[vc_row][vc_column][vc_column_text]Os dejamos con el testimonio de una de las jóvenes participantes, Ainhoa Sanz, de Badalona:
«Un fin de semana diferente»
¿No os ha pasado nunca que hay fechas que marcáis en vuestro calendario y son inamovibles? Pues eso es lo que me pasa a mí con el fin de semana de encuentro joven en Llinars. Es el típico momento que estabas esperando desde que terminó el año pasado, que lo esperas con ilusión y ganas, y que es un día sagrado, ya te pueden ofrecer mil planes mejor que éste que no los aceptarás. Supongo que la gente se preguntará porqué, ¿tan importante es? Pues sí, y si no lo has vivido no puedes saberlo.
No puedes saber cómo es esa sensación de volver renovado a casa, como si no fueras el mismo que se marchó hace un día y medio. En un fin de semana puedes aprender tantas cosas … Me he mirado a mí misma, como si no me hubiera mirado nunca. He tomado decisiones. He visto mis errores. Y he rascado estas heridas que estaban mal curadas y que debían sanar bien. Quizás he vuelto con estas heridas abiertas, y ahora es cuestión de trabajarlas, pero he vuelto sabiendo quién soy y qué me mueve. Sabiendo que quiero ser como el samaritano que se detiene a ver la realidad de los demás y ayuda al hombre herido a salir adelante, cuidando de él.
Creo que es una maravilla, ver cómo jóvenes, sí, aquellos que la gente se piensa que no hacen nada y que nunca se paran a pensar, jóvenes de las diferentes casas salesianas de Barcelona y alrededores se reunían en Llinars del Vallès dispuestos a vivir un fin de semana diferente. Si nunca lo has vivido, no sabes la emoción que sientes en abrazar a aquellas personas de otros lugares que hace tiempo que no ves, aquellos que a medida que ir viviendo experiencias juntos se han convertido en tus amigos, amigos de verdad, familia. Y que sabes, que por muchos kilómetros que os separen, estarán allí, lo sabes.
Algunos ya llevábamos «carrerilla» y era el sexto o séptimo encuentro que colocábamos en nuestra mochila de experiencias, para otros era lo que hemos denominado como «Los últimos Llinars», y para otros era la primera vez que vivían esta experiencia. Un primer juego para romper el hielo y conocer a aquellos con los que pasarías las siguientes 24 horas. Un gran comida y como postre unos buenos testigos, de aquellos que te hacen plantearte cosas que nunca hubieras pensado y que a mí, aún hoy, dos días después, me resuenan por dentro. Continuábamos avanzando pasos y trabajamos la parábola del Buen Samaritano. Tuve tiempo para pensar, reflexionar, leer, preguntarme, hablar con Él, hablar conmigo … Me surgieron tantos pensamientos.
Después fue el momento de compartir, compartir lo que habías trabajado durante la tarde y comunicarte con tus compañeros de grupo. Muchas veces sentir que lo que dicen los demás puede ayudarte mucho, pero sentir que otras personas te escuchan y se interesan por lo que tienes que decir, no tiene precio. Es igual cual sea tu opinión, siempre será bien recibida. Una de las cosas que más me gusta es que aquí nadie te juzga, eres libre para expresarte y creer en lo que quieras.
El momento «juego de noche», fue quizás el momento de mayor desenfreno, gritos, risas … ¿la temática? Don Bosco. Y gracias Don Bosco porque sin ti, muchas de las cosas que hago no serían posibles. Mañana del 10 de febrero, un buen desayuno y nos metemos de cabeza a escribir nuestro propio «Hecho de vida» por si todavía no nos habíamos hecho bastantes preguntas … Y por último, la Eucaristía. Es un momento mágico. Dios estaba allí, había estado todo el fin de semana, con nosotros, haciendo que se nos removieran cosas por dentro y ahora estaba allí, en cada canción donde nos dejábamos la voz, cada oración, cada vez que alguien se daba un abrazo como símbolo de paz, Dios se hacía presente.
Tener esa sensación, me hacía sentir tan llena … Y después del mejor momento, tocaba el peor, despedirnos. Decir adiós. Lluvia de besos y abrazos y buenas palabras para todos, «te echaré de menos», «Gracias», «Te quiero», «espero verte dentro de poco» … la sensación era aún peor para aquellos que sabían que ya no volverían a Llinars a vivir esta experiencia. Y nos íbamos, sabiendo que al día siguiente cada uno seguiría con su vida, su rutina, pero que nosotros no seríamos los mismos, pues habíamos vivido una experiencia que a quien menos un poco le había cambiado. »
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