Procurava lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor,
dentro de mí presente, y ésta era mi manera de orar.
(Teresa de Jesús)
Los discípulos de Jesús se presentan al Maestro y le piden: “Maestro, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos”(Lc11,1).
¿Por qué piden los discípulos que Jesús les enseñe a rezar? ¿Por qué sienten ganas y deseos de aprender? ¿Por qué lo siguen pidiendo tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo?, o ¿por qué, quizás, no nos lo piden los jóvenes? Son preguntas que, seguramente, nos hemos planteado muchas veces, porque resulta muy difícil estar de acuerdo o conformarse con una acción pastoral que no conduzca al encuentro con Jesús.
Al reflexionar sobre el significado más hondo de la acción pastoral, si realmente llegamos a las raíces, descubrimos necesariamente que la misión supone “ser enviado” por Dios y tomar conciencia de este envío. Es decir, hay siempre una relación muy íntima, una mediación y una referencia continua a Aquel por quien y de quien se es enviado. La acción pastoral entre los jóvenes nos sitúa entre Dios y los jóvenes, entre quien nos envía y aquellos a quienes somos enviados. Sitúa, pues, nuestra vida en el ámbito de la experiencia de Dios, que nos llama y envía, cuyo amor queremos manifestar y transmitir; y en el ámbito de la vida de los jóvenes, a quienes queremos acompañar en su camino hacia Dios. Los jóvenes necesitan ser conducidos y acompañados al encuentro con Cristo; necesitan maestros espirituales.
En los discípulos, según señala el evangelista, la petición de aprender a orar surge ante el ejemplo orante de Jesús. Siempre lo que se ve, suscita más preguntas que aquello de lo que se habla. Es la vida de los creyentes, de los seguidores, de los apóstoles la que hace suscitar el deseo de orar y la petición de aprender a hacerlo. Es posible que, a veces, nuestros intentos, nuestras mejores iniciativas pastorales estén condenadas por nuestro propios comportamientos. Ser maestros demanda ser testigos. Para enseñar a orar, tenemos que ser capaces de plantearnos previamente: ¿cuánto rezamos, cómo rezamos, cuándo rezamos, quién nos ve rezar? En el evangelio, la petición surge porque hay alguien que reza (Jesús) y porque hay unos discípulos que lo ven rezar. Y cuando alguien pide: “enséñame a rezar”, sin duda lo primero es ir a la propia experiencia orante.
Maestros y testigos
Dedicamos los tres estudios de este número de Misión Joven al tema de la oración. Lo consideramos fundamental y urgente en la acción pastoral: ser maestros y testigos de oración es la perspectiva en la que se sitúa la reflexión que ofrecemos. En primer lugar, Juan José Bartolomé se remite la testimonio mismo de Jesús, siguiendo los textos del evangelio de Lucas, el evangelista de la oración. Ángel Moreno contempla la oración cristiana, que arranca de Jesús y que revela el secreto por el que se puede caminar constantemente confiados y acompañados. Jesús Manuel García plantea una verdadera pedagogía de la oración, que tiene en cuenta sus presupuestos más elementales y sus condiciones más exigentes.
Muchas cuestiones previas podrían anotarse, antes de entrar de lleno en la reflexión, porque todas las orientaciones pastorales para iniciar a los jóvenes en la oración tienen que tener en cuenta hoy el actual contexto socio-cultural, los desafíos de la secularización, y, de manera muy concreta, la vida misma de los jóvenes y los procesos de educación de la fe. No podemos desgajar la iniciación de la oración de lo que realmente constituye el itinerario de educación de la fe. Porque la oración no es, en el creyente, una acción aislada, sino que forma parte integrante de la iniciación cristiana. Camina, pues, a la par del propio seguimiento de Jesús. No se puede llegar al creyente orante, al margen del creyente que cree, que vive, que se compromete. Pero situándonos en esta perspectiva, es necesario sentir también la urgencia de una propuesta positiva y explícita para acompañar a los jóvenes en su experiencia de oración. Pastoralmente es primordial iniciar en la oración a los jóvenes; y, quizás, sería conveniente que esta iniciación parta y tenga en cuenta nuestra propia experiencia personal de oración. Por ahí empieza siempre la enseñanza de los grandes maestros.
EUGENIO ALBURQUERQUE
directormj@misionjoven.org