT 41). En principio, todos hemos asumido estas ideas y, en la sociedad moderna, la mujer –especialmente occidental- ha conseguido a lo largo del siglo XX una igualdad de derechos que se le había negado durante siglos.
 
Entre la idealización y la marginación
 
Con todo, queda aún mucho por hacer. Una marginación que ha durado siglos no se borra de un plumazo. No andan desencaminados los discursos feministas que insisten en la carga discriminatoria hacia la mujer que encierran el lenguaje y el acervo simbólico de nuestra cultura secular. Con razón nos piden, entre otras cosas, que llamemos –y consideremos- a Dios Padre y Madre, y que nos molestemos en incluir el género femenino en nuestros plurales inclusivos.
 
Por cierto, hablando de símbolos, deberíamos analizar si no somos víctimas aún de la concepción mitológica griega sobre el origen de la mujer. Según la narración mítica, el ser humano perfecto era el varón. Sólo después, para castigar el orgullo humano, Zeus creó la mujer “para el hombre”, no para complementarle, sino para traerle quebraderos de cabeza (la famosa Pandora). Así, el ser humano original y completo sería el varón; la mujer sería un ser diferente, distinto, portador de peligros sin cuento… Durante siglos, la cultura occidental –configurada en su mayor parte por varones-, ha elaborado de múltiples formas esta concepción. Así, la mujer ha sido o bien idealizada (la madre, la virgen inaccesible) o bien temida y rechazada (la tentadora, Pandora, las brujas…). Por desgracia, el relato yahvista del Génesis de la creación del ser humano se leyó con frecuencia desde estas coordenadas, que adjudicaban un puesto secundario y derivado a la mujer, como si fuera un ser humano de segunda categoría. La famosa expresión “…de la costilla de Adán”, que quería subrayar la igualdad esencial entre la mujer y el hombre, se utilizó como pretexto discriminador, y dicha minusvaloración de la mujer y de lo femenino sigue más presente en el inconsciente colectivo cristiano de lo que parece, con las consecuencias obvias que no hace falta enumerar.
 
En el principio no fue así

Sin embargo, como afirma el propio Jesús en Mt 19,8, rebatiendo una ley que discriminaba a la mujer de su época, al principio no fue así. Según Gen 1,27, el ser humano es, desde el primer proyecto de Dios, complementariedad de hombre y mujer, ambos iguales en dignidad. La actitud de Jesús hacia las mujeres, y de ellas hacia él, no deja lugar a dudas. Es bueno “hacer memoria” de todas esas mujeres que fueron la mejores discípulas de Jesús, y ver cómo saben plasmar en su seguimiento lo mejor de su femineidad. Precisamente En memoria de ella se titula un libro de Elisabeth Schüssler-Fiorenza que emprende esa tarea. El estudio de Dolores Aleixandre que ofrecemos en este número sigue esa misma línea. Puede que sean, seamos, muchos los hombres que en la Iglesia de hoy sigamos participando de la extrañeza de los discípulos al encontrar a Jesús hablando a solas con una mujer (Jn 4, 27).
 
Haciendo camino al andar
 
Una pastoral juvenil de hoy no puede echar en olvido esta llamada a la igualdad esencial en la complementariedad de hombre y mujer. Más allá de la mera protesta reivindicativa, necesaria pero no suficiente, la participación activa de tantas mujeres en la misión humanizadora y evangelizadora ya va dando frutos en las comunidades cristianas actuales. Tenemos que cuidar y privilegiar todas las acciones y actitudes que ayuden a forjar ese nuevo modo de ver las cosas que, en realidad, era el del Dios Padre y Madre desde el principio de la humanidad. En esa misma línea de las aportaciones positivas de mujeres creyentes, se sitúan los estudios que nos presentan Diana de Vallescar y Dolores López Guzmán sobre el auténtico feminismo y sobre el ministerio de la mujer cristiana como madre. Importa hacer camino al andar, y hacerlo juntos, desde jóvenes, hombres y mujeres.
Jesús Rojano Martínez
misionjoven@pjs.es