ENSÉÑANOS A ORAR

1 septiembre 2005

No, no fueron únicamente los discípulos quienes pidieron a Jesús que les enseñara a rezar… Cada día Jesús se reunía, y se sigue reuniendo, con sus amigos, con “sus pequeños” (de los que habla tanto el Evangelio) y juntos, rezan al Padre… Unas veces lo hace con las prostitutas que pululan por la carretera del polígono industrial en el que tú trabajas, otras veces con los mendigos (tú los llamas borrachos) que ensucian el parque donde juegan tus hijos, en ocasiones sube por el ascensor contigo (¿no te has dado cuenta?) al piso de arriba, y ora con la familia de búlgaros, mientras tú te afanas en llamar al presidente de la comunidad de vecinos porque has visto otra vez unas manchas por las escaleras y no tienes ninguna duda de quién ha podido ser… El caso es que Jesús se reúne con ellos y les enseña a rezar, y juntos elevan la plegaria al Padre:
 
Porque andamos como ovejas descarriadas a la que ningún pastor echa de menos,
porque nos hemos convertido en hijos pródigos, aunque, en nuestro caso
nadie llora nuestra ausencia y, lo que es peor, nadie anhela nuestro regreso…
Padre nuestro
 
Porque añoramos un mundo más justo, más fraternal, más humano,
donde vivir no sea para algunos una carrera de obstáculos con zancadilla incluida…
que estás en el cielo.
 
Porque para la sociedad no significamos más que un número, una cifra,
en ocasiones un trámite que cumplimentar, en otras una subvención denegada…
santificado sea tu Nombre.
 
Porque el Reino que Tú anuncias (lo escuchamos una vez) es muy parecido a nuestro mundo y… ¡cuán diferente es al que intentan transmitirnos!…, venga a nosotros tu reino.
 
Porque habitamos en un mundo cuyos habitantes se pasan la vida
jugando al escondite para no ver a los que morimos de hambre,
de frío y, sobre todo, de soledad y de amor…, hágase tu voluntad.
 
Porque el hambre lo sofocamos muy a menudo con un bocadillo,
unas cajas de leche e incluso a veces con unas botellas de vino;
porque necesitamos urgentemente saciarnos de otra hambre
que se origina en lo más hondo de nuestro corazón…, danos hoy tu pan.
 
Porque Tú nos enseñaste “a pie de cañón” hasta qué límites
puede estirarse el corazón del ser humano,  perdona nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
 
Porque a veces las fuerzas nos flaquean y nos gustaría acabar con nuestras vidas
en un mundo donde nos reciben diariamente con la más sangrante
de las bienvenidas, la indiferencia…, no nos dejes caer en la tentación.
 
Porque muy a menudo nos revelamos contra Ti y te abandonamos
y te aborrecemos y, lo que es más grave, te damos el mismo trato
que nosotros recibimos…,  líbranos del mal.
 
Y porque nos gustaría que esta súplica calase en lo más profundo
del corazón del ser humano… AMÉN

José María Escudero

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