Encrucijada y horizonte de la catequesis hoy

1 septiembre 2005

Álvaro Ginel
 

Álvaro Ginel es Director de la revista CATEQUISTAS

 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Desde una situación de malestar respecto a la catequesis, sentida por catequistas, responsables de comunidades y destinatarios, el artículo subraya los auténticos pilares sobre los que debe descansar, la verdadera tarea que debe perseguir (hacer nuevos creyentes) y reflexiona con hondura sobre el quehacer de transmisión de la fe y sobre la identidad del catequista en la comunidad cristiana para llegar a señalar el horizonte de un nuevo modelo de catequesis.
 
El malestar en la catequesis hoy es evidente. Lo viven los catequistas en su hacer diario y lo manifiestan con expresiones como: “No sé si lo que hago vale para algo. No sé qué hacer. No les interesa nada. Los padres no quieren saber nada. Te matas a trabajar y después de la comunión (o de la Confirmación) no te queda ni uno”. Lo viven los responsables de la comunidad que no saben tampoco qué hacer y dejan hacer o imponen normas rígidas en orden a que “al menos sepan algo, aprendan de memoria algo, salgan de la catequesis con algo” porque se presupone que después de recibir el sacramento que sea, abandonarán todo. Lo viven los que están en la catequesis que no se explican muy bien por qué tienen que estar allí tres años o dos años, con unos horarios nada fáciles, si “no hacen nada”, si “siempre es lo mismo”, si “para aprender lo que aprendemos, en un mes se podría hacer”. En un pasado reciente hemos hecho cambios en la catequesis: alargando tiempos de preparación, cambiando los instrumentos que nos servían para la catequesis (libros y métodos). Pero los resultados no son los esperados.
En este momento nos damos cuenta de que hemos hecho retoques, hemos implantado elementos (proceso, tiempos largos…) extraídos de un modo de hacer catequesis (la iniciación cristiana) y los hemos trasplantado a nuestro esquema de catequesis que está basado, sobre todo, en el funcionamiento de la escuela. Hoy palpamos que los cambios no nos han aportado lo que esperábamos y comenzamos a sospechar que el problema es bastante más global de lo que nos imaginábamos.
Hablamos mucho de mentalidad misionera, pero no tenemos claro qué y cómo hacer en nuestras comunidades la acción misionera. Sabemos y tenemos experiencia de un tipo y estilo de catequesis, pero no tenemos referencias de cómo ser misioneros, es decir, cómo hablar de Dios a quien no ha oído hablar o a quien oyó hablar de Dios y está bautizado, pero no se metió de lleno en la corriente de los seguidores de Jesús. El profesor J. Gavaert explicitaba esta falta de mentalidad misionera con un ejemplo muy sencillo. Decía que cuando recorre el mundo dando conferencias observa que en los países tradicionalmente llamados de misión, los misioneros se frotan las manos cuando después de una convocatoria a la que asisten 100 personas quedan con 4 o 5 interesados en iniciar un proceso de conocimiento de Jesús. Y dicen: “¡Han quedado 5!”. Esto mismo, en los países llamados de vieja cristiandad es reflejado así: “¡Bah, para 5 que han quedado no vale la pena gastar esfuerzos!”.
Tenemos que admitir que ningún camino del Evangelio se hace para siempre ni es para durar siempre. El Evangelio pide caminos cada día y en cada época para florecer en medio del mundo. Ahora nos toca buscar caminos… No hace falta comenzar haciendo bien las cosas. Hace falta, como Lucas dice en el capítulo 10:
– emprender el camino como ovejas entre lobos;
– no llevar demasiadas cosas para no concentrar la atención en defender las cosas que tenemos y olvidar el Mensaje que llevamos;
– rebosar paz en el corazón y darla antes de dar los contenidos;
– permanecer allí donde sois acogidos, sin más exigencia; no andéis buscando lugares de la ceca a la meca;
– ser libres para cambiar de lugar si donde estamos no nos sentimos acogidos;
– llevar la salvación a todos, es decir, el mensaje de un Dios que es Padre y quiere que a todos les llegue la Buena Nueva.
 

  1. Dos pilares básicos para un edificio

 
Los catequistas comenzamos a reflexionar sobre la catequesis desde lo que hacemos. La tarea que tenemos en la Comunidad cristiana nos lleva a afrontar los problemas desde la base. Es decir, palpamos la dificultades reales y decimos: “Esto no va”, “esto no sé si será así”, “haciendo la catequesis de esta manera me doy cuenta de que hay algo que no funciona…”.
En lo que hacemos y en cómo lo hacemos se condensan muchas y serias realidades que van más allá del hacer, por ejemplo, qué es ser creyente hoy, qué imagen de Iglesia presentamos, qué tipo de persona proyectamos con lo que hacemos, qué fe hemos hecho vida en nosotros, no sólo que hemos aprendido y tenemos que exponer a los otros… Las dificultades que tenemos en la catequesis no se resuelven con retoques ni con soluciones técnicas. Nuestras dificultades como catequistas son síntomas que apuntan a realidades profundas y complejas.
Si no tenemos en cuenta las grandes interrogaciones que hay detrás de las reales dificultades técnicas que encontramos, corremos el riesgo de afrontarlas y de resolverlas mirando al pasado e intentando reproducirlo en el presente sin que nada, de hecho, cambie. El camino de solución fácil, pero erróneo, es echar mano de lo que hicieron con nosotros y, con algún retoque, volver a ponerlo en vigor. No resultará. No nos está resultando. No podemos empeñarnos es continuar por ahí.
El nuevo reto de la comunidad cristiana hoy es que tenemos que engarzar con la Tradición de la comunidad cristiana de siempre para ser fieles a la fe recibida, y, al mismo tiempo, crear el futuro de transmisión de la fe y de proposición de la fe hoy que no hemos vivido. Para poder hacer este recorrido necesitamos, como en una obra de ingeniería sólidamente construida, tener algunos pilares donde apoyarnos y donde apoyar la nueva edificación.
 

  1. 1.Dios quiere darse a conocer

 
Creo que es importante que pongamos como punto de partida que Dios quiere darse a conocer. No tenemos nosotros más interés que Dios en que haya nuevos creyentes. A veces pensamos que estamos empeñados en transmitir la fe sólo nosotros o, al menos, nosotros somos los que tenemos mucho interés y Dios, poco o nada… Resolver los problemas de la catequesis es un problema teológico, no sólo teórico y práctico. Este pilar lo cambia todo y es central. Si estamos metidos en la evangelización de otros es porque Dios quiere ser conocido, porque Dios nos envía a predicar y a evangelizar para extender el reino.
Estamos ante un misterio: No entendemos bien por qué Dios quiere darse a conocer y que le conozcamos. No entendemos por qué Dios tiene necesidad de nosotros, de su Iglesia para darse a conocer. “Dios quiere vivir con nosotros y compartir la vida. No quiere ser Dios sin nosotros… Es Dios el que quiere darse a conocer. No es cosa nuestra o de la Iglesia. No es propaganda ni campaña evangelizadora, ni, menos aún, recuperar el terreno perdido; ni que la institución Iglesia soporte mal su marginalización actual. Se trata de que Dios nos quiere y quiere vivir con nosotros. Se trata de que Dios se quiere revelar para hacer alianza”.
No hacemos cosas de evangelización “porque se nos ocurran”, sino porque hemos recibido una misión, un envío. Se le ha ocurrido a Dios darse a conocer. Se le ha ocurrido a Dios encomendarnos esta misión y enviarnos a anunciar el Reino de Dios. A nosotros se nos pide tratar “algo que no es nuestro”, que es “misterio”, que es de Dios. Al misterio nos aproximamos con la escucha de la Palabra de Dios. Una escucha nueva, desde estar situados en nuestras coordenadas históricas. Tenemos que escuchar a Dios antes de escuchar nuestras razones, nuestras ideas y también antes de escuchar a los ‘técnicos’ de la comunicación. Tenemos que escuchar a Dios para aprender cómo Dios quiere que le anunciemos, porque la idea ha partido de él.
 
1.2.Ser persona creyente
 
Si la idea de anunciar parte de Dios y él tiene protagonismo por ser el inicio de la acción evangelizadora, el segundo aspecto a considerar es cómo se entiende la persona que acepta la misión de anunciar, cómo es, cómo se entiende a sí misma la persona que dice “creo”, “estoy de acuerdo contigo y entro en esta dinámica de ser creyente”. Si Dios nos busca para comunicarse, para revelarse, para entablar alianza con nosotros, para mantener un diálogo con nosotros es para que realmente podamos desarrollar que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-27). ¡Cada persona es capax Dei! Capaces de estar tú a tú con Dios. Toda persona tiene capacidad de ser interlocutor de Dios. No se pide a nadie nada imposible cuando se le anuncia a Dios.
Hay un pasaje de la Carta a los Hebreos que es fascinante: Por fe obedeció Abrahán a la llamada de salir hacia el país que habría de recibir en herencia; y salió sin saber adónde iba. Por fe se trasladó como forastero al país que el habían prometido y habitó en tiendas con Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa. Pues esperaba una ciudad construida sobre cimientos cuyo arquitecto y constructor es Dios (Hb 11,8-10).
Abrahán es “padre de los creyentes” (Rom 4,18) y lo que vemos en él es una persona que se pone en marcha, que se fía de Alguien. Abrahán parte no porque se le ocurre, sino porque Alguien le lanza a una aventura. Para Abrahán ser y realizar su vida es aceptar el riesgo de partir, de emprender una aventura. Para Abrahán, creer es caminar y caminar es creer. Para Abrahán caminar y creer no es poseer una fórmula de algo o de Alguien (o a algo o a Alguien en fórmula). Creer es emprender una larga marcha. Decir sí a Dios, decir “creo en Dios” es, ante todo, emprender un camino de dinamismo y de relación y es aceptar que me realizo personalmente, soy el que tengo que ser, lanzándome a esta aventura. Realización personal y fe son inseparables y son plenificadores. Son fuente de felicidad personal.
La fe del Padre de los creyentes es obediencia. Se acepta a Dios obedeciendo a Dios que nos lanza a emprender una marcha. Se “entiende a Dios” obedeciendo a Dios. Se “entiende” a Dios en el camino emprendido, en la aventura inaugurada y aceptada en la que él nos metió. La marcha, el camino o trayecto a recorrer, el lanzarse a la aventura que Dios pide, es a la vez fe y forma de realización personal. Ser persona creyente incluye un aspecto de riesgo o apuesta personal fiados en Dios porque no se te dan demasiados detalles para llegar a la meta. Todo se aprende caminando. Todo se vislumbra caminando. El kilómetro siguiente depende del kilómetro presente. Con todo el saber del mundo sobre Dios y sobre la fe es posible que no exista fe. Abrahán no se pone en marcha porque sepa, sino a pesar de que no sabe. Aprende lo que es Dios y lo que es fiarse en Dios, fiándose en Dios, caminando hacia la tierra que se le mostraría.
La fe de Abrahán se enmarca y se junta en una única existencia humana. La historia de Abrahán no es algo a lo que se añade la fe en Dios. Es tal historia porque ha aceptado ponerse en marcha y aceptar a Dios en su vida. Ser creyente y ser persona coinciden en un dinamismo tal que podemos decir que ser persona es ser creyente y ser creyente es ser persona. Creer no se reduce a saber cosas, o a tener afirmaciones en la cabeza. Creer es afrontar continuamente la existencia y la propia historia fiados en Dios, aún cuando lo que nos acontezca parezca que no puede venir de Dios. Es la experiencia de Abrahán. “Por la fe, sometido a prueba Abrahán, beneficiario de la promesa, ofreció a Isaac, su único hijo, eso que le había hecho esta promesa: Isaac continuará tu descendencia; pues pensó que Dios tiene poder para resucitar de la muerte. Y así lo recobró como un símbolo” (Hb 11,17-19). Este pilar de la fe es importante. La manera que entendamos y vivamos la fe será orientación para transmitir la fe. La manera como entendamos qué es ser creyente nos ayudará a formar a los nuevos creyentes.
 

  1. La tarea: “hacer” nuevos creyentes

 
“La Iglesia existe para evangelizar, para llevar la Buena Noticia a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad” (DGC 46). Este mandato del Señor de anunciar, de hacer discípulos, de ser testigos (Mc 16,15; Lc 22,19) es tarea y es misión. No nos interrogamos por la catequesis porque somos “profesionales” de la catequesis sino porque somos enviados. No queremos que las cosas cambien porque no tenemos los éxitos programados como “empresa” de evangelización, sino porque somos unos “enviados” a la viña del Señor.
 
2.1. Darnos cuenta de la tierra que pisamos
 
A Moisés, cuando se le llama para encomendarle una tarea, la vocación de conducir al pueblo de la esclavitud de Egipto hacia la libertad, se le pide que se descalce, que se quite lo que le da seguridad al caminar, “porque la tierra que pisa es terreno sagrado” (Ex 3,5). Dios está donde está la realidad que nos interroga. Está allí donde nosotros creemos que no está y donde no vemos los frutos que esperamos o donde percibimos que “las cosas no marchan”. La tierra que pisamos, la realidad catequética que a veces nos descorazona es “nuestra tierra sagrada” y el lugar donde escuchamos: “descálzate, porque la tierra que pisas es sagrada”.
Acercarnos a Dios y a su misterio exige descalzarnos. Sin ese ejercicio de quitarnos algo nuestro no es posible acercarnos a la realidad y en ella percibir a Dios. A los discípulos se les envía a predicar recomendándoles que no lleven nada (Mc 6,8). Lo que tenemos, lo que nos da seguridad es impedimento para descubrir la realidad que tenemos que transformar. O, de otra manera, para transformar la realidad algo nuestro tiene que ser transformado.
La tarea de la nueva catequesis comienza por “asombrarnos” y descubrir a Dios en la realidad. Muchas veces la realidad nos descorazona y creemos que allí es justamente donde Dios no está. Todos tendemos a decir que “necesitamos determinadas cosas” para nuestra tarea de evangelización. Necesitamos libros, espacios, materiales, tiempo… Nos decimos que “habría que hacer, los destinatarios tendrían que ser, la comunidad tendría que cambiar”… Nos quejamos de que no podemos dar el programa porque no saben… Tenemos como “adquirida y asumida” una manera de hacer, de desarrollar la catequesis y que no nos saquen de ahí… Por ejemplo, muchos manuales comienzan anunciando que Dios es Padre nuestro que nos quiere mucho. Y es verdad. Pero ¿es ese el principio? ¿No será el principio una pregunta por quién soy yo antes de una afirmación de quién es Dios? Descubrir la interpelación de Dios hoy a los que llama implica descalzarse, dejar algo que llevamos puesto.
La zarza desde la que Dios nos llama e interpela es hoy como ayer tierra sagrada. Las interrogaciones que tenemos, los miedos que nos acosan… son llamas de una zarza donde Dios habla y está. Asumir la realidad sin hundirnos, analizarla, rezarla, intentar cambiarla es ver a Dios. Cuando las cosas son sólo nuestras, nos pasará como a las mujeres que van al sepulcro. Van comentando sus dificultades: “¿quién nos removerá la piedra?” (Mc 16,3). No imaginaban que lo que para ellas era dificultad, Dios lo había transformado ya en signo de revelación. La losa estaba removida y encima de ella un ángel que les esperaba con lo que ellas no esperaban.
 
2.2. Nosotros tenemos una tradición
 
A lo largo de la historia, la Iglesia ha tejido una tradición de transmisión de la fe. No siempre ha sido igual. Nosotros nos debemos a una cuyas raíces hay que ponerlas en el concilio de Trento. Con diferentes matices y retoques, la tradición de la catequesis actual nació en la Reforma del concilio de Trento y ha dado sus frutos durante cinco siglos largos. Podemos decir que nosotros somos creyentes formados en esa tradición de transmisión de la fe. El problema que tenemos planteado es si la forma y estructuración como se nos ha transmitido la fe a nosotros es la que tenemos que mantener, retocar o abandonar. Todo apunta a que la tenemos que abandonar progresivamente porque ya no es válida. Tanto ha cambiado el mundo en el que se nos pide confesar al Dios de Jesús.
No se quiere decir que tenemos que abandonar la transmisión de la fe sino una forma de transmisión de la fe. Por la expresión “transmisión de la fe” es posible que alguno entendiera un acto de dar: yo tengo la fe y te la doy; yo te doy lo que tengo y tú no tienes. Esta forma de entender la transmisión de la fe no tiene consistencia teológica pues la fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él. Nadie da la fe a nadie.
Se entiende también la transmisión de la fe como una acción para ayudar al sujeto a prestar atención, a tomar conciencia y a consentir a una Presencia con la que ese sujeto ha sido ya agraciado: esa Presencia originante de Dios y de su gracia que hace de él un sujeto creado a imagen de Dios y dotado de una fuerza divina de atracción que le inscribe en el horizonte sobrenatural de la gracia. Transmitir la fe es, fundamentalmente, educar a la persona en la experiencia de Dios presente en su interior, provocando en ella la adhesión de la fe y la experiencia de esa adhesión.
Desde esta manera de entender la transmisión, la fe no es “algo” que se da a otro. Hay que pensar más bien en una acción educativa intencionada que parte de una confesión de fe: en lo más íntimo de cada persona hay un “soplo, aliento, huella de Dios”. La Biblia narra la creación del ser humano como “arcilla en la que Dios infunde soplando en su nariz aliento de vida” (Gen 2,7). Desde esta narración reveladora de la relación Dios – individuo, hay una huella de presencia de Dios en cada persona. Transmitir la fe es poner al sujeto en camino hacia la huella o presencia divina que ya existe en él, pero no ha descubierto ni ha aceptado conscientemente.
Hablamos hoy de iniciación cristiana o de iniciación en la vida cristiana. Tiene grandes coincidencias con la manera de entender la transmisión de la fe formulada por Martín Velasco. La iniciación cristiana es un proceso organizado y con etapas por el cual el individuo que busca a Dios consciente y libremente llega a ser hijo de Dios por el Bautismo. Es un proceso de nacimiento a una vida nueva, a una manera nueva de entenderse a sí mismo como persona y de vivir que no se ha inventado ella misma, sino que acepta como don y posibilidad que viene de fuera: del Espíritu a través de la Iglesia, comunidad de creyentes.
 

  • Las etapas y organización

 
En la tradición de los mejores tiempos de la iniciación cristiana había una etapa previa a la catequesis. Era el primer anuncio o precatequesis, es decir, ese momento, sin límite de tiempo, en el que la persona se toma tiempo para hacer camino hacia el misterio que anida dentro de sí. La catequesis no comienza por la catequesis, sino por la precatequesis, o primer anuncio o por un tiempo de “humanización” o de marcha hacia el centro de la persona misma donde residen los anhelos, las preguntas las secretas búsquedas y deseos de ser y existir, la voz interior que susurra cansancio o que demanda sencillamente qué sentido tiene la vida…
Cuando los catequista hoy, después de la primera comunión o de la Confirmación, sienten la desolación de que con la recepción del sacramento comienza el abandono de la comunidad por parte de quienes tenían que sentirse más comunidad ¿qué está pasando? Está pasando que los ritos de integración en la comunidad se quedan vacíos. Los ritos que servirían para indicar que uno ya pertenece al grupo de seguidores de Jesús se convierten en ritos de abandono. Se han estado preparando para conseguir algo y llevárselo, más que para integrarse en una comunidad. Conseguido el “trofeo” no tiene sentido continuar “agregados” a la comunidad de los creyentes. Es posible que hayan aprendido algunas cosas de Jesús, pero no se ha creado en la persona un estilo de vida según Jesús. Por eso son muchos los que hoy inciden en la importancia de “inventar” algo que no hemos vivido nosotros: la etapa previa a la catequesis en la que se pongan mejor las bases de una catequesis.
 

  • Los instrumentos y formas de hacer la catequesis

 
En la organización de la catequesis actual el instrumento principal es “el libro” y el catequista que lo explica. El libro puede tener mi formas: libro impreso, cuadernos de trabajo, cuaderno personal, dibujo, fotocopia, documento aislado… En todo caso se trata de “algo” que ayuda a aprender unos contenidos sobre Jesús y su mensaje. El catequista facilita la comprensión del libro con su saber y su testimonio.
En segundo lugar, y en muchas ocasiones muy postergados, están la comunidad y la vida. En una catequesis renovada como es aquella que se inspira en la iniciación cristiana tenemos que recobrar el protagonismo por igual del libro, de la comunidad y de la vida. Tan importante como la reunión de grupo en la que se aprenden cosas está la participación en la vida de la comunidad, en sus celebraciones, en su ejercicio de servicio a los demás y en su compromiso en la vida donde practicamos la forma de vivir que se desprende del seguimiento del Jesús conocido y reconocido. Esto “toca” y nos hace “retocar” horarios, personas que hacen la catequesis, exigencias de la catequesis, tiempos, objetivos de la catequesis, formación de los grupos…
 

  • Las personas de la catequesis

 
El modelo catequético que salió de Trento, y que tantos frutos ha dado en un tipo de sociedad que está desapareciendo, tenía la parroquia como centro que lo estructuraba todo con un actor principal: el párroco, maestro de la fe en la parroquia.
Los destinatarios principales de la catequesis eran los niños. Los adultos eran instruidos por otros caminos: sermones, misiones, cofradías, novenas, quinarios, triduos… La catequesis se reducía a los niños (en vistas al sacramento de la Eucaristía) y adolescentes – jóvenes (en vistas al sacramento de la Confirmación), aunque esta perspectiva pertenece a la pastoral de la segunda mitad del siglo XX. De este esquema quedan excluidos los destinatarios más importantes: los adultos a los que se suponía “catequizados” y que tenían “su oportunidad” catequética en los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio. Con dificultad vamos entendiendo teóricamente la necesidad de la catequesis de los adultos. Ahora es la realidad la que nos exige aprender la importancia de los adultos cuando algunos que se descolgaron en un determinado momento de la comunidad cristiana o que nunca se acercaron a ella, nos piden saber de Jesús. Muchos hombres y mujeres hoy tienen medios para vivir, pero no tienen razones para vivir y buscan alguien que les dé razones. En esta búsqueda vuelven a la Iglesia y quieren ser acogidos, tratados no como niños, sino con la experiencia de vida que llevan acumulada, con las preguntas que les surgen, con las expectativas que les inquietan. El catequista de adultos tiene que saber manejar al menos dos libros: el libro de la vida y el libro de la Palabra. En no pocos casos tendrá que usar más el libro de la vida antes que el libro de la Palabra.
 

  1. Repensar al catequista

 
Algunos pensadores comienzan a decir hoy que “la Iglesia es país de misión”. Antes se publicaron célebres libros que hablaban de que había naciones tradicionalmente cristianas que se habían convertido en país de misión, como Francia o España. Lo nuevo es que ahora algunos dicen que “la Iglesia” es país de misión. ¿Qué se quiere decir? Sencillamente es una pregunta a los creyentes: ¿Nos contentamos con ofrecer servicios religiosos? ¿Nos creemos lo que anunciamos? ¿Son explicables nuestras vidas sin Dios? Porque quizás la dificultad de transmisión de la fe a las nuevas generaciones (y a los hombres y mujeres adultos en demanda de sentido religioso) no sea nada más que consecuencia de la precariedad de la fe de los creyentes o el síntoma claro de una fe enferma. Actualmente experimentamos que existe un catolicismo del que nos avergonzamos y no disponemos de una imagen positiva de nuestra identidad cristiana. Tenemos que recurrir siempre a Madre Teresa de Calcuta para proponer una figura creíble del catolicismo hoy. Este catolicismo cansino muchos no lo quieren dejar en herencia a sus hijos. Con estas premisas abordamos esta reflexión sobre el catequista.
 
3.1. Apasionados por Dios
 
La aurora romperá cuando brille en los catequistas la fe en Dios como pasión, es decir, como realidad que toca la vida y hace de la vida una vida sentida y con sentido. Cuando la vida de fe de los que proclaman el Evangelio se siente amedrentada y asustada por las circunstancias, por la crisis de Dios, o por la ausencia de Dios, o por el desprestigio de Dios, o porque hoy Dios es problema para muchos… la fe no es vivida como pasión. Porque la fe no se sustenta en lo que imaginamos de Dios. Un Dios imaginable no es Dios, es hechura humana. Un Dios del que no podemos disponer de su presencia, ni manipularlo, ni hacerlo a nuestra imagen, comienza a ser Dios de verdad. No es la hora de los tecnócratas de Dios ni de los funcionarios de Dios, sino de los apasionados por Dios, por lo que apasionó a Jesús.
 
3.2. Desarmados para buscar más y mejor
 
La pregunta práctica, ¿qué tenemos que hacer? sigue siendo prioritaria en muchos agentes de pastoral y en muchos clérigos responsables de comunidades. “Estamos esperando que nos digan lo que hay que hacer, que nos den normas y orientaciones, que nos den luz”, son expresiones frecuentes en el mundo de la pastoral y catequesis. Al menos por un tiempo tendremos que confesar con humilde serenidad que no tenemos respuestas prácticas a preguntas concretas. No disponemos en este momento de una estrategia ni de una táctica capaces de resolver los problemas concretos. Hay que aceptar esto y saber vivirlo. Vivirlo no es cruzarse de brazos, es buscar un modo de anuncio que concrete las grandes intuiciones que van surgiendo para hacer audible la Palabra de manera adecuada.
No cambiamos por cambiar. Todo cambio en pastoral es por fidelidad a Dios y por fidelidad al hombre, no por moda. Cambiamos porque buscamos y porque nuestra búsqueda hoy tiene metas volantes… Vamos hacia la tierra que se nos mostrará. Este es un ejercicio de pobreza, esta es una página evangélica de envío: “yo os envío como ovejas entre lobos. No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias” (Lc 10,3-4). Hoy se le pide al anunciador una fuerte espiritualidad para no sentirse herido en la propia identidad. Son muchos los anunciadores que “se sienten heridos” en su identidad porque lo que hacen no da frutos, entonces, se preguntan, ¿qué sentido tiene seguir haciendo? La espiritualidad del catequista se alimenta en la hondura de una fe. Mientras lo que proponemos como evangelizadores es para los demás “nada”, “cosas del pasado”, “cosas que no vienen a cuento”, “cosas que no cuentan hoy día”, para nosotros es “la perla” que hemos encontrado y por la que estamos dispuestos a vender todo, a dejarlo todo, a no renunciar a ella por nada del mundo. “La cuestión de la evangelización no es en primer lugar una cuestión de método y de estrategias. Es ante todo una llamada a la conversión y a la revitalización: vivir uno mismo aquello que espera poder transmitir a los otros.
 
3.3. No tengo oro ni plata (Hech 3,6)
 
Pedro se encuentra con quien le pide limosna a la entrada del Templo. No le pide un óbolo porque sea discípulo del Resucitado, sino porque entra en el templo y coincide con él. Pedro le pide que le mire. El lisiado le mira creyendo que le va a dar lo que le ha pedido, limosna. Pero se encuentra con otra realidad: se le ofrece y se le da lo que no había pedido, lo que ni pensaba que le pudiera pasar: la curación. Pedía limosna; recibe salud. Es revelador este pasaje de los Hechos de los Apóstoles. Lo primero que el creyente y la comunidad dan no son servicios, sino el don que ellos mismos han recibido: al Señor como salvación. Es posible que lo que muchos pidan hoy a la Iglesia no sea lo central de lo que ella es signo y garante: la memoria del Señor Jesús. Pero es lo que podrá ofrecer como don y como salvación.
En determinados casos y en algunos ambientes, es posible que algunos critiquen ciertos hechos de la larga historia de la Iglesia en los que no siempre se haya conjugado con coherencia estas dos realidades: poder y servicio. Lo que sí es cierto es que el anuncio del Evangelio hoy lo hacemos sin poder, sin ser un grupo estimado y referencial (más bien marginal y poco creíble para ciertos grupos), sin tener en las manos oro ni plata, sin saber muy bien cómo tenemos que hablar de Jesús, sin llamar la atención, sin querer ser vistos por los hombres y aplaudidos… Pero no renunciamos a lo que hemos recibido como don: la confesión en Jesús, la palabra del Padre. Lo hacemos con la sencillez de ser lo que somos, de creer de verdad lo que anunciamos. Y lo hacemos con un inmenso respeto de los demás. No imponemos nada. Proponemos lo que es fuente de vida y de frescura para nosotros. El mismo Evangelio nos mueve a caminar sin superioridad ni espíritu de conquista.
 
3.4. Los alcanzó y se puso a caminar con ellos (Lc 24,15)
 
Este versículo está tomado de una de las catequesis más preciosas del Nuevo Testamento, el camino de Emaús. Jesús entra en la escena de los discípulos que huyen de Jerusalén como alguien que se acerca y camina con ellos sin más. En el camino de la vida, en el hecho de alejarse de la comunidad es cuando se topan con Jesús. Jesús se hace compañero. No les pide nada. No les cambia el camino. Camina con ellos mientras se distancian de la comunidad, comparte sus interrogaciones, su conversación. Jesús entra en lo que ellos están: en su conversación, en su desilusión, en su retirada…
Lo que Jesús aporta en la marcha de los discípulos es compañía significativa. Una compañía que abre horizonte, que ayuda a comprender lo que viven y lo que llevan en el corazón. Y esto lo lleva a cabo leyendo su vida (lo que le cuentan) a la luz de las Escrituras. Jesús puede hacer esta relectura porque “conoce” las Escrituras. Pero no sólo. Lo puede hacer porque se acerca, porque comparte camino, porque escucha lo que a ellos les preocupa y no impone un cambio de tema de conversación sino que acepta el que ellos tienen, porque se mete en la vida sin fisgar la vida ni curiosearla, porque abre el horizonte de comprensión de las cosas de las que hablan, porque ayuda a transformar lo que viven en experiencia de fe. Todo ello acaba en celebración y en vuelta a la realidad de la que huían. Explicar las Escrituras se convierte para Jesús en hacer entender lo que están viviendo. Nada de lo que vivimos está lejos de ser historia de salvación.
Éste es, posiblemente, el centro de interés en la preparación de los catequistas nuevos. Entender ser catequista al estilo de Jesús, el caminante de Emaús, tiene unas consecuencias gigantescas: en el modo de ser catequista, en la orientación de la catequesis, en la importancia de la vida ordinaria como tema central del anuncio de salvación, en la estructuración de la misma catequesis. Estoy convencido de que la estructuración de la fe que nos presentan los catecismos es válida, pero es imposible para la persona pues ésta no avanza en su maduración humana y religiosa linealmente, sino circularmente, a medida que la vida “nos da vueltas” y nos “sacude o sorprende” con sus acontecimientos. De la estructuración lógica del hacer catequesis tenemos que pasar a una estructuración vital, que al final llegará a ser lógica y lineal en quienes puedan hacerlo; pero para muchos no se llegará a ello y se salvarán con una estructuración de la fe muy parcial. “Darse tiempo” y “dar tiempo al otro” es absolutamente fundamental (Lc 13,8). No nos iniciamos en la vida cristiana para saber de memoria el Evangelio, sino para poder descubrir en la vida: “hoy se cumple en mí esta Escritura” (Lc 4,21).
 

  1. Hacia un nuevo modelo de catequesis

 
“El anuncio del Evangelio plantea hoy problemas. La transmisión de la fe está en crisis. Yo creo que no se encontrará solución en un futuro próximo. Tengo mis reticencias ante planes y estrategias catequéticas y pastorales. El problema es más vasto y más global: se trata de una Iglesia que busca su puesto en una sociedad secularizada y pluralista y todavía no lo ha encontrado. De la misma manera, en el anuncio del mensaje no ha encontrado aún la palabra adecuada y el tono conveniente”.
E. Alberich se pregunta: ¿Existe un futuro para la catequesis”. Son las mismas preguntas que se hacen los catequistas de base, pero que recogen los estudiosos para reflexionarlas con rigor. Si es cierto que no tenemos respuestas, sí tenemos indicios que marcan la dirección de estudio que las iglesias llevan actualmente. Lo resumo así:
 

  •  Previo a la catequesis (Primer Anuncio)

La catequesis tiene que estar enmarcada dentro de lo que en la mejor tradición eclesial ha sido el proceso de evangelización (DGC 47): anuncio del Evangelio y llamada a la conversión, catecumenado e iniciación cristiana, formación de la comunidad. La catequesis demanda una etapa previa a ella. Esta novedad es la que más esfuerzos nos pide porque no tenemos referencias cercanas de cómo organizarla y qué contenidos y métodos darla, sobre todo con niños y adolescentes. Con adultos existen más tentativas que poco a poco se van convirtiendo en experiencias en las que apoyarse.
Son necesarios nuevos espacios donde la gente pueda hacerse preguntas que le lleven a la búsqueda de Dios, a despertar el sentido religioso, a revitalizar la sensibilidad por la búsqueda de la verdad o afrontar, con serena lucidez, la sospecha de una huella de presencia de Dios en el mundo y en sí mismos. Igualmente son convenientes iniciativas que susciten la pregunta religiosa desde lo no estrictamente religioso: pueden ser culturales, artísticas, de relación personal.
Ofrecer tiempos largos en los que la persona tenga la posibilidad de abrirse a experiencias cristinas evocadoras de una posibilidad de vivir en cristiano, de tomar decisiones para seguir a Jesús. Así celebraciones de fechas, acontecimientos vitales pueden ser pie para caminar hacia una decisión por Jesús. Habrá que combinar el acompañamiento que tenemos generalizado en grupos, muchos de éstos demasiado homogéneos, con otro modos más personalizados, grupos más pequeños y plurales… La convocatoria para iniciar un proceso tiene que pensar no solo por anuncio tradicional en la parroquia, sino por lo ocasional (un día pasé por allí, un acontecimiento vital, un papel que había que pedir…)
Todo esto implica necesariamente la figura de una persona que no es el típico catequistas que conocemos. Hay que pensar en creyentes preparados que sepan estar al lado de quienes no saben lo que quieren, no saben lo que buscan… pero un día descubren una inquietud, o un vacío o “una nostalgia” de algo o de Alguien y se ponen en camino.
 

  •  La catequesis

En el horizonte, aparece con claridad una catequesis que no tenga como meta ni como referentes de estructuración los sacramentos, sino la adhesión a Jesús, el Hijo de Dios. La experiencia cristiana no es reductible a una sola dimensión por muy importante que ésta sea. Hay que saber distinguir bien entre enseñanza y aprendizaje. La enseñanza privilegia el saber, la memoria, los conocimientos. El aprendizaje, junto al saber, añade un elemento, el cambio que la persona va efectuando, las capacidades que va desarrollando para vivir lo que aprende. La iniciación cristiana privilegia el aprendizaje, pone el acento en la transformación de la persona: su cuerpo, su corazón, su espíritu, su inteligencia…
Una catequesis que se separe del modelo escolar que “clasifica” por edades y encasilla desde los tres años hasta la universidad por ciclos… Se pasa adelante porque se cumplen años, no tanto porque se haya madurado una manera de vivir. La fe se parece más a la experiencia de vida que se hace en familia, donde tiene su sitio tanto el niño como al abuelo. Lo que determina la catequesis no es ni los años ni el nivel escolar, sino el deseo de ser discípulo de Jesús, de conocerlo y seguirlo.
Restablecimiento de los diversos pasos o momentos del tiempo de la catequesis de acuerdo con la sana tradición del catecumenado: inscripción, entregas, escrutinios… La catequesis camina cada vez más hacia una celebración conjunta de los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación, Eucaristía. No parece que tenga sentido hechos como los que hoy presenciamos: que se celebre el Bautismo casi sin relieve unos días antes de la Eucaristía y a ésta se le dé un trato desmesurado separado de la celebración bautismal.
La experiencia cristiana exige el encuentro y el “roce” con creyentes que hayan personalizado la fe hasta vertebrarla en toda su vida. Es aquí donde la figura del catequistas adquiere unos criterios diferentes a los que hoy utilizamos para convocar a los catequistas. Catequista es el que “hace resonar la fe” en el otro; el catequista tiene algo de profeta que anuncia la verdad que vive y que el Espíritu ha puesto en él.
 

  •  Después de la catequesis

Cada vez tendremos que cuidar más que después de la catequesis no sigue el vacío. En una catequesis calcada en el sistema escolar, una vez terminada la escuela uno ya llevaba encima todo aquello que necesitaba para la vida. La misma universidad se ha dado cuenta de que esto no es verdad y ha creado la formación “post-grado” (cursos de capacitación, prácticas, máster…). La comunidad cristiana tiene en su pasado una rica formación de los miembros de la comunidad que deberá potenciar.
Después de la iniciación cristiana es preciso seguir ofreciendo a los miembros de la comunidad una formación permanente “para madurar constantemente su fe a lo largo de toda la vida” (DGC 51). Cobra relevancia la función litúrgica, el estudio de la teología, la reflexión sobre los grandes problemas de la Humanidad…
 
Una palabra de final
 
Una vez pregunté en clase de “Actualización Teológica” a un misionero que pasaba un año de reciclaje después de 34 años de misión en África, cuál era el resumen al que él llegaba de su acción pastoral y misionera en una Iglesia minoritaria, circundada por religiones ancestrales y por el Islam. Lo pensó un poco y dijo: “Estar y escuchar”. El grupo se quedó en silencio. Todos sentimos que allí se había dicho algo no esperado, inmensamente sencillo e inmensamente profundo. En dos palabras se había resumido todo un tratado de pastoral. Dos palabras que son dos misterios: Encarnación- Cristología y el misterio de la Iglesia en el mundo.
Redescubrir la acción catequética hoy nos lleva a “Estar y Escuchar”, a ahondar en Cristo y a ahondar en la Iglesia. Éstas son las fuentes que nos darán el agua que necesitamos.

ÁLVARO GINEL

estudios@misionjoven.org

 
Mgr. J. DE KESEL, Annoncer l’Évangile aujourd’hui, en “Nouvelle Revue de Théologie” 126(2004)3-15.
Robert MAGER, Nous sommes de marcheurs, en “Revue Lumen Vitae” vol. LIX, 4(2004)365-377.
Juan MARTÍN VELASCO, La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea, Sal terrae, Santander 2002,85-86
Conferencia pronunciada por J. MARTÍN VELASCO en la XVI Semana de Teología Pastoral del Instituto Superior de Pastoral de Madrid, enero 2005.
H. GODIN, La France, pays de misión, Cerf; Paris 1943. J. LÓPEZ, España, país de misión, PPC, Madrid 1979.
Mons J. De KESEL, Annoncer l’Évangile aujourd’hui, art. cit., p. 13.
Emilio ALBERICH, A Catequese tem futuro?, en “Catequese”109(2005)23.